FE, AMOR Y OBEDIENCIAS COMO EVIDENCIAS DE HABER NACIDO DE DIOS

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1 Jn. 5:1-5
Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios; y todo aquel que ama al Padre, ama al que ha nacido de Él. 2 En esto sabemos que amamos a los hijos de Dios: cuando amamos a Dios y guardamos sus mandamientos. 3 Porque este es el amor de Dios: que guardemos sus mandamientos, y sus mandamientos no son gravosos. 4 Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe.

I. LA FE COMO UNA MARCA DE LA SALVACIÓN

Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios. Digamos un par de cosas al respecto. Primero, Juan viene abordando este tema a lo largo de su carta. No es para menos si recordamos que la herejía que estaba intentando socavar a la iglesia era precisamente contra Jesucristo. Como ya hemos mencionado en otro lugar los gnosticos, especialmente los docetistas, negaban la humanidad de Cristo a partir de su dualismo filosófico materia y espíritu. Partiendo de esta presuposición se desarrollaron un conjuntos de ideas con respecto a Cristo no poco fantasiosas. Se llegó a decir que Jesús tenía apariencia humana pero que en realidad no era humano, que al caminar no dejaba huellas ni poseía sombra. Otros, un poco más coherentes pero igual de heréticos, decían que el Cristo vino a Jesús en su bautizo, lo acompañó durante todo su ministerio pero lo abandonó en la cruz.
Todo esto puede parecer un asunto poco relevante y de poca importancia sí “la fe es sincera”. Sin embargo, estos desvios aparentemente “inofensivos” y hasta “graciosos” terminan negandos a Jesucristo (su doble naturaleza) y dejando al mundo sin un Salvador calificado. Como ya lo hemos dichos antes, pequeños desvios en la verdad porducen terribles desatres.
Juan sabe esto, él considera que no podemos tener una fe verdadera, sin tener una consideración apropiadad del objeto de nuestra fe, a saber, del Cristo encarnado. Esto es de sumo importante, porque aparte de eso, en realidad, no hay fe verdadera. Repito para que la fe sea verdadera el objeto de nuestra fe debe ser verdadero. Para que la fe salvífica opere debe ser colocada sobre el Verdadero Salvador.
Note las palabras de Juan: “¿Quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Cristo?....el que confiesa al Hijo tiene también al Padre.” (2:22,23)
y,
“En esto conocéis el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios” (4:2)
también,
“Todo aquel que confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios" (4:15).
No vemos a Juan indicar simplemente creer en o algún “Jesús” sino que se debe creer en Jesús como el Hijo; como el Cristo; como Jesucristo venido en carne y, como el Hijo de Dios, no se puede desvicnular la persona de Jesucristo con su obra. Cada uno de estos aspectos y excelencias de su personas no deben tomarse como meros “cliché” o “distintivos”. Sino que deben considearse con toda la carga teológica que contienen y sus respectivas implicaciones morales y aun culturales (educación, religión, políticas, etc).
Con todo esto en mente, podemos arribar a la conclusión que debemos creer, creer en Jesús, por cierto, en el verdadero Jesús. El propio Señor Jesús dijo: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.” Jn 17:3. Esta ultima clausula implica claramente conocer a Jesus y su obra como enviado. Esta es la vida eterna.
La cultura ha vaciado de todo significado verdadero a nombre de Jesús hasta convertirlo en un sustantivo más. Yo tengo conocidos que se llaman Jesús, Creer en “Jesús” no significa nada, a menos que, este cargado con todo el sentio Histórico y Teológico que conlleva.
Ahora Juan dice: “Todo aquel que cree que este Jesús tal como se ha relevado es el Cristo (Mesías), es nacido de Dios” Aquí Juan usa la expresión “nacido de Dios”. Esto es en esencia el cristiano, un hombre que ha nacido de Dios. Un hombre no se hace cristiano por afiliarse a una religión más, es cristiano porque ha “nacido de Dios”. Esta misma idea Juan la aborda en el prólogo de su evangelio:
Pero a todos los que le recibieron, les dio el derecho de llegar a ser hijos de Dios, es decir, a los que creen en su nombre, que no nacieron de sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios. Jn 1:12–13.
Ser “nacido de Dios” no es algo que ocurre por voultad propia, ni por pertenecer a una familia o etnia particular, es producto de la voluntad de Dios. Y consiste en que Dios mismo por medio de su Espíritu Santo viene habitar en el creyente, como lo indica claramente Juan: “Ninguno que es nacido de Dios practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.” 1 Jn 3:9.
Entonces, en otras palabras todo aquel que tiene una confianza viva en la persona de Jesús posee vida de Dios en su interior, por medio del Espiritu Santo.
Segundo, siendo que Juan usa el verbo “cree” en presente y el verbo “nacido” en pasado, debemos decir que la idea de Juan es que el creyente que ha nacido de nuevo en un momento de su vida (pasado) continua creyendo (presente), esto no como un mero acentamiento intelectual porque cree no es un ejercicio solo de la mente sino del corazón. Todo verdadero creyente confiará en el Señor Jesús, y en la medida que aumente su conocimiento y compañerismo confiará más. En este sentido, la fe es una marca de la salvación.

II. EL AMOR COMO UN MARCA DE LA SALVACIÓN

Juan continua diciendo: Todo aquel que ama al Padre, ama al que ha nacido de Él. Note lo estrechamente relacionado que esta lo uno (el amor la padre) de lo otro (el amor hacia nos nacidos de Él). El Señor Jesus enseñó a Juan y al resto de los discipulos que el amor es una marca del verdadero discipulado: “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; que como yo os he amado, así también os améis los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros. Jn 13:34–35.
Y Juan no ha dudado en declarar esta verdad una y otra vez:
El que ama a su hermano, permanece en la luz y no hay causa de tropiezo en él. (2:10).
“Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida porque amamos a los hermanos.” (3:14).
 Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; porque el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha visto. 1 Jn 4:20.
Además, Jesús dijo una verdad importante a sus discipulos: “Si el mundo os odia, sabéis que me ha odiado a mí antes que a vosotros.  Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero como no sois del mundo, sino que yo os escogí de entre el mundo, por eso el mundo os odia. Jn 15:18–19.
Es lógico esperar que el mundo que odia a Dios odie tambien a los hijos de Dios. Del mismo modo es lógico esperar que quien ama a Dios ame también a los hijos de Dios. Santiago tocante al mal de la lengua dijo:
“Con ella bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que han sido hechos a la imagen de Dios;  de la misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. ¿Acaso una fuente por la misma abertura echa agua dulce y amarga?” Stg 3:9–11.
Para Pedro al igual que para Juan el amor a los hermanos es una marca de la santidad:
Puesto que en obediencia a la verdad habéis purificado vuestras almas para un amor sincero de hermanos, amaos unos a otros entrañablemente, de corazón puro. Pues habéis nacido de nuevo, no de una simiente corruptible, sino de una que es incorruptible, es decir, mediante la palabra de Dios que vive y permanece. 1 Pe 1:22–23.
Cuando usted pide al Señor más santidad un aspecto de esa oración implica más ocasiones para amar más a los hermanos.

a. Amor y Fe dos gracias inseparables

Entonces la expresión: Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios y y todo aquel que ama al Padre, ama al que ha nacido de Él hacen a la fe y al amor inseparables. Son dos gracias gemelas que siempre está juntas en el corazón. Además, indica que para que el amor hacia los hermanos sea autético debe estar ligado con el amor a Dios.
De hecho, esta idea la afirma en el siguiente versiculo y la amplia al decir: En esto sabemos que amamos a los hijos de Dios: cuando amamos a Dios y guardamos sus mandamientos. Amamos a Dios cuando guardamos sus mandamientos:
Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre; y yo lo amaré y me manifestaré a él.” Jn 14:15,21
Y siendo que el amor a los heramanos está ligado a este amor a Dios podemos decir sin temor a equivocarnos que amamos verdaderamente a los hermanos cuando amamos a Dios y le obedecemos.

III. LA OBEDIENCIA COMO UN MARCA DE LA SALVACIÓN

Pero Juan resalta otra marca importante de la salvación ligada al amor a Dios: Porque este es el amor de Dios: que guardemos sus mandamientos. Esto es claro, Dios espera obediencia de la misma manera que espera fe y amor. El Señor jamás se ha conformado con que su pueblo considere el amor a Dios como un debil y fugaz sentimiento. Pero tampoco se ha conformado con la obediencia hacia Él sea fría y “obligatoria”.
Esto queda claro en el propio decálogo de Moisés, en el segundo mandamiento dice Dios: “y muestro misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos." Ex. 20:6.
y aun,
“Reconoce, pues, que el SEÑOR tu Dios es Dios, el Dios fiel, que guarda su pacto y su misericordia hasta mil generaciones con aquellos que le aman y guardan sus mandamientos...Guarda, por tanto, el mandamiento y los estatutos y los juicios que yo te mando hoy, para ponerlos por obra.” Dt 7:9,11.
Y ahora, Israel, ¿qué requiere de ti el SEÑOR tu Dios, sino que temas al SEÑOR tu Dios, que andes en todos sus caminos, que le ames y que sirvas al SEÑOR tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, y que guardes los mandamientos del SEÑOR y sus estatutos que yo te ordeno hoy para tu bien? Dt 10:12–13.
Es un error pensar que solo en el nuevo pacto Dios pide un amor obediente o una obediencia amorosa. La solicitud siempre ha estado presente, ese siempre ha sido el deseo de Dios. Solo que en el nuevo pacto, Dios activamente hace que el creyente obedezca no como una imposición gravosa sino como una gratitud amorosa.
Como bien lo indica Jeremías:
“porque este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días —declara el Señor—. Pondré mi ley dentro de ellos, y sobre sus corazones la escribiré; y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.” Jer. 31:33.
Y también Ezequiel:
Además, os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros; quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Pondré dentro de vosotros mi espíritu y haré que andéis en mis estatutos, y que cumpláis cuidadosamente mis ordenanzas. Ez. 36:26-27.
Por eso Juan indica: “...y sus mandamientos no son gravosos.” Quien piensa que la vida cristiana es una vida miserable, aburrida y llena de prohibiciones no ha comprendido nada, quien en su interior no es impulsado por la flama del amor a cumplir los mandamientos dificilmente se puede llamar cristiano.

a. Una fe con efectos perdurables: vence al mundo

Ahora Juan vincula la porposición de que sus mandamientos no son gravosos con la siguiente:
Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo. Note que Juan pasa de la expresión particular “todo aquel que cree…es nacido de Dios” a la expresión general “Todo lo que es nacido de Dios”, su enfásis no está puesto en algún nacido de Dios en particular sino en todos los nacido de Dios, es una realidad que experimenta todo nacido de Dios que “vence al mundo”. Su Señor Jesucristo ha vencido el poder del pecado, de la muerte y de Satanas. Semejante victoria ha sido adjudicada al creyente por medio de la fe quien ahora tiene camino de la obediencia liberado para que pueda cumplir los mandamientos con alegría y gratitud. Como lo indica Juan: y esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe.
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