El Que Limpia a los Leprosos
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Introducción
Introducción
Si algo nos ha enseñado la pandemia es es el cuidado que debemos tener con lo que no se puede ver a simple vista.
Los virus y las bacterias no se pueden mirar pero cuando entran al cuerpo pueden hasta quitar la vida.
Por un tiempo usamos tapabocas, gel antibacterial, y entramos en una rutina de desinfectar las superficies de las mesas, sillas, y la manilla/ja de la puerta.
Ahora imaginemos la preocupación de la gente en el mundo antiguo que no tenía conocimiento acerca de los microorganismos que producen toda clase de enfermedad.
Los antiguos sabían que la gente se enfermaba.
Podían observar que varios enfermaban cuando vivían bajo el mismo techo o trabajan en el mismo lugar.
No podían comprender la razón por los contagios. Muchos atribuían los contagios a un juicio de parte de los dioses.
Algunas de estas enfermedades llegaban a curarse con el tiempo.
Los anticuerpos del ser humano combatían la enfermedad y se recuperaban.
Pero, en otros casos había que tomar pasos drásticos para evitar el contagio masivo en una comunidad.
De hecho, en la Biblia encontramos detalles acerca de una clase de enfermedad que era muy temida por los antiguos - la lepra.
El capítulo 13 de Levítico nos habla de las “leyes acerca de la lepra”.
Los síntomas:
«Cuando alguien tenga en la piel de su cuerpo hinchazón, o erupción, o mancha blanca lustrosa, y se convierta en infección de lepra en la piel de su cuerpo, será traído al sacerdote Aarón o a uno de sus hijos, los sacerdotes.
Hay un poco de debate si lo que la Biblia describe se refiere a la enfermedad de Hansen.
Esta enfermedad ataca la piel, los nervios, los ojos, y la nariz. Esta bacteria hace que uno pierda la sensibilidad en las extremidades de tal manera que la gente puede golpearse/lastimarse/quemarse y no siente dolor alguno.
La gente no muere por la lepra sino por las infecciones a causa de las heridas abiertas.
Puede también referirse a otras enfermedades como varicela, o sarampión.
El proceso de diagnostico:
»Entonces el sacerdote lo examinará; y si la hinchazón de la infección es blanca rojiza en la calva de la cabeza o en la calva de la frente, como la apariencia de la lepra en la piel del cuerpo,
es un leproso, es inmundo. El sacerdote ciertamente lo declarará inmundo; su infección está en su cabeza.
En todo el capítulo se describen los diferentes síntomas que una persona podría tener.
Se habla de heridas, manchas blancas, lunares, perdida de cabello, etc.
El enfermo debía ir al sacerdote para ser examinado.
El sacerdote debía examinarlo y confirmar si en efecto era lepra o alguna otra enfermedad.
El resultado:
»En cuanto al leproso que tenga la infección, sus vestidos estarán rasgados, el cabello de su cabeza estará descubierto, se cubrirá el bozo y gritará: “¡Inmundo, inmundo!”
»Permanecerá inmundo todos los días que tenga la infección; es inmundo. Vivirá solo; su morada estará fuera del campamento.
Esta es una de las razones por las cuales las enfermedades de piel eran muy temidas.
El leproso debía ser desterrado del pueblo / sacado de la comunidad.
Por el resto de su vida tendría que gritar que era inmundo para que la gente pudiera evitar pasar cerca de ellos.
Esta fue la experiencia del rey Uzías que fue herido por lepra por Dios a causa de su rebelión.
El rey Uzías quedó leproso hasta el día de su muerte, y habitó en una casa separada, ya que era leproso, porque fue excluido de la casa del Señor. Y su hijo Jotam estaba al frente de la casa del rey gobernando al pueblo de la tierra.
Aunque Uzías era el rey de Judá, él tuvo que vivir separado de su familia y de su pueblo.
Uzías fue uno de estos inmundos, intocables, destinados a estar alejado no solo de su pueblo sino aún de la casa de Dios.
Así que habiendo visto como la Biblia habla acerca de la lepra, veamos ahora nuestro pasaje. Hoy veremos:
La petición del necesitado
El toque de Jesús
La prueba de sanidad
I. La petición del necesitado
I. La petición del necesitado
Marcos inicia este pasaje presentando al hombre necesitado - un leproso.
Un leproso vino* rogando a Jesús, y arrodillándose, le dijo: «Si quieres, puedes limpiarme»
Marcos lo identifica como un leproso.
Este hombre en algún momento de su vida había notado algo raro en su piel.
En el momento que miró la herida abierta, o el lunar, o la zona calva, seguramente muchas cosas pasaron por su cabeza.
Seguro que este hombre fue al sacerdote para ser examinado y escuchó la declaración de que en efecto era un hombre leproso.
A partir de ese momento este hombre estaría vagando por las afueras de la ciudad gritando “inmundo, inmundo”.
Este hombre estaría viviendo alejado de su familia, de su comunidad, y sobre todo de la casa de Dios (el templo de Jerusalén).
Pues vemos a este hombre tan necesitado llegar a Jesús y se arrodilla delante de él.
Notemos que se pone en una posición de humillación.
No viene como quien demanda / exige una respuesta.
Viene como un mendigo rogando ser escuchado.
Viene como un hombre indefenso y sin poder ayudarse a sí mismo - ante aquel que ha estado por la región de Galilea sanando enfermos y expulsando demonios.
Es posible que la fama de Jesús haya llegado a sus oídos…y ahora ha venido para confirmar por él mismo quien es Jesús.
Notemos lo que le dice a Jesús:
Un leproso vino* rogando a Jesús, y arrodillándose, le dijo: «Si quieres, puedes limpiarme»
Si quieres, puedes limpiarme.
No le dice, si puedes - puedes limpiarme.
Esto sería dudar de la habilidad de Jesús de poder restaurar su salud.
El hombre no está buscando confirmar si Jesús tiene el poder o no para hacerlo.
El hombre le dice, si quieres - puedes limpiarme.
El hombre tiene convicción de que Jesús tiene el poder para hacerlo.
El hombre sabe que Jesús tiene autoridad para efectuar la sanidad.
Por tanto, le dice - si quieres, puedes limpiarme.
Notemos como el hombre confía absolutamente en el poder de Jesús para sanarlo.
Pero, también confía plenamente en la voluntad de Jesús, que si Jesús quiere hacerlo, entonces lo hará.
Sabe que Jesús tiene todo el poder para hacer el milagro - y ahora descansa completamente sobre la voluntad de Jesús para hacerlo.
No tiene duda alguna en que si Jesús tiene o no el poder para hacerlo.
Esta es la actitud con la cual viene el hombre necesitado ante Dios.
El hombre no viene demandando, exigiendo, reclamando algo como si lo mereciera.
El hombre no viene con un pequeño problema ante Dios que solo necesita una ayudadita de parte del Todopoderoso.
El hombre viene como un leproso.
Recordemos que la lepra en la Biblia se utiliza para mostrar lo horrible que es el pecado.
La lepra ayuda a entender lo terrible que es el pecado porque destruye la vida, deforma la apariencia, nos aleja de lo que es santo y santo.
La lepra es incurable, tal como es el mal del pecado.
La lepra lleva a la muerte y no tiene solución. Lo mismo es con el pecado.
El hombre viene desesperado, sin ningún otro recurso, reconociendo su extrema necesidad de Dios.
El hombre viene reconociendo su terrible situación / condición ante Dios.
El hombre viene rogando a Dios que si él quiere él puede hacer en nosotros la obra.
Venimos rogando ante el rey de la creación para que tenga piedad de nosotros.
¿Cómo responderá el maestro Jesús?
II. El toque de Jesús
II. El toque de Jesús
Veamos lo que hace Jesús:
Movido a compasión, extendiendo Jesús la mano, lo tocó y le dijo*: «Quiero; sé limpio».
Jesús fue movido a compasión.
Tuvo misericordia de este pobre hombre.
Pudo ver su extrema necesidad.
El hombre había estado solo por mucho tiempo.
El hombre ahuyentaba a la gente que se le acercaba - declarándose a si mismo como inmundo.
Y ahora Jesús lo mira con ojos de compasión y misericordia.
Luego vemos a Jesús extender su mano.
Jesús extiende su mano para demostrar su compasión.
La compasión de Jesús no son palabras huecas.
La compasión de Jesús no es mero sentimentalismo.
La compasión de Jesús se muestra mediante sus acciones.
¿Pero qué está haciendo Jesús?
Se supone que es un hombre leproso.
El hombre es inmundo.
Nadie debe tocar al leproso.
El que toca un leproso viene a compartir su inmundicia.
Jesús mismo estaría arriesgando en caer en un estado de impureza ritual y el contagio de la misma enfermedad.
Pero Jesús no teme.
Jesús muestra compasión al tocar al hombre con su mano.
El hombre no había sentido el tacto físico de nadie en tanto tiempo.
El hombre solo conocía las miradas que intentaban evidarlo.
El hombre solo escuchaba la murmuración de la gente al alejarse de él, quizá sintiendo asco por su apariencia.
El hombre desde mucho tiempo no había sentido un apretón de manos, una caricia, el toque humano.
Pero, ahora el Dios-hombre, el Dios encarnado, el Hijo de Dios, extiende su mano y lo toca.
Lo glorioso de esto es que al extender su mano, ¿qué es lo que sucede? Un milagro.
Movido a compasión, extendiendo Jesús la mano, lo tocó y le dijo*: «Quiero; sé limpio».
Al instante la lepra lo dejó y quedó limpio.
Jesús lo declara limpio.
Tan poderosa fue la palabra de autoridad de Jesús que la lepra tuvo que huir de su cuerpo.
La Biblia nos dice que “al instante” la lepra lo dejó.
La enfermedad fue expulsada por la orden del Mesías.
Lejos de que Jesús quedará inmundo o que se contagiara con la lepra - el hombre fue sano completamente.
Dios hizo el milagro y restauró la salud del hombre.
La piel del hombre regresó a su estado original - tan sana y tersa como antes.
¿Pero, cómo podremos comprobar que el hombre en verdad había sido sanado?
III. La prueba de sanidad
III. La prueba de sanidad
Jesús ordena al hombre a cumplir con la ley de Moisés:
«Mira», le dijo*, «no digas nada a nadie, sino ve, muéstrate al sacerdote y ofrece por tu limpieza lo que Moisés ordenó, para testimonio a ellos».
Levítico 14:1-32 habla acerca del ritual de purificación que debería practicarse si alguien había sido curado de su enfermedad de piel.
Este ritual consistía en un examen para confirmar que la persona había sido sanada.
Luego se tomarían dos palomas.
Una paloma sería sacrificada y su sangre puesta en una vasija de barro con agua.
La otra paloma sería mojada con la sangre (del ave sacrificada) para luego ser liberada en el campo abierto.
De igual manera el que había estado enfermo era rociado siete veces con la sangre de la paloma sacrificada.
Si los sacrificios del Antiguo Testamento apuntan hacía Cristo creo que podemos entender la imagen.
Este sacrificio nos quiere enseñar como el ave viva es dejada libre a causa de la sangre del ave sacrificada.
¿Dónde hemos visto esto?
Es lo que sucede con el hombre pecador.
Nosotros somos liberados, librados de la muerte, de la condenación, de la esclavitud al pecado - mediante la muerte de Cristo Jesús.
Nuestro rescate, nuestra liberación, nuestra salvación es a causa de la sangre derramada de Jesús de Nazaret.
Así que Jesús ordena al hombre a cumplir con el ritual de purificación por dos razones:
Para cumplir con la ley de Moisés.
Para que no hubiese duda que este hombre en verdad había sido sanado.
Conclusión
Conclusión
El final de esta historia toma un giro inesperado:
Entonces Jesús lo despidió enseguida amonestándole severamente:
«Mira», le dijo*, «no digas nada a nadie, sino ve, muéstrate al sacerdote y ofrece por tu limpieza lo que Moisés ordenó, para testimonio a ellos».
Ordena al hombre no decir nada a nadie.
Es lo mismo que vimos hace poco.
Jesús lo reprendió, diciendo: «¡Cállate, y sal de él!».
Y sanó a muchos que estaban enfermos de diversas enfermedades, y expulsó muchos demonios; y no dejaba hablar a los demonios, porque ellos sabían quién era Él.
No quería que este hombre publicara lo que había sucedido.
Esto llamaría atención a la gente y seguiría extendiendo la fama de Jesús como el hacedor de milagros.
Aunque esto pareciera bueno - reconocemos que hubiera sido un obstáculo en su ministerio.
La gente seguiría buscando a Jesús solo por sus milagros, por sus sanidades.
Pero Jesús sabía que él había venido con una misión singular - predicar el evangelio de Dios.
Sabía que habían muchos que debían ser salvados mediante su muerte en la cruz.
Por tanto, había que mantener su identidad secreta por un poco de tiempo más; hasta que se cumpliera el tiempo de Dios para mostrar a todos los hombres al salvador del mundo mediante su muerte en la cruz.
Conclusión
Conclusión
Pero, ahora no hay porque callar.
Es tiempo de compartir el evangelio.
Es tiempo de predicar las buenas nuevas.
Pero veamos quienes son los que serán salvos:
El hombre que recibe la salvación es aquel en quien Dios ha estado obrando, humillando, derribando sus ídolos de orgullo y vanagloria.
El hombre que recibe la luz de evangelio es aquel que ya no puede más, que reconoce su miseria e incapacidad de salvarse a si mismo.
El hombre que recibe la salvación es aquel que reconoce que es inmundo ante la presencia de Dios (a causa de todos sus pecados) y suplica a Jesús - si quieres, puedes limpiarme.
Quiera Dios hacer su obra de salvación en muchos y comience su obra en cada uno para reconocer que no somos más que leprosos miserables necesitados del toque divino que nos limpiará, nos sanará, nos salvará.
Quiera Dios que podamos escuchar de parte de Jesús: Quiero, sé limpio.