DELEITÁNDOTE EN DIOS
Todo lo que Dios ha creado tiene que ver con su gloria. Lo que el hombre anhela en lo más íntimo de su corazón y lo que el cielo y la tierra tienen de significado más profundo se resumen en esto: la gloria de Dios. El universo fue hecho para reflejarla, y nosotros fuimos hechos para verla y saborearla. Si no cumplimos con ese propósito, las cosas no pueden ir bien, y por eso el mundo está como está, dominado por el desorden y el caos. Hemos sustituido la gloria de Dios por otras cosas (Romanos 1:23).
Los cielos cuentan la gloria de Dios (Salmo 19:1). Por eso existe el universo. Todo está relacionado con la gloria. El telescopio espacial Hubble nos envía imágenes infrarrojas de galaxias casi imperceptibles que pueden encontrarse a doce mil millones de años luz de nosotros (doce mil millones por más de nueve billones de kilómetros). Incluso dentro de nuestra Vía Láctea existen estrellas tan grandes que desafían cualquier tipo de descripción. La estrella Eta Carinae, por ejemplo, es cinco millones de veces más grande que nuestro sol.
A veces la gente se confunde al comparar esta inmensidad con la aparente insignificancia del hombre. Ciertamente parece que nos hace infinitesimalmente pequeños, pero el significado de esta magnitud no tiene que ver con nosotros, sino con Dios. Los cielos cuentan la gloria de Dios, dice la Escritura. La razón de que se haya “desperdiciado” tanto espacio en un universo para albergar una pizca de humanidad es hacer una observación sobre nuestro Creador, no sobre nosotros. Levantad en alto vuestros ojos, y mirad quién creó estas cosas: él saca y cuenta su ejército; a todas llama por sus nombres; ninguna faltará; tal es la grandeza de su fuerza, y el poder de su dominio (Isaías 40:26).
El anhelo más profundo del corazón del hombre es conocer y disfrutar de la gloria de Dios. Fuimos hechos con ese propósito. Trae de lejos mis hijos, y mis hijas de los confines de la tierra […]; para gloria mía los he creado, dice el Señor (Isaías 43:6–7). Verla, saborearla y reflejarla: ésa es la razón de nuestra existencia. Las desconocidas e inimaginables extensiones del universo creado por Dios son una parábola de las inagotables riquezas de su gloria (Romanos 9:23). El ojo físico tiene que decirle al ojo espiritual: “El Deseo de tu alma no es esto, sino el Hacedor de esto”