Experiencias similares, diferentes resultados

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Diferentes personas pueden compartir experiencias similares y experimentar resultados diferentes. ¿Cuál eres tú?

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Todos somos diferentes. El lugar donde hemos nacido, la relación con nuestros padres, la educación que hemos recibido, las experiencias traumáticas por las que hemos tenido que pasar y muchos factores más han determinado quienes somos hoy en día.
Cada uno de nosotros es el resultado de su herencia y las experiencias que ha tenido.
Es por eso que puede suceder que todos reaccionemos diferente ante las cosas que suceden. Lo que para algunos puede resultar claro y evidente en una determinada situación, para otros puede pasar desapercibido. Pero la clave es que nosotros podemos decidir qué tipo de personas ser y cómo reaccionar, qué resultados obtener de nuestras experiencias.
Juan 13:1–20 RVR60
1 Antes de la fiesta de la pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para que pasase de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. 2 Y cuando cenaban, como el diablo ya había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, que le entregase, 3 sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, 4 se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. 5 Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido. 6 Entonces vino a Simón Pedro; y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies? 7 Respondió Jesús y le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después. 8 Pedro le dijo: No me lavarás los pies jamás. Jesús le respondió: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo. 9 Le dijo Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza. 10 Jesús le dijo: El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos. 11 Porque sabía quién le iba a entregar; por eso dijo: No estáis limpios todos. 12 Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho? 13 Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. 14 Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. 15 Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. 16 De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió. 17 Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis. 18 No hablo de todos vosotros; yo sé a quienes he elegido; mas para que se cumpla la Escritura: El que come pan conmigo, levantó contra mí su calcañar. 19 Desde ahora os lo digo antes que suceda, para que cuando suceda, creáis que yo soy. 20 De cierto, de cierto os digo: El que recibe al que yo enviare, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió.
Juan 13:1–20 NVI
1 Se acercaba la fiesta de la Pascua. Jesús sabía que le había llegado la hora de abandonar este mundo para volver al Padre. Y habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. 2 Llegó la hora de la cena. El diablo ya había incitado a Judas Iscariote, hijo de Simón, para que traicionara a Jesús. 3 Sabía Jesús que el Padre había puesto todas las cosas bajo su dominio, y que había salido de Dios y a él volvía; 4 así que se levantó de la mesa, se quitó el manto y se ató una toalla a la cintura. 5 Luego echó agua en un recipiente y comenzó a lavarles los pies a sus discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba a la cintura. 6 Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo: —¿Y tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí? 7 —Ahora no entiendes lo que estoy haciendo—le respondió Jesús—, pero lo entenderás más tarde. 8 —¡No!—protestó Pedro—. ¡Jamás me lavarás los pies! —Si no te los lavo, no tendrás parte conmigo. 9 —Entonces, Señor, ¡no sólo los pies sino también las manos y la cabeza! 10 —El que ya se ha bañado no necesita lavarse más que los pies—le contestó Jesús—; pues ya todo su cuerpo está limpio. Y ustedes ya están limpios, aunque no todos. 11 Jesús sabía quién lo iba a traicionar, y por eso dijo que no todos estaban limpios. 12 Cuando terminó de lavarles los pies, se puso el manto y volvió a su lugar. Entonces les dijo: —¿Entienden lo que he hecho con ustedes? 13 Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. 14 Pues si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. 15 Les he puesto el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes. 16 Ciertamente les aseguro que ningún siervo es más que su amo, y ningún mensajero es más que el que lo envió. 17 ¿Entienden esto? Dichosos serán si lo ponen en práctica. 18 »No me refiero a todos ustedes; yo sé a quiénes he escogido. Pero esto es para que se cumpla la Escritura: “El que comparte el pan conmigo me ha puesto la zancadilla.” 19 »Les digo esto ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda crean que yo soy. 20 Ciertamente les aseguro que el que recibe al que yo envío me recibe a mí, y el que me recibe a mí recibe al que me envió.
Juan 13:1–20 NTV
1 Antes de la celebración de la Pascua, Jesús sabía que había llegado su momento para dejar este mundo y regresar a su Padre. Había amado a sus discípulos durante el ministerio que realizó en la tierra y ahora los amó hasta el final. 2 Era la hora de cenar, y el diablo ya había incitado a Judas, hijo de Simón Iscariote, para que traicionara a Jesús. 3 Jesús sabía que el Padre le había dado autoridad sobre todas las cosas y que había venido de Dios y regresaría a Dios. 4 Así que se levantó de la mesa, se quitó el manto, se ató una toalla a la cintura 5 y echó agua en un recipiente. Luego comenzó a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura. 6 Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: —Señor, ¿tú me vas a lavar los pies a mí? 7 Jesús contestó: —Ahora no entiendes lo que hago, pero algún día lo entenderás. 8 —¡No! —protestó Pedro—. ¡Jamás me lavarás los pies! —Si no te lavo —respondió Jesús—, no vas a pertenecerme. 9 —¡Entonces, lávame también las manos y la cabeza, Señor, no sólo los pies! —exclamó Simón Pedro. 10 Jesús respondió: —Una persona que se ha bañado bien no necesita lavarse más que los pies para estar completamente limpia. Y ustedes, discípulos, están limpios, aunque no todos. 11 Pues Jesús sabía quién lo iba a traicionar. A eso se refería cuando dijo: «No todos están limpios». 12 Después de lavarles los pies, se puso otra vez el manto, se sentó y preguntó: —¿Entienden lo que acabo de hacer? 13 Ustedes me llaman “Maestro” y “Señor” y tienen razón, porque es lo que soy. 14 Y, dado que yo, su Señor y Maestro, les he lavado los pies, ustedes deben lavarse los pies unos a otros. 15 Les di mi ejemplo para que lo sigan. Hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes. 16 Les digo la verdad, los esclavos no son superiores a su amo ni el mensajero es más importante que quien envía el mensaje. 17 Ahora que saben estas cosas, Dios los bendecirá por hacerlas. 18 »No les digo estas cosas a todos ustedes; yo conozco a los que he elegido. Pero es para que se cumpla la Escritura que dice: “El que come de mi comida se ha puesto en mi contra”. 19 Les aviso de antemano, a fin de que, cuando suceda, crean que Yo Soy el Mesías. 20 Les digo la verdad, todo el que recibe a mi mensajero me recibe a mí, y el que me recibe a mí recibe al Padre, quien me envió.
Juan 13:1–20 NBLA
1 Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que Su hora había llegado para pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los Suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. 2 Y durante la cena, como ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el que lo entregara, 3 Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en Sus manos, y que de Dios había salido y a Dios volvía, 4 se levantó* de la cena y se quitó* el manto, y tomando una toalla, se la ciñó. 5 Luego echó* agua en una vasija, y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía ceñida. 6 Cuando llegó* a Simón Pedro, este le dijo*: «Señor, ¿Tú me vas a lavar a mí los pies?» 7 Jesús le respondió: «Ahora tú no comprendes lo que Yo hago, pero lo entenderás después». 8 «¡Jamás me lavarás los pies!», le dijo* Pedro. «Si no te lavo, no tienes parte conmigo», le respondió Jesús. 9 Simón Pedro le dijo*: «Señor, entonces no solo los pies, sino también las manos y la cabeza» 10 Jesús le dijo: «El que se ha bañado no necesita lavarse, excepto los pies, pues está todo limpio; y ustedes están limpios, pero no todos». 11 Porque sabía quién lo iba a entregar; por eso dijo: «No todos están limpios». 12 Entonces, cuando acabó de lavarles los pies, tomó Su manto, y sentándose a la mesa otra vez, les dijo: «¿Saben lo que les he hecho? 13 »Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. 14 »Pues si Yo, el Señor y el Maestro, les lavé los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. 15 »Porque les he dado ejemplo, para que como Yo les he hecho, también ustedes lo hagan. 16 »En verdad les digo, que un siervo no es mayor que su señor, ni un enviado es mayor que el que lo envió. 17 »Si saben esto, serán felices si lo practican. 18 “No hablo de todos ustedes. Yo conozco a los que he escogido; pero es para que se cumpla la Escritura: “El que come Mi pan ha levantado contra Mí su talón”. 19 »Se lo digo desde ahora, antes de que pase, para que cuando suceda, crean que Yo soy. 20 »En verdad les digo, que el que recibe al que Yo envíe, me recibe a Mí; y el que me recibe a Mí, recibe a Aquel que me envió».
Esta es una de las experiencias que los discípulos de Jesús compartieron, una entre muchas. Sucedió aquella noche en que también se celebró lo que conocemos como la Última Cena, o la Cena del Señor. Estuvieron allí, vieron y escucharon lo mismo, y sin embargo, sus reacciones fueron diferentes.
Juan, el autor de este relato, parece estar tan sorprendido como nosotros de que Jesús trató de esta manera a todos sus discípulos, incluyéndolo a Judas. Sí, Jesús le lavó los pies también a Judas.
Sabemos del resultado de las experiencias que estos discípulos tuvieron con el Señor. Casi todos ellos terminaron sacrificando sus vidas por Jesús, sufrieron y murieron por Él. Pero uno de ellos, sí, uno que estuvo allí, uno que vio, escuchó y experimentó lo mismo que los demás, fue quien lo entregó a la muerte recibiendo un pago por ello.
¿Qué hubo en Judas que lo llevó a tomar semejante decisión luego de haber experimentado a Jesús lo mismo que los demás?
Mateo 26:14–16 RVR60
14 Entonces uno de los doce, que se llamaba Judas Iscariote, fue a los principales sacerdotes, 15 y les dijo: ¿Qué me queréis dar, y yo os lo entregaré? Y ellos le asignaron treinta piezas de plata. 16 Y desde entonces buscaba oportunidad para entregarle.
Mateo 26:14–16 NVI
14 Uno de los doce, el que se llamaba Judas Iscariote, fue a ver a los jefes de los sacerdotes. 15 —¿Cuánto me dan, y yo les entrego a Jesús?—les propuso. Decidieron pagarle treinta monedas de plata. 16 Y desde entonces Judas buscaba una oportunidad para entregarlo.
Mateo 26:14–16 NTV
14 Entonces Judas Iscariote, uno de los doce discípulos, fue a ver a los principales sacerdotes 15 y preguntó: «¿Cuánto me pagarán por traicionar a Jesús?». Y ellos le dieron treinta piezas de plata. 16 A partir de ese momento, Judas comenzó a buscar una oportunidad para traicionar a Jesús.
Mateo 26:14–16 NBLA
14 Entonces uno de los doce, llamado Judas Iscariote, fue a los principales sacerdotes, 15 y les dijo: «¿Qué están dispuestos a darme para que yo les entregue a Jesús?». Y ellos le pesaron treinta monedas de plata (30 siclos: 432 gramos). 16 Y desde entonces Judas buscaba una oportunidad para entregar a Jesús.
Sí, lo hizo. Judas acordó vender a Jesús antes de la celebración de la Última Cena. Sin embargo estaba allí, como si nada hubiera ocurrido. Jesús sabía todo, por supuesto, pero no lo trató de manera diferente. El pasaje de Juan 13:1 dice que Jesús amó a sus discípulos hasta el fin, y entre ellos estaba Judas.
La reflexión que esto nos deja es impactante. Todos nosotros asistimos a la iglesia, escuchamos los mismos mensajes, muchas veces leemos los mismos pasajes de la Biblia. Sin embargo, el resultado que se produce en la vida de cada uno puede ser totalmente diferente.
Es por eso que necesitamos cuestionarnos: ¿Con cuál de los discípulos me identifico? ¿Seré como Tomás, que escucha todo y luego tiene ciertas dudas? ¿Seré como Juan, que hasta el final de sus días estaría anunciando lo que había visto y oído? ¿Seré como Pedro, que aun creyendo que estaba dispuesto a darlo todo por el Señor, poco después de la Cena le negó? ¿Seré como Judas, que habiendo experimentado lo mismo que los discípulos terminó entregando a Jesús para que fuera condenado?
Esto nos lleva a reconsiderar lo que hemos aprendido de la salvación. No todos los que “van a la iglesia” van a ser salvos. Lamentablemente, Judas no fue salvo.
Mateo 26:20–25 RVR60
20 Cuando llegó la noche, se sentó a la mesa con los doce. 21 Y mientras comían, dijo: De cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar. 22 Y entristecidos en gran manera, comenzó cada uno de ellos a decirle: ¿Soy yo, Señor? 23 Entonces él respondiendo, dijo: El que mete la mano conmigo en el plato, ése me va a entregar. 24 A la verdad el Hijo del Hombre va, según está escrito de él, mas ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del Hombre es entregado! Bueno le fuera a ese hombre no haber nacido. 25 Entonces respondiendo Judas, el que le entregaba, dijo: ¿Soy yo, Maestro? Le dijo: Tú lo has dicho.
Mateo 26:20–25 NVI
20 Al anochecer, Jesús estaba sentado a la mesa con los doce. 21 Mientras comían, les dijo: —Les aseguro que uno de ustedes me va a traicionar. 22 Ellos se entristecieron mucho, y uno por uno comenzaron a preguntarle: —¿Acaso seré yo, Señor? 23 —El que mete la mano conmigo en el plato es el que me va a traicionar—respondió Jesús—. 24 A la verdad el Hijo del hombre se irá, tal como está escrito de él, pero ¡ay de aquel que lo traiciona! Más le valdría a ese hombre no haber nacido. 25 —¿Acaso seré yo, Rabí?—le dijo Judas, el que lo iba a traicionar. —Tú lo has dicho—le contestó Jesús.
Mateo 26:20–25 NTV
20 Al anochecer, Jesús se sentó a la mesa con los doce discípulos. 21 Mientras comían, les dijo: —Les digo la verdad, uno de ustedes me traicionará. 22 Ellos, muy afligidos, le preguntaron uno por uno: —¿Seré yo, Señor? 23 Jesús contestó: —Uno de ustedes que acaba de comer de este plato conmigo me traicionará. 24 Pues el Hijo del Hombre tiene que morir, tal como lo declararon las Escrituras hace mucho tiempo. ¡Pero qué terrible será para el que lo traiciona! ¡Para ese hombre sería mucho mejor no haber nacido! 25 Judas, el que lo iba a traicionar, también preguntó: —¿Seré yo, Rabí? Y Jesús le dijo: —Tú lo has dicho.
Mateo 26:20–25 NBLA
20 Al atardecer, estaba Jesús sentado a la mesa con los doce discípulos. 21 Y mientras comían, dijo: «En verdad les digo que uno de ustedes Me entregará». 22 Ellos, profundamente entristecidos, comenzaron a decir uno por uno: «¿Acaso soy yo, Señor?» 23 Él respondió: «El que metió la mano al mismo tiempo que Yo en el plato, ese me entregará. 24 »El Hijo del Hombre se va, según está escrito de Él; pero ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del Hombre es entregado! Mejor le fuera a ese hombre no haber nacido». 25 Judas, el que lo iba a entregar, dijo: «¿Acaso soy yo, Rabí?». «Tú lo has dicho», le contestó Jesús.
Repasemos algunas cosas que sabemos acerca de la salvación.
1. La salvación no es el resultado de nuestras buenas obras.
Efesios 2:8–9 RVR60
8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; 9 no por obras, para que nadie se gloríe.
Efesios 2:8–9 NVI
8 Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, 9 no por obras, para que nadie se jacte.
Efesios 2:8–9 NTV
8 Dios los salvó por su gracia cuando creyeron. Ustedes no tienen ningún mérito en eso; es un regalo de Dios. 9 La salvación no es un premio por las cosas buenas que hayamos hecho, así que ninguno de nosotros puede jactarse de ser salvo.
Efesios 2:8–9 NBLA
8 Porque por gracia ustedes han sido salvados por medio de la fe, y esto no procede de ustedes, sino que es don de Dios; 9 no por obras, para que nadie se gloríe.
Somos salvos por gracia, por la fe, por creer y confiar en el sacrificio de Jesús por nosotros. Él es nuestro Salvador, quien pagó el precio por el perdón de nuestros pecados y nuestra salvación.
2. Somos salvos por confesar a Jesús como nuestro Salvador, y por creer en su resurrección.
Romanos 10:9–10 RVR60
9 que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. 10 Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.
Romanos 10:9–10 NVI
9 que si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos, serás salvo. 10 Porque con el corazón se cree para ser justificado, pero con la boca se confiesa para ser salvo.
Romanos 10:9–10 NTV
9 Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo. 10 Pues es por creer en tu corazón que eres declarado justo a los ojos de Dios y es por confesarlo con tu boca que eres salvo.
Romanos 10:9–10 NBLA
9 que si confiesas con tu boca a Jesús por Señor, y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo. 10 Porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación.
Hasta allí, la salvación se ve como algo bastante fácil de obtener. Allí está el error de muchos, y sobre el que tenemos que estar advertidos y prestar atención.
Estos pasajes son tremendas verdades acerca del evangelio de Jesucristo. De ninguna manera podríamos pretender lograr obtener la salvación por medio de buenas acciones o actos de justicia. La penitencia no nos lleva a la salvación, porque nuestras buenas acciones nunca alcanzarían a cubrir los resultados de nuestras malas acciones.
Isaías 64:4–6 RVR60
4 Ni nunca oyeron, ni oídos percibieron, ni ojo ha visto a Dios fuera de ti, que hiciese por el que en él espera. 5 Saliste al encuentro del que con alegría hacía justicia, de los que se acordaban de ti en tus caminos; he aquí, tú te enojaste porque pecamos; en los pecados hemos perseverado por largo tiempo; ¿podremos acaso ser salvos? 6 Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento.
Entonces, ¿quiénes son salvos?
La excusa que encontramos habitualmente al considerar esta pregunta es: “Todos somos pecadores, nos equivocamos muchas veces”. Sí, es cierto. Eso también lo dice la Palabra. Pero tomar esa verdad como una excusa para seguir haciendo lo malo no nos va a llevar por buen camino.
Lo hemos considerado muchas veces, pero tal vez sea bueno que recordemos estas palabras del Maestro:
Mateo 7:21–29 RVR60
21 No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. 22 Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? 23 Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad. 24 Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. 25 Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. 26 Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; 27 y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina. 28 Y cuando terminó Jesús estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; 29 porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.
Mateo 7:21–29 NVI
21 »No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino sólo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo. 22 Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios e hicimos muchos milagros?” 23 Entonces les diré claramente: “Jamás los conocí. ¡Aléjense de mí, hacedores de maldad!” 24 »Por tanto, todo el que me oye estas palabras y las pone en práctica es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca. 25 Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, y soplaron los vientos y azotaron aquella casa; con todo, la casa no se derrumbó porque estaba cimentada sobre la roca. 26 Pero todo el que me oye estas palabras y no las pone en práctica es como un hombre insensato que construyó su casa sobre la arena. 27 Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, soplaron los vientos y azotaron aquella casa. Ésta se derrumbó, y grande fue su ruina.» 28 Cuando Jesús terminó de decir estas cosas, las multitudes se asombraron de su enseñanza, 29 porque les enseñaba como quien tenía autoridad, y no como los maestros de la ley.
Mateo 7:21–29 NTV
21 »No todo el que me llama: “¡Señor, Señor!” entrará en el reino del cielo. Sólo entrarán aquellos que verdaderamente hacen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. 22 El día del juicio, muchos me dirán: “¡Señor, Señor! Profetizamos en tu nombre, expulsamos demonios en tu nombre e hicimos muchos milagros en tu nombre”. 23 Pero yo les responderé: “Nunca los conocí. Aléjense de mí, ustedes, que violan las leyes de Dios”. 24 »Todo el que escucha mi enseñanza y la sigue es sabio, como la persona que construye su casa sobre una roca sólida. 25 Aunque llueva a cántaros y suban las aguas de la inundación y los vientos golpeen contra esa casa, no se vendrá abajo porque está construida sobre un lecho de roca. 26 Sin embargo, el que oye mi enseñanza y no la obedece es un necio, como la persona que construye su casa sobre la arena. 27 Cuando vengan las lluvias y lleguen las inundaciones y los vientos golpeen contra esa casa, se derrumbará con un gran estruendo». 28 Cuando Jesús terminó de decir esas cosas, las multitudes quedaron asombradas de su enseñanza, 29 porque lo hacía con verdadera autoridad, algo completamente diferente de lo que hacían los maestros de la ley religiosa.
Mateo 7:21–29 NBLA
21 »No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de Mi Padre que está en los cielos. 22 »Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en Tu nombre, y en Tu nombre echamos fuera demonios, y en Tu nombre hicimos muchos milagros?”. 23 »Entonces les declararé: “Jamás los conocí; apártense de Mí, los que practican la iniquidad”. 24 »Por tanto, cualquiera que oye estas palabras Mías y las pone en práctica, será semejante a un hombre sabio que edificó su casa sobre la roca; 25 y cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y azotaron aquella casa; pero no se cayó, porque había sido fundada sobre la roca. 26 »Todo el que oye estas palabras Mías y no las pone en práctica, será semejante a un hombre insensato que edificó su casa sobre la arena; 27 y cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y azotaron aquella casa; y cayó, y grande fue su destrucción». 28 Cuando Jesús terminó estas palabras, las multitudes se admiraban de Su enseñanza; 29 porque les enseñaba como uno que tiene autoridad, y no como sus escribas.
Esta enseñanza es impactante.
NO ALCANZA CON LLAMARLE “SEÑOR” A JESÚS.
NO ALCANZA CON SABER QUE JESÚS MURIÓ POR LOS PECADORES.
NO ALCANZA CON MEMORIZAR JUAN 3:16.
Los que reciben la salvación son los que se sujetan a Jesús como Señor, para HACER lo que Él enseña, para vivir conforme a la voluntad del Padre.
Cualquier “casa” que no se apoya sobre la solidez del cumplimiento de las enseñanzas de Jesús, cuando venga la tormenta terminará en desastre.
Es tiempo de que tomemos la decisión de hacer las cosas bien, de tomar en serio las enseñanzas del Señor, de que nos acerquemos a Él cada día para preguntarle “¿Qué quieres que haga?”.
Sí, nos vamos a volver a equivocar, vamos a volver a pecar, y gracias a Dios que podemos volver a venir delante de Él para recibir su perdón.
1 Juan 1:5–10 RVR60
5 Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él.6 Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad;7 pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.8 Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.9 Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.10 Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros.
Tiene que haber una coherencia entre lo que decimos y como andamos. Cuando fallamos, que Dios sabe que lo haremos, necesitamos correr a buscar su perdón confesando nuestros pecados, diciendo “He hecho esto, Señor, y sé que está mal”. Pero el arrepentimiento y la confesión tienen que ser seguidos por la determinación de no volver a pecar, de no volver a hacerlo.
No recibimos la salvación por nuestras buenas obras, pero recibimos la salvación para vivir haciendo buenas obras, conforme a la voluntad de Dios.
Efesios 2:8–10 RVR60
8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; 9 no por obras, para que nadie se gloríe. 10 Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.
Conclusión:
Podemos venir a la misma iglesia, escuchar los mismos mensajes una y otra vez, leer los mismos pasajes de la Biblia, pero si no vivimos conforme a la voluntad de Dios, si no le damos a nuestra relación con Dios el lugar de mayor importancia en nuestras vidas, seremos un Judas más, y el resultado será horrible.
No seas de aquellos que aquel día le dirán al Señor que enseñó en su iglesia, a lo que Jesús les preguntará “Y tú, ¿quién eres? ¡No te conozco!”.
¿Te conoce el Señor? Asegúrate de que así sea.
La salvación es el resultado de encontrar la Perla de Gran Precio.
Mateo 13:44–46 RVR60
44 Además, el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo. 45 También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas,46 que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró.
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