Sermón sin título

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9:57–62 «Yendo ellos, uno le dijo en el camino: Señor, te seguiré adondequiera que vayas. Y le dijo Jesús: Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza. Y dijo a otro: Sígueme. Él le dijo: Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre. Jesús le dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú ve, y anuncia el reino de Dios. Entonces también dijo otro: Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa. Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios». A veces, parecía que nadie venía a Cristo. Él predicaba, pero no aparecían seguidores como resultado de Su predicación. En otra oportunidad, vemos que muchos vinieron con el deseo de ser contados entre Sus discípulos, pero no todos eran de la clase correcta. Lucas reúne aquí tres instancias que creo que son típicas de muchos más que parecen ser verdaderos seguidores de Jesús, pero que no continuaron con Él y no eran convertidos auténticos. Pienso que estos tres están juntos aquí para consuelo de aquellos que predicamos el evangelio; para que cuando nos desanimemos, podamos percibir que no somos peores que nuestro Maestro; y para que cuando pensemos que hemos guiado a personas a convertirse y, luego, descubrimos que no se han convertido, no renunciemos a la tarea ni nos desalentemos, sino que nos digamos: «Siempre fue así. Lo mismo sucedió con el Príncipe de los predicadores. ¿No es razonable esperar que nos suceda también lo mismo?».

Algo que no me gusta de estas tres personas es que ninguna de ellas parece tener alguna conciencia de pecado. No se dice nada sobre el arrepentimiento ni de su profunda necesidad del Salvador. Lamento que haya tantas personas fuera de mi texto aquí que tampoco tienen arrepentimiento. Parecen entrar en su religión como los hombres entran en su baño matutino; y luego, salen nuevamente con la misma rapidez: convertidos por docenas y vueltos atrás uno por uno, hasta que la docena se ha esfumado; nada de conversión auténtica. De lo contrario, nunca podrían volver al estado previo a la supuesta conversión.

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