COSAS QUE ACOMPAÑAN A SU SALVACIÓN
COSAS QUE ACOMPAÑAN A SU SALVACIÓN
SERMÓN PREDICADO LA MAÑANA DEL DOMINGO 20 DE SEPTIEMBRE 1857,
POR CHARLES HADDON SPURGEON,
EN EL MUSIC HALL, ROYAL SURREY GARDENS, LONDRES.
“Estamos persuadidos de cosas mejores, y que pertenecen a la salvación.” Hebreos 6:9.
“Cosas que acompañan a la Salvación.” Versión King James.
No estoy muy seguro de que mi texto sancione todo lo que voy a decir sobre él hoy, si fuere leído y entendido en su contexto. Pero yo he tomado estas palabras más que nada en un sentido acomodado a mis necesidades, y las he usado como una especie de encabezamiento para el sermón que espero poder predicarles. Estuve meditando sobre este tema: “Cosas que acompañan a la salvación,” y después de algunos momentos de reflexión, mis pensamientos adoptaron la forma de una alegoría, misma que espero presentarles esta mañana.
Comparé a la salvación con un rico y valioso tesoro que Dios, en Su amor y misericordia infinitos, se propuso enviar al mundo, y recordé que nuestro Señor Jesús estaba tan interesado en traer esa salvación a esta tierra, que envió todo lo que tenía, y Él mismo vino para acompañar a esta salvación y ocuparse de ella.
Luego imaginé un cuadro de una gran marcha de seres resplandecientes que iban a lo largo de esta tierra portando la sagrada joya de Salvación. Miré al frente de la marcha y divisé una poderosa vanguardia que ya había llegado a las riberas de la eternidad. Miré alrededor de Salvación y divisé que iba siempre acompañada de diversas gracias y virtudes que parecían ser como tropas y soldados que la custodiaban en la vanguardia, en sus flancos y en la retaguardia.
Sin embargo, antes de comenzar, hacemos esta advertencia. Cuando el apóstol habla de virtudes y de gracias, las llama “cosas que acompañan a la salvación,” no cosas que la originan. Nuestra fe no da origen a la salvación, ni tampoco nuestra esperanza, ni nuestro amor, ni nuestras buenas obras; esas son cosas que la acompañan en carácter de una guardia de honor. El origen de la salvación se encuentra únicamente en la voluntad soberana de Dios Padre, en la infinita eficacia de la sangre de Jesús, Dios Hijo, y en la divina influencia de Dios Espíritu Santo. Hay, sin embargo, “cosas que acompañan a la salvación.”
(Comienza la alegoría)
“Entonces, imaginen la marcha de algún monarca de la antigüedad a lo largo de su territorio. Leemos historias de monarcas orientales de los tiempos de la antigüedad que parecieran más bien una novela que una realidad, cuando marchaban con miles de ondeantes estandartes, y con todo tipo de riquezas que portaban con ellos. Tomen eso ahora como la base de mi comparación y supongan que Salvación es el sagrado tesoro que está siendo transportado a lo largo del mundo, siendo acompañada en su recorrido por guardias que marchan adelante y guardias que van atrás.
Vamos a comenzar, entonces, con la vanguardia que acompaña a Salvación o más bien que va delante de ella. Vamos a observar luego a los que la preceden de manera inmediata, y luego vamos a identificar a aquellos que la acompañan en sus flancos, y vamos a concluir identificando la retaguardia que acompaña a esta Salvación de nuestro Dios.
I. Primero, entonces, EN LAS MARCHAS DE TROPAS Y DE EJÉRCITOS HAY ALGUNOS QUE INTEGRAN LAS PRIMERAS LÍNEAS DE LA FORMACIÓN Y ANTECEDEN A TODOS LOS DEMÁS. Así sucede con la marcha de Salvación: hay elementos que la anteceden a gran distancia para despejar el camino. Voy a decirles los nombres de estos estupendos Titanes que anteceden la marcha. El primero es Elección; el segundo es Predestinación; el tercero es Redención, siendo el Pacto el capitán de todos ellos. Antes de que Salvación entrara en este mundo, Elección marchaba a la vanguardia y tenía por función identificar el alojamiento de Salvación. Elección recorría todo el mundo y marcaba las casas a las que Salvación debía llegar y los corazones en los que debía depositarse el tesoro. La mirada de Elección recorrió toda la raza humana desde Adán hasta el último ser humano y marcó con un sello sagrado a todos aquellos para quienes Salvación estaba destinada. Elección dijo: “Le era necesario pasar por Samaria” y Salvación tuvo que ir allá. Luego vino Predestinación. Predestinación no marcaba simplemente la casa, sino que trazaba el mapa del camino en el que Salvación debía viajar hasta esa casa. Predestinación ordenaba cada paso del gran ejército de Salvación. Ordenaba el tiempo en el que el pecador debía ser llevado a Cristo, la manera en que iba a ser salvado y el instrumento que debía ser empleado. Marcaba la hora exacta y el momento en el que Dios, el Espíritu, debía vivificar al que estaba muerto en pecado y en que debían declararse la paz y el perdón por medio de la sangre de Jesús. Predestinación marcó el camino tan detalladamente que Salvación nunca sobrepasa los límites y nunca confunde el camino. En el decreto eterno del Dios Soberano, cada uno de los pasos de Misericordia estaba ordenado. Como nada en este mundo gira al azar—la ubicación prevista de un junco en la ribera está tan prefijada como la posición de un rey—no era apropiado que Salvación fuera dejada al azar y, por tanto, Dios trazó un mapa del lugar donde debía levantar su tienda, cómo debía dar sus pasos hasta esa tienda, y el tiempo en que debía llegar allí. Luego vino Redención. El camino era áspero y aunque Elección había marcado la casa y Predestinación había trazado la senda, el camino estaba tan obstruido que Salvación no podía recorrerlo mientras no fuera despejado. Redención hizo acto de presencia; sólo contaba con un arma y esa arma era la victoriosa cruz de Cristo. Allí estaban los montes de nuestros pecados. Redención los aplanó y los partió en mitades y convirtió todo en un valle para que los redimidos del Señor pudieran atravesarlo marchando. Había una gran sima que era la ira del Dios ofendido. Redención tendió sobre esa sima un puente con la cruz, y de esa manera dejó un pasaje perenne por el que habrían de pasar los ejércitos del Señor. Redención perforó túneles en cada montaña; secó todos los mares; derribó todos los bosques; allanó todo collado alto y rellenó los valles, de manera que el camino de Salvación es ahora transitable y plano. Dios puede ser el justo, y el que justifica al impío.
Ahora bien, esta sagrada vanguardia porta como su estandarte al Pacto Eterno. Elección, Predestinación y Redención, los titanes que se anticipan y que escapan a nuestra vista, son convocados a la batalla por este estandarte: el Pacto, el Pacto Eterno, ordenado en todas las cosas y que será guardado. Nosotros sabemos y creemos que antes de que la estrella matutina sorprendiera a las sombras de la oscuridad, Dios ya había pactado con Su Hijo que debía morir y que debía pagar el precio del rescate y que, en lo que correspondía a Dios Padre, Él daría a Jesús “una gran multitud, la cual nadie podía contar,” la cual debía ser comprada con Su sangre, y mediante esa sangre, debía ser salvada con toda certeza. Ahora, cuando Elección avanza en su marcha, lleva consigo al Pacto. Estos son los elegidos en el Pacto de gracia. Cuando Predestinación marcha y traza el camino de Salvación, proclama el Pacto. “Repartiréis, pues, esta tierra entre vosotros según las tribus de Israel.” Y Redención, señalando a la sangre preciosa de Cristo, reclama Salvación para los comprados con sangre ya que el Pacto ha decretado que sea de ellos.
Ahora bien, mis queridos oyentes, esta vanguardia se ha anticipado tanto que ni ustedes ni yo podemos verla. Estas son doctrinas verdaderas, pero muy misteriosas; están más allá del alcance de nuestra vista y si queremos ver a Salvación, no debemos detenernos para contemplar a la vanguardia, porque ya va tan lejos que únicamente el ojo de la fe puede percibirla. Debemos contar con ese sagrado catalejo, con ese divino telescopio de la fe, pues de otra manera no tendremos nunca la evidencia de las cosas invisibles. Sin embargo, debemos tener la certeza de que si tenemos a Salvación, tenemos a Elección. Aquel que cree, es elegido; todo aquel que como pecador culpable se confía a Cristo es ciertamente un hijo escogido de Dios. Cuando creen en el Salvador y van a Él, pueden tener la seguridad de que fueron predestinados para hacerlo desde toda la eternidad, y que su fe es la gran señal y la evidencia de que son elegidos de Dios y que son preciosos en Su estimación.
¿Crees? Entonces Elección es tuya. ¿Crees? Entonces Predestinación es tan ciertamente tuya como es cierto que vives. ¿Confías únicamente en Jesús? Entonces, no temas. Redención está destinada para ti. Entonces no debemos ser presas del terror por esa grandiosa vanguardia que ya ha alcanzado el monte celestial, y ha preparado el lugar en el que reposarán los elegidos en el seno de su Dios para siempre.
II. Pero, pongan mucha atención. Estamos a punto de examinar AL EJÉRCITO QUE INMEDIATAMENTE PRECEDE A SALVACIÓN. Primero, al frente de este ejército marcha Uno cuyo nombre debemos pronunciar con un temor reverente. Es Dios, el Espíritu Santo. Antes de que pueda hacerse algo por nuestra salvación, tiene que venir esa Tercera Persona de la Sagrada Trinidad. Sin Él, fe, arrepentimiento, humildad y amor son cosas imposibles. La sangre de nuestro Señor Jesucristo no puede salvar mientras no sea aplicada en el corazón por Dios, el Espíritu Santo. Entonces, antes de que observemos el grandioso ejército que antecede inmediatamente a Salvación, cuidémonos de no olvidar a Aquel que es el líder de todos ellos. El grandioso Rey que es inmortal, invisible, la Persona divina llamada Espíritu Santo, es quien vivifica el alma ya que de otra manera permanecería muerta para siempre; es Él quien la hace tierna, ya que de otra manera permanecería siendo insensible; es Él quien imparte eficacia a la Palabra predicada, ya que si no lo hiciera, no podría progresar más allá del oído; es Él quien quebranta el corazón; es Él quien lo sana; de principio a fin, Él es el grandioso aplicador de la Salvación en nosotros así como Jesucristo es el autor de Salvación para nosotros.
Oh, alma, tú puedes saber si Salvación ha llegado a tu casa haciéndote estas preguntas: ¿Eres partícipe del Espíritu Santo? Vamos, responde esta pregunta: ¿Ha soplado alguna vez sobre ti? ¿Ha soplado alguna vez en tu interior? ¿Puedes decir que has sido objeto de Su influencia sobrenatural? Pues, si no fuera así, recuerda que el que no naciere del Espíritu de lo alto, no puede ver el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; sólo lo que es nacido del Espíritu es espíritu. Tus mejores esfuerzos serían inútiles a menos que el Espíritu Santo produzca en ti así el querer como el hacer por Su buena voluntad. Los más sublimes esfuerzos de la carne no pueden llegar más alto que la carne, de la misma manera que el agua por sí sola nunca subirá más alto que su fuente. Tú podrías ser moral, podrías ser estrictamente recto, podrías ser una persona muy encomiable, pero a menos que seas partícipe del Espíritu Santo, Salvación es tan imposible para ti como lo es para los que están perdidos. Tenemos que nacer de nuevo, y tenemos que nacer de nuevo gracias a esa divina influencia pues, de lo contrario, todo es en vano. Recuerden, entonces, que el Espíritu de Dios acompaña siempre a Salvación.
Y ahora, en la retaguardia del Espíritu adorable, muy cerca marcha la Legión del Trueno. Tan pronto como Dios, el Espíritu Santo, entra en el alma, trae consigo lo que yo he llamado: la Legión del Trueno; y quienes han sido salvados no tendrán problemas para entender lo que quiero decir. Esta Legión del Trueno está revestida de cota de malla; sus cascos ondean con horror; su lenguaje es áspero como de hombres que vienen de un país lejano; es algo terrible contemplar sus rostros, pues son semejantes a leones, y en verdad aterran terriblemente a los tímidos. Algunos hombres pertenecientes a esta Legión del Trueno portan espadas; con estas espadas deben hacer morir al pecador pues, antes de que sea sanado, tiene que morir espiritualmente; la espada tiene que atravesarlo y tiene que eliminar todo su egoísmo antes de que pueda ser llevado al Señor Jesús. Luego, en otra agrupación, unos portan hachas con las que derriban a los robustos árboles de nuestro orgullo y abaten a los imponentes cedros de nuestra justicia. Con ellos están también los que ciegan con piedras los pozos, y rompen todas las cisternas de nuestra suficiencia carnal hasta que somos conducidos a desesperar al haber sido despojados de todas nuestras esperanzas. Luego marchan aquellos que, con trompetas de bronce, o con bocinas de cuernos de carnero—como los que una vez demolieron Jericó dejándola a ras de suelo—las hacen sonar de manera tan aguda y terrible que el pecador piensa que incluso los bramidos del propio infierno no podrían ser más terribles. Luego siguen aquellos que con lanzas atraviesan el espíritu de un lado a otro; y en la parte trasera están los diez grandes cañones, la artillería de la ley, que disparan perpetuamente contra el espíritu herido hasta el punto de que no sabe ni qué es ni qué hace.
Amigo mío, ¿no ha venido nunca a tu casa esta Legión del Trueno? ¿No ha establecido nunca su cuartel en tu corazón? Pues puedes tener la seguridad de que éstas son algunas de las “cosas que acompañan a la salvación.” Lo que he dicho no es ninguna alegoría para quienes han sido convertidos, pero pudiera ser un misterio para quienes no conocen al Señor. Tienes que entender entonces que la primera obra de Dios, el Espíritu, en el alma, es una obra terrible. Antes de que un hombre pueda ser convertido verdaderamente tiene que sufrir una grande agonía de espíritu; toda la justicia propia tiene que ser allanada a ras del suelo y pisoteada como si fuera una calle fangosa. Cada una de nuestras esperanzas carnales tiene que ser hecha pedazos, y nuestros refugios de mentiras tienen que ser arrasados con el granizo de la ira de Dios. La ley de Dios le parece terrible al pecador cuando es convencido por primera vez de pecado. “¿Qué he hecho?,” dirá. O más bien, “¿Qué he deshecho? Me he destruido a mí mismo.” Míralo cuando Dios, el Espíritu, lo ha convencido por primera vez de pecado; pensarías que está loco; sus compañeros del mundo lo consideran loco. Llora de día y de noche y son sus lágrimas su pan y su bebida; los sueños del infierno no lo dejan dormir y cuando despierta piensa que ya lo experimenta. “¡Oh, la ira venidera, la ira venidera, la ira venidera!”; eso pareciera oprimir siempre su corazón. Es como el peregrino de John Bunyan que tiene una pesada carga sobre su espalda y no sabe cómo deshacerse de ella; se retuerce las manos y exclama: “¿Qué haré? Estoy arruinado. Me he rebelado contra Dios y Dios está airado conmigo.” Ah, yo les digo que esta Legión del Trueno es algo en verdad terrible. Alabado sea Dios porque una vez que sale del corazón hay algún gozo; pero mientras está alojada en la conciencia del hombre, yo lo desafío a que coma o beba sintiendo algún júbilo o gozo. La pobre ciudad de Almahumana está de luto todo el tiempo que estos rudos soldados se encuentran allí. Amenazas horribles y tristes presentimientos son la única compañía del pecador en un caso así. Él busca encontrar un poco de esperanza y consuelo en sus propios actos pero el martillo de la Ley cae y despedaza todas sus acciones. Piensa que descansará bien en el sillón de Indiferencia y de Pereza, pero llega la Ley, lo ata a las alabardas, toma su látigo de diez correas y comienza a azotarlo con todas sus fuerzas hasta que su corazón sangra de nuevo. Luego viene Conciencia con su salmuera y lo lava por todas partes y es gravemente atormentado, pues hasta su cama se convierte en un lecho de espinas y clavos. Esta Legión del Trueno precede siempre a Salvación. Todo hombre debe experimentar una mayor o menor cantidad de terrores antes de ser convertido. Algunos los experimentan menos, algunos los experimentan más; pero tiene que haber alguna medida de esta terrible obra de la ley en el alma, pues de otra manera Salvación no ha visitado la casa de un hombre.
Oh, Legión del Trueno, tú has partido. Oímos todavía sus trompetas y sus moribundos ecos aún nos horrorizan. Podemos recordar, hermanos, aquellos terribles días cuando sus elementos se encontraban en nuestra casa y en nuestro corazón. Ya se han ido. ¿Qué vemos detrás de ellos? Muy cerca, en la parte posterior, avanza un corazón quebrantado. Míralo; no lo desprecies; Dios no lo desprecia nunca; no lo hagas tú. “Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.” Veo cómo es quebrantado este pobre corazón quebrantado; es rasgado en su propia esencia y en su centro; está bañado en lágrimas; está sobrecogido de sufrimiento. Miren su humildad; no habla de jactancia ahora. Observen su arrepentimiento; ahora odia los pecados que antes amaba; no habla más de una salvación gracias a sus propios méritos. Óiganlo al tiempo que el corazón quebrantado expresa en su pobre lenguaje lo que siente. Óiganlo: “Dios, sé propicio a mí, pecador.” No tengan miedo de acercarse para mirar a este corazón quebrantado. ¡Cuán dulcemente está perfumado!” Se desprende de él el sagrado olor de un sacrificio que Dios aprueba. Óyelo cuando habla de nuevo: “¡Señor, sálvame, que perezco!” Mira a ese pobre corazón quebrantado cuando está en el mundo cumpliendo con su oficio; interrumpe su actividad con jaculatorias como ésta: “¡Oh, que… ah… ah… quisiera que!” Y cuando se logra quedar solo, derrama su corazón delante de Dios, y clama—
“Inmundo, inmundo, y lleno de pecado
De principio a fin, oh Señor, he sido;
Engañoso es mi corazón.
Oh, lava mi alma en la sangre de Jesús; perdóname toda mi culpa, y yo seré Tu siervo eternamente y para siempre.
Queridos oyentes, ¿ha venido este corazón quebrantado a la casa de ustedes alguna vez? Tengan la seguridad de que estoy diciendo la propia verdad de Dios que no admite ninguna disputa: a menos que este corazón quebrantado haya entrado en su pecho, no podrán ser partícipes de Cristo. El corazón debe ser molido primero en el mortero de la convicción y despedazado con la mano del mortero de la ley, pues de otra manera nunca puede recibir a plenitud la gracia del Consolador. ¿Tienes hoy un corazón quebrantado? ¿Estás afligido en esta precisa hora? Ten buen ánimo pues Salvación no está muy lejos. Una vez que se tiene un corazón quebrantado la misericordia está muy cerca. El corazón quebrantado es el preludio de la salud. El que mata, sanará; el que hiere, vendará; el que lesiona, curará. Dios te está mirando con amor y tendrá misericordia de ti.
Pero, ¿quiénes son aquellos que van en la retaguardia? Se trata de otra tropa, de otra legión, pero esos son muy diferentes del resto. Toca el turno a la Legión de Seda; estos no están cubiertos con hierro; no tienen cascos de guerra sobre sus cabezas; tienen miradas sonrientes y rostros rebosantes de gozo. No hay armas de guerra en sus manos; no detonan ningún trueno, antes bien, dicen amables palabras de compasión y sus manos están llenas de bendiciones. ¿Quieren saber quiénes conforman esta Legión de Seda? Entre ellos hay una tropa que toma al pobre corazón herido y primero lo lava en la sangre; luego rocía sobre él la sangre sagrada de la Expiación; y es sorprendente ver cómo el pobre corazón quebrantado, a pesar de estar desfallecido y enfermo, revive con la primera gota de la preciosa sangre de nuestro Señor Jesucristo; y una vez que queda bien lavado en la sangre, pasa al frente otro elemento de esta legión y lo toma y lo lava en agua; ambas cosas, sangre y agua, brotaron del corazón del Salvador—
“Que la sangre y el agua
Que brotaron de Tu costado traspasado Sean del pecado la doble cura,
Que me limpien de su culpa y su poder.”
¡Y, oh, qué lavamiento es ese! El corazón que una vez fue negro como los carbones del infierno, se muestra blanco como la nieve de Líbano. ¡Oh, cuán puro queda una vez que ha sido bañado en el baño de la sangre y del agua del Salvador! Aquel que era negro como las tiendas de Cedar se vuelve codiciable como las cortinas de Salomón.
Luego siguen aquellos que derraman aceite y vino sobre las heridas de este pobre corazón quebrantado, de tal manera que ahí donde antes se dolía las heridas comienzan a cantar. El aceite y el vino sagrados de la preciosa promesa son derramados en cada herida. Y luego siguen aquellos que con delicados dedos vendan el corazón con el linimento sagrado de Promesa hasta que ya no parece quebrantado, sino que más bien se regocija. El corazón entero canta de alegría, pues Dios ha restaurado su fuerza y ha vendado todas sus heridas conforme a Su promesa: “Él sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas.” Como el trabajo está lejos de quedar terminado, luego siguen los que llevan el vestuario del Rey. Con las prendas provenientes de este rico guardarropa visten el alma de la cabeza a los pies; la cubren con todo lo que pudiera adornarla para lustre y gloria y la dejan resplandeciente como los espíritus que están delante del trono. Y luego entran los joyeros del Rey, quienes completan el conjunto; adornan el alma con ornamentos, y la acicalan con piedras preciosas. Así como el Padre dijo: “Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies,” así también esta Legión de Seda lava, sana, limpia y glorifica al pobre corazón que una vez permanecía quebrantado. ¿Han visitado ellos tu casa alguna vez? Es una alegoría, pero es muy clara para quien tiene entendimiento. Pecador, ¿te ha sido aplicada alguna vez la sangre de Cristo?—
“¿Podrías mirar y ver el flujo
De la sangre redentora de Su alma,
Sabiendo con divina certeza
Que Él ha hecho tu paz con Dios?”
¿Pones en esta hora tu mano sobre la amada cabeza de Cristo, confiesas tu pecado, y crees que Él fue castigado por ti? ¿Puedes hacerlo? Entonces, verdaderamente, la salvación es tuya. ¿Y ha sido lavado tu corazón con agua alguna vez? Dinos, ¿odias el pecado? ¿Ha sido limpiada toda tu culpa, y ha sido cercenado el poder de la culpa, de tal manera que no amas los caminos de la iniquidad ni buscas correr en los senderos de los transgresores? Entonces tú eres un heredero del cielo. Y dinos, pobre pecador, ¿has sido vestido alguna vez con el traje de justicia de Jesús? ¿Has acariciado alguna vez la esperanza de ser acepto en el Amado? Me parece que veo lágrimas en tus ojos y que te oigo decir algo que a veces he cantado con todo mi corazón—
“Jesús, Tu sangre y Tu justicia
Son mi hermosura, son mi glorioso vestido;
En medio de mundos en llamas, vestido con ellos,
Alzaré con gozo mi cabeza.
Intrépido me mantendré en aquel gran día,
Pues ¿quién me acusará de algo?
He sido plenamente absuelto por medio de Cristo
De la tremenda maldición y vergüenza del pecado.”
Todavía no hemos llegado a una plena convicción de Salvación. Los elementos de la Legión de Seda han partido; sus estandartes todavía ondean al viento, y sus trompetas de promesa alegran todavía el aire con sus melodías. ¿Qué sigue a continuación? Ahora vienen los acompañantes efectivos de Salvación, o, más bien, los que marchan en una fila inmediatamente precedente. Son cuatro, y se llaman Arrepentimiento, Humildad, Oración y una tierna Conciencia. Justo antes de la plena seguridad de Salvación marcha Humildad. Ella tiene una mirada de abatimiento; no está triste, pero sus ojos carecen de altivez; a duras penas se atreve a alzar su mirada al lugar en que mora el honor de Dios. Mira con frecuencia hacia abajo recordando su condición anterior, pensando en toda la amargura y la culpa de su vida anterior. No se jacta nunca de lo que Dios ha hecho por ella, y más bien mira al hueco de la cantera y al lodo cenagoso de donde fue arrancada. Sabe que ha sido lavada en la sangre del Salvador, pero recuerda cuán negra era antes de ser lavada y, oh, lamenta el pasado aunque se regocija en el presente. Siente su propia debilidad; no se atreve a estar sola; se apoya en el brazo de su Amado, pues sabe que caería al suelo si Él no la sostuviera continuamente. A su lado está su hermano llamado Arrepentimiento, quien riega el suelo con lágrimas para aplacar el polvo delante del Rey. Llora por doquier y si se le preguntara por qué solloza, te diría que no gime por miedo al infierno, ya que eso ha desaparecido. Aquella Legión de Seda, te dice, apaciguó todos sus temores. Llora porque mató al Señor que tanto lo amaba. Se da golpes de pecho y clama—
“Ustedes, mis pecados, mis crueles pecados,
Fueron Sus principales atormentadores;
Cada uno de mis crímenes se convirtió en un clavo,
Y la incredulidad en una lanza.”
Entre más le hablas acerca de Salvación, más llora al pensar que tuvo el valor de rebelarse contra su Salvador. Tiene la confianza de que sus pecados han sido borrados; sabe que su Señor lo ha perdonado; pero no se perdonará a sí mismo nunca. Luego, justo al lado de Arrepentimiento está un ser llamado Oración. Él es un sacerdote, y agita en su mano un incensario lleno de incienso aromático para que el camino del Rey quede preparado, para que dondequiera que marche haya un perfume odorífico. Oración se levanta a medianoche para invocar a Dios. Sus ojos abiertos saludan al sol naciente para elevar su corazón a Jehová; y cuando el sol se está poniendo, Oración no permite que el disco solar se oculte tras el horizonte si no llevara en su carro una suplicación suya. Luego, en este grupo está el cuarto de los acompañantes inmediatos de Salvación; se trata de una tierna Conciencia. Esta tierna Conciencia teme poner un pie delante del otro no sea que pudiera poner su pie en un lugar indebido. Pobre tierna Conciencia; algunos la desprecian, pero el corazón del Rey la ama. Pluguiera a Dios, hermanos míos, que ustedes y yo conociéramos más acerca de ella. Yo solía conocer una conciencia tan tierna que desearía sentirla de nuevo. Entonces cuestionábamos la legitimidad de cada acto antes de realizarlo; y entonces, aunque fuese legítimo, nos deteníamos para ver si era apropiado; y si lo considerábamos apropiado, aun entonces no lo realizábamos a menos que sintiésemos que sería abundantemente honroso para el Señor nuestro Dios. Solíamos sentir escrúpulos ante cada doctrina, no fuera a ser que creyéramos en una mentira. Examinábamos cada ordenanza, no fuera a ser que cometiéramos idolatría; felices eran los días en los que tierna Conciencia era nuestra acompañante. Y ahora, queridos oyentes, les pregunto: ¿saben algo sobre estos cuatro seres? ¿Ha venido Humildad alguna vez a ustedes? ¿Ha abatido alguna vez su orgullo y les ha enseñado a yacer en el polvo delante de Dios? ¿Ha regado Arrepentimiento con lágrimas el suelo de sus corazones alguna vez? ¿Han sido conducidos alguna vez a llorar en secreto por sus pecados y a lamentar sus iniquidades? ¿Ha entrado Oración alguna vez en su espíritu? Recuerden que un alma que no ora es un alma sin Cristo. ¿Han aprendido a orar, no como con el chillido de una cotorra, sino con la siempre fresca expresión del corazón? ¿Han aprendido a orar jamás? Y por último, ¿tienen una tierna Conciencia? Pues a menos que su conciencia sea enternecida, Salvación no los ha conocido, pues estos son sus más cercanos acompañantes.
III. Y ahora viene SALVACIÓN EN TODA SU PLENITUD. “Las cosas que acompañan a la salvación” realizan una gloriosa marcha al frente de ella, partiendo desde Elección hasta los preciosos capullos de la virtud que se abren en el corazón del pecador. ¡Qué buen orden de marcha! Seguramente los ángeles vuelan a veces acompañándolos admirados, y contemplan esta larga alineación que pregona Salvación al corazón. Y ahora viene el precioso cofrecito guarnecido con joyas y piedras preciosas. Es de divina factura; no se alzó ningún martillo sobre ella; fue batida y delineada en el yunque de Poder Eterno y fundida en el molde de Sabiduría Eterna; pero ninguna mano humana la ha mancillado jamás; está montada sobre joyas tan indeciblemente preciosas que si el cielo y la tierra se vendieran ¡no se podría comprar con todo ese dinero otra Salvación! ¿Y quiénes son esos seres que la rodean tan cercanamente? Son tres dulces hermanos que tienen siempre la custodia del tesoro; tú los conoces; sus nombres son comunes en la Escritura: Fe, Esperanza y Amor, los tres divinos hermanos; ellos tienen a Salvación en sus entrañas y en sus lomos la portan por todas partes. Fe, se aferra a Cristo y le confía todo a Él; todo lo aventura a Su sangre y a Su sacrificio y no tiene ninguna otra confianza. Esperanza, mira con ojos radiantes a Jesucristo en la gloria en lo alto, y espera que venga pronto; mira hacia abajo y cuando divisa a la muerte sombría que viene en camino, espera traspasarla victoriosa. Y tú, dulce Amor, eres el más dulce de los tres hermanos; tus palabras son música y tus ojos son estrellas. Amor, mira también a Cristo y está enamorado de Él; le ama en todos Sus oficios, adora Su presencia, reverencia Sus palabras, y está preparado a atar su cuerpo a la hoguera y morir por Él, que ató Su cuerpo a la cruz para morir por él. Dulce amor, Dios ha hecho muy bien en entregarte a ti la custodia de la obra sagrada. Fe, Esperanza y Amor. Dime pecador, ¿los tienes a los tres? ¿Crees tú que Jesús es el Hijo de Dios? ¿Esperas ver con gozo el rostro de tu Hacedor gracias a la eficacia de Sus méritos? ¿Lo amas? Dime, ¿podrías repetir conmigo?—
“¡Jesús! Yo amo Tu nombre encantador,
Es música para mis oídos;
De buena gana lo haría resonar muy fuerte
Para que el cielo y la tierra pudieran oír.
Sí, Tú eres precioso para mi alma,
Eres mi arrobo y mi confianza;
Las joyas para Ti son sólo vistosas baratijas,
Y el oro es sólo un polvo sórdido.”
¿Tienes esas tres gracias? Si es así, tienes a Salvación. Teniendo eso, tú eres rico para todos los propósitos de la bienaventuranza, pues Dios en el Pacto es tuyo. Dirige tu mirada al frente; recuerda que Elección es tuya y Predestinación y Decreto Soberano son también tuyos; recuerda que los terrores de la ley pasaron; el corazón quebrantado se lamenta; ya has recibido los consuelos de la religión; las gracias espirituales ya han brotado; tú eres un heredero de la inmortalidad y para ti hay un futuro glorioso. Estas son las “cosas que acompañan a Salvación.”
IV. Ahora les pido que tengan paciencia conmigo sólo durante unos cuantos minutos más; DEBO HACER MENCIÓN DE LA RETAGUARDIA. Es imposible que con una tal vanguardia, la gracia no esté debidamente acompañada en la retaguardia. Ahora vean a los que siguen a Salvación. Así como había hermosos querubines relucientes que caminaban al frente de ella—ustedes recuerdan sus nombres: Humildad, Arrepentimiento, Oración y una tierna Conciencia—hay cuatro querubines que la siguen y que marchan con una pompa solemne hacia el corazón del pecador. El primero es Gratitud, que siempre está cantando: “Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre.” Y luego Gratitud toma la mano de su hijo y el nombre de ese hijo es Obediencia. “Oh mi señor”—dice el corazón—“tú has hecho tanto por mí; yo te obedeceré”—
“Ayúdame a cumplir Tus mandamientos,
Se trata de una senda deleitosa;
No permitas que mi corazón, mis manos y mis pies,
Ofendan en contra de mi Dios.”
Acompañando a esta hermosa gracia identificamos a alguien llamado Consagración: es un radiante espíritu puro que no tiene mundanalidad; de su cabeza a sus pies le pertenece a Dios y es todo de oro. Óiganlo hablar—
“Todo lo que soy y todo lo que tengo
Será por siempre Tuyo;
Todo lo que mi deber me ordene entregar,
Mis alegres manos lo entregarán.
Y si pudiese quedarme con algo
Y el deber no me lo requiriese,
Amo a mi Dios con un celo tan grande
Que estoy dispuesto a darle todo.”
Ligado a este ser reluciente está otro con una faz serena y solemne, llamado Conocimiento. “Y conoceremos, y proseguiremos en conocer a Jehová.” Quienes son salvados entienden misterios y conocen el amor de Cristo; “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero.”
Ahora bien, ¿tienes tú a esos cuatro seres? Son los sucesores de Salvación más bien que sus heraldos. “Oh, sí”—puede decir el creyente—“yo tengo la convicción de poseer a Gratitud, Obediencia, Consagración y Conocimiento.” No voy a cansarlos, pero hay tres seres relucientes que siguen a continuación de esos cuatro, y no debo olvidarlos pues son la flor de todos ellos. Está Celo con ojos de fuego y corazón de llama, una lengua que arde, una mano incansable y miembros que no se agotan nunca; vuela alrededor del mundo con alas más veloces que el destello de un relámpago, y, a pesar de ello, sus alas le parecen demasiado lentas para su deseo. Celo, siempre presto a obedecer, renuncia a sí mismo por Cristo y siempre está celosamente involucrado en algo bueno. Este Celo mora siempre muy cerca de un ser llamado Comunión. Éste, ciertamente, es el más hermoso de todo el séquito; Comunión es un ángel espiritualizado, un ángel purificado hecho más angélico todavía. Comunión invoca en secreto a su Dios; su Dios ve en secreto. Se conforma a la imagen de Jesús; camina siguiendo Sus huellas, y apoya perpetuamente su cabeza en Su pecho. Y como una consecuencia necesaria, al otro lado de Comunión, que con una mano se aferra a Celo, está Gozo, el gozo en el Espíritu. Gozo, que tiene un ojo más destellante que el júbilo que el mundo pudiera darle jamás a la belleza mortal, con paso ligero viaja sobre collados de aflicción, cantando por los ásperos caminos acerca de la fidelidad y del amor. Gozo, como un ruiseñor, canta en la oscuridad y puede alabar a Dios en la tempestad y en la tormenta exalta a Dios con su garganta. Es muy apropiado en verdad que este querubín vaya en la retaguardia de Salvación. No olviden a los otros tres; van detrás de las obras del Espíritu, son sublimes logros: Celo, Comunión y Gozo.
Ya casi he concluido. Justo en la parte posterior está Perseverancia, final, cierta y segura. Luego sigue Santificación perfecta, por la cual el alma es purificada de todo pecado y hecha tan blanca y pura como Dios mismo. Ahora hemos llegado al propio límite de la retaguardia del ejército; pero recuerden que así como había una vanguardia tan alejada al frente que no podíamos verla, así hay una retaguardia que va tan atrás que no podemos divisarla ahora. Simplemente tratemos de verla con el ojo de la fe. Hemos visto el ejército; lo hemos rastreado desde la Legión del Trueno, guiada por el Espíritu Santo, hasta terminar con la Santificación perfecta. Escuchen; oigo el sonido de la trompeta de plata; hay un glorioso escuadrón atrás. Unos guardias vienen muy, muy atrás, siguiendo los pasos de los héroes conquistadores que han barrido por completo con nuestros pecados. ¿No ven que en su parte delantera hay uno, a quien los hombres pintan como un esqueleto? Mírenlo; no es el rey de los terrores. Yo te conozco a ti, Muerte, yo te conozco. Los hombres te han falseado miserablemente. Tú no eres ningún espectro; tus manos no portan ningún dardo; tú no estás demacrado ni eres espantoso. Yo te conozco a ti, querubín resplandeciente; tú no tienes en tu mano un dardo, sino una llave de oro que abre las puertas del Paraíso. Eres hermoso cuando se te mira; tus alas son como alas de palomas, recubiertas de plata y como el oro fino. Contemplen a este ángel, Muerte, y a su sucesor, Resurrección. Veo tres cosas relucientes que vienen; una es llamada Confianza, ¡mírala! Mira a la muerte y no hay ningún miedo en sus ojos ni ninguna palidez en su frente. Vean: santa Confianza marcha con paso firme; el frío y gélido arroyo de la muerte no congela su sangre. Miren porque atrás le sigue su hermana Victoria; óiganla cuando exclama: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?” La última palabra: “victoria,” se ahoga en medio de los gritos de los ángeles. Estos cierran la retaguardia. Los ángeles llevan a los espíritus de los redimidos al seno del Salvador—
“Lejos de un mundo de aflicción y pecado,
Unidos a Dios eternamente,
Son bienaventurados por siempre.”
Y ahora siguen los cánticos sempiternos: “Alábenle, alábenle, es Rey de reyes y Señor de señores; victoria le ha dado Su diestra. ¡Aleluya, aleluya, aleluya, por todos los siglos! ¡Aleluya, una vez más!” Que los ecos de la eternidad clamen perpetuamente: “¡Aleluya!, por las
“COSAS QUE ACOMPAÑAN A SU SALVACIÓN.”