Sermón sin título
puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. (12:2)
En las carreras, como en la mayoría de deportes, es muy importante adónde estamos mirando. Nada le sacará a usted tan fácil de su carrera o aminorar su paso como mirarse los pies, mirar al corredor que viene de atrás o a la multitud en las tribunas. La carrera cristiana es muy semejante.
Algunos cristianos están preocupados consigo mismos. Tal vez no sean egoístas o egocéntricos, pero le prestan demasiada atención a lo que están haciendo, a la mecánica de la carrera. Hay un lugar para preocuparse por ello, pero si le prestamos mucha atención a lo que estamos haciendo, nunca correremos bien para el Señor. A veces nos preocupa lo que otros cristianos piensen o hagan, especialmente en relación con nosotros. La preocupación por los demás también tiene su lugar. No pasamos por alto a nuestros hermanos en Cristo o lo que piensan de nosotros. Lo que piensan de nosotros, incluyendo las críticas, puede resultarnos útil. Pero si nos enfocamos en los demás, vamos a tropezar. Ni siquiera debemos enfocarnos en el Espíritu Santo. Debemos estar llenos del Espíritu, y cuando lo estemos, nuestro enfoque estará en Jesucristo, porque es ahí donde está el enfoque del Espíritu (Jn. 16:14).
No es que nos esforcemos por no mirar esto o aquello, u otras cosas que puedan distraernos. Si nuestro enfoque está en Jesucristo, veremos todo lo demás en su perspectiva correcta. Cuando nuestros ojos están en el Señor, el Espíritu Santo tiene la oportunidad perfecta para usarnos, para mantenernos en la carrera y hacernos ganadores.
Debemos enfocarnos en Jesús porque Él es el autor y consumador de la fe. Es el ejemplo supremo de nuestra fe.
En 2:10 a Jesús se le llama el autor de la salvación. Aquí es el autor (archēgos) de la fe. Es el pionero y originador, quien comienza y lidera. Jesús es el autor, el originador, de toda la fe. Él originó la fe de Abel, de Enoc, de Noé, de Abraham, de David, de Pablo y la nuestra. El enfoque de la fe también es quien la origina. Pablo lo explica: “Nuestros padres… todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo” (1 Co. 10:1, 3–4). Miqueas había predicado la misma verdad cientos de años antes de Pablo. “Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad” (Mi. 5:2).
Pero creo que el significado principal de archēgos aquí es el de líder o ejemplo principal. Jesucristo es nuestro ejemplo preminente de fe. “Fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (He. 4:15). Jesús vivió la vida de fe suprema. Cuando el diablo le tentó en el desierto, cada una de las respuestas de Jesús fue una expresión de confianza en su Padre y su Palabra. Él no iba a pasar por alto la voluntad de Dios solo para obtener comida o para probar el señorío o protección del Padre (Mt. 4:1–10). Iba a esperar hasta que el Padre supliera, le protegiera o le dirigiera. Cuando la tentación terminó, su Padre le proveyó enviándole ángeles que le sirvieran. Confió en su Padre implícitamente, por todo y en todo. “No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre” (Jn. 5:30).
En el huerto de Getsemaní, justo antes del arresto, juicio y crucifixión, Jesús dijo al Padre: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mt. 26:39). Cualquiera que fuera la probabilidad de dificultad o sufrimiento, Él confiaba en su Padre. La voluntad del Padre era para lo cual Él vivía y por lo que moriría. Fue lo único que Jesús consideró. La fe de todos los héroes juntos del capítulo 11 no podía igualarse a la del Hijo de Dios. Ellos fueron testimonios y ejemplos maravillosos de fe, pero Jesús es un ejemplo aun más maravilloso. La fe de aquellos fue verdadera y aceptable a Dios; la de Él era perfecta e incluso más aceptable. De hecho, sin la fidelidad de Jesús, la fe de ninguno contaría para nada. Porque si la fe perfecta de Jesús no le hubiera llevado a la cruz, nuestra fe sería en vano, pues no habría entonces sacrificio por nuestros pecados ni justicia que contara a nuestro crédito.
Además de que Jesús es el autor de la fe, también es su consumador (teleiōtēs) el que la completa. Continuó confiando en su Padre hasta que pudo decir: “Consumado es” (Jn. 19:30). Estas palabras, junto con “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc. 23:46), fueron las últimas de Jesús antes de morir. Terminó su obra no solamente en el sentido de completarla, sino de hacerla perfecta. Si un compositor muere mientras escribe una obra maestra, su trabajo se acaba pero su obra no se finaliza. En la cruz, la obra de Jesús quedó consumada: se hizo perfecta. Su obra logró exactamente lo que debía lograr porque, desde el nacimiento hasta la muerte, entregó toda su vida en las manos de su Padre. Nadie ha caminado nunca en la fe como Jesús.
El mundo siempre se ha burlado de la fe, igual que se burlaron de la fe de Jesús. “Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios” (Mt. 27:43). Pero en la fe, Jesús sufrió la cruz, menospreciando el oprobio. ¿Por qué no debemos confiar también en Dios para todo, si no hemos comenzado a sufrir lo que Cristo sufrió? “Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado” (He. 12:4). Jesús nos ha dejado tan alto ejemplo de fe que es en este que debemos poner nuestros ojos en tanto que vivamos. Es bueno observar los ejemplos de la nube de testigos del Antiguo Testamento, pero es imperativo que fijemos nuestros ojos en Jesús (cp. 2 Co. 3:18).
2. La clave del éxito en la carrera, 12:2, no podría ser más clara.
a. La atención necesaria en Jesús, y no en los héroes de la fe del capítulo once. Solo en El se ejemplificó plenamente la vida de fe. Otros triunfaron en algunas áreas de su vida, pero no en todas. El verbo que se traduce “puestos los ojos”, implica además apartar la mirada de todo lo demás que podría distraernos o desanimarnos. Notemos el nombre que se le da: Jesús, y no Cristo o Señor. Así se da énfasis a su humanidad y humillación. Este nombre se relaciona en especial con su vida sobre la tierra, su experiencia como hombre sirviendo a Dios en un mundo hostil. Como hombre, como nuestro representante, Jesús demostró a la perfección el poder y el principio de la fe.
Si nuestros ojos estuvieran puestos en otros, o peor aún en nosotros mismos, habría sobrados motivos para desalentarnos; pero es en el Señor que tenemos que fijar nuestra atención. El es, según se nos revela aquí:
b. El autor y consumador de la fe, es decir quien da el primer impulso a nuestra fe y la lleva a la madurez final, a su forma completa. “Autor” es la palabra que se emplea también en He. 2:10 donde implica el que va adelante abriendo el camino.
Podemos por tanto afirmar confiadamente: “Yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2 Ti. 1:12), o bien “El que comenzó en vosotros la buena obra [autor], la perfeccionará hasta el día de Jesucristo [consumador]” (Fil. 1:6).
c. La actitud transformadora, “por el gozo puesto delante de El … menospreciando el oprobio.” ¿Cuál era ese gozo? Aquel que había dicho “Vengo para hacer tu voluntad” (He. 10:7), anticipaba gozosamente el momento cuando la completaría y podría decir “consumado es”. Era el gozo de pensar en todos aquellos hijos que podría llevar a la gloria mediante la obra de la cruz (He. 2:10). Era el gozo de anticipar aquel día cuando sería coronado con gloria y honor. Más aún, gozarse de antemano en el momento cuando se reuniría de nuevo con su Padre en los cielos. Jesús estaba mirando no lo temporal sino lo eterno. Las aflicciones que soportaría y sobrellevaría durarían sólo un instante, y serían superadas por el fruto espiritual.
“Sufrió la cruz”. No la despreció ni la menospreció, pues era el propósito de su vida terrenal. En cambio menospreció el oprobio. No es que no haya sentido oprobio, ignominia, y vergüenza, sino que menospreció eso porque, comparado con el gozo propuesto, no era nada.
d. La autoridad reconocida, “se sentó a la diestra del trono de Dios”. Esto no podía decirse de ningún otro héroe de la fe. Se sentó allí para disfrutar de la gloria que ahora es suya. También el final de nuestra carrera será en la gloria de las alturas. La fe nunca deja de ser recompensada.
2. Fijemos los ojos en Jesús, el autor y perfeccionador de nuestra fe, quién por el gozo puesto delante de él soportó la cruz, menospreciando su vergüenza, y se sentó a la diestra del trono de Dios.
El énfasis principal de este versículo está en la cláusula inicial. Todas las otras cláusulas describen a Jesús en cuanto a su obra, resistencia y posición.427 Nótese que el escritor introduce el nombre Jesús para que los lectores se concentren en su vida terrenal.
a. “Fijemos los ojos en Jesús”. Inmediatamente viene a mi mente el estribillo del himno de invitación compuesto por Helen H. Lemmel:
Volved vuestros ojos a Jesús,
Poneos su rostro maravilloso a contemplar;
Y las cosas de la tierra parecerán palidecer
Ante la gloria y gracia de su luz.
Al igual que los contendientes en una carrera, nosotros no tenemos tiempo de mirar a nuestro alrededor. Debemos mantener nuestros ojos enfocados en Jesús y debemos hacerlo sin distracción. El escritor de Hebreos no pone el nombre de Jesús entre los de los héroes de la fe; le otorga un reconocimiento especial, ya que lo llama “el autor y perfeccionador de nuestra fe”. Jesús es “el autor de [nuestra] salvación” (2:10), es el que ha entrado al santuario celestial como precursor (6:19–20) y ha abierto “un camino nuevo y vivo” para nosotros que nos lleva a este santuario (10:20).428 El es el Principio y el Fin, el Alfa y la Omega (Ap. 1:17; 21:6; 22:13). Y aquel a quien Dios perfeccionó mediante el sufrimiento (Heb. 2:10) perfecciona a sus hermanos y hermanas que han puesto su confianza en él. Como originador y perfeccionador de nuestra fe, Jesús ha puesto sus fundamentos en nuestros corazones y a su debido tiempo llevará la fe a su consumación. El puede hacer esto porque está capacitado para hacerlo, y lo hará porque es nuestro hermano (Heb. 2:11–12). En forma similar, Pablo alienta a los filipenses diciéndoles que Dios, “que comenzó una buena obra en vosotros, la llevará a su consumación hasta el día de Cristo Jesús” (1:6). Por lo tanto “fijemos los ojos en Jesús”.
b. “El gozo puesto delante de él”. ¿Cómo hemos de interpretar la palabra gozo? ¿Quiere el escritor decir que Jesús cambia el gozo celestial por el dolor terrenal? ¿O quiere decir que a causa del gozo que esperaba a Jesús después de su muerte, Cristo estuvo dispuesto “a sufrir la cruz”? Algunos eruditos piensan que Jesús eligió la muerte en la cruz en vez del gozo de la biena venturanza celestial de que disfrutaba en la presencia de Dios (2 Co. 8:9; Fil. 2:6–7). Los tales tienen la opinión que esto es lo que el escritor quiere decir.429 Otros expertos discrepan con esto. Creen que la intención es la de trasmitir el siguiente mensaje: Para obtener el gozo que Dios planeó para él, Jesús obedientemente sufrió la agonía de la muerte.430
La evidencia parece favorecer la segunda interpretación. El contexto en general, y la frase puesto delante de él en particular, sustentan este enfoque. Vale decir que Dios le fijó a Jesús el camino del sufrimiento (Is. 53:4–6) y más tarde le llenó de gozó (Sal. 16:11; Hch. 2:28). La cláusula “por el gozo puesto delante de él” parece apuntar al futuro. La misma tiene que ver con la exaltación de Jesús al ser glorificado después de su muerte en la cruz.
c. “Soportó la cruz”. En esta epístola el escritor rara vez habla directamente de la vida terrenal de Jesús. De hecho, esta es la única ocasión en que él menciona la palabra cruz. Ese término, junto con el verbo soportó, refleja todo el relato de la pasión del juicio de Jesús y de su muerte. Jesús estuvo solo durante su juicio ante el sumo sacerdote y ante Poncio Pilato. Jesús sufrió la agonía de Getsemaní solo. Y solo soportó la ira de Dios en el Calvario. En su sufrimiento Jesús demostró visiblemente su fe en Dios. El soportó obedientemente la angustia de la muerte en la cruz.
d. “Menospreciando su vergüenza”. Los judíos que demandaron la crucifixión de Jesús querían ponerle bajo la maldición de Dios. Sabían que Dios había dicho: “Cualquiera que es colgado de un árbol está bajo [mi] maldición” (Dt. 21:23; véase también Gá. 3:13). Ellos querían que Jesús experimentase la máxima vergüenza. El tomó sobre sí la maldición para liberar a su pueblo y para experimentar con ellos el gozo que Dios había puesto delante de él. Por cierto, el autor y perfeccionador de nuestra fe triunfó cuando se sentó a la diestra de Dios.
e. “Y se sentó”. Con unos pocos rasgos de su pluma, el escritor proporciona un relato de la vida, muerte, resurrección y ascensión de Jesús. El punto culminante es, por supuesto, el entronamiento de Jesús a la diestra de Dios. Ese lugar de honor le pertenece a él y será suyo por toda la eternidad. El escritor cita una y otra vez el Salmo 110:1 o hace referencias al mismo: “Siéntate a mi diestra hasta que haya hecho de tus enemigos tarima para tus pies” (1:13). El desarrolla una clara progresión de pensamiento.431 Nótense los siguientes versículos:
1:13 “El se sentó a la diestra de la Majestad en el cielo”
8:1 “Se sentó a la diestra del trono de la Majestad en el cielo”
10:12 “Se sentó a la diestra de Dios”
12:2 “Se sentó a la diestra del trono de Dios”
Jesús completó su tarea en la tierra, asumió su lugar en el cielo, y ahora le asegura al creyente la ayuda divina en la carrera que le está señalada a este último.