Esperanza

Cuando existe el caso de un hombre que es bueno, uno no se pregunta sobre lo que él cree o espera, sino sobre lo que él ama. Porque el hombre que ama correctamente, sin duda cree y espera correctamente, mientras que el hombre que no tiene amor cree en vano, a pesar de que sus creencias son verdaderas, y espera en vano, a pesar de que el objeto de su esperanza es una parte real de la verdadera felicidad, a menos que, de hecho, crea y espere que puede obtener por la oración la bendición del amor.

Cuando la gracia de Dios viene a un hombre, éste puede hacer todas las cosas, pero cuando se aleja, se hace pobre y débil, abandonado en la aflicción por así decirlo. Sin embargo, en esta condición no se debe sentir abatido o desesperado. Por el contrario, debería esperar con calma la voluntad de Dios y cargar con todo lo que le acontece alabando a Jesucristo, para que después del invierno venga el verano, luego de la noche, el día, y después de la tormenta, una gran calma.

Aunque el diablo se enfurezca más cruelmente que nunca, y aunque la carne nunca haya sido tan frágil, sintiendo deseos cada día y a cada hora en contra de los mandamientos santos de Dios, y hasta en contra de Dios mismo, no hay motivos para desesperarte. Lo que tenemos delante de nuestros ojos no es el tiempo de la justicia. Esperamos lo que se nos prometió, el reino eterno, preparado para nosotros desde el principio.