La pureza del corazón

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1 Noviembre 2022 - Todos los Santos (S)

En una visita a las catacumbas de san Sebastián, se nos platicaba como tenían los primeros cristianos un espacio donde se reunían para comer el día del aniversario luctuoso del mártir, esto llamó mi atención, pues me hizo pensar que estas eran las primeras celebraciones de las memorias de los santos, las primeras fiestas patronales. Claro que con el paso del tiempo la cantidad de mártires fue creciendo y no siempre había la posibilidad de celebrar a cada uno en su propio día; entonces se fue considerando la celebración de un día en común. Mención de celebrar a todos los santos el mismo día se encuentra en un sermón de San Efrén el Sirio (373) y en una homilía de San Juan Crisóstomo (407). Aunque fue Gregorio IV en el siglo IX quien extendió la celebración del 1 de Noviembre a toda la Iglesia. Hoy un año más podemos celebrar esta solemnidad y pedirle a Dios, por las súplicas de tan numerosos intercesores, nos conceda la generosidad de su gracia.
Juan tiene una visión en la cual mira una multitud incontable de gente que viste túnicas blancas; al final de esta visión le dice uno de los ancianos que son aquellos que “Son los que han pasado por la gran persecución y han lavado y blanqueado su túnica con la sangre del Cordero”. Un aspecto muy importante de la santidad consiste en esto, en ir adquiriendo una limpieza profunda que no viene de nosotros, sino de la presencia de Cristo en nosotros. Esta sangre la recibimos diariamente en la Eucaristía, la que necesitamos para el perdón de nuestros pecados. Esta pureza la resalta la Sagrada Escritura y que tiene su sede en el corazón.
El salmo nos lo dice de esta forma: ¿Quién podrá entrar en su recinto santo? El de corazón limpio. Es incluso una bienaventuranza: Dichosos los limpios de corazón, porque verán a Dios. El Papa Francisco nos explica que “esta bienaventuranza se refiere a quienes tienen un corazón sencillo, puro, sin suciedad, porque un corazón que sabe amar no deja entrar en su vida algo que atente contra ese amor, algo que lo debilite o lo ponga en riesgo.” (Gaudete et Exsultate 83). Necesitamos examinar constatemente nuestro corazón y encontrar en él cuáles son las manchas que se van acumulando, procurando quitarlas y solicitar la gracia que nos ayude a dejarlo prístino; examinar qué intenciones me mueven al hablar, al mirar y al relacionarme con los demás. Cuidar el corazón, porque todo lo que nos mancha viene de dentro de nosotros, no de fuera.
Un corazón limpio no tiene miedo de estar cercano a todos, de tocar la carne humana y de moverse en la cotidianindad de la vida; ese es un corazón santo. “En los santos es evidente que quien va hacia Dios no se aleja de los hombres, sino que se hace realmente cercano a ellos” (Deus caritas est, 42), nos dice el Papa Benedicto. Un corazón limpio es un corazón cada vez más humano que va reconociendo sus heridas, sus tropiezos, alegrías. Es un corazón que va aprendiendo a amar y dejarse guiar por lo que el Señor le inspira.
Al comienzo del prefacio, el sacerdote tiene un diálogo con los fieles, ahi es cuando dice: sursum corda (arriba los corazones), que hoy podamos una vez más elevar nuestro corazón al Señor, para que su sangre lo haga cada día más limpio, no con nuestras obras, sino con su gracia que lo va santificando. Que la intercesión de todos los santos, canonizados y no, intercedan por nosotros.
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