Blasfemada es la traducción de blasphēmeō, que significa “difamar o deshonrar”. William Kelley traduce esta frase así: “para que la Palabra de Dios no sufra escándalo alguno”. El punto de Pablo es que no solo las cosas malas que decimos y hacemos, sino también las cosas buenas que dejamos de decir y hacer, deshonran a Dios y a su Palabra ante la iglesia y ante el mundo. Los incrédulos juzgan la autenticidad y el valor de nuestra fe más por nuestra manera de vivir que por nuestra teología. Al hacerlo, juzgan la verdad y el poder de la palabra de Dios por la forma en la que llevamos nuestra vida. El mundo juzga el evangelio, que es el corazón de la palabra de Dios, por el carácter de las personas que lo creen y que afirman ser transformadas por él. El filósofo alemán del siglo diecinueve Heinrich Heine dijo: “Muéstrenme sus vidas redimidas y quizás me sienta inclinado a creer en su Redentor”.Muchos esposos han rechazado a Dios y han hecho mofa de su palabra a causa de la conducta no piadosa de una esposa cristiana que no es amorosa ni sumisa (cp. 1 P. 3:1–2). Por supuesto, también es verdad que las vidas hipócritas de esposos, hijos, padres y otros parientes y amigos cristianos han tenido y continúan teniendo el mismo efecto trágico.A causa de su adulterio con Betsabé y su participación en la muerte violenta de su esposo Urías, el Señor dijo a David por medio del profeta Natán: “¿Por qué, pues, tuviste en poco la palabra de Jehová, haciendo lo malo delante de sus ojos?… Por lo cual ahora no se apartará jamás de tu casa la espada, por cuanto me menospreciaste, y tomaste la mujer de Urías heteo para que fuese tu mujer… He aquí yo haré levantar el mal sobre ti de tu misma casa” (2 S. 12:9–11). Aun después que David confesó y fue perdonado, el Señor prometió un castigo todavía mayor. “Por cuanto con este asunto hiciste blasfemar a los enemigos de Jehová”, le explicó Natán, “el hijo que te ha nacido ciertamente morirá” (2 S. 12:14).Pablo denunció con intransigencia a los israelitas infieles diciendo: “He aquí, tú tienes el sobrenombre de judío, y te apoyas en la ley, y te glorías en Dios, y conoces su voluntad, e instruido por la ley apruebas lo mejor, y confías en que eres guía de los ciegos, luz de los que están en tinieblas… Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo?… Tú que te jactas de la ley, ¿con infracción de la ley deshonras a Dios? Porque como está escrito, el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros” (Ro. 2:17–19, 21, 23–24; cp. Is. 52:5).Por cuanto “mientras la casa de Israel moraba en su tierra, la contaminó con sus caminos y con sus obras”, el Señor recordó a su pueblo: “Les esparcí por las naciones, y fueron dispersados por las tierras; conforme a sus caminos y conforme a sus obras les juzgué. Y cuando llegaron a las naciones adonde fueron, profanaron mi santo nombre, diciéndose de ellos: Estos son pueblo de Jehová, y de la tierra de él han salido” (Ez. 36:17, 19–20). Debido a que Israel vivió igual que los paganos inmorales e impíos, su Dios verdadero y santo fue envilecido, escarnecido y considerado como no más justo ni poderoso que los dioses paganos falsos y decadentes.La preocupación e interés positivos en vivir de tal modo que Dios y su Palabra no sean deshonrados, lo cual levanta una barrera entre los no salvos y el evangelio, se traducen en llevar una vida que pueda atraer a los no salvos a nuestro Señor de gracia.Jesús manda a sus seguidores: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt. 5:16). Pablo dijo acerca de los creyentes en Corinto: “sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón” (2 Co. 3:3). Bien sea que se lo propongan o no, los cristianos son “cartas vivientes” de Cristo y en ocasiones son el único testimonio que el mundo tiene sobre el Señor y su evangelio de salvación.Parece que existe un número casi ilimitado de estrategias, metodologías y técnicas que han sido desarrolladas para ganar a las personas para Jesucristo. En la mayoría de los casos, la meta es noble y el deseo es digno de admiración. Además, aunque nuestras ideas, métodos y planeación humanos tienen un lugar adecuado en la obra de la iglesia de Cristo, siempre deben estar en congruencia con y subordinados a los requisitos y principios fundamentales para el evangelismo que Dios establece en su Palabra. Estos incluyen una proclamación clara de la pecaminosidad innata de todo hombre, su perdición y su necesidad perentoria de salvación, la cual solo puede alcanzarse mediante fe en la obra expiatoria y sustitutiva de Jesucristo, quien pagó el castigo pleno por el pecado y cuya justicia es acreditada al creyente penitente, arrepentido y perdonado.La única plataforma desde la cual deben predicar y testificar los cristianos es una vida transformada marcada por la virtud y la piedad. Hemos de vivir de tal manera “que [seamos] irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual [resplandecemos] como luminares en el mundo” (Fil. 2:15). Como hijos de Dios, deberíamos ser piadosos de la manera como Él manda: “Sed santos, porque yo soy santo” (1 P. 1:16). Somos “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que [anunciemos] las virtudes de aquel que [nos] llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 P. 2:9).Para que una persona quede convencida de que Dios le puede salvar del pecado, necesita observar a alguien quien ha sido salvo del pecado y que en la medida de lo posible vive una vida separada del pecado. Para que una persona se convenza de la esperanza que hay en Dios, se le debe mostrar a alguien que tenga esperanza mientras que antes solo tenía desesperación. Para que una persona sea convencida de que Dios puede proveernos de manera milagrosa amor, paz y felicidad, necesita que se le muestre a alguien que irradie en el presente esas bendiciones.