LOS HIJOS DE DIOS NO PRACTICAN EL PECADO (parte 1)

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1 JUAN 3:1-12

Mirad cuán gran amor nos ha otorgado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; y eso somos. Por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él.
2 Amados, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que habremos de ser. Pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él porque le veremos como El es.
3 Y todo el que tiene esta esperanza puesta en Él, se purifica, así como Él es puro.
4 Todo el que practica el pecado, practica también la infracción de la ley, pues el pecado es infracción de la ley.
5 Y vosotros sabéis que Él se manifestó a fin de quitar los pecados, y en Él no hay pecado.
6 Todo el que permanece en Él, no peca; todo el que peca, ni le ha visto ni le ha conocido.
7 Hijos míos, que nadie os engañe; el que practica la justicia es justo, así como Él es justo.
8 El que practica el pecado es del diablo, porque el diablo ha pecado desde el principio. El Hijo de Dios se manifestó con este propósito: para destruir las obras del diablo.
9 Ninguno que es nacido de Dios practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.
10 En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo aquel que no practica la justicia, no es de Dios; tampoco aquel que no ama a su hermano.
11 Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos unos a otros;
12 no como Caín que era del maligno, y mató a su hermano. ¿Y por qué causa lo mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas.
INTRODUCCIÓN
La auto proclamación es algo que caracteriza el estilo de vida de esta generación. Las redes sociales y la democratización de los medios de comunicación han permitido que muchos creen una vida ficticia en las redes. Basta con poner unas cuantas imágenes que se vean profesionales y editar un par de videos para convertirse en un experto o gurú en cualquier área y ganar la admiración de ciento y hasta miles de personas. Es impresionante la cantidad de personas que hoy venden sus cursos, sus conocimientos, sus estrategias cuales verdaderos maestros y es que para ser un verdadero maestro parece que lo único que hace falta es creérselo y auto proclamarse. Lo mismo sucede en la iglesia, cualquiera que se memorice 3 versículos bíblicos y se autoproclame cristiano en inmediatamente considerado un verdadero cristiano. Quien se atreva a sospechar de alguien que diciendo ser cristiano pero no lo demuestra con sus obras rápidamente es acusado de suspicaz e intolerable. Entonces, lo que tenemos como resultado es una comunidad de personas que se reúnen para canta y confesar sus doctrinas maravillosa pero sin ningún poder real. El supereminente poder que levanto a Cristo de lo muerto y que ahora opera en el creyente en realidad es pura "labia barata” porque a decir verdad la vida de aquellos que dice ser cristiano no se diferencia en nada del mundo.
La porción de la carta de Juan que estaremos estudiando nos habla de los beneficios del creyente, cual es su esperanza y como luce su vida. En contraste no explica como la practica del pecado caracteriza la vida del quien no ha visto ni conocido a Dios.
I. El amor del Padre para con sus Hijo
Mirad cuán gran amor nos ha otorgado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; y eso somos. Por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a Él.
El apóstol Juan le ordena a los creyentes que presten atención (Mirad) a lo que el Padre les ha otorgado. Esto es de sumo valor para él, no quiere que los creyentes posean una apreciación descuidada y superficial de este asunto sino que concentren sus sentidos en aquello que nos ha otorgado el Padre. Observe como el apóstol usa el termino otorgado (perfecto), indica que la concesión ha tenido lugar en algún momento del pasado. Entonces, lo que deben observar atentamente no es aquello que el Padre les está otorgando (como si se tratará de una retribución inmediata), ni que les otorgará (como si fuera una recompensa futura), sino aquello que ya ha sido otorgado de manera libre e incondicional.
Y aquello que el Padre les ha otorgado no es otra cosa que amor. Juan es cuidadoso al indicar cual es la clase de dicho amor. El usa la expresión “...cuán gran amor nos ha otorgado el Padre” aunque el término “gran amor” parece indicarnos cantidad en realidad nos habla de clase. Para Juan este amor que el Padre libre e incondicionalmente ha otorgado a los creyentes es una clase especial de amor, su amor divino (agape). Esto es perfectamente consistente con la revelación bíblica. Dios ha dejado claro que su amor hacia su pueblo siempre ha sido electivo e incondicional: “El Señor no puso su amor en vosotros ni os escogió por ser vosotros más numerosos que otro pueblo, pues erais el más pequeño de todos los pueblos; mas porque el Señor os amó y guardó el juramento que hizo a vuestros padres...” Dt 7:7–8. Así, los salmistas celebraban la grandeza de su bondad (Sal. 31:19); cantaban de su amor eterno (Sal. 89:1-2) y se refugiaban bajo las sobras de sus alas (Sal. 36:7-9).
En el NT vemos que la cumbre de ese amor consistió en que Dios no refrenara a su Hijo sino que lo diera voluntariamente (Rom. 8:32) con el propósito de salvar a un mundo pecador (Jn. 3:16). Pablo dijo: “Pero Dios demuestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro 5:8). Para Pablo, Dios “es rico en misericordia, por causa del gran amor con que nos amó” porque “cuando estábamos “muertos en nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo” Ef 2:4–5. Incluso, Pablo insta a los creyentes a que comprendan la anchura, la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo que sobrepasa el conocimiento (Ef. 3:18-19). La Biblia es bastante explicita al indicarnos que, Dios siempre ha tomado la iniciativa de amar y parte de la belleza de ese amor radica en quienes son su objeto receptor, a saber, los pecadores.
Esta es precisamente la clase de amor que Juan tiene en mente, un amor que se expresa en Cristo. Más adelante en esta misma carta ampliará tema al decir: “En esto se manifestó el amor de Dios en nosotros: en que Dios ha enviado a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados.” 1 Juan 4:9-10.
Ahora bien, lo creyente deben saber que este amor divino no solo es electivo, libre e incondicional, además es un amor con propósito: “Mirad cuán gran amor nos ha otorgado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios”. Esta es la realidad presente de aquellos a quienes el Padre ha amado son llamados hijos de Dios. Note que Juan añade “...y lo somos”. El propósito de este amor no solo es denominativo (nombrarnos hijos) es ontológico (darnos la naturaleza de hijos). Somos Hijos de Dios en todo el sentido de la palabra. Gracias al gran amor de Dios por su pueblo la existencia de quien por naturaleza fuere pecador ahora es la existencia de un hijo de Dios con todos sus beneficios y prerrogativas, como por ej.: el ser herederos (Gál 4:7), herederos de Dios y coherederos con Cristo (Rom. 8:17); “tantas como sea las promesas de Dios, en Él [Cristo] todas son sí” (2 Cor. 1:20); el Espíritu del Hijo mora dentro nuestro (Gál. 4:6); tenemos guía del Espíritu Santo (Rom. 8:14), el cuidado y el amor paternal del Señor Todopoderoso (2 Cor. 6:18) y en la vida venidera la resurrección (Lc 20:36) con su premio máximo que es Dios mismo (Ap 21:2–7).
Es probable, que ha esta altura alguien se pudiera preguntar: Pero sí somos hijos de Dios ¿Por qué el mundo no nos conoce? ¿Por qué más bien nos desprecia, se burla y odia? Juan indica que la razón por la que el mundo no reconoce a los hijos de Dios es porque no le conoció a Él.

II. Una esperanza gloriosa para los hijos de Dios

Con esto en mente y viendo a los creyentes como los objetos del amor inmerecido de Dios, Juan los llama Amados, y les dice: ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que habremos de ser. Aunque ellos gozaban de todas las bondades de ser miembros de la familia de Dios como una realidad presente, aún debían aguardar con gozo la siguiente esperanza escatológica: “...aún no se ha manifestado lo que habremos de ser. Pero sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él porque le veremos como Él es.
Sumado a los beneficios antes mencionados esta es la gloria de todo creyente. Juan está hablándoles de una verdad profundamente cristológica y sosteriológica. Esta es el cumbre de la obra redentora. Juan maravilla a sus lectores al decirles que en el futuro les espera algo glorioso, a saber, ser “...semejantes a Él [Cristo] porque le veremos como Él es”. Los creyentes verán cumplirse los anhelos de Job:
“Y cuando mi piel haya sido destruida, todavía veré a Dios con mis propios ojos. Yo mismo espero verlo; espero ser yo quien lo vea, y no otro. ¡Este anhelo me consume las entrañas!” Job 19:26–27 NVI
y los del salmista;
“En cuanto a mí, en justicia contemplaré tu rostro; al despertar, me saciaré cuando contemple tu imagen”. Sal 17:15.
Vale acotar que pensar que la salvación consiste solo en llevar el alma al cielo es tener una visión defectuosa de la salvación, e incluso perniciosa. Es contrario al pensamiento de Juan y de todo el NT. Note las palabras de Pablo: “Porque a los que de antemano conoció, también los predestinó a ser hechos conforme a la imagen de su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos” (Ro 8:29). A la Iglesia de Colosa les escribió: “Cuando Cristo, nuestra vida, sea manifestado, entonces vosotros también seréis manifestados con Él en gloria.” (Col 3:4). y a los corintos les dijo: “Y tal como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial.” 1 Co 15:49. A los filipenses les mencionó sobre su ansiosa espera por el Salvador, el Señor Jesucristo “...el cual transformará el cuerpo de nuestro estado de humillación en conformidad al cuerpo de su gloria, por el ejercicio del poder que tiene aun para sujetar todas las cosas a sí mismo.” Flp 3:21.
III. La Santificación Como una acción de parte del Hijo de Dios.
Juan nos deja claro que un entendimiento de esta verdad es clave para toda la vida cristiana, modela la vida de creyente que aguarda la segunda venida de Cristo con esperanza. Pero ¿Cómo estas verdades modelan la vida del creyente? Esta es la respuesta del apóstol Juan: Y todo el que tiene esta esperanza puesta en Él, se purifica, así como Él es puro. Juan lo que está diciendo es que todo hijo de Dios que espera la venida del Señor Jesucristo se purifica (santifica) así como él es puro (Santo).
Note la palabra purifica, debemos decir dos cosas al respecto. Primero, Juan no dice que todo el que tiene puesta esta esperanza en él se purificó o purificará sino que se purifica, esto es un acción presente y continua. Segundo, no dice que el desea que todo el tiene esta esperanza puesta en Él se purifique, de hecho, ni siquiera lo ordena sino que usa el verbo como indicativo, para el apóstol la purificación presente y continua del creyente no es una posibilidad sino una realidad ineludible. Todo aquel que es un hijo de Dios se santificará, fin del asunto. Desde el día que el Señor aplica la salvación en un creyente estará en una continua obra de santificación hasta que finalmente en el estado de gloria sea hecho semejante a Cristo.
Para Juan esta obra de purificación tiene como meta y modelo a Cristo mismo, por eso añade: “...así como Él es puro”. Dicho de otro modo, el cristiano cada día se parece más a Cristo y menos a él mismo.
IV. La practica del pecado como una característica del que no le conoce.
En contraste con lo Hijos de Dios que esperan la manifestación de Cristo cooperando con el Espíritu Santo en la obra de santificación, están los que practican el pecado. De estos, Juan comenta: Todo el que practica el pecado, practica también la infracción de la ley, pues el pecado es infracción de la ley. Y vosotros sabéis que Él se manifestó a fin de quitar los pecados, y en Él no hay pecado.
La idea contrastante de Juan es clara, el hijo de Dios no practica el pecado, y el que practica el pecado no es un Hijo de Dios. Esto no es una arbitrariedad sin fundamento, no es la idea de un puritano anciano e intransigente, al contrario, el fundamento de Juan esta en la primera venida de Cristo: “Y vosotros sabéis que Él se manifestó a fin de quitar los pecados, y en Él no hay pecado.”
En efecto, la venida de Cristo tenía el propósito de quitar los pecados. Juan el Bautista dijo: “He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.” Jn 1:29. Y en su primera carta a Timoteo el apóstol menciona: “Palabra fiel y digna de ser aceptada por todos: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, entre los cuales yo soy el primero”1 Ti 1:15.
Pienso que Juan tiene en mente mucho más que el perdón de pecado (1:9). Él se está refiriendo a que Cristo vino para destruir el poder del pecado. El cristianos ya no está bajo la gobernanza del pecado porque en Cristo el salvador calificado no hubo, no hay ni habrá pecado. Esta idea de la doble obra de Cristo contra el pecado es clara en el pensamiento apostólico. Pablo menciona: “quien se dio a sí mismo por nosotros, para redimirnos de toda iniquidad y purificar para si un pueblo para posesión suya, celoso de buenas obras.” Tit 2:14
Por su parte, Pedro dijo: y Él mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz, a fin de que muramos al pecado y vivamos a la justicia, porque por sus heridas fuisteis sanados.” 1 P 2:24.
Dicho de una manera sucinta Juan está diciendo que el creyente verdadero trabaja activamente en su santificación teniendo como meta y modelo ser como Cristo en quien no hay pecado. El Cristiano perdonado y liberado del gobierno del pecado ya no está bajo la hegemonía del pecado. Ahora el vive bajo el reino de la gracia y eso debe ser manifestado en su vida.
William Hendriksem comenta:
Uno de los rasgos distintivos de ser hijo de Dios es ser libre del gobierno del pecado. Si el cristiano viviese una vida de pecado, su reclamo de ser hijo de Dios carecería de significado.
Todo lo que Juan ha dicho hasta ahora lo lleva a una conclusión lógica:  Todo el que permanece en Él, no peca; todo el que peca, ni le ha visto ni le ha conocido. Admitimos que esto es una verdad desequilibrante para muchos lectores. Pero para Juan el que permanece en una comunión intima con Cristo no se caracteriza por tener una vida que practica el pecado, y todo el que peca ni le ha visto ni le ha conocido. Dicho de otra forma: “Si permaneces en Dios no permaneces pecando, si permaneces pecando no permaneces en Dios”.
Para poder comprender esto debemos volver al concepto de pecado que no dio el apóstol. En nuestro tiempo el pecado se define de varias formas como una falta mala pero tolerable, como errores que se cometen, o incluso como defectos humanos. Pero ese no es el concepto que Juan y la Biblia nos da. Para Juan “el pecado es infracción a ley”. El término pecar, que significa “errar el blanco”, indica una falta de conformidad con la ley divina, es una atentado contra la autoridad de Dios y contra lo que ha revelado. Quienes demuestran esta franca hostilidad hacia Dios en realidad no pueden ser Hijos amados de Dios. Al contrario, ni han visto a Dios ni le ha conocido en absoluto.
V. Aplicaciones para la vida
El cristiano debe tener un entendimiento correcto de la obra de la salvación porque esto modelará la forma en que ve y evalúa su vida cristiana. A veces podemos presumir de que conocemos los aspectos más importantes de esta obra, pero en la practica demostramos lo contrario. P.ej. Quienes piensan que la salvación es un pasaje al cielo, no tienen mayor interés en evaluar su vida diaria. La santidad para ellos es irrelevantes pues la salvación es algo que recibiré en el futuro lejano y no está conectada con su presente. De hecho, no tiene manera alguna de saber objetivamente sí son o no salvos, y tendrán que esperar hasta que se mueran para ver si eran o no. Esto deja como resultado un descuido formidable en nuestra vida como diaria con la boca confesamos ser cristianos pero en la practica actuamos como enemigos de la cruz de Cristo.
Hay otros que tiene una idea muy mágica y supersticiosa de la salvación, especialmente de la santidad y relacionan a la santidad con cosas como ayunos, largas oraciones, alguna práctica asceta o hábitos extraños (no usar aviones comerciales, Usar solo ropa exclusiva, etc.). Para ellos en énfasis de la santidad esta en su aspecto negativo, es decir, dejar se hacer cosas. Pero si eso es la santidad, entonces, debemos admitir que los budistas, los mahometanos, y los ascetas modernos tienen algún grado de santidad.
En cambio, aquel que ve la obra de salvación no como un boleto (aunque lo incluye), ni como un riguroso trato al cuerpo (aunque eventualmente se vuelve necesario) sino como lo que es, una obra progresiva que tiene como meta el hacernos parecidos a Cristo, su percepción de la vida es distinta. Esa persona entiende que debe haber evidencias de que el Espíritu Santo está obrando en tal sentido que cada día lo está haciendo más parecido a Jesucristo. Tal cosa, será evidente en todos los aspectos de su vida, matrimonio, familia, trabajo, negocios, en nuestra relación con el mundo, etc. Si no hay santidad no hay salvación.
Las promesas de ser miembros de la familia de Dios son un estímulo para la vida diaria del creyente. Juan dice que el que tiene esta esperanza se purifica. No es que la esperanza lo purifica, sino que él contemplando la belleza de la esperanza (ver y ser como a Aquel que es sin pecado) lleva a cabo una acción consistente, a saber, se purifica. Pablo dijo: y no toquéis lo inmundo, y yo os recibiré. Y yo seré para vosotros padre, y vosotros seréis para mí hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso. Por tanto, amados, teniendo estas promesas, limpiémonos de toda inmundicia de la carne y del espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios. ( 2 Co 6:17–7:1).
Las meditación acerca de las promesas de Dios le hacen un bien incalculable al alma. Lamentablemente, la vida ocupada que la mayoría de las persona llevan no les permite fortalecer su alma con el ejercicio de la meditación. La belleza de la verdades cristiana se hace mayor en su profundidad. Meditar significa llenar la mente con la Palabra de Dios y luego pensar en ello a fin de incorporarlo a la vida diaria.
“todo el que peca ni le ha visto ni le ha conocido.” Esta es una verdad que debe resonar con fuerza en nuestros tiempos, no solamente hemos perdido las verdades centrales del evangelio, sino que además hemos infravalorado sus demandas y su impacto en el creyente. Hoy en día estamos considerando como verdadero cristiano a cualquier que diga que lo es. No importa si su vida no está conforme al evangelio o sí tiene una vida escandalosamente impía siempre y cuando hable bien de Jesús y sea amigable con la gente lo aceptamos como un creyente. Empeñados en una gracia que perdona y tolera hemos negamos su eficacia y pisoteado la obra poderosa del Espíritu Santo. La gracia no es un salvoconducto para que cada vez que pequemos estemos seguro de que se nos perdonará, la gracia debe ser considera como una obra que opera en el hombre interior del creyente y lo equipa para cumplir con las demandas del evangelio y la ley de Dios.
La vida del cristiano no se caracteriza por el pecado, ciertamente, pecará, pero ese no es el curso natural de su vida, la norma no es pecar. Sino vivir en obediencia a la Palabra de Dios.
Neguemonos a aceptar una gracia barata vayamos a nuestra Biblia y observemos cuidadosamente nuestra vida a la luz de ella. La fornicación tan amada por los hombres del mundo y justificada y promovida de muchas maneras en la Biblia es un acto sumamente ofensivo e idólatra. La mentira siendo un motor que impulsa las relaciones en el mundo sigue enviando gente al infierno. Dígame, en que parte de la Biblia se enseña que la avaricia, el amor al dinero, el materialismo, la codicia caracterizan la vida del cristiano. Juan es claro, muy claro al decir que el que practica el pecado no es un hijo de Dios. Si alguno de nosotros dice ser cristiano y es una persona que se caracteriza por practicar el pecado, deje de engañarse y de creerse algo que no es y vuelva al evangelio y acuda a Dios pidiendo perdón y fe.
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