Expiación

El único refugio seguro se encuentra en la misericordia de Dios, según ésta se manifiesta en Cristo, en quien está completa cada parte de nuestra salvación. Dado que a los ojos de Dios todos los seres humanos son pecadores perdidos, sostenemos que Cristo es su única justicia, porque debido a su obediencia él ha borrados nuestras transgresiones, por su sacrificio aplacó la ira divina, por su sangre lavó nuestras manchas, por su cruz llevó sobre sí nuestra maldición, y por su muerte hizo satisfacción a nuestro favor. Sostenemos que es de esta forma que el hombre es reconciliado con Dios el Padre, en Cristo, no por mérito propio, ni por el valor de las obras, sino por misericordia gratuita.

Él mismo experimentó nuestro pecado, él mismo entregó a su propio Hijo, en rescate por nosotros, el santo por los sin ley, el inocente por los culpables, el justo por los injustos, el incorruptible por los corruptibles, el inmortal por los mortales. ¿Qué otra cosa, sino la justicia de uno, podía cubrir nuestro pecado? ¿En quién más que sólo en el Hijo de Dios podían nuestra maldad e impiedad posiblemente justificarse? ¡Oh, dulce intercambio! ¡Oh, creación insondable! ¡Oh, beneficios inesperados!, que la ilegalidad de muchos debió ser oculta en el justo, y la justicia de uno justificar a muchos sin ley.

Entre nosotros y Dios se había formado una brecha debido a nuestros pecados, y Dios fue el primero en aplicar el remedio. Él envió sus embajadores para llamarnos a nosotros los delincuentes, de vuelta a la paz. Sonrojémonos, entonces, por nuestro orgullo, y dejemos que nos cause vergüenza pensar que no estamos dispuestos a reparar el daño al prójimo viendo al mismo Dios, a quien ofendimos, presentarse ante nosotros en la persona de sus mensajeros para pedirnos que nos reconciliemos con él.