Espíritu de sabiduría y revelación
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Efesios 1:15-23
Como ustedes saben, mis amados hermanos, he estado predicando una serie de sermones basados en la carta del apóstol Pablo a los Efesios. Y como he explicado en otras ocasiones, las cartas paulinas se caracterizan porque constan de dos secciones. En la primera sección Pablo trae una enseñanza doctrinal donde expone importantes verdades y principios de la fe cristiana. Luego en la segunda sección, el apóstol aplica esos principios de manera práctica para que los creyentes corrijan diversos aspectos de sus vidas a la luz de esas enseñanzas. Y esto es importante, mis amados hermanos porque precisamente este debe ser el patrón que todos nosotros debemos seguir como cristianos. Dios nos muestra una serie de verdades y principios revelados en su bendita Palabra y espera que cada uno de nosotros apliquemos los mismos en nuestra manera de vivir. Cuando eso no ocurre, podemos llegar a estar saturados de sana doctrina y de mucho conocimiento, pero no nos aprovechará de mucho. Por esa razón, Santiago 1:22-25 nos advierte sobre esto: “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace.”
En otras palabras, si de verdad queremos gozar de la bienaventuranza y la bendición del Señor es necesario poner en práctica las verdades y principios de la Palabra porque de lo contrario, nos estamos engañando a nosotros mismos. Por eso en estos versículos que hemos leído de Efesios 1:15-23 Pablo da gracias a Dios al saber que estos cristianos de Éfeso estaban mostrando una profunda fe en el Señor y amor hacia los hermanos en la fe. Y estas dos cosas, mis hermanos, son la mejor muestra de cuando un creyente está creciendo y caminando en comunión con Dios. Cuando vemos en la vida de un cristiano que está creciendo en la fe y está manifestando amor hacia los hermanos es una señal clara de que ese creyente va por buen camino. De la misma manera, cuando vemos a un cristiano inseguro en su fe, lleno de temor y desconfianza, y no muestra amor hacia sus hermanos en Cristo, es una señal de que algo anda mal en esa vida. Sabemos que en nuestras vidas tenemos amor hacia los santos cuando sentimos ese profundo deseo de tener comunión con los hermanos, cuando sentimos una preocupación por ellos y el deseo de servirles. Y es así porque eso es el resultado del amor de Cristo fluyendo a través de un creyente. Ese amor de Cristo en una vida la mueve a amar y darse a los demás. Por el contrario, el creyente que muestra indiferencia hacia sus hermanos, egoísmo e individualismo y le es indiferente en congregarse en la iglesia donde Dios le ha puesto, es una muestra de la ausencia del amor de Cristo en su vida.
Los creyentes de Éfeso estaban mostrando ese fruto del Espíritu en sus vidas y por eso Pablo se gozaba al escuchar acerca de ellos. Porque, mis amados hermanos, produce un tremendo gozo el ver cristianos firmes en la fe y mostrando amor hacia los demás. Por esa causa Pablo oraba por estos hermanos y le pedía al Señor que derramara sobre ellos espíritu de sabiduría y revelación en el conocimiento de Dios para que sus ojos del entendimiento espiritual fueran alumbrados. Ahora bien, ¿para qué Pablo pedía eso? ¿Si ya ellos estaban creciendo en la fe, por qué Pablo oraba pidiendo a Dios esa revelación y sabiduría? Porque para un cristiano estar bien afirmado en su fe y tener la capacidad para enfrentar lo que pueda venir en este mundo, necesita esa sabiduría y esa revelación que viene del Espíritu de Dios. Y Pablo enumera tres cosas que produce esa sabiduría y esa revelación, y lo vemos en los versículos 18-19: “para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros.” Voy a enumerar esas tres cosas para que lo veamos más claramente:
Conocer la esperanza a la que él nos ha llamado.
Conocer las riquezas de la herencia que hemos recibido.
Conocer la grandeza del poder de Dios que actúa en nuestras vidas.
Estas tres cosas, mis amados hermanos son sumamente importantes para la vida de todo cristiano y debemos orar para que sean reveladas a nuestras vidas. Y las voy a ir explicando una por una. Primero, el tener bien claro en nuestro corazón la gloriosa esperanza a la que hemos sido llamados. ¿Y cuál es esa esperanza? La gloriosa esperanza que nos aguarda a todos los que hemos creído en el evangelio. Mis amados hermanos, nuestra esperanza no está en este mundo imperfecto y pasajero. La esperanza del cristiano está en esa gloria venidera que nos aguarda a todos los redimidos. Por eso nos dice Romanos 8:18, “Pues tengo por cierto que las aflicciones de este mundo presente no pueden compararse con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse”. El que ha conocido esas gloriosas promesas vive aferrado a la esperanza de esa gloria venidera. Por eso el cristiano que tiene esa revelación tiene una perspectiva muy distinta sobre la vida terrenal que aquellos que no le conocen. El creyente no concibe este mundo como su meta principal. Y eso le lleva a vivir una vida desprendida de los afanes y preocupaciones del mundo. Por eso cuando viene la prueba, cuando vienen las situaciones difíciles de este mundo, no se desmorona, porque tiene su mirada puesta en las cosas de arriba, no en las de la tierra.
Eso está bien ligado al próximo punto: la herencia que hemos recibido. Precisamente nuestra esperanza radica en esa herencia. Nos dice Tito 3:4-7, “Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna.” Todo aquel que ha sido justificado por esa gracia de Dios es un heredero. La Escritura nos declara que si somos hijos, somos herederos de Dios y coherederos con Cristo. Y Pedro en 1 Pedro 1:3-5 describe esa herencia y afirma que es incorruptible, inmarcesible e incontaminada. Una herencia que ya está asegurada y reservada para nosotros porque no la hemos ganado con nuestro esfuerzo, sino que Cristo la ganó con su propia sangre. Y esta seguridad de esa herencia produce en el creyente una paz y un gozo que no puede compararse con lo que el mundo ofrece. Lo único que usted necesita para adquirir esa herencia es ser un hijo o una hija de Dios. Usted no tiene que luchar por esa herencia; usted la adquiere por la adopción. Y esto lo afirma categóricamente el apóstol Pablo en Gálatas 4:4-7, “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo.” Mira lo que dice esta maravillosa palabra: Dios envió a Jesucristo para redimir a los que estábamos bajo la condenación de la ley. Al creer en él y recibirle, envió a nuestros corazones el Espíritu Santo. Fuimos libertados de la esclavitud del pecado y al ser adoptados hijos suyos hemos sido hechos herederos. Mi amado hermano, si eres un hijo de Dios, ya no eres esclavo sino hijo, y si eres hijo, ya eres heredero de Dios por medio de Cristo. ¡Aleluya!
Pero hay un tercer aspecto importante que también recibimos como resultado de su herencia espiritual. Y es que junto con ese Espíritu Santo que viene a morar en nosotros, recibimos la bendición de su poder en nuestras vidas. Jesús mismo habló acerca de esto en Hechos 1:8, “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.” Estas fueron las últimas palabras que Jesús les habló a sus discípulos. Quiere decir que toda persona que viene a Cristo y le recibe, el Espíritu Santo viene a morar a su vida y junto con ese Espíritu es depositado en nosotros el poder que proviene de él. Ahora bien, ¿qué significa ese poder? Porque para algunos por ahí, ese poder es la capacidad de hacer milagros, ejecutar actos sobrenaturales, resucitar a los muertos, caminar sobre las aguas, etc. Y ciertamente Dios tiene la capacidad, con su poder, de hacer todas esas cosas. Pero cuidado; nosotros no somos dueños de ese poder. El poder de Dios no es algo que tú controlas o puedes manejar o desatar a tu antojo. Ese poder reside en Dios y actúa a través de nosotros, según su voluntad y su propósito. No es como algunos enseñan por ahí, diciendo que ese poder tú lo desatas con tu boca o con tu mente. Ese poder fluye a través del creyente y Dios lo deposita en tu vida con el propósito de ayudarte a cumplir con el propósito suyo, para su gloria. Como dijo Jesús, ese poder de su Espíritu tiene el propósito fundamental de capacitarnos para ser sus testigos y proclamar su evangelio a todas las naciones. También ese poder que actúa en nuestras vidas nos ayuda a soportar las pruebas y nos fortalece en nuestras debilidades. En 2 de Corintios 12:9 Dios le dice a Pablo: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo.” O sea que ese poder de Cristo se perfecciona y se manifiesta en nuestras vidas cuando reconocemos nuestra debilidad y dejamos de confiar en nuestras fuerzas. Colosenses 1:11 nos dice que somos “fortalecidos con todo poder, conforme a la potencia de su gloria, para toda paciencia y longanimidad”. Y esa palabra longanimidad significa la fuerza y resistencia que Dios nos da para soportar las aflicciones y tribulaciones.
Como podemos ver, ese poder no es lo que algunos enseñan por ahí. No es poder para ser ricos, o prósperos o para decretar lo que yo deseo. El propósito de ese poder, según Pablo lo afirma en este mismo libro de Efesios 3:16-19, es el ser “fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor, seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios.” Ese poder que actuó en Cristo, resucitándole de los muertos, que es el mismo poder que actúa en nosotros, le dio a él completa autoridad sobre todo principado y potestad. Jesucristo nuestro Señor sometió todas las cosas debajo de sus pies y él ha sido constituido cabeza de su iglesia y cada uno de nosotros somos su cuerpo. Sí, mis amados hermanos, la cabeza y líder de la iglesia no somos los pastores; es Jesucristo. Y todos, empezando por mí, estamos sometidos a Jesucristo y todo lo que hacemos en la iglesia tiene que ir dirigido hacia la exaltación de su gloria, sometidos bajo su señorío y autoridad. Mis amados hermanos, si la iglesia no busca la gloria de Cristo y aparta su mirada de él y la coloca sobre cualquier otra cosa, pierde su autoridad y respaldo.
Me gusta mucho lo que afirmó el pastor Martin Lloyd Jones: “Somos un pueblo para posesión especial de Dios. ¿Y por qué él nos llamó de las tinieblas a su luz admirable? Sin duda es para que manifestemos sus alabanzas, sus excelencias, sus virtudes. Y por lo tanto, debemos estar preocupados por este asunto principalmente, por el nombre, la gloria, y el honor de Dios mismo.”
Es bien triste ver hoy día iglesias que han olvidado este principio. Y muchas funcionan así mismo como lo describe el pastor Lloyd Jones. Pero hay otro mal que vemos en la iglesia de hoy, y son los pastores y líderes que se han llenado de arrogancia y se creen dueños de las iglesias y de las personas que asisten a ellas. Algunos han adoptado títulos de grandeza y son tenidos como estrellas e individuos súper ungidos que reciben la pleitesía y la adulación de los demás. Tristemente hay iglesias que hasta le tienen un trono especial a pastor o al que se identifica como apóstol. Oh, mis amados hermanos, si ha de haber un trono en la iglesia, ese trono le corresponde únicamente a Jesucristo y nadie más tiene el derecho de sentarse en él. Esto que voy a decir puede sonar fuerte, pero si usted va a una iglesia con esas características, no está en una verdadera iglesia cristiana sino en una sinagoga de Satanás. Porque la verdadera iglesia de Cristo es aquella que le exalta y glorifica a él. Y lo hace obedeciendo su Palabra y poniendo en práctica sus principios. Y sus ministros son reconocidos porque son servidores de los demás y no buscan el ellos ser servidos.
Mis amados hermanos, para concluir este mensaje, repetiré las tres cosas por las que Pablo oraba por esos hermanos de Éfeso: Primero, oraba para que los ojos espirituales de ellos fueran alumbrados y pudieran conocer la esperanza a la que él nos ha llamado. Para que conocieran las riquezas de la herencia que hemos recibido. Y para que conocieran la grandeza del poder de Dios que actúa en la vida del creyente. Mis hermanos, el poder entender estas tres cosas son las que producen un cristiano firme, seguro y estable. Cuando un cristiano tiene clara su posición en Cristo, vive aferrado a esa gloriosa esperanza y tiene su mirada puesta en las riquezas de esa herencia que Dios le ha dado, podrán venir pruebas, tribulaciones y dificultades en su caminar en este mundo, pero nada de eso podrá derribarle porque está firme en la esperanza, conoce las riquezas eternas de su herencia y depende del poder de Dios y no de sus propias fuerzas. Y eso le lleva a confiar plenamente en Jesucristo porque sabe que él ha vencido y está “sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra”.
Sí, mis amados hermanos. El Cristo al cual nosotros servimos ya derrotó a Satanás y se le ha dado autoridad sobre todo principado, poder y señorío. Si hemos entendido esto podemos declarar como lo hizo David en el Salmo 27: “Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré? Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme? Cuando se juntaron contra mí los malignos, mis angustiadores y mis enemigos, para comer mis carnes, ellos tropezaron y cayeron. Aunque un ejército acampe contra mí, no temerá mi corazón; aunque contra mí se levante guerra, yo estaré confiado.” Te pregunto: ¿has entendido esto, mi hermano y hermana? ¿Has recibido esa revelación y esa sabiduría de Dios para asimilar estas verdades? Si habiéndole entregado tu vida a Cristo todavía tu corazón está lleno de dudas, de temores, de incertidumbre y las dificultades de este mundo te derriban, es una señal clara de que necesitas orar para que tu vida sea llena de esa sabiduría espiritual y esa revelación porque eso es lo que fortalecerá tu fe.
Pero tal vez haya aquí alguna persona que todavía no tiene una relación personal con Dios. Si todavía no has rendido tu vida a Cristo y no te has convertido a él será imposible para ti recibir todas estas bendiciones que solo son para los que están en Cristo. Y no es lo mismo creer en Cristo que tener una relación personal con él. Si aun no has venido a los pies de Jesús tu vida está vacía y sin sentido. Hoy te hago un llamado para que vengas a él. Jesús dijo en Mateo 11:28, “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga.”
Cántico: Jesucristo basta