El milagro de la Navidad
Reconozcamos el mayor milagro que hizo Dios por amor de nosotros los que creemos
I. Para muchos, piedras de tropiezo
1.1. El perdón
¿Cómo es posible aceptar que la muerte de un sólo hombre, que muere en un patíbulo romano de hace dos mil años, sirva para remediar los pecados de toda la humanidad a lo largo de las eras? ¿Cómo puede ser que aquel sacrificio sirva para que Dios perdone nuestros pecados en el día de hoy?
1.2. La resurrección
¿Cómo podemos creer que Jesús se levantase físicamente y volviera a la vida después de haber muerto? ¿Puede un cadáver volver a la vida?
1.3. El nacimiento virginal
¿Cómo se puede afirmar semejante anormalidad biológica?
1.4. Los milagros del Evangelio
El resto de los milagros suponen también una grave dificultad para muchos. Algunos pueden aceptar que Jesús sanara a los enfermos, ya que hay otras personas que hacen también curaciones milagrosas, pero, ¿cómo se puede aceptar que Jesús caminara sobre el agua o que alimentara a cinco mil personas y devolviera la vida a los muertos? Ante estos problemas, y otros parecidos, muchos individuos, que están al borde de la fe, se sienten profundamente perplejos en el día de hoy. No obstante, la verdadera dificultad no está solamente en estos aspectos mencionados, sino sobre todo en el misterio principal de todos los misterios: la encarnación de la Navidad.
1.5. La encarnación: la mayor piedra de tropiezo
La afirmación más asombrosa de la doctrina cristiana es que Jesús de Nazaret fuera Dios y a la vez hombre. El hecho de que Jesús fuese tan completamente divino como humano es el mayor de todos los misterios del Universo.
Lo que ocurrió la primera Navidad fue el acontecimiento más profundo e inescrutable de la revelación cristiana: Y aquel Verbo fue hecho carne, nos dice Juan (1:14). Dios se hizo hombre, el Hijo divino se hizo judío, el Todopoderoso apareció en la Tierra en forma de un niño indefenso, incapaz de hacer otra cosa más que estar en una cuna, mirando sin comprender, haciendo los movimientos y los gestos típicos de un bebé, necesitando alimento y toda la atención de sus padres, incluso teniendo que aprender a hablar como cualquier otro niño. En todo esto no hubo ilusión, ni engaño en absoluto, la infancia del Hijo de Dios fue una auténtica realidad. Cuanto más se piensa, más asombroso resulta. Ni la ciencia-ficción podría ofrecernos algo tan fantástico como la doctrina de la encarnación. Esta es la verdadera piedra de tropiezo del Cristianismo. En este punto es en el que han naufragado los judíos, los musulmanes, los antiguos arrianos, los modernos unitarios, los testigos de Jehová y otros muchos grupos religiosos.
Si, por el contrario, aceptamos la encarnación por fe, todas las demás dificultades se disuelven. Si Jesús es el Verbo, la Palabra eterna, el agente del Padre en la creación, el autor de la vida, no resulta tan extraño que tenga poder sobre la muerte, y él mismo se levante de la muerte. Lo que resulta más asombroso es que Él tuviera que morir, no que volviera a vivir. El verdadero misterio es que el inmortal muriese, pero en la resurrección del inmortal ya no hay misterio comparable. Y si el inmortal hijo de Dios se sometió a la muerte, no es de extrañar que semejante muerte pueda tener poder para salvar a una raza condenada. La encarnación es, pues, un misterio insondable, pero un misterio que da sentido a todo lo demás en el Nuevo Testamento.
Los evangelistas Mateo y Lucas nos dicen de forma bastante detallada como vino el Hijo de Dios a este mundo. Nació fuera de la ciudad, en lo que podríamos llamar un pequeño hotel, un albergue de una oscura aldea judía, en la época en que Palestina estaba dominada por el poderoso Imperio romano.
Nosotros tendemos a embellecer el relato cuando lo contamos Navidad tras Navidad. Podríamos decir que lo hemos mitificado de forma romántica a base de contemplar los bonitos belenes que se preparan en muchos lugares en estas fechas, pero se trata más bien de un relato brutal y cruel. Jesús no nació en aquel albergue, porque estaba lleno y nadie le ofreció una cama a la mujer que estaba por dar a luz, así que tuvo que tener a su hijo en el establo y colocarlo lo mejor que pudo sobre un pesebre. El relato del Evangelio no tiene comentarios, pero, si se lee atentamente, no pasa desapercibido el cuadro de degradación e insensibilidad que se nos pinta.
II. El milagro de la encarnación
1. Dios hecho hombre.
2. Hay solamente dos maneras de reaccionar ante la encarnación de Dios: rechazarle o recibirle.
3. Dios no es un misterio: se dio a conocer sin filtros en Jesús.
29Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron.
28Aconteció como ocho días después de estas palabras, que tomó a Pedro, a Juan y a Jacobo, y subió al monte a orar. 29Y entre tanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente. 30Y he aquí dos varones que hablaban con él, los cuales eran Moisés y Elías; 31quienes aparecieron rodeados de gloria, y hablaban de su partida, que iba Jesús a cumplir en Jerusalén. 32Y Pedro y los que estaban con él estaban rendidos de sueño; mas permaneciendo despiertos, vieron la gloria de Jesús, y a los dos varones que estaban con él. 33Y sucedió que apartándose ellos de él, Pedro dijo a Jesús: Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí; y hagamos tres enramadas, una para ti, una para Moisés, y una para Elías; no sabiendo lo que decía. 34Mientras él decía esto, vino una nube que los cubrió; y tuvieron temor al entrar en la nube. 35Y vino una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado; a él oíd. 36Y cuando cesó la voz, Jesús fue hallado solo; y ellos callaron, y por aquellos días no dijeron nada a nadie de lo que habían visto.
1Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida 2(porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); 3lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. 4Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido.