Animo Hilda Torres
Humillarse:
Es notable que la bienaventuranza que constituye la base de las demás es pobres en espíritu (Mt. 5:3). En la sociedad griega del primer siglo, la humildad conllevaba únicamente un sentido negativo. Fue el cristianismo que la elevó hasta convertirla en un atributo admirado por el ser humano.
Orgullo implica exceso de estima propia, y el resultado es ponerse por encima de otro. La humildad, en cambio, es ser consciente de la absoluta necesidad y dependencia de Dios. Jesús encarnó la humildad cuando se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! (Fil. 2:8).
El mandato humíllense tanto en .1 Pedro 5:6; como en Santiago 4:10 en el original griego está en voz pasiva, no activa. En efecto, Pedro afirma: «Permite que las circunstancias te humillen». Geraldo no dejó que las circunstancias (su fracaso financiero) lo humillaran y, consecuentemente, el diablo encontró terreno fértil. Pablo, en cambio, sí permitió que una «espina» clavada en su cuerpo (2 Co. 12:7) lo humillara e hiciera la obra de perfeccionar el poder divino en la debilidad v 8
De modo que el primer preparativo en la guerra interna contra el enemigo es dejar que las circunstancias produzcan una dependencia total de Dios. La auto dependencia es satánica; el egocentrismo es la delicia del diablo; la soberbia es su jardín. Satanás odia la humildad, no encuentra entrada en el «pobre de espíritu», y huye del que depende de Dios.
Deshacerse de la ansiedad
El próximo paso en la batalla espiritual es echar toda nuestra ansiedad sobre Cristo (1 P. 5:7). Ansiedad incluye cualquier deseo que tenga el potencial de provocar disturbios emocionales y/o mentales. Pedro aclara que hemos de «depositar» toda nuestra ansiedad sobre el Señor pues la ansiedad da lugar a Satanás. Es como depositar dinero en el banco con la certeza de que estará seguro en la caja fuerte. Con Jesús las ansiedades están en buenas manos, porque Él se compadece de los sufrimientos (He. 4:15); dispone todas las cosas para el bien del que ama al Señor (Ro. 8:28); consuela en medio del sufrimiento (2 Co. 1:4); emplea las pruebas para darnos constancia en la vida (Stg. 1:1-5); nos regala abundante misericordia y gracia en la hora de necesidad (He. 4:16); es decir, Él cuida de nosotros (1 P. 5:7).
Es notable que Pedro incluye todas las ansiedades, tanto grandes como pequeñas. Algunas personas acuden a Cristo sólo con las grandes preocupaciones, pensando que Cristo no tiene interés en las de menos importancia. Otras recurren a Dios sólo con las pequeñas, imaginando que de alguna manera Cristo no puede hacerse cargo de las grandes, las cuales entonces «yo mismo tengo que llevar». La ansiedad, pues, es otra manera de depender de uno mismo en vez de depender de Dios; la ansiedad también es otra manera de dar lugar al diablo.
Practicar el dominio propio
El tercer paso en la etapa de preparación es el dominio propio (1 P. 5:8; sed sobrios RV). En el primer siglo se utilizaba esta palabra para exhortar a los bebedores a volver a autodominarse y a pensar con lucidez cuando la bebida había enturbiado la mente. Sed sobrios es una exhortación a mantener la mente clara y no permitir que nada ni nadie estorbe la habilidad de pensar con claridad.
Cada vez que en el Nuevo Testamento aparece la exhortación a practicar el dominio propio (mantenerse bajo control, ser sobrios), el contexto es un peligro repentino. Si el creyente no se mantiene «sobrio», el diablo se aprovecha e intenta producir estragos en la fe usando como medios el sufrimiento (1 P. 1:13; 4:7), la falsa doctrina (2 Ti. 4:5) y la ansiedad (1 P. 5:7).
Ser sobrio es vivir una vida caracterizada por el dominio propio, tanto en comportamiento como en actitudes y palabras. Para entender mejor la frase dominio propio es necesario considerar el antónimo: por un lado la indulgencia y por el otro el desenfreno religioso. Según Pedro, la persona llena del Espíritu Santo se distingue por el control propio y la mente clara. En cambio, cualquier experiencia que se caracteriza por falta de dominio propio sea debido a la droga, el alcohol o aun a una experiencia religiosa, en vez de contribuir en la batalla espiritual hace todo lo contrario.
Mantenerse alerta
Además de mantener la mente clara, el mandato es mantenerse alerta o velar (RV). Es la misma palabra que encontramos en Mateo 26:41 cuando Cristo exhortó a sus discípulos: Estén alerta y oren para que no caigan en tentación. Tan importante es velar que Jesús advierte a sus discípulos que si no lo hacen es posible que la tentación les gane ventaja. Mantenerse alerta es un término militar que significa «conservarse apto para el combate». Como hemos indicado, los jefes militares pasan meses y aun años preparando a sus ejércitos para estar preparados en el momento que estalle la guerra. Como vigilancia, durante la noche el ejército mantiene varias guardias. Se llaman «vigilias» precisamente porque los soldados tienen que mantenerse en alerta, debido al peligro inminente del ataque del enemigo.
Pedro nos está exhortando como cristianos a mantenernos siempre alerta y preparados espiritualmente para la batalla, a fin de que la tentación (enviada por el tentador) no nos venza. Muchos cristianos caen frente a las asechanzas del diablo por la falta de preparación espiritual. ¡Es una batalla! Que nos encuentre alerta y preparados.
En el ministerio de consejería vemos una vez más la necesidad de mantenernos alerta. Durante este ministerio tan vital hemos visto que muchos siervos y siervas del Señor no se mantienen sobrios ni velan. Un gran amigo mío, pastor, consejero y excelente expositor de la Palabra de Dios, no había establecido tal norma. «Mi matrimonio es fuerte, yo soy fuerte, Dios es fuerte», decía mi amigo. Por costumbre orientaba a mujeres a solas y a puertas cerradas. No es por demás que Pedro nos exhorta que seamos sobrios y estemos alerta. Nuestro adversario busca oportunidades, circunstancias que nunca encontraría si nos mantuviéramos siempre sobre aviso.
El diablo sabe cuándo atacar. Para mi amigo, ocurrió cuando sus problemas personales se fueron amontonando. Su hija adolescente, la niña de sus ojos, les anunció que estaba embarazada. Por estar tan ocupados en el ministerio, gradualmente él y su esposa se habían distanciado el uno del otro, hasta que terminaron en una seria riña. Además, la iglesia estaba pasando por tiempos difíciles. Eran circunstancias idóneas para el león rugiente. Con los problemas de la hija y la esposa todavía no resueltos, llegó a pedir consejos una mujer joven con problemas matrimoniales. «Mi esposo no me entiende, me trata mal, no me toma en cuenta» lloraba la muchacha. Después de unas pocas sesiones de consejos, cometieron adulterio. Luego, arrepentido, mi amigo exclamó: «Creí que nunca me podría suceder semejante cosa». Él no estaba preparado para la batalla, no se mantenía alerta.
Pablo estaba por subir a Jerusalén sabiendo que después de su salida entrarían lobos feroces que procurarían acabar con el rebaño; el apóstol advierte a los líderes de la iglesia de Éfeso: Aun de entre ustedes mismos se levantarán algunos que enseñarán falsedades para arrastrar a los discípulos que los sigan (Hch. 20:29-30). En ese contexto el apóstol exhorta a los ancianos de la iglesia de Éfeso que estén alerta (Hch. 20:31). Es común que los líderes de la iglesia, en vez de velar y estar alerta, dejen entrar cualquier enseñanza y doctrina. Parte de la labor de los líderes es proteger a la congregación y a sí mismos de toda falsa doctrina. ¿Quién está detrás de la falsa doctrina? Por supuesto, el enemigo.
Sujetarse a Dios
Así que sométanse a Dios...(Santiago 4:7). Cuando yo era joven, el predicador de nuestra iglesia muchas veces nos exhortaba a sujetarnos a Dios. Sin embargo nunca mencionó que tal exhortación era parte del contexto de resistir al diablo ni que formaba parte de la guerra espiritual. Hemos visto que tanto la humildad como estar preparado espiritualmente son pasos imprescindibles para asegurar la victoria sobre el enemigo. Ahora estudiaremos algo que todo cristiano quiere hacer pero pocos practican para resistir al diablo.
En contraste con lo que descubrimos acerca de «humíllense», este mandato de sujetarse a Dios se encuentra en el griego en voz activa no pasiva. Es algo que nosotros mismos tenemos que iniciar. La palabra griega jupotasso quiere decir «ponerse bajo la autoridad de otro». Es la misma palabra que se encuentra en Efesios 5:21-22, 24 donde se hace referencia a las relaciones matrimoniales.
El profundo sentido de esta expresión humíllense delante del Señor gira en torno a la palabra «Señor» (kurios) humíllense delante del kurios... ( 4:10 ). Nadie puede servir a dos kurios (Mt. 6:24). Kurios significa señor, dueño, amo, alguien con autoridad y con derecho de ejercer tal autoridad. Sujetarse a Dios es aceptar la santa voluntad de Dios en vez de imponer la mía y luego pedir que Dios la bendiga: Escuchen esto, ustedes que dicen: «Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad, pasaremos allí un año, haremos negocios y ganaremos dinero.» ¡Y eso que ni siquiera saben qué sucederá mañana... Más bien, deberían decir: «Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello» (Stg. 4:13-15). Sujetarse es la actitud del corazón que acepta la providencia de Dios como lo mejor para mi vida. Como cristianos ya estamos bajo la autoridad de Dios; de modo que es cuestión de si aceptamos o no tal autoridad en todas las circunstancias.
Hay una práctica común que me produce inquietud: demandar que Dios haga algo (¿qué nos obedezca?). Mi esposa estuvo presente cuando una dama, sincera por cierto, demandó que Dios atara a Satanás en la vida de su esposo inconverso. En ninguna parte de la Biblia encontramos el concepto de demandar de Dios sino de sujetarnos al Señor.
Vez tras vez la imagen que se presenta en la Biblia es de un enemigo. Ese enemigo busca a quien devorar y pide permiso de un Dios soberano para efectuar sus maquinaciones. Como veremos, parte del armamento del cristiano es la oración en el Espíritu que está siempre sujeto a la voluntad de Dios. Cuando Satanás pidió permiso para zarandear a los discípulos (Lc. 22:31), Jesús no negó el permiso sino que oró pidiendo que la fe de ellos no fallara ( v. 32 ).
Cristo hizo su parte en la cruz para derrotar a Satanás, y ahora ofrece recursos para vencer al enemigo. El creyente asume la responsabilidad de valerse de las armas que Dios provee para la batalla. Por cierto una importante es la actitud de estar sujeto a Dios.
Mantenerse firmes en la fe
Resistan al diablo y él huirá de ustedes (Stg. 4:7). Tanto Santiago como Pedro exhortan al creyente a resistir al diablo. Pedro nos explica una parte importante: manteniéndose firmes en la fe (1 P. 5:9). Se refiere a la posición que el soldado bajo el fuego enemigo adopta en la batalla. Es una guerra defensiva donde uno mantiene su posición firme a pesar de la ferocidad de la batalla.
Para comprender este concepto resulta útil observar a los gigantes jugadores de fútbol americano que actúan en la línea ofensiva. Para que su mariscal del campo tenga tiempo suficiente para lanzar la pelota, adoptan una posición defensiva. Es un término militar que indica mantenerse imperturbables e inconmovibles en lo que uno sabe es la verdad acerca de Dios y Jesucristo.
De esta sencilla frase resistan al diablo manteniéndose firmes en la fe, se puede sacar ciertas conclusiones. La primera es que en cierta manera el creyente no ha de tomar la ofensiva contra Satanás. El apóstol Pedro al hablar de los falsos maestros explica: Esto [el castigo] les espera sobre todo a los que siguen los corrompidos deseos de la naturaleza humana y desprecian la autoridad del Señor. ¡Atrevidos y arrogantes que son! No tienen reparo en insultar a los seres celestiales, mientras que los ángeles, a pesar de superarlos en fuerza y en poder, no pronuncian contra tales seres ninguna acusación insultante en la presencia del Señor (2 Pedro 2:10-11). Es notable lo que hizo el arcángel Miguel cuando contendió con el diablo sobre el cuerpo de Moisés: ...no se atrevió a pronunciar contra él [Satanás] un juicio de maldición, sino que dijo: «¡qué el Señor te reprenda!» (Jud. 9; véase Zac. 3:2).
Queda la pregunta: ¿Hay ocasiones cuando el cristiano tiene que entrar en el territorio de Satanás y darle batalla? Por su puesto que hay una guerra ofensiva contra el enemigo. Se llama el evangelismo (Mt. 28:18-20). Es notorio que la única vez que encontramos a Satanás caer del cielo como un rayo (Lc. 10:18) es durante la predicación de las buenas nuevas. «Satanás y su reino caían ante la predicación del evangelio. Caen como un rayo, es decir, súbita e irrevocablemente. El diablo cae del cielo cuando cae del trono que ocupa en el corazón de los hombres. Cristo conocía de antemano que, dondequiera fuese recibido el reino de los cielos, caería el reino de Satanás.»
Jesús mismo declara que las puertas del Hades no prevalecerán contra ella [la Iglesia] (Mt. 16:18 RV). La mejor manera de entender esta frase es que la Iglesia seguirá su avance a través de la historia. No será infalible ni sin defectos pero jamás desaparecerá. Dicho de otra manera no será posible detener la ofensiva espiritual de la predicación del evangelio. Es precisamente durante el avance de la iglesia cuando el creyente más necesita de la armadura de Dios. Es cuando la postura defensiva —manteniéndose firmes en la fe— y la ofensiva se toman de la mano.
En segundo lugar, no se permiten tratados de paz con el diablo. En esta guerra, el destino del adversario ya está establecido (Ap. 20:10) y el cristiano no ha de hacer arreglos con el enemigo. Un ejemplo de un tratado de paz es cuando un creyente a sabiendas se casa con un inconverso con la disculpa de: «Él [o ella según el caso] es mucho mejor que los creyentes que conozco». Peor todavía es alegar que el Señor dirige a un cristiano a casarse con el inconverso.
Pablo no permite tales alianzas: No formen yunta con los incrédulos. ¿Qué tienen en común la justicia y la maldad? ¿O qué comunión puede tener la luz con la oscuridad? ¿Qué armonía tiene Cristo con el diablo? ¿Qué tiene en común un creyente con un incrédulo? ¿En qué concuerdan el templo de Dios y los ídolos? Porque nosotros somos templo del Dios viviente... (2 Co. 6:14-16). Salomón nunca llegó a lo que pudo haber sido porque entró en alianzas con el faraón, rey de Egipto, casándose con su hija (1 R. 3:1).
Existen otras maneras de pactar alianzas con el diablo, por ejemplo la filosofía tan insidiosa que alega que el fin (animar a los creyentes) justifica los medios (exagerar las estadísticas). Como hemos visto antes, el diablo es mentiroso desde el principio y padre de mentiras, y emplearía cualquier método con tal de que el pueblo de Dios se valga de la mentira.
Por otra parte, hay creyentes que entran en la magia blanca, o no salen de casa sin consultar con el horóscopo, o prenden velas, o juegan con la huija, o corren detrás de falsos profetas, o practican el yoga. Todos son alianzas con el diablo las cuales debilitan nuestra fe.
Su situación no es única
Pedro agrega una nota que quizá nos sorprenda en el proceso de resistir al diablo. Él revela que sabiendo que sus hermanos en todo el mundo están soportando la misma clase de sufrimientos (1 P. 5:9) ayuda en la lucha contra Satanás y el desánimo. Pablo emplea el mismo razonamiento para animarnos en relación a la tentación, ustedes no han sufrido ninguna tentación que no sea común al género humano... (1 Co. 10:13).
Cuando alguien está bajo ataque, padeciendo física, mental o económicamente, nos da ánimo saber que nuestro caso no es único, que otros no solamente han pasado por la misma prueba sino que además la han soportado con gozo. De igual manera el escritor de Hebreos emplea todos los ejemplos dados en el capítulo 11 para convencer a sus lectores de que no retrocedan en su vida cristiana.
El mundo ha descubierto este principio bíblico. Prueba de ello son las tantas personas que se agrupan de acuerdo al problema que desean vencer. De estos grupos afines, el más famoso es Alcohólicos Anónimos (A.A.). Uno de los objetivos principales es que cada miembro anime a los demás integrantes a mantenerse fiel. Parte de la dinámica es comprender lo mucho que ayuda saber que el caso de alguien no es único y que otros están pasando por el mismo sufrimiento. En el momento en que una persona piensa que su circunstancia es única, pierde esperanza. Recuerdo un incidente de este tipo durante una de nuestras cruzadas en Uruguay. Una dama de la alta sociedad acudió al centro de consultas buscando consejo. Su problema era que uno de sus hijos vivía con la novia sin estar casado con ella. Llorando, la mujer nos contó una triste historia. Cuando comenzamos a leer la Biblia y a dirigirla a la fuente de consuelo y solución, nos miró con cara de duda. Ella pensaba que su caso era único y que por lo tanto no había pasaje bíblico que la pudiera ayudar. Su caso no era exclusivo. Muchos más han pasado por la misma experiencia, y tenemos un sumo sacerdote que puede compadecerse de nuestras flaquezas porque fue tentado en todo como nosotros, pero sin pecado (He. 4:15).
Sin embargo el ejemplo del mundo es deficiente porque el cristiano sabe que el soberano Dios es quien permite que tales cosas sucedan y es el mismo Dios que da los recursos para vivir en victoria. Es algo que no sabe ni puede saber el inconverso.
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[1]Mirón, J. (2001). ¿Estoy preparado para la guerra espiritual? : Mirón, Jaime. (72). Miami, Florida: Editorial Unilit.