4. Y quién soy yo
Éxodo: De la esclavitud a la libertad • Sermon • Submitted
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¿Y quién soy yo? Parte I
¿Y quién soy yo? Parte I
Ex 3:11—4:17
Soy padre de dos hijos en etapa de crecimiento y una de las cosas que tengo que enfrentar muy a menudo es el hecho de que me desafíen a argumentar los motivos por los cuales les damos ciertas instrucciones: —¿Y por qué tengo que ir?, ¿Por qué no mandas a mi hermano? ¿Tiene que ser ahora? — confieso que no siempre soy tan paciente como para responder con largas explicaciones, lo que me parecen más excusas para no obedecer que verdaderos interrogantes.
Pues bien, hoy nos vamos a asomar por la ventana de la historia para ver una escena similar que aconteció en la cima de una montaña; con una ligera diferencia: el hijo es un anciano de 80 años, desterrado de su pueblo y un pastor de ovejas que no tiene lugar fijo donde vivir, mientras que el padre de la escena es el Dios que ha existido por los siglos, que creó el universo y que nadie hay como él en grandeza; que no tiene que dar explicaciones a nadie; sin embargo, está justo allí, contando amorosa y tiernamente a su testarudo e incrédulo niño de 80 años.
Pero retomemos la historia: El pueblo de Israel había crecido en Egipto después de la muerte de José, pero crecieron tanto que empezaron vistos como una amenaza interna para el imperio, por lo que fueron sometidos a opresión y dura servidumbre; sin embargo, Dios tenía preparado a un plan, un niño nacido en cautiverio, pero criado como un hijo del rey de repente se apresura en su deseo de liberar al pueblo y es desterrado al desierto donde ha vivido por 40 años; Dios se le aparece milagrosamente en una zarza a este libertador ya entrado en años y dedicado al pastoreo de ovejas y lo llama para llevar a cabo su plan, se le revela como el gran Dios salvador y el que con su poder y su mano llevará al pueblo oprimido a un lugar donde le adorarán y le servirán.
Habíamos dejado la historia con Dios dando una instrucción clara a Moisés: Ahora, pues, ven y te enviaré a Faraón, para que saques a Mi pueblo, a los israelitas, de Egipto (v10) y si pudiéramos introducir aquí un largo silencio, estamos listos para escuchar la respuesta de Moisés; contrario a lo que habría dicho aquel libertador impetuoso que en sus 40’s quiso hacerse a sí mismo caudillo, este viejo Moisés está lleno de dudas y de objeciones y es en eso en lo que se concentra el resto del pasaje, en las preguntas y objeciones de un Moisés sumergido en la incredulidad y las respuestas pacientes, amorosas, pero determinantes de un Dios que ya había resuelto actuar en favor de Su pueblo.
Todo esto para hacer evidente que el Dios Todopoderoso que salva a Su pueblo, aunque pudiera hacerlo con su propia mano, decide usar instrumentos débiles para llevar a cabo su plan, por lo que Él solo espera que dichos instrumentos le obedezcan y confíen en Él. Es justo esto lo que consideramos el argumento principal de nuestro texto.
Así que lo que haremos hoy es seguir la dinámica del diálogo y esas serán las divisiones que usaremos para nuestro sermón (Aunque hoy solo veremos 3 de las 5 objeciones):
1. Primera objeción: “¿Quién soy yo?” Y la respuesta de Dios (3:11-13)
2. Segunda objeción: “¿Quién me envía?” Y la identidad de Dios (3:13-22)
3. Tercera objeción: “¿Cómo puedo probarlo?” Y las señales de Dios (4:1-9)
4. Cuarta objeción: “¿Cómo lo digo?” Y la instrucción de Dios (4:10-12)
5. Quinta objeción: “Envía a otro” Y la respuesta airada de Dios (4:13-17)
Primera objeción: “¿Quién soy yo?” Y la respuesta de Dios (3:11-13)
Primera objeción: “¿Quién soy yo?” Y la respuesta de Dios (3:11-13)
Vimos parte de esto en el sermón pasado, pero quiero que veamos en qué consiste este primer cuestionamiento de Moisés. Luego de ver la grandeza de Dios, él responde con un sentido de insuficiencia: “Yo no soy nadie para liberar a Israel”. Creo que hay algo de mérito en esto, es la actitud que se espera de un siervo; sin embargo, hay una línea muy delgada entre ese sentido de insuficiencia y la negligencia que sucede a la incredulidad y que evita que Moisés se involucre entusiastamente en la obra de Dios.
Es apenas de esperarse que alguien como Moisés, en su condición actual, tenga esta respuesta. Han pasado los años y ya no es el mismo de antes. Pero la respuesta del Señor está llena de mucha gracia y compasión: “No eres tú, Soy yo” y yo estaré contigo.
¡Qué promesa más maravillosa! Moisés estaba recibiendo el respaldo del Señor. La garantía de que Dios lo haría fuerte, suficiente y competente, incluso en medio de la debilidad.
Uno esperaría que la contundente respuesta de Dios a esta objeción pendía fin al debate. Solo piénsalo por un momento: Un día te sientes frustrado y Dios se te aparece de manera sobrenatural y habla contigo con tal claridad que nadie jamás ha mostrado y te dice, con su propia voz: Tranquilo, yo estoy contigo, no temas, ¿qué harías? Antes que respondas, piensa en que esto pudo haberte sucedido ayer u hoy, en este servicio. Dios nos habla por medio de su Palabra y nos recuerda sus promesas, sin embargo, muchas veces actuamos con incredulidad, simplemente creemos que no es suficiente, así que no estamos lejos de Moisés, somos objetores empedernidos porque olvidamos la realidad de las promesas del Señor.
Pero veamos ahora la segunda objeción de Moisés, debo advertir que cada una va a producir un efecto más desesperante en nosotros, pero estamos aquí para ver a Dios responder más que a Moisés cuestionar:
Segunda objeción: “¿Quién me envía?” Y la identidad de Dios (3:13-22)
Segunda objeción: “¿Quién me envía?” Y la identidad de Dios (3:13-22)
La segunda objeción de Moisés tiene una razón evidente en el texto: ¿Cuál es el nombre con el que Dios debía ser presentado a los Israelitas? Moisés conocía de Dios lo que se le había enseñado, pero era consciente que con toda seguridad la nueva generación de judíos posiblemente había olvidado muchas cosas, ¿cómo podía presentarse en nombre de Dios de modo que pudieran reconocerlo? ¿Quién era la autoridad que le enviaba? Y esto era fundamental en una cultura en la que los nombres estaban asociados a la dignidad, especialmente de los reyes y los gobernantes; la identidad era una extensión del ser.
Esta pregunta da lugar a uno de los textos más solemnes de toda la Biblia y en donde Dios revela dos cosas:
a. Él revela su identidad, su Nombre
b. Él revela el detallado plan para liberar al Pueblo de Israel.
Es decir; Dios no solo estaba interesado en que el pueblo le conociera por Su nombre, sino también por lo que él haría entre ellos.
La expresión YO SOY EL QUE SOY ameritaría por sí un curso completo de teología propia, pero no queremos tampoco ser superficiales en cuanto a lo que Dios quiere transmitir.
La mayoría de teólogos y expertos en lengua hebrea, coinciden que esta no es una expresión fácil de traducir en el contexto de lo que Dios está diciendo a Moisés y mucho menos en relación con su identidad, pero da la idea de algo que existe por sí mismo, que no necesita de otra cosa para ser definido. Además de eso, la palabra hebrea es empleada también para referirse a acciones que se dan en el pasado, presente y futuro, es literalmente “Yo ser el que ser”, una acción que no tiene tiempo definido.[1]
En hebreo que se emplean las letras YHWH conocidas como el tetragramatón. Su pronunciación sonaba como Yahvé, sin embargo, los judíos, con tal de no pronunciar el nombre de Dios en vano, empleaban a menudo la expresión Adonai, que significa “Señor”. Con el surgimiento de un hebreo más moderno y el aparecimiento de vocales, se sugirió una forma de ponerle sonidos vocales al nombre superponiendo las vocales de Adonai con las consonaste YHWH y como resultado en el siglo XVI se le comenzó a llamar a Dios como JEHOVÁ (YaHoWaH), pero es claro que ha sido por un arreglo lingüístico.
No estamos aquí para definir si es inapropiado o no llamar a Dios, Jehová o Señor, más bien es la idea de que Él se ha revelado en Su divinidad con un nombre, Él no es un Dios sin identidad, sino uno que ha revelado Su majestad, su eternidad, su trascendencia, su grandeza. Esto es importante porque muchas veces nos familiarizamos tanto con el nombre de Dios que se convierte hasta en una muletilla. Muchas veces nos referimos a él de manera superficial o vana, lo cual es pecado.
Cada vez que pensamos en nuestro Dios debemos poner nuestros ojos en su grandeza y majestad, en que él está por encima de todo lo creado y eso debe llevarnos a un profundo sentido de reverencia.
Pero notemos que Dios no solo revela la naturaleza de su esencia, sino también de su presencia y su relación con su pueblo por medio de un pacto:
«Así dirás a los israelitas: “El Señor, el Dios de sus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado a ustedes”. Este es Mi nombre para siempre, y con él se hará memoria de Mí1 de generación en generación
Mírenlo de nuevo, Él ES el Dios de su pueblo desde el pasado y el ES el Dios de su pueblo en el futuro y de generación en generación. Él es el eterno Dios.
A la par, el Señor le revela a Moisés el plan y las instrucciones de cómo llevarlo a cabo, así como los obstáculos que iba a representar el endurecimiento de Faraón, pero también como Él les traería gran liberación, y el versículo 18 revela el corazón del plan: que el pueblo sea libre y vaya y adore a su Dios en el desierto para que luego de eso puedan ir a la tierra que Dios había preparado para ellos y donde serían una nación.
Que ellos fueran al desierto a encontrarse con Dios siempre estuvo en el plan. Que en la cima del Sinaí recibieran las leyes sobre cómo ser santos y ofrecer sacrificios al Señor era lo que se había concebido desde el principio, pero la resistencia de Faraón iba a darle algo de emoción a la salida, porque Dios se permitiría mostrar su poder al herir a Faraón y a Egipto y al despojarlos como un rey despoja a otro.
Sobre la gracia que el pueblo hallaría con los egipcios debemos decir que es una forma en la que Dios está equipando a un pueblo que estaba preparándose para ser una nación y que iba a necesitar de un tesoro nacional (más adelante veremos cómo el torcido corazón humano puede convertir las bendiciones de Dios en ídolos), pero por ahora, el plan de Dios no tenía fallas y Moisés debía obedecer y ejecutarlo.
Uno pensaría que ahora que Moisés sabe que: Dios va a estar con Él, que el Señor es el mismo Dios de sus padres y quien tiene autoridad para enviarlo, y que ese mismo Dios no estaba improvisando, entonces él saldría convencido del llamado de Dios rumbo a convertirse en el libertador que Dios usaría; pero no, todavía falta un poco más de testarudez, lo que nos lleva a la siguiente objeción:
Tercera objeción: “¿Cómo puedo probarlo?” Y las señales de Dios (4:1-9)
Tercera objeción: “¿Cómo puedo probarlo?” Y las señales de Dios (4:1-9)
Moisés está convencido que es Dios quien habla con él y está seguro que el Señor lo acompañaría y lo ayudará a llevar a cabo su buen plan, pero ahora duda que pueda convencer a los Israelitas de lo mismo. Después de todo, pensaría Moisés, si era difícil asimilarlo para él mismo, que estaba hablando con Dios directamente, ¿cómo no lo sería para quienes iban a hablar con un mediador, un intermediario?
A estas alturas uno diría que ya es demasiado, pero el Señor sigue siendo paciente y le da a Moisés tres señales que iban a corroborar que ciertamente el Señor no solo le estaba enviando a cumplir una misión, sino que estaba involucrado con ella.
Hay que diferenciar entre un milagro, una maravilla y una señal, que aunque a menudo se usan de manera intercambiable, en ocasiones las señales no solo son algo que Dios hace para mostrar su poder, sino para dar un mensaje por medio de dicho milagro, como si se tratara de una forma gráfica de comunicar alguna verdad o realidad espiritual. Así que estos no son meros trucos espectaculares, sino mensajes de Dios para Egipto, para los judíos, en Egipto y para Dios mismo.
Una serpiente, una mano leprosa y las aguas del Nilo convirtiéndose en sangre. Todas estas señales contenían un mensaje directo para los egipcios. Acerca de ello, un comentarista dice lo siguiente:
Las tres señales que recibió Moisés, la serpiente, la lepra y el Nilo, implicaban factores comunes en la religión y la vida de Egipto. Los reyes de Egipto llevaban coronas adornadas con el “uraeus”, una cobra con la “capucha” desplegada como amenaza a los enemigos de Egipto. La cobra con corona también era asociada con el dios sol Ra, el “Rey vivo”, que, unido a Amón, era el dios más poderoso de Egipto.4 Por tanto, vencer a la serpiente era un símbolo eficaz para representar el desafío y el derrocamiento de las realidades centrales de la religión y soberanía egipcias y por esto, mediante esta señal, se muestra el poder de Egipto, tanto divino como real, bajo el dominio soberano del Señor.[2]
Por otro lado:
Cassutto asocia la señal de la mano leprosa con la prevalencia de la lepra en Egipto, donde se consideraba incurable. Es cierto que, en el Antiguo Testamento, Egipto era notorio por su insalubridad y, probablemente, la lepra habría sido considerada como un símbolo de ello.5 Así, igual que el poder de Egipto, también la enfermedad en Egipto, tanto su contagio como su curación, estaba sometida al Señor[3]
Y en cuanto al Nilo, sabemos que para los egipcios representaba la vida y la fertilidad, el Nilo era adorado como un Dios, especialmente porque garantizaba su subsistencia como nación, pero ahora Dios estaba mostrando que lo que ellos consideraban la fuente de la vida, Dios lo podía convertir en un símbolo de muerte y el juicio de Dios.
Pero estas tres señales tenían que ver mucho con Moisés también; en la señal de la serpiente Dios le muestra a Moisés que él puede mostrar su poder “con lo que él tenga a la mano”. Que no va a necesitar de un gran ejército, sino solo obedecer a lo que Dios le pida. Y esto de paso es un mensaje para nosotros que a veces estamos esperando dones y habilidades extraordinarias para servir, pero a la pregunta está vigente para ti y para mí: ¿qué tienes en la mano? Bueno, eso es suficiente para Dios.
La señal de la lepra también estaba informando a Moisés que Dios era capaz de convertir lo impuro en puro, lo que no es santo en santo. Dios estaba dispuesto a transformarlo de modo que pudiera ser agradable en todo su servicio.
Y la señal del Nilo no podía ser más clara para Moisés: Él fue arrojado allí para morir, pero ahora sería él quien por el poder de Dios sentenciaría el juicio contra esa nación.
En definitiva, estas eran señales de que dos reinos se iban a enfrentar, el de Dios y el de Faraón, pero que el de Dios iba a prevalecer por medio de la debilidad de un libertador impensado.
Muchas personas hoy en día usan este texto como una fórmula para pedir señales a Dios, pero lo cierto es que la mayor señal del poder y la misericordia de Dios ya fue dada a este mundo:
Entonces respondieron algunos de los escribas y de los fariseos, diciendo: Maestro, deseamos ver de ti señal. Él respondió y les dijo: La generación mala y adúltera demanda señal; pero señal no le será dada, sino la señal del profeta Jonás. Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches. (Mt 12:38-40)
Hasta aquí hay varias lecciones importantes para nosotros:
1. Dios ha hablado claramente y por eso él demanda de nosotros obediencia. No somos mejores que Moisés. Hoy nosotros tenemos mayor revelación y hemos recibido un mensaje mucho más claro y directo que el que Moisés recibió; él nos ha hablado por medio del Hijo (Heb 1:1-2) y tenemos en la Palabra de Dios la Palabra profética más segura (2 Pd 1:19-21). Es necesario dejar de estar buscando zarzas y voces extraordinarias y buscar lo que Dios ya nos ha hablado en Su Palabra. Esto debe motivarnos a leer la Biblia, a conocer más a Dios y lo que ya ha revelado para que podamos obedecer mejor.
2. Pero si hay algo que este pasaje deja claro, es la tremenda paciencia del Señor y cómo a pesar de nuestra testarudez, él sigue siendo paciente y fiel. Él conoce nuestras debilidades, se acuerda de que somos polvo y nos ayuda en medio de ellas. Qué bendita esperanza.
3. Muchas de las inseguridades de Moisés se debían a su desconocimiento de quién es Dios, pero damos gracias a Dios que en Cristo se nos ha revelado toda la plenitud de la Deidad. Todo lo que Dios ha querido revelar de sí mismo fue depositado en Cristo, de modo que podemos decir: hemos conocido a Cristo y eso nos basta. A Él se le ha dado un nombre que es sobre todo nombre y delante del cual se dobla toda rodilla, Él es el Señor, el Cristo, ese es el nombre que conocemos.
Y mi amigo que estás aquí, si tú aún no conoces a Dios, hoy es tu día para venir a los brazos de Cristo, es todo lo que necesitas.
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[1] Chester, Tim. Éxodo Para ti, Poiema publicaciones, 2019, pg 37.
1 Lit. Y este es Mi recuerdo.
4 Véase M. Bunson, The Encyclopedia of Ancient Egypt [La enciclopedia del Antiguo Egipto], Gramercy, 1991, pp. 225, 226, 274. Durham señala que “en el Oriente Próximo antiguo, la serpiente generalmente era un símbolo de sabiduría, fertilidad y sanación. En Egipto, en particular, se adoraba a las serpientes” (p. 44). En Riddles of the Sphinx [Los enigmas de la esfinge], Paul Jordan observa que el uraeus unía el Faraón con el dios sol y señalaba su naturaleza divina de rey.
[2] J. A. Motyer, Éxodo: Los días de nuestra peregrinación, trad. Laia Martínez, 1a Edición castellano, Comentario Antiguo Testamento Andamio (Barcelona: Andamio, 2009), 98.
5 Cf. Éxodo 15:26; Deuteronomio 28:27, 60. En la Biblia, la “lepra” era un término general para varias enfermedades de la piel y podría haberse empleado para representar las aflicciones aquí apuntadas.
[3] J. A. Motyer, Éxodo: Los días de nuestra peregrinación, trad. Laia Martínez, 1a Edición castellano, Comentario Antiguo Testamento Andamio (Barcelona: Andamio, 2009), 98.