Adoración

Dios es un Espíritu infinitamente feliz, por lo que debemos acercarnos a él con alegría; es un Espíritu de infinita majestad, por lo que debemos venir ante él con reverencia; es un Espíritu infinitamente alto, por lo que debemos ofrecer nuestros sacrificios con profunda humildad; es un Espíritu infinitamente santo, por lo que debemos dirigirnos a él con pureza; es un Espíritu infinitamente glorioso, por lo que debemos reconocer su excelencia en todo lo que hagamos y en la medida de lo posible contribuir con su gloria al tener los más altos propósitos en su adoración; es un Espíritu infinitamente provocado por nosotros, por lo que debemos ofrecerle nuestra adoración en el nombre de un mediador e intercesor pacificador.

Las oraciones pertenecen de manera estricta a la adoración a Dios. El ayuno es una ayuda subordinada, agradable a Dios en la medida en que ayuda al fervor y a la solicitud en la oración. Debemos vivir por esta regla: que los deberes de los hombres deben ser juzgados según sean practicados con un fin legítimo y apropiado. También debemos sostener el hecho de que las oraciones son una adoración directa a Dios; mientras que los ayunos son una parte de la adoración sólo en virtud de sus consecuencias.

Si me preguntaran cuál de estas dos cosas preferiría: soportar todas las aflicciones del mundo hasta su fin y después recibir una pequeña medida adicional de gloria, o sin ningún tipo de sufrimiento entrar en una medida de gloria ligeramente inferior, yo aceptaría—¡y con mucho gusto!—todas esas aflicciones a cambio de un atisbo de gozo en la contemplación de la grandeza de Dios; porque sé que aquél que mejor lo entiende, más lo ama y mejor lo alaba.