El Jonas que llevamos dentro
el jonas que llevamos dentro es lo que todos en reiteradas veces hemos declarado pero con otro nombre. solemos decir: el gallego q va a salir o el tano que tengo dentro. Esta serie de predicaciones viene para mostrarnos que no solo se trata de una cultura familiar lo del gallego o el tano, sino mas bien de una naturaleza caida, de algo que solemos luchar y que la palabre de Dios y sobre todo nuestro protagonista nos enseñara a identificar para dominar al: JONAS QUE LLEVAMOS DENTRO.
1. A menudo Dios nos pedira cosas que no estamos dispuestos a DAR O HACER.
Podemos con certeza imaginar que Jonás pensó que la misión no tenía ni sentido práctico ni teológico.
Dios describe a Nínive ya sea aquí o después como la «gran» ciudad, y sin duda lo era. Era tanto una potencia militar como cultural. ¿Por qué la población escucharía a alguien como Jonás? Por ejemplo, ¿cuánto habría sobrevivido un rabí judío en 1941 si se hubiera parado en medio de las calles de Berlín y llamado a la Alemania nazi a arrepentirse? Desde un punto de vista práctico, no había ninguna posibilidad de éxito y la de morir era elevada.
Tampoco Jonás habría sido capaz de ver justificación teológica para esta misión. Algunos años antes, el profeta Nahúm había profetizado que Dios destruiría a Nínive por su maldad. Jonás e Israel habrían aceptado la profecía de Nahúm como perfectamente lógica.
Jonás dudó de la bondad, la sabiduría y la justicia de Dios.
Todos hemos tenido esa experiencia. Nos sentamos en la clínica del doctor aturdidos por el resultado de la biopsia. Nos desesperamos ante la idea de no encontrar un trabajo decente después de que la última oferta posible tampoco resultó. Nos preguntamos por qué la aparente relación sentimental perfecta, la que siempre queríamos y nunca pensamos que fuera posible, fue un desastre. Si hay un Dios, pensamos, ¡Él no sabe lo que está haciendo! Aun cuando pasamos de las circunstancias de nuestras vidas a la enseñanza de la Biblia, parece, en particular a la gente de hoy, que está llena de afirmaciones que no tienen mucho sentido.
Cuando esto sucede tenemos que decidir: ¿Creemos que Dios sabe qué es lo mejor, o somos nosotros? Pero nuestro corazón ya ha determinado que nosotros sabemos qué es lo mejor. Dudamos que Dios sea bueno, que esté comprometido con nuestra felicidad y, por eso, si no podemos ver una buena razón para algo que Dios diga o haga, pensamos que no hay ninguna.
Eso es lo que hicieron Adán y Eva en el Edén. El primer mandato fue: «…Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día que de él comas, ciertamente morirás» (Gén. 2:16–17). El fruto «… era bueno […], tenía buen aspecto y era deseable…» (Gén. 3:6), sin embargo, Dios no había dado las razones por las que sería malo comerlo. Adán y Eva, al igual que Jonás mucho tiempo después, decidieron que, si no podían pensar en una buena razón para lo que Dios les había mandado, no podía haber ninguna. No podía confiarse en que Dios tuviera las mejores intenciones para ellos. Y entonces comieron.
2. Siempre que hay una palabra para OBEDECER, habra un barco para DESOBEDECER.
El ejemplo clásico en los Evangelios respecto a estas dos maneras de huir de Dios está en Lucas 15, la parábola de los dos hijos. El menor trató de escapar del control de su padre al tomar su herencia, dejar su casa, rechazar todos los valores morales de su padre y vivir como quería. El mayor se quedó en casa y obedeció a su padre en todo, pero cuando este último hizo algo con el resto de la riqueza que al mayor no le gustó, estalló con enojo. En aquel momento se hizo evidente que él tampoco amaba a su padre.
El mayor no obedecía por amor, sino solo como una manera de que su padre se sintiera obligado con él, de tener el control de manera que el padre tuviera que hacer como el hijo le pidiera. Ninguno de los dos hijos confiaba en el amor de su padre. Ambos trataban de encontrar maneras de escapar a su control. Uno lo hizo al obedecer todas las reglas del padre, el otro al desobedecerlas todas.
Flannery O´Connor describió a uno de sus personajes ficticios, Hazel Motes, como alguien que sabía que «la manera de evitar a Jesús consistía en evitar el pecado». Pensamos que, si somos religiosos practicantes, virtuosos y buenos, entonces hemos hecho nuestra parte, por así decirlo. Entonces, Dios no puede simplemente pedirnos algo, nos debe. Está obligado a bendecirnos y a responder nuestras oraciones. Esto no es acercarnos a Él con alegría y gratitud, con entrega y amor, sino es más bien una manera de controlarlo y, como resultado, mantenerlo a cierta distancia.
Ambas maneras para escapar de Dios aceptan la mentira que no podemos confiar en que Dios procura nuestro bien. Pensamos que tenemos que obligar a Dios para que nos dé lo que necesitamos. Aunque obedezcamos a Dios en apariencia, no lo estamos haciendo por Él, sino por nosotros. Si, al procurar cumplir Sus reglas, pareciera que Dios no nos trata como sentimos que merecemos, la apariencia de moralidad y justicia pueden colapsar de repente. El alejamiento interno de Dios que había estado ocurriendo desde hace ya cierto tiempo se convierte en un rechazo evidente y externo. Nos enojamos con Dios y solo nos alejamos.
El ejemplo clásico en el Antiguo Testamento respecto a estas dos maneras de huir de Dios se encuentra justo aquí en el Libro de Jonás. Este profeta hace el papel tanto del «hijo menor» como del «hijo mayor». En los primeros dos capítulos, Jonás desobedeció y huyó del Señor, pero al final se arrepintió y pidió a Dios Su gracia, así como el menor dejó la casa, pero regresó arrepentido.
Sin embargo, en los últimos dos capítulos Jonás obedeció el mandato de Dios de ir y predicar a Nínive. En ambos casos, estaba tratando de controlar la situación. Cuando Dios aceptó el arrepentimiento de los ninivitas, del mismo modo que el hermano mayor en Lucas 15, Jonás reaccionó con ira mojigata ante la gracia y la misericordia de Dios hacia los pecadores.
Y ese es precisamente el problema que encaraba Jonás: el misterio de la misericordia de Dios. Es un problema teológico, pero es, al mismo tiempo, un problema del corazón. A menos que Jonás viera su propio pecado y se viera como alguien que vivía totalmente por la pura misericordia de Dios, nunca entendería cómo Dios podía ser misericordioso con los impíos y todavía ser justo y fiel. La historia de Jonás, con todas sus peripecias, se trata de cómo Dios toma a Jonás, algunas veces de la mano, otras veces del cuello, para mostrarle estas cosas.
Jonás huyó y huyó. Con todo, aunque usó múltiples estrategias, el Señor siempre estuvo un paso adelante. También Dios varía Sus estrategias, y continuamente extiende Su misericordia hacia nosotros de nuevas maneras, aunque no lo comprendamos ni lo merezcamos.
3. Las tormentas pueden ser la oportunidad para un llamado de atencion. ( todo pecado se relaciona con una tormenta, pero no toda tormenta se relaciona con el pecado)
Casi siempre las tormentas de la vida vienen a nosotros no como la consecuencia de un pecado en particular, sino como la consecuencia inevitable de vivir en un mundo caído y aquejado por problemas. Se ha dicho que «… el hombre nace para sufrir, tan cierto como que las chispas vuelan» (Job 5:7), y por eso el mundo está lleno de tormentas destructivas. No obstante, como veremos, esta tormenta llevó a los marineros a la fe genuina en el Dios verdadero, aunque no fuera su culpa. El mismo Jonás inició su viaje para comprender la gracia de Dios bajo una nueva perspectiva. Cuando las tormentas vienen a nuestras vidas, ya sea como consecuencia de nuestra maldad o no, los cristianos tenemos la promesa que Dios las usará para nuestro bien (Rom. 8:28).
Cuando Dios quiso hacer de Abraham un hombre de fe, quien sería el padre de todos los fieles en la tierra, Dios lo hizo peregrinar durante años con promesas, al parecer, sin cumplir. Cuando Dios quiso cambiar a José de un adolescente arrogante y sumamente consentido a un hombre de carácter, Dios hizo que durante años lo trataran mal. José supo lo que era ser un esclavo y estar en prisión antes de poder salvar a su pueblo. Moisés se convirtió en un fugitivo y pasó 40 años en la soledad del desierto antes de poder dirigir.
La Biblia no afirma que cada dificultad es el resultado de nuestro pecado, pero sí enseña que, para los cristianos, cada dificultad puede ayudar a reducir el poder del pecado en nuestros corazones. Las tormentas pueden despertarnos a verdades que de otra manera no las veríamos. Las tormentas pueden fomentar la fe, la esperanza, el amor, la paciencia, la humildad y el dominio propio en nosotros como ninguna otra cosa. Y un sinnúmero de personas ha testificado que encontraron la fe en Cristo y la vida eterna solo porque alguna gran tormenta las condujo hacia Dios.
Cómo opera Dios a través de las tormentas
Con todo, aun cuando es difícil discernir los propósitos sabios y amorosos de Dios detrás de nuestras pruebas y dificultades, sería aún más desesperanzador imaginar que Él no tiene control sobre ellas o que nuestro sufrimiento es fortuito y sin sentido.
Jonás no pudo ver que muy dentro de la tormenta estaba operando la misericordia de Dios, al traerlo de vuelta para transformar su corazón. No debe sorprendernos que Jonás no viera esto inicialmente. El profeta no sabía cómo vendría Dios al mundo para salvarnos. Sin embargo, al vivir de este lado de la cruz, sabemos que Dios puede salvarnos a través de las debilidades, el sufrimiento y la derrota aparente. Aquellos que vieron morir a Jesús no vieron sino pérdida y tragedia. Pero, en medio de aquella oscuridad, la misericordia divina estaba operando poderosamente, propiciando el perdón para nosotros. La salvación de Dios vino al mundo a través del sufrimiento, de manera que Su gracia salvífica y Su poder pueden operar en nuestras vidas más y más mientras atravesamos las dificultades y las aflicciones. Hay misericordia en el interior de nuestras tormentas.