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EL PRECIO DE LA SALVACIÓN HUMANA
Marcos 10:41–45 Cuando los otros diez se enteraron de lo que había pasado, empezaron a enfadarse por lo que habían hecho Santiago y Juan. Jesús los llamó y les dijo: —Vosotros os dais perfecta cuenta de que los que son estimados suficientemente buenos para gobernar a los gentiles se portan como si fueran sus amos, y los más importantes entre ellos ejercen sobre ellos autoridad. No es así entre vosotros; sino que el que quiera ser grande, será vuestro servidor, y entre vosotros, el que quiera ser el primero, será el esclavo de todos. Como el Hijo del Hombre, Que no vino para ser servido, sino para servir y para entregar Su vida como rescate por muchos. Era inevitable que la acción de Santiago y Juan produjera un profundo disgusto entre los otros diez. Les parecería que aquellos dos habían tratado de tomarles la delantera y sacar una ventaja fraudulenta sobre los demás. Inmediatamente empezó otra vez la antigua discusión sobre cuál de ellos era el más importante. Era una situación delicada. El compañerismo del grupo apostólico podría haber empezado a resquebrajarse si Jesús no hubiera intervenido a tiempo. Los llamó, y dejó bien claro que los baremos de grandeza de Su Reino y los de los reinos de este mundo eran completamente diferentes. En los reinos del mundo, el baremo de grandeza es el poder. La prueba era: ¿Cuántas personas controla un hombre? ¿Cómo es de grande el ejército de servidores que tiene a sus espaldas y a sus órdenes? ¿A cuántas personas puede imponer su voluntad? No mucho después de esto, Galva había de resumir la idea pagana de la realeza y de la soberanía diciendo que ahora él era el emperador podía hacer lo que le diera la gana y a quien le diera la gana. En el Reino de Jesús, el baremo es el del servicio. La grandeza consiste, no en reducir a otros al servicio de uno mismo, sino en reducirse uno mismo al servicio de los demás. La prueba no era: ¿Qué servicio puedo extraer?; sino: ¿Qué servicio puedo prestar? Se tiende a pensar en esto como un estado ideal de cosas; pero, de hecho, es del más sano sentido común. Es de hecho el primer principio de la vida de negocios normal y corriente. Bruce Barton indica que la base sobre la cual una compañía de coches pretenderá ganar clientes es asegurando que se meterán debajo de tu coche más a menudo y se pondrán más sucios que ninguno de sus competidores. En otras palabras, que están dispuestos a dar mejor servicio. También señala que aunque el empleado normal puede irse a casa a las cinco y media de la tarde, se seguirá viendo la luz en la oficina del jefe de personal hasta bien entrada la noche, porque quiere aportar el servicio extra que le hace ocupar ese puesto. El problema fundamental de la situación humana es que la gente quiere aportar lo menos posible y recibir lo más posible. Es solamente cuando se está lleno de deseo de meter más en la vida de lo que se saca cuando la vida vale la pena para uno y para los demás. El mundo necesita personas cuyo ideal sea el servicio —es decir, que se hayan dado cuenta de lo sensato que fue lo que dijo Jesús. Para remachar Sus palabras, Jesús señaló a Su propio ejemplo. Con los poderes que Él tenía podría haber organizado la vida totalmente como Le conviniera a Él; pero Él Se había consumido a Sí mismo y todos Sus poderes en el servicio de los demás. Había venido, dijo, para dar Su vida en rescate por muchos. Esta es una de las grandes frases del Evangelio, y sin embargo ha sido tristemente manipulada y abusada. Muchos han tratado de construir una teoría de la Redención sobre lo que es un dicho de amor. No pasó mucho tiempo antes de que algunos se preguntaran a quién se había pagado el rescate de la vida de Cristo. Orígenes hizo la siguiente pregunta: «¿A quién dio Él Su vida en rescate por muchos? No fue a Dios. ¿No sería entonces al Maligno? Porque el Maligno nos tuvo cautivos hasta que se le pagó el rescate, la vida de Jesús; porque se engañó con la idea de que podía ejercer dominio sobre ella, y no vio que no podía soportar la tortura que suponía retenerla». Es una extraña concepción la de que la vida de Jesús se pagó como un rescate al diablo para que soltara a los hombres del cautiverio en el que los tenía, pero que el diablo descubrió que al demandar y aceptar aquel rescate se había servido, por así decirlo, más de lo que podía comer. Gregorio de Nisa vio un fallo en esa teoría, que no es otro que el poner al diablo en igualdad de condiciones que Dios. Le permite hacer un trato con Dios de igual a igual. Así que Gregorio de Nisa inventó una idea alucinante de un truco que le hizo Dios al diablo. Éste se engañó ante la aparente debilidad de la Encarnación. Tomó a Jesús por un hombre corriente. Trató de ejercer su autoridad sobre Él y, al intentarlo, perdió su autoridad. También esta es una idea extraña —que Dios usara un truco para vencer al diablo. Pasaron otros doscientos años, y Gregorio el Grande asumió de nuevo la idea. Usó una metáfora fantástica: La Encarnación fue una estratagema divina para cazar al gran Leviatán. La deidad de Cristo era el anzuelo, y Su carne era el cebo. Cuando se le presentó el cebo a Leviatán, el diablo, se lo tragó, y trató de tragarse el anzuelo también, y así acabó «pescado» para siempre. Por último, Pedro Lombardo llevó esta idea hasta sus últimas consecuencias grotescas y repelentes. «La Cruz —dijo— fue una ratonera para cazar al diablo, con el anzuelo de la sangre de Cristo.» Todo esto es un ejemplo lastimoso de lo que sucede cuando se toma una idea encantadora y preciosa, y se la trata como materia prima para convertirla en teología seca y fría. Supongamos que decimos: «El dolor es el precio del amor». Queremos decir que el amor no puede existir sin la posibilidad del dolor; pero nunca se nos ocurre explicar a quién se paga ese precio. Supongamos que decimos que la libertad solo se puede obtener al precio de sangre, sudor y lágrimas; nunca pensamos en investigar a quién se paga ese precio. Este dicho de Jesús es una manera sencilla y pictórica de decir que costó Su vida el hacer volver a la humanidad de su pecado al amor de Dios. Quiere decir que el precio de nuestra salvación fue la Cruz de Cristo. No podemos llegar más allá, ni Tenemos por qué intentarlo. Sabemos solamente que algo sucedió en la Cruz que nos abrió el camino a Dios.
William Barclay, Comentario Al Nuevo Testamento (Viladecavalls (Barcelona), España: Editorial CLIE, 2006), 258.