No ameis al mundo (2 parte)
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1 Juan 2:12-17
1 Juan 2:12-17
Os escribo a vosotros, hijos, porque vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre. Os escribo a vosotros, padres, porque conocéis al que ha sido desde el principio. Os escribo a vosotros, jóvenes, porque habéis vencido al maligno. Os he escrito a vosotros, niños, porque conocéis al Padre. Os he escrito a vosotros, padres, porque conocéis al que ha sido desde el principio. Os he escrito a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes y la palabra de Dios permanece en vosotros y habéis vencido al maligno. No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, la pasión de la carne, la pasión de los ojos y la arrogancia de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y también sus pasiones, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.
I. LA POSESIÓN DEL CREYENTE COMO UN ESTÍMULO PARA NO AMAR AL MUNDO
Juan se dirige a todos sus lectores de una manera singular. Lo hace primeramente refiriéndose de forma general a todos y luego pasa a dirigirse por separado a dos grupos en particular a los padres y a los jóvenes. De forma general les dice: Os escribo a vosotros, hijos, porque vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre. Luego añade “Os he escrito a vosotros, niños, porque conocéis al Padre.”
De manera general llama a aquellos hermanos hijos y niños. A simple vista da la impresión que el apóstol usa estas palabras de manera intercambiable e indiscriminadamente, pero no es el caso. Una persona puede ser un hijo sin ser un niño, o ser un niño sin ser hijo en la misma relación. Pero para Juan estos hermanos son ambos, hijos niños.
Ahora bien, el término hijos lo vincula con el perdón de pecados que han recibido por el nombre de Cristo. Mientras que el término niños (infantes) lo relaciona con el conocimiento al Padre. Juan le escribe a una comunidad formada por personas que gracias a Jesucristo y su obra mediadora sus pecados han sido perdonados. No que están siendo perdonados, o que irán siendo perdonados, o que serán perdonados, sino que ya han sido perdonados definitiva y permanentemente; y esto, no por su confesión (1 Jn. 1:9) sino por la virtud y los méritos de Cristo. En consecuencia, son miembros de la familia de Dios, son hijos con todas sus implicaciones (herencia). Pero debemos decir que, no son hijos cualquiera sino niños que ahora gozan de un conocimiento relacional con Dios, similar a que un infante sostiene con su padre. Esto es lo que Juan expresa con un lenguaje casi poético.
Dentro de estos hijos a los que Juan les escribe hay unos que son padres. Son maduros en la fe y están capacitados como los padres de una familia para preservar y enseñar con fidelidad la fe una vez dada a los santos porque conocéis al que ha sido desde el principio. Conocer a Dios es un privilegio inigualable si recordamos aquella afirmación que hizo nuestro Señor Jesucristo: “nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt 11:27 Cf. Lc. 10:22).
También están los jóvenes quienes han vencido al maligno. Estos hermanos al igual que los jóvenes físicamente fuertes se caracterizan por su lucha y porque sois fuertes, como bien lo reza el proverbio: “La gloria de los jóvenes es su fuerza” Pr 20:29. Así mismo, estos hermanos con fuerza juvenil han vencido al príncipe de este mundo. No que lo están venciendo, ni que lo vencerán, sino que lo han vencido. En efecto, el príncipe de este mundo ya ha sido juzgado.
Pero esta fortaleza tiene su origen en la palabra de Dios que permanece en ellos. Juan está de acuerdo con las palabras del salmista: “¿Cómo puede el joven guardar puro su camino? Guardando tu palabra.” (Sal 119:9). Estos hermanos son fuertes pero no por ninguna virtud propia. Al contrario, su fuerzas está en guardar su Palabra.
II. EL DEBER DEL CREYENTE DE NO AMAR AL MUNDO
Luego de que Juan revestido de compasión y de una ternura casi poética les ha mencionado algunos de los privilegios que como hijos de Dios gozan, y les ha elogiado la obra de la gracia en sus vidas, les ordena con toda autoridad apostólica “No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo”.
Como ya mencionamos la semana pasada, este mundo se refiere al mundo malvado que está en constante enemistad contra Cristo y su iglesia (1 Jn. 3:13). Es el mundo que no conoce a Dios (1 Cor. 1:21), ni conoce al Hijo (Jn 1:10); que está bajo el poder del maligno (1 Jn. 5:19) porque Satanás es su príncipe (Jn. 12:31; 16:11). Es el mundo que posee un espíritu anticristiano y para el cual el evangelio es locura. Todos los que pertenecen a este mundo están muertos en delitos y pecados, y siguen las corrientes propias de este mundo (Ef. 2:1, 2), y detienen con injusticia la verdad (Rom. 1:18). Esta masa de personas alienada e impíamente reveladas contra Dios por medio de su pecado han engendrado un mundo malvado (una cultura). A este mundo Juan ordena “no améis...”.
Ahora bien, la palabra améis que usa Juan es (agapao). Juan tiene en mente una clase de amor que trasciende los afectos (aunque los incluye), se refiere a esa clase amor que Dios demanda de sus hijos, es el amor obediente y devoto que los hijos deben tener para con el Padre. Al respecto Hendriksen comenta:
“El amor que él tiene en mente es un amor que vincula, que causa una comunión íntima y una devoción leal. Es el amor que Dios demanda en el resumen de la ley: “Amarás al Señor tu Dios ... y amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Juan lo que está ordenando es que de ninguna manera los hijos de Dios tengan un amor obediente y devoto que surge de una comunión con el mundo malvado que odia a Dios y a su Cristo. No deben amar al mundo porque Si alguno ama al mundo con esta clase de amor, definitivamente el amor del Padre no está en él puesto que “Nadie puede servir a dos señores; porque o aborrecerá a uno y amará [agapao] al otro, o se apegará a uno y despreciará al otro.” Mt. 6:24.
III. EL CARACTER DE ESTE MUNDO
Lo siguiente que Juan hace es indicar el carácter general del mundo al presentar tres grandes categorías que están presentes en este mundo malvado que hacen imposible que un mismo corazón pueda amar a Dios y al mundo: Porque todo lo que hay en el mundo, la pasión de la carne, la pasión de los ojos y la arrogancia de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.
a. La pasión de la carne
El término pasión que se puede traducir también como lujuria incluye los deseos malvados de la naturaleza carnal ( Gal. 5:24). El Señor Jesús relaciona estas pasiones con el homicidio y la mentira (Jn. 8:44). Pablo usa el término para referirse a las lujurias degradantes de los hombres que deshonran sus propios cuerpos (Rom. 1:24); e indica que todo el mundo vive bajo las pasiones de la carne, satisfaciendo los deseo de la naturaleza pecaminosa y de la mente (Ef 2:3). Para Pablo estos deseos engañosos corrompen al hombre (Ef. 4:22); son pasiones de concupiscencia (1Ts 4:5); son deseos necios y engañosos que hunden a los hombres en ruina y perdición (1Ti 6:9); esta pasión es contraria a la justicia, a la fe y a la paz (2Ti 2:22); son deseos que no provienen de Dios sino que son deseos mundanos (Tit 2:12) y placeres que esclavizan (Tit 3:3). Para Pedro son los deseos de la gente ignorante (1Pe 1:14) y combaten contra el alma (1 Pe. 2:11); son pasiones humanas como la sensualidad, lujurias, borracheras, orgías, embriagueces y abominables idolatrías (1 Pe. 4:2-3) y el mundo entero está corrompido por causa de esta concupiscencia (2Pe 1:4, cf. 2Pe 2:10). Santiago arroja mayor luz al tema al indicarnos que estás pasiones carnales son una incubadora de pecados y muerte: “Después, cuando la pasión ha concebido, da a luz el pecado; y cuando el pecado es consumado, engendra la muerte.” Stg. 1:15.
Finalmente, el término también significa codiciar e implica una infracción directa a la Ley de Dios. Pablo usó el término al decir: “yo no hubiera sabido lo que es la codicia, si la ley no hubiera dicho: No codiciaras.” Por lo tanto, esta pasión de la carne es todo aquellos que nace en la naturaleza pecadora del hombre e infringe la ley de Dios. El mundo malvado se caracteriza por este vicio.
b. la pasión de los ojos
La expresión literalmente es la lujuria de los ojos. Los ojos son las ventanas a través de las cuales el alma ve lo que desea y lo desea más. Esta mirada es malvada porque persigue satisfacer una pasión malvada. Jesús habló de ella: “Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer codiciándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón” (Mt. 5:28).
para John Gill Juan hace referencia aquí al pecado de la avaricia, “cuyo objeto son las cosas visibles, como el oro, la plata, las casas, las tierras y las posesiones, riquezas con las cuales los ojos de los hombres nunca están satisfechos, y cuyo pecado es atraído y acariciado por los ojos; y ciertamente un hombre codicioso tiene poca más satisfacción que contemplar su sustancia [riquezas] con sus ojos, y en la cual obtiene mucho placer pecaminoso; [como el hombre de Eclesiastés cuyos ojos nunca se saciaban de sus riquezas (Ecl 4:8] ¡Y qué cosa tan pobre, vana y vacía es esta! Por tanto, no améis al mundo, puesto que esto es lo principal en él”.
c. La arrogancia de la vida
Esta expresión es interesante. Por una parte, la palabra que se traduce como arrogancia también puede significar orgullo y alardear. El término vida es (bio) y tiene que ver con lo que se hace o se tiene en la vida. Por lo tanto, la expresión la arrogancia de la vida tiene el sentido del orgullo fanfarrón y presuntuoso por aquello que se posee o se hace.
Estás cosas como la pasión de la carne, la lujuria de los ojos, y la arrogancia de lo que se tiene caracteriza al mundo. Basta con ver la TV, las redes sociales, oír la música para concluir que estos vicios son la fuerza que mueve al mundo malvado, que estimula sus metas y promueve sus logros. Juan nos dice que nada de esto proviene del Padre sino del mundo.
Algunos autores han llamado la atención al hecho de que estos tres vicios estuvieron presente en el pecado de Eva, porque cuando la mujer vio que el árbol era bueno para comer estaba presente el vicio de la pasión de la carne, y cuando pensó que era agradable a los ojos estaba presente la lujuria de los ojos, y cuando vio que el árbol era deseable para alcanzar sabiduría, estaba presente la arrogancia de la vida (Gen. 3:6).
Y aún, en la tentación que Satanás le hizo al Señor en el desiertos (Mt. 4:1-11) estos vicios también estaban implícitos porque cuando el Diablo le pidió a Jesús que convirtiera las piedras en pan (v.4) estaba apelando a la pasión de la carne, y cuando le mostró todos los reino del mundo y la gloria de ellos (v.8) estaba apelando a la lujuria de los ojos, y cuando le dijo “Si eres Hijo de Dios, échate abajo...” (v.6) estaba recurriendo a la arrogancia de la vida. Sin embargo, el Señor Jesús salió victorioso de aquella tentación. No en vano dijo el Señor “Yo he vencido al mundo” (Jn 16:33).
c. El caracter transitorio del mundo
Pero hay otro aspecto del mundo malvado que Juan quiere resaltar, su carácter transitorio. Él dice: “Y el mundo pasa, y también sus pasiones”. Juan ya ha usado este verbo (pasa) cuando dijo: “las tinieblas van pasando, y la luz verdadera ya está alumbrando.” (1 Jn 2:8). Lo interesante es que en ambos casos los usa en tiempo presente, en voz pasiva y en modo indicativo ¿Esto qué significa? que es una realidad que el mundo de tinieblas con todas sus pasiones ya está pasando, y la voz pasiva señala que alguien más lo está haciendo pasar, a saber, Dios. El Señor lo está llevando a su fin. Pablo usó este mismo término cuando dijo: “y los que aprovechan el mundo, como si no lo aprovecharan plenamente; porque la apariencia de este mundo es pasajera.” (1 Co 7:31).
IV. EL QUE HACE LA VOLUNTAD DE DIOS PERMANECE ETERNAMENTE
Juan contrasta la brevedad de este mundo malvado con la eternidad de aquellos que hacen la voluntad de Dios: “pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”. No el que la conoce, o el que la enseña, sino el que la hace. El tal, permanece eternamente. Juan aprendió esta verdad de su Maestro: “No todo el que me dice: «Señor, Señor», entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.” Mateo 7:21. Aquí está el estimulo para estos “padres y jóvenes” que se enfrentaban diariamente a las seducciones del mundo malvado: El estado actual de las cosas desaparecerá, el Señor las juzgará “Cuando pasa el torbellino, ya no existe el impío, pero el justo tiene cimiento eterno.” Pr 10:25.
Por mucho placer que puedan ofrecer estos vicios solo será por un poco de tiempo, al final se conocerá que aquello era una ilusión mortal. Pero quienes hace la voluntad de Dios permanecerán por la eternidad. Los que confían en el Señor son como el monte Sión, que es inconmovible, que permanece para siempre. Como los montes rodean a Jerusalén, así el Señor rodea a su pueblo desde ahora y para siempre.(Sal 125:1–2).
Finalmente, vale mencionar que el termino aquí para siempre debe considerarse en su sentido cualitativo. Él que hace la voluntad del Padre va a permanecer en un estado de vida propio del Eterno.
APLICACIONES PARA LA VIDA
1. Creyente debe vivir en una tensión continua entre su debilidad y su fortaleza. El cristiano cuando ve las demandas de la palabra de Dios concluye que es incapaz de poder cumplir con sus requerimiento. La vida cristiana en términos humanos es una imposibilidad. Él se ve absolutamente débil e incapaz y es desde ahí de donde debe partir. Su incapacidad es su punto de partida, su incapacidad para salvarse y para mantenerse a salvo.
Pero por otra parte, hace suya la consigna de Pablo “cuando soy débil, entonces soy fuerte.” 2 Co 12:10 y aún la de Joel “Diga el débil: fuerte soy”. El creyente debe echar mano de la gracia de Dios en Cristo, y fortalecerse en el Señor y en el poder de sus fuerzas (Ef 6:10). Pablo dice que si el creyente quiere obtener toda perseverancia y paciencia con gozo debe ser fortalecido con todo poder según la potencia de su gloria (Col. 1:11). Ese fue el “secreto” de su tremenda fortaleza: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.” (Flp 4:13). Y este fue el delicado consejo que le dio a su Hijo Timoteo antes de morir: “Tú, pues, hijo mío, fortalécete en la gracia que hay en Cristo Jesús.” 2 Ti 2:1.
Mire lo que Dios ordena que usted haga en todas las empresas de su vida, en la crianza de los hijos, en el matrimonio, en su trabajo o su negocio, en su iglesia, en su relación con el mundo. Cualquier creyente cuidadoso de la enseñanza Bíblica se ve abrumado ante tanta exigencia. Los fariseos más legalista cerraron su boca cuando oyeron las demandas del Sermón del monte. Sus cientos de reglas meticulosas se vieron como “cosas de niños” antes las demandas radicales del evangelio. Pero el creyente, vive expectante, vive animado antes los muchos desafíos de su vida porque sabe que en su debilidad es fuerte y que la fuente de su fuerza es el sempiterno y todopoderoso Dios. “Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo.” 1 Co. 15:10.
2. Dios hizo su creación hermosa cualquier observador detallista sabe que este cosmos está repleto de belleza. Dios lo hizo así para que nos maravillemos por lo que ha hecho. Adicionalmente, nos hizo de tal forma que somos sensibles a lo que es bello. Pero nuestra naturaleza pecaminosa saca provecho de esto, y de hecho, corrompió por completo el sentido de la belleza. Dios es bello y quien define la belleza sin embargo, el alma no se siente atraído hacia Él. Pero las cosas del mundo como las riquezas y su gloria, inflaman nuestros apetitos y los ojos no se cansan de contemplarlas. El verdadero cristiano, por la obra del Espíritu Santo a redefinido la bellaza, le ha devuelto su sentido original. Ahora las cosas son más o menos bellas según revelen el carácter santo de Dios. El creyente disfruta esta creación pero la entiende como un espejo que irradia la gloria de Dios, ella apunta al Padre y a su Cristo y por eso se complace en ella. Para el cristiano las riquezas y las glorias de este mundo pierden su brillo y su encanto por cuanto no proceden de Dios. Aquellos que aman al mundo y hallan su deleite en este mundo, al punto de vincularse intima y obediente, devotamente con él no son cristianos.
3. Juan nos ordena que no debemos amar al mundo. El pone su énfasis en el término amor. Porque el centro de la voluntad no puede estar devota, intima y obedientemente comprometida con el mundo y con Dios a la vez. Sin embargo, el precepto no prohibe de disfrutar del mundo (creación, los logros de la civilización, etc.) ni tampoco ordena aislarnos del mundo. Sino a no amarlo. Tomar la actitud de un triste peregrino aislado de este mundo es injustificado y por demás pernicioso. El Creyente debe vestirse del Señor Jesucristo y no proveer para los deseos de la carne (Rom 13:14), debe andar en el Espíritu (Gál 5:16,24) y entrar a las ciudadelas de satanás e izar la bandera del glorioso evangelio de Jesucristo.
4. Note que las 3 categorías que Juan usa para referirse al carácter del mundo (La pasión de la carne, la lujuria de los ojos, la arrogancia de la vida) pueden clasificarse aún de la siguiente manera: Las dos primeras tienen que ver con el corazón, la última tiene que ver con las acciones). El Proverbio dice: “Con toda diligencia guarda tu corazón, porque del brotan los manantiales de la vida” Pr. 4:23. Es muy probable que nos sintamos tranquilos con nuestra santidad al considerar que no hemos cometido algún pecado escandaloso pero al mismo tiempo estemos pasando por alto las lujurias que hay en nuestros corazones. Como nadie las ve ni las oye, ellas quedan sin confesión. Pero la palabra de Dios nos manda a estar atento de estas cosas que causan tropiezo. El escandaloso acto de inmoralidad sexual, de robo, asesinato, aborto, etc., comenzó como una pasión en lo secreto del corazón.
5. Los expertos estiman que una persona recibe de 3000 a 5000 impactos publicitarios al día, lo que hace que al año sea más de un millón. Hemos afirmado que la mayoría de los existo de publicidad presentan los alguno o incluso los 3 vicios antes mencionado como parte de su programación. Demás está decir lo vigilante que debemos estar al respecto y lo necio que somos cuando navegamos indiscriminadamente durante horas al día por las redes sociales.
6. La vida es su estado actual es muy corta. El salmista dijo: Sí, como una sombra anda el hombre; ciertamente en vano se afana; acumula riquezas, y no sabe quién las recogerá ( Sal 39:6). Y “Nuestros años son como un suspiro” (Sal 90:9). El clamor del profeta isaías era: “Toda carne es hierba, y todo su esplendor es como flor del campo. Sécase la hierba, marchítase la flor cuando el aliento del Señor sopla sobre ella...” (Is. 40:6) Santiago dijo: Sin embargo, no sabéis cómo será vuestra vida mañana. Solo sois un vapor que aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece (Stg 4:14). Por lo tanto, no postergue la decisión más importante, entréguese a Cristo.