Espíritu Santo (Dones)

Cualquier cosa que obtengamos del Señor se nos concede bajo la condición de que lo utilicemos para el bien común de la iglesia; por tanto, el uso legítimo de todos nuestros dones es una participación bondadosa y generosa de esos bienes con los demás. No existe una regla más segura, ni una exhortación más fuerte hacia esta práctica, que cuando se nos enseña que todas las capacidades que poseemos son depósitos divinos que nos han sido confiados para el propósito mismo de ser distribuidos para el bien de nuestro prójimo.

No existe hombre viviente que pueda ver todas las cosas, ni Dios ha dado a nadie el conocerlo todo. Uno puede ver más claramente que otro, uno tiene más entendimiento que otro, uno puede expresar algo mejor que otro, pero ningún hombre debe envidiar o menospreciar a otro. Aquel que puede hacer algo mejor que otro no debe despreciar al que entiende menos. De hecho, el que tiene mayor entendimiento debe recordar que el don no es suyo sino de Dios, y que Dios se lo dio para enseñar e informar a los ignorantes.

Recordemos que debemos dedicarnos a utilizar los dones de Dios, no sea que se oxiden por falta de uso y por enterrarlos. Recordemos también que debemos beneficiarnos diligentemente a través de ellos, no sea que se extingan por nuestra pereza.