3. Yo soy el que soy
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Yo soy el que soyÉxodo 3:1-12
De aquí ese pavor y asombro con el cual, como la Escritura uniformemente nos relata, los hombres santos fueron sobrecogidos cada vez que enfrentaron la presencia de Dios…
Los hombres nunca son debidamente tocados e impresionados con la convicción de su insignificancia hasta que se comparan a sí mismos con la majestad de Dios. —Juan Calvino
Estas palabras de Juan Calvino son eco de una de las realidades más importantes de toda la Biblia, pero al mismo tiempo, una de las más olvidadas, es la idea de que una visión correcta de Dios, de Su santidad y Sus atributos, nos conducirá a una mayor conciencia de Su grandeza o por ende, a una mayor conciencia de nuestros propios pecados y a una mejor adoración.
Todo lo que un creyente es, está ligado a su conocimiento y conciencia permanente de la santidad de Dios. Es aquí donde ha comenzado la tragedia reciente de la iglesia, en reducir a Dios para engrandecer al hombre y el resultado es una religión cada vez más alejada de la verdadera adoración.
Este es el gran tema del libro de Éxodo. Es la historia de un Dios poderoso, compasivo, pero también santo que usa a instrumentos débiles, que son santificados por él para llevar a cabo su plan: adorarle y engrandecer Su gloria.
Como predicador, llego a este pasaje con un profundo sentido de indignidad. Cuando alguien habla de la santidad de Dios o de sus atributos, puede ser percibido como quien ha alcanzado un alto grado de esa santidad, pero la verdad es, y esto es algo que R.C. Sproul comenta en su libro la Santidad de Dios, entre más fieles intentamos ser al texto que habla de Dios, más crece nuestra distancia de Él y, por tanto, la carga, y es justo eso lo que produce dicho sentido de indignidad.
Pero yo espero que hoy ustedes también sean expuestos a este mismo sentir. Que este pasaje nos permita ver con toda claridad al Dios santo que se ha revelado en las Escrituras, que Él nos haga navegar en las profundas aguas de su carácter y que, al igual que Moisés, podamos responder con reverencia y adoración.
Hemos estado viendo en los capítulos anteriores la historia de Moisés y su fracasado intento por libertar al pueblo de Israel de la esclavitud por su propia mano y como emerge Dios como el verdadero libertador de Su pueblo.
El capítulo 2 de Éxodo nos dejó con la introducción de lo que hoy veremos: Dios escuchó el clamor del pueblo y estaba dispuesto a actuar a su favor, pero ¿Cuándo lo haría? ¿Por medio de quién? ¿De qué manera? De eso se tratan los capítulos siguientes, de Dios llamando a un Moisés que se considera a sí mismo indigno, pero que con el respaldo y el poder del Señor empezaría su camino para conducir a Israel a la tierra que estaba preparada para ellos.
Y aunque todo el capítulo 3 aborda el llamado, la comisión y la respuesta de Moisés a la iniciativa de Dios de llevar a cabo la liberación de Israel, hoy nos concentraremos en los versículos 1-12 del capítulo 3, donde veremos:
1. El Dios santo que llama (1-6)
2. El Dios misericordioso que comisiona (7-12)
El Dios santo que llama
La historia retoma su rumbo y ahora vemos Moisés que continúa en su trabajo como pastor de ovejas. Han pasado 40 años desde que llegó a Madián, pero las cosas estaban por comenzar a cambiar.
Un día, mientras el anciano pastor buscaba mejores pastos para sus ovejas en el monte Sinaí, también conocido como el Monte Horeb, un extraño fenómeno llamó su atención. Una zarza ardía en lo alto de la montaña, lo cual no era extraño debido a las altas temperaturas, lo realmente extraño era que el fuego nunca se apagaba, por lo que Moisés se acerca para ver que por qué la zarza no se quemaba.
Más que un fenómeno climático, el texto nos dice que se trataba de algo milagroso. Era el Ángel del Señor (de Jehová) que se había aparecido en una llama de fuego. No es la primera vez que esta expresión aparece en la Biblia, en Génesis hay por lo menos unas cuatro referencias (Gen 16:7:11, 21:17; 22:11, 15; 31:11,13) Es ese mismo Ángel del Señor con quien Jacob lucha en Peniel y vence y luego se registra en Gen 32:30: Y llamó Jacob el nombre de aquel lugar, Peniel; porque dijo: Vi a Dios cara a cara y fue librada mi alama.
Algunos han sugerido que este Ángel del Señor es una referencia Miguel o Gabriel; sin embargo, parece claro que en ocasiones el término es intercambiable por el de Dios mismo, como si el mismo Dios hablara o se revelara. En efecto, es a esto a lo que en teología se conoce como una teofanía, que no es más que una aparición visible del Dios invisible.
Esto nos ayuda a resolver la identidad del Ángel del Señor a quien vemos continuamente actuando como Dios. De hecho, en nuestro entendimiento de Cristo como Dios eterno, es más claro que esta es una expresión visible de la segunda persona de la Trinidad antes de que esta se encarnara y tomara un cuerpo humano definitivo en la persona de Jesús. Como vemos, Dios ya venía anticipando lo que sería su entrada a la humanidad, una forma de mostrarse como el Dios poderoso y santo que puedo hablar con los hombres sin que estos sean consumidos por su santidad y gloria.
Es ese mismo Ángel del Señor que en el versículo 4 es descrito como el Señor y quien llama a Moisés por nombre: ¡Moisés, Moisés! Y a quien Moisés responde: ¡Aquí estoy!
Por fin, Moisés estaba escuchando por primera vez la voz del Dios de quien tanto había oído. Pero de inmediato vino la advertencia: No te acerques, quita el calzado de tus pies porque el lugar que pisas es tierra santa.
Por supuesto, no había nada de especial en ese lugar, la única razón por la que ese monte era santo, era porque Dios estaba ahí.
Aquí vemos con toda claridad la distancia que hay entre el hombre pecador y el Dios Santo. Estos elementos ya nos son familiares: un lugar, un hombre pecador, un Dios Santo y un fuego que los separa. Sí; al final de Génesis 3:24:
Echó [Dios], pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida.
El fuego aquí está representado la justicia y la santidad de Dios a la que ningún hombre puede acercarse. Este es el Dios trascendente que está por encima de todo y delante de quién nadie puede permanecer en pie en pecado sin ser consumido.
La palabra santo significa separado o apartado; pero este concepto se queda corto para referirse a la santidad de Dios porque él no puede ser santificado o apartado por nadie, él es el que santifica. Su santidad es excelsa, su pureza, su rectitud, su perfección no tiene límites. Él es el Dios que santifica.
Por otro lado, es misteriosa la petición de Dios de que Moisés se quite el calzado de sus pies. Por un lado, algunos sugieren que se trataba de una forma de mostrarle a Moisés que debía despojarse de toda la suciedad de su vida; pero, por otro lado, también parece sugerir un sentido de bienvenida, como si Moisés, siendo un hombre pecador, ahora estuviera siendo recibido en la presencia de un Dios santo.
Dios se presenta a Moisés como el Dios del pacto de sus padres, el Dios de su pueblo, el Dios de la promesa con la que Moisés estaba familiarizado y la respuesta de Moisés es llamativa: Él cubrió su rostro, reconoció su indignidad y sabía que no podían sus ojos mantenerse fijos ante el Señor.
Esta es la reacción que encontramos en varios pasajes más de la Biblia: La respuesta de Manoa, el padre de Sansón (Jue 13:22), de Isaías (Is 6) y del mismo apóstol Juan (Ap 1:17). De hecho, Esteban hablando de esto en el libro de los Hechos agrega que Moisés estaba temblando y no se atrevía a mirar (Hch 7:32).
Mis amados, hay tanto en este texto sobre Dios, pero también sobre nosotros:
- Necesitamos recordar continuamente quién es Dios y su naturaleza santa. Me temo que con mucha frecuencia trivializamos al Señor. Lo vemos como uno más de nuestros dioses falsos. Como una caga imaginación. Yo quisiera que pudieras preguntarte ¿Cuándo piensas en la santidad de Dios, en qué piensas? ¿Cuál es la imagen que viene a tu mente? Me encanta pensar en el Dios que se encarnó y murió amorosamente por nuestros pecados, pero él también es el que está sentado en el treno rodeado de gloria. Cuando mantenemos ese equilibro, abandonamos esa idea de un dios minúsculo, sin dignidad y que no puede valerse por sí mismo, pero que lejos estamos. Si tú no tomas a Dios en serio, su santidad y lo que él es, tendrás que verlo como el juez justo que se levantará un día sobre su trono para juzgar a los vivos y a los muertos.
- Es evidente que hay una separación entre el Dios santo y el hombre pecador y que aquellos que Dios llama a servirle deben alejarse completamente de sus pecados. Mis amados, la razón por la que no pecamos no debe ser porque es moralmente inapropiado o porque recibiremos algún castigo o consecuencias negativas, la razón para no pecar es que Dios es santo y él demanda santidad de aquellos que le sirven. Moisés debía entender que él estaba en tierra santa porque Dios estaba ahí. Este lugar donde estamos reunidos es santo porque Dios está aquí, él habita en medio de su pueblo y si realmente Dios mora en ti, tú debes también ser santo en toda tu manera de vivir.
- No nos engañemos. La gracia de Dios, el amor, la bondad y el perdón, no son excluyente con una vida santa. Hay un peligro en un mal entendimiento de la gracia es hacer la barata, como una moneda de cambio que me permite pecar sin control porque Dios me perdona; pero eso es jugar con el fuego de la santidad de Dios. Si realmente queremos vencer en nuestra lucha contra el pecado, debemos conocer más a Dios, especialmente, debemos conocer más su santidad. Mis amados una iglesia que no toma en serio la santidad de Dios, tampoco tomará en serio el pecado de los que la componen. No estamos diciendo que debemos vivir vidas en absoluta perfección; pero por lo menos debemos ser conscientes de que no podemos presentarnos ante el Señor ignorando nuestros pecados, como el hijo que vive con sus padres, que no tiene la mayoría de edad, y llega a casa después de tres días, borracho y perdido, y pretende abrir la nevera, sentarse en la sala, encender el televisor y hacer que no pasa nada. ¡No, mil veces no! Mi hermano, si quieres vencer tu pecado, comienza por tomar en serio a Dios, porque de lo contrario, Dios te tomará en serio a ti. Y viene a mi mente un texto que deja clara esta idea:
Que si morimos con Él, también viviremos con Él;Si perseveramos, también reinaremos con Él;Si lo negamos, Él también nos negará;Si somos infieles, Él permanece fiel, pues no puede negarse Él mismo. (2 Tim 2:11-13)
- Cuando Moisés se dio cuenta de que hablaba con Dios, él intentó cubrir su rostro. Sabía que no podía mantenerse en pie delante de él. OH amados, que el Señor nos dé este sentido de reverencia.
- Pero por alguna razón, Moisés seguía vivo, no murió, y aquí hay esperanza para nosotros, y es que ese Dios santo y temible, también es un Dios de amor y gracia que ha tenido el cuidado de no desplegar todo el fuego de su santidad directamente contra nosotros, sino que ha puesto en medio a su Hijo, uno semejante a nosotros, de modo que podamos, siendo pecadores poder estar delante de su presencia. No puede haber un mayor sentido de regocijo para nuestras almas que este, que por la misericordia del Señor, no hemos sido consumidos. ¡Aleluya!
Y es precisamente esa misericordia y esa bondad la que también es exhibida en este texto, al mostrarnos a un Dios misericordioso que extenderá su mano en favor del pueblo usando a Moisés como un instrumento, lo que nos lleva al segundo punto de nuestro sermón:
El Dios misericordioso que comisiona (7-12)
Dios continúa hablando a Moisés y esta vez le deja en claro el propósito del llamado y retomando las palabras del final del capítulo 2 menciona que ha escuchado el clamor de Israel, que ha visto su aflicción, que es consciente de sus sufrimientos por causa de sus amos.
Los versículos anteriores nos mostraron al Dios trascendente, que está por encima de todo; pero estos nos muestran al Dios inmanente, el que es cercano a su pueblo, el que ha descendido para librarlos. Esto me recuerda las palabras con las que el Señor nos enseñó a orar: Padre nuestro (Dios inmanente) que estás en los cielos (Dios trascendente) santificado sea tu nombre.
El Señor describe también por primera vez su plan: sacar al pueblo de la esclavitud a una tierra buena y espaciosa con el propósito de que en dicha libertad le adoren y le sirvan.
El verso 10 nos muestra algo interesante. El Señor le dice a Moisés, “ven y te enviaré”. Esto es curioso porque hace un momento se reveló como el Dios santo y sus palabras fueron “no te acerques”, pero ahora, cuando muestra su carácter compasivo y misericordioso, sus palabras son “ven”.
Alguien pudiera pensar que Dios es ambivalente o que cambia caprichosamente su forma de pensar, pero la verdad es que estas dos cosas no están en contradicción: Dios puede ser perfectamente santo y separado del pecado, pero también perfectamente misericordioso y cercano a los que ama, y esto solo es posible por medio del evangelio. Es en Cristo donde estas dos cosas tuvieron su cumplimiento. Él se pone en medio de ese Dios Santo, recibe toda la justicia e ira que demandaba su santidad y al mismo tiempo extiende sus brazos de misericordia para perdonarnos. Es solo por medio de él que podemos, siendo pecadores, entrar a la presencia del Señor confiadamente.
Noten como esto modela nuestra adoración: nos acercamos a Dios con temor y profundo sentido de contrición y reverencia; pero también con gratitud, porque él ha perdonado nuestros pecados y nos ha hecho aceptos en el Amado.
En adelante veremos un intercambio de argumentos entre Dios y Moisés. Un Moisés inseguro, peor, un Dios que estaba por encima de las debilidades de a quien enviaba.
El v 11 nos muestra a un Moisés inseguro ante el llamado y la comisión del Señor. Este no es aquel Moisés de hace 40 años, seguro de sí mismo y que estaba convencido de que sus conciudadanos lo iban a considerar su libertador. Ha perdido vigor y fuerza. Ha perdido convicción. Ahora es un simple pastor, vulnerable; pero es precisamente ahora que él va a ser útil, porque Dios es experto en glorificarse en medio de la debilidad y la indignidad.
La respuesta de Moisés a la santidad y el carácter de Dios fue con temor y reverencia. La respuesta al llamado y la comisión fue con un sentido de insuficiencia. Ambas son las actitudes que deben caracterizar a un verdadero siervo de Dios: debe temer al Señor, debe pensar de sí con cordura, no pensar que es algo, pero sí depender enteramente del Señor.
Pero la respuesta del Señor no fue: ¡No digas eso, tú si eres alguien! No, Dios era consciente de la debilidad de Moisés, pero es que no era él quien iba a hacer el trabajo, era Dios y por eso el Señor le responde: Eres débil, lo sé y está perfecto.
Moisés tendría muchas más preguntas e inseguridades que veremos en el sermón siguiente, pero por ahora la idea nos queda clara: Dios es santo y perfecto, pero al mismo tiempo un Dios misericordioso y compasivo que usa instrumentos débiles con el propósito de mostrar una mayor gloria.
Amigo, espero que seas consciente de la gran verdad de este pasaje, que un día vas a presentarte delante de Dios y a menos que tengas a alguien parado entre Dios y tú, no podrás permanecer en pie, vas a ser consumido por Su gloria; pero si vienes a Cristo, él ha absorbido todo el fuego de la ira del Padre para que ahora, por la fe puedas presentarte ante el Señor y entrar a su presencia y permanecer delante de él.