Yo Trabajare Por la Unidad de la Iglesia
Los creyentes debemos recordar que es el honor de Dios lo que está en juego por el comportamiento cotidiano de cada uno.
(1) Madurar en humildad
La iglesia de Cristo no necesita infatuados y engreídos, sino simplemente siervos que humildemente consideren que la obra es de Dios y que toda la gloria es suya. Sobran grandes en la iglesia y faltan siervos humildes.
(2) Madurar en mansedumbre
Escribe el Dr. Lacueva:
“Estos son los que se someten resignada y alegremente a los designios de Dios, y los que muestran toda mansedumbre para con todos los hombres (Tit. 3:2); los que pueden aguantar una provocación sin encenderse en ira, sino permaneciendo en silencio o dando una respuesta suave; los que permanecen serenos mientras otros cometen grandes desatinos; cuando, en admirable paciencia, se mantienen dueños de sí mismos al mismo tiempo que son desposeídos de todo lo demás; los que prefieren sufrir y perdonar veinte injurias antes de vengarse de una”
Es aquella serenidad del espíritu pacífico y humilde, en virtud de la cual el hombre no se deja arrebatar fácilmente por la cólera con motivo de las faltas o el enojo de los demás (Prov. 16:32; Stg. 3:7, 8, 13).
La mansedumbre es lentitud a la ira y a tomar ofensa. Los mansos no son bulliciosos, ruidosos, o egoístamente agresivos. No disputan, no riñen ni contienden. No son argumentativos o jactanciosos. Sin embargo, la mansedumbre no debe ser confundida con evasión, timidez, o debilidad, que son características de un complejo de inferioridad. W.E. Vine comenta:
Por ello, se tiene que comprender con claridad que la mansedumbre manifestada por el Señor y recomendada al creyente es resultado de poder. La suposición que se hace comúnmente es que cuando alguien es manso es porque no puede defenderse; pero el Señor era manso porque tenía los infinitos recursos de Dios a su disposición.
William Barclay afirma que praotēs no es «una gentileza débil», y en tanto que la gentileza está allí, detrás existe una fortaleza de acero.