Corran por su vida - Hebreos 12:1-3
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1 Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, 2 puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios.
3 Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar.
Por ejemplo, la vida cristiana se compara varias veces con una guerra. Pablo nos aconseja sufrir las penalidades como buenos soldados de Jesucristo (2 Ti. 2:3) y ponernos “toda la armadura de Dios” (Ef. 6:11).
También usa la lucha para comparar. “De esta manera peleo, no como quien golpea el aire” (1 Co. 9:26; cp. 2 Ti. 4:7). Al cristiano generalmente se le llama esclavo de Jesucristo. Pablo se refiere a él con frecuencia como un esclavo, un siervo, de Cristo. En muchas de sus cartas se presenta como siervo (Ro. 1:1; Fil. 1:1; Tito 1:1). Jesús se refirió a sus seguidores como sal y luz en el mundo (Mt. 5:13-16). Pedro se refiere a los cristianos como bebés y piedras vivas (1 P. 2:2, 5).
A Pablo le gustaban particularmente las ilustraciones con carreras. Usa frases como “corren en el estadio” (1 Co. 9:24), “vosotros corríais bien” (Gá. 5:7) y “no he corrido en vano” (Fil. 2:16). Esta ilustración también la usa el escritor de Hebreos 12:1-3.
En estos versículos vemos varios aspectos de la carrera comparados con la vida fiel en Cristo: la carrera como tal, el estímulo para correr, los obstáculos de la carrera, el Ejemplo a seguir, la meta u objetivo de la carrera y la exhortación final.
LA CARRERA
1 Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante,
Dice el escritor: “Si no eres cristiano, entra a la carrera; porque si quieres ganar, primero tienes que entrar. Si eres cristiano, corre con paciencia; no te rindas”. Lamentablemente, muchas personas ni siquiera están en la carrera, y difícilmente podría decirse que algunos cristianos la están corriendo.
Algunos están trotando solamente, algunos caminan lentamente, algunos están sentados y otros incluso están recostados.
Aun así, la norma bíblica para la vida en santidad es estar en la carrera, no en un paseo matutino.
La palabra griega agōn se usa aquí para carrera, de la cual obtenemos agonía. Una carrera no es un lujo pasivo, sino algo exigente, a veces agotador y agonizante, y requiere nuestra más firme autodisciplina, determinación y perseverancia.
Dios advirtió a Israel: “¡Ay de los reposados en Sion, y de los confiados en el monte de Samaria…!” (Am. 6:1). El pueblo de Dios no está llamado a estar acostado sobre una cama de comodidades.
Debemos correr una carrera agotadora y continua. En el ejército de Dios nunca vamos a oír: “¡Descansen!”. Quedarse quieto o retroceder es renunciar al premio. Peor aun, es quedarse en las graderías y no participar nunca.
La paciencia (hupomonē) es la determinación constante de seguir andando. Quiere decir continuar cuando todo dentro de usted quiere bajar la velocidad o rendirse.
Así viven muchas personas su vida cristiana. Comienzan rápido, pero en cuanto avanza la carrera van mermando la velocidad, se rinden o se caen. La carrera cristiana es un maratón, una carrera de larga distancia, no una carrera corta de velocidad. La Iglesia siempre ha tenido cristianos de carrera corta,
Habrá obstáculos, debilidad y agotamiento, pero debemos tener paciencia si queremos ganar. Dios está interesado en la constancia.
Muchos de los cristianos hebreos a quienes está dirigida la carta comenzaron bien. Habían visto las señales y maravillas, y estaban emocionados con su nueva vida (He. 2:4). Pero cuando fue pasando la novedad y comenzaron a aparecer los dificultades, empezaron a perder su entusiasmo y confianza. Recordaron los caminos antiguos del judaísmo, al ver la persecución y el sufrimiento que vivían y les esperaba, y se debilitaron y flaquearon.
Pablo conocía a algunos cristianos en las mismas condiciones. A ellos escribió: “Para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo” (Fil. 2:15) y “¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible” (1 Co. 9:24-25).
Por supuesto, la competición en la vida cristiana es diferente de la carrea atlética, y al menos en dos formas. Primera, no competimos contra otros cristianos intentando vencerlos en justicia, reconocimiento o logros.
Nuestra carrera no es de obras, sino de fe. Sin embargo, NO competimos entre nosotros ni siquiera en la fe. Competimos por la fe, pero no entre nosotros. Nuestra competencia es contra Satanás, su sistema mundano y nuestra pecaminosidad, por lo general referida en el Nuevo Testamento como la carne.
Segunda, nuestra fuerza no está en nosotros, sino en el Espíritu Santo; de otra manera, no podríamos soportar. No estamos llamados a tener paciencia en nosotros, sino en Él.
El cristiano solamente tiene una forma de permanecer: por fe. Solo pecamos o fallamos cuando no tenemos confianza. Por ello nuestra protección contra las tentaciones de Satanás es “el escudo de la fe” (Ef. 6:16). En cuanto confiemos en Dios y hagamos lo que Él quiere, Satanás y el pecado no tienen poder sobre nosotros. No tienen forma de llegar a nosotros o estorbarnos. Cuando corremos en el poder del Espíritu de Dios, corremos con éxito.
EL ESTÍMULO PARA CORRER
Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, (Hebreos 12:1a)
Todos somos criaturas de motivación. Necesitamos una razón para hacer las cosas y estímulo mientras las estamos haciendo. Una de las mayores fuentes de motivación y estímulo para los judíos incrédulos y para los cristianos serían estos creyentes grandes del pasado, héroes suyos, que llevaron una vida de fe. La nube de testigos son todos aquellos santos fieles mencionados en el capítulo 11. Debemos correr la carrera de la fe como lo hicieron ellos, siempre confiando, dándolo todo, sin importar cuáles sean los obstáculos, las dificultades o el costo.
Ellos sabían cómo correr la carrera de la fe. Se opusieron al faraón; olvidaron los placeres y privilegios de su corte; atravesaron el Mar Rojo; derribaron las murallas de Jericó; conquistaron reinos; cerraron bocas de leones; apagaron el poder del fuego; recibieron muertos por resurrección; sufrieron torturas, burlas, escarmiento, prisiones, lapidaciones, que los cortaran en dos; tuvieron que vestirse con piel de animales; y padecieron destitución. Todo por su fe.
El escritor dice ahora: “Deben correr como ellos. Puede lograrse si lo hacen como ellos: en fe. Ellos corrieron, corrieron y corrieron, y tenían menos luz para hacerlo que ustedes. Con todo, cada uno de ellos salió victorioso”.
No creo que la nube de testigos a nuestro alrededor esté parada en las graderías del cielo viendo cómo corremos. Aquí la idea no es que debamos ser fieles para no decepcionarlos ni que debamos intentar impresionarlos como un equipo deportivo lo hace con sus hinchas en la tribuna. Son testigos para Dios, no para nosotros. Son ejemplos, no observadores. Han probado con su testimonio que la única vida que vale la pena vivir es la de fe.
Ver cómo fue Dios con ellos nos alienta a confiar en que será así con nosotros. El Dios de ellos es también nuestro Dios. El Dios de ayer es el Dios de hoy y el de mañana. No se ha debilitado ni perdido interés en su pueblo, tampoco ha menguado su amor y cuidado por ellos. Puesto que tenemos el mismo Dios, puede Él hacer las mismas cosas por medio de nosotros si confiamos en Él.
LOS PESOS QUE NOS OBSTACULIZAN
despojémonos de todo peso (12:1b)
Uno de los mayores problemas que puede enfrentar un corredor es el peso.
Un peso (onkos) es un bulto de algo. No es necesariamente malo. A menudo es algo perfectamente inocente e inofensivo. Pero nos empuja para abajo, distrae nuestra atención, disminuye nuestra energía y enfría nuestro entusiasmo por las cosas divinas. No podemos ganar cuando llevamos exceso de equipaje.
El exceso de ropa también es un obstáculo. Los uniformes elaborados son buenos para las comparsas, las sudaderas son buenas para calentar, pero cuando llega la carrera, la mínima cantidad de ropa que permita la decencia es lo que debe usarse. Cuando nos preocupamos más por las apariencias que por la realidad y vitalidad espiritual, nuestra obra y testimonio de Jesucristo cargan con un peso serio.
Desde el contexto de la carta como un todo, creo que el peso principal era el legalismo judío que se aferraba a las formas religiosas antiguas. La mayoría de aquellas cosas no eran malas en sí mismas. Dios había prescrito algunas de ellas para el tiempo del antiguo pacto. Pero ninguna tenía valor ahora, de hecho se habían convertido en obstáculos. Estaban absorbiendo la energía y la atención de la vida cristiana.
Los demás cristianos pueden ser otro tipo de peso. Debemos tener cuidado de no culpar a otros por nuestra faltas. Pero muchos cristianos, además de no estar corriendo, están evitando que otros lo hagan. Por así decirlo, se están sentando en la pista y quienes están corriendo tienen que saltarlos. Pasa con frecuencia que los obreros en la Iglesia tienen que saltar a desviarse por culpa de los que no hacen nada. El diablo no deja todos los obstáculos en el camino. A veces hacemos la obra por él.
despojémonos… del pecado que nos asedia, (Hebreos 12:1c)
El pecado es un obstáculo aun más importante para la vida cristiana. Obviamente, todo pecado es un obstáculo para la vida cristiana, y la referencia aquí puede ser para el pecado en general.
Pero el uso del artículo definido (del pecado) parece indicar uno particular. Si hay un pecado particular que obstaculice la carrera de la fe es la incredulidad, dudar de Dios.
La duda y la vida de fe se contradicen mutuamente. La incredulidad asedia los pies del cristiano de forma tal que no puede correr. Nos envuelve para que tropecemos cada vez que intentamos acercarnos al Señor, si es que lo intentamos. Nos asedia fácilmente. Cuando permitimos el pecado en nuestras vidas, especialmente la incredulidad, es muy fácil que Satanás evite que corramos.
EL EJEMPLO A SEGUIR
puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. (Hebreos 12:2)
Algunos cristianos están preocupados consigo mismos. A veces nos preocupa lo que otros cristianos piensen o hagan, especialmente en relación con nosotros. Pero si nos enfocamos en los demás, vamos a tropezar. Debemos estar llenos del Espíritu, y cuando lo estemos, nuestro enfoque estará en Jesucristo, porque es ahí donde está el enfoque del Espíritu (Jn. 16:14).
Si nuestro enfoque está en Jesucristo, veremos todo lo demás en su perspectiva correcta. Cuando nuestros ojos están en el Señor, el Espíritu Santo tiene la oportunidad perfecta para usarnos, para mantenernos en la carrera y hacernos ganadores.
Debemos enfocarnos en Jesús porque Él es el autor y consumador de la fe. Es el ejemplo supremo de nuestra fe.
En Hebreos 2:10 a Jesús se le llama el autor de la salvación. Aquí es el autor (archēgos) de la fe. Es el pionero y originador, quien comienza y lidera.
Jesús es el autor, el originador, de toda la fe. Él originó la fe de Abel, de Enoc, de Noé, de Abraham, de David, de Pablo y la nuestra. El enfoque de la fe también es quien la origina. Pablo lo explica: “Nuestros padres… todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo” (1 Co. 10:1, 3-4).
El significado principal de autor archēgos aquí es el de líder o ejemplo principal. Jesucristo es nuestro ejemplo preminente de fe. “Fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (He. 4:15).
Jesús vivió la vida de fe suprema. Cuando el diablo lo tentó en el desierto, cada una de las respuestas de Jesús fue una expresión de confianza en su Padre y su Palabra. Él no iba a pasar por alto la voluntad de Dios solo para obtener comida o para probar el señorío o protección del Padre (Mt. 4:1-10).
Cuando la tentación terminó, su Padre le proveyó enviándole ángeles que le sirvieran. Confió en su Padre implícitamente, por todo y en todo.
La fe de todos los héroes juntos del capítulo 11 no podía igualarse a la del Hijo de Dios. Ellos fueron testimonios y ejemplos maravillosos de fe, pero Jesús es un ejemplo aun más maravilloso.
Además de que Jesús es el autor de la fe, también es su consumador (teleiōtēs) el que la completa. Continuó confiando en su Padre hasta poder decir: “Consumado es” (Jn. 19:30). Estas palabras junto con “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc. 23:46) fueron las últimas de Jesús antes de morir. Terminó su obra no solamente en el sentido de completarla, sino de hacerla perfecta. Si un compositor muere mientras escribe una obra maestra, su trabajo se acaba pero su obra no se finaliza. En la cruz, la obra de Jesús quedó consumada: se hizo perfecta. Su obra logró exactamente lo que debía lograr porque, desde el nacimiento hasta la muerte, entregó toda su vida a las manos de su Padre. Nadie ha caminado nunca en la fe como Jesús.
EL FINAL DE LA CARRERA
el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios. (Hebreos 12:2b)
Solo aquello al final de la carrera podría haber motivado a Jesús para dejar lo que dejó y soportar lo que soportó.
Jesús corrió por dos cosas: por el gozo puesto delante de él y para sentarse a la diestra del trono de Dios.
Corrió por el gozo de la exaltación. Jesús dijo esto en su oración sacerdotal al Padre: “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese. Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese” (Jn. 17:4-5). Jesús obtuvo su recompensa glorificando al Padre mientras estuvo en la Tierra, y glorificó a Dios exhibiendo totalmente los atributos del Padre y haciendo completamente la voluntad del Padre.
El premio por el cual deben correr los cristianos no es el cielo. Si somos cristianos verdaderamente, si pertenecemos a Dios por la fe en Jesucristo, el cielo ya es nuestro. Corremos por el mismo premio que corrió Jesús, lo alcanzamos de la misma forma en que Él lo alcanzó. Corremos por el gozo de la exaltación que Dios nos prometió si lo glorificábamos en la Tierra como lo hizo su Hijo.
Y glorificamos a Dios permitiendo que sus atributos brillen a través nuestro y obedeciendo su voluntad en todo lo que hacemos.
Y aunque, como Pablo, aún no somos perfectos, también debemos olvidar lo que queda atrás y avanzar a lo que está adelante, continuando “al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (3:13-14). Debemos estar en capacidad de anhelar el día en que nuestro Señor nos diga: “Bien, buen siervo y fiel… entra en el gozo de tu señor” (Mt. 25:21). Dice el apóstol: “Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (2 Ti. 4:8). Y cuando lleguemos al cielo, podemos unirnos a los veinticuatro A medida que corremos la carrera de la vida cristiana, podemos correr anhelando alegremente esa misma recompensa: la corona de justicia que un día lanzaremos a sus pies como evidencia de nuestro amor eterno por Él.