La Traicion de Judas
Un análisis del Carácter, Apostasía y fin de Judas
Su Carácter
Por la circunstancia de que había sido designado a este cargo de confianza, podemos decir que tiene que haber sido visto por los demás como un hombre prudente y un buen administrador. Y no hay razón para dudar de que poseía el don natural de la administración
La pregunta de por qué Jesús le dejó «la bolsa» cuando sabía que era un ladrón
Se cree que en el principio no era ladrón, sino que a través del tiempo llego a ser ladrón.
Y desde el principio Jesus le permitio llevar la bolsa porque era el mas apto. Pero también por compasión a su carácter. SE LE DIO LA OPORTUNIDAD
Ocupar a un hombre en aquello en que es más provechoso significa apartarle de las preocupaciones, insatisfacción, perdida de su personalidad y apostasía.
Debemos reconocer que la mayoría de las tentaciones de nuestra vida nos vienen de aquello por lo que tenemos más aptitud, cuando Judas se sintió tentado e infiel en su corazón, esto mismo pasó a ser su mayor tentación, y ciertamente apresuró su ruina.
Pero sólo después que él había fallado interiormente.
Y así, como siempre sucede, las mismas cosas que podrían haber sido la máxima bendición pasaron a ser su mayor maldición.
Y el juicio de endurecimiento se cumple por medio de aquello que en sí mismo es bueno.
Ni podía quitársele ya la «bolsa» sin hacer que se dieran cuenta del caso los demás y precipitar su destrucción moral.
Y así hubo que dejar que el proceso de maduración interna siguiera hasta que estuvo listo para la siega. Se llego su momento de cosechar lo que sembro.
Este mismo don de «gobierno» en Judas puede ayudarnos a comprender en qué forma puede haber sido atraído a Jesús, y por medio de este proceso, cuando se sintió separado llegó a terminar en este terrible pecado que él mismo se había preparado. El «don de gobierno», en su aspecto activo, implicaría el deseo de tenerlo. A partir de aquí sólo hay un paso a la ambición en su peor aspecto, el egoísmo, apenas uno, solamente que bajo diferentes premisas morales. Judas fue atraído a Jesús como el Mesías judío, y creyó en Él como tal posiblemente con sinceridad y ardor, pero esperaba para Jesús el éxito, el resultado y los triunfos del Mesías judío, y también esperaba participar en los mismos de modo personal y pleno. Lo arraigados que estaban estos sentimientos incluso en los discípulos más generosos, mejores y más puros de Jesús, lo vemos en la petición de la madre de Juan y Jacobo en favor de sus hijos, y la pregunta de Pedro: «¿Qué tendremos nosotros?». Tiene que haber sido muy triste la soledad moral y la humillación para Aquél que se encarnó y vivió y murió vaciándose a sí mismo, al estar asociado con discípulos, incluso los más íntimos, que en este sentido no podían velar con Él ni una hora, y esto al final de su ministerio. Y en Judas todo esto tiene que haber sido cien veces más que en aquellos que estaban en el verdadero corazón de Cristo.
Él, que conocía a Jesús no sólo en sus palabras y hechos, sino incluso en sus pensamientos íntimos, incluso su comunión noches enteras con Dios en la ladera de las montañas, no podía creer seriamente, como explicación de todo, en la burda acusación farisaica de que era un agente satánico.
Cristo había predicado sobre su carne como comida del mundo, y tantos de sus adherentes dejaron de seguirle; es más, cuando la levadura había trabajado incluso en sus discípulos, y Él se dirigió a ellos con la pregunta: «¿Intentáis también iros vosotros?». Pedro venció al captar el elemento moral, porque era afín a él y a los otros verdaderos discípulos: «¿A quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna». Pero este elemento moral era el mismo arrecife en que naufragó Judas. Después de esto, todo fue de mal en peor. Vemos desilusión en su rostro cuando no sube al monte de la Transfiguración, y desilusión en el fracaso en curar al muchacho lunático. En las disputas por el camino, en las pugnas por quién sería el mayor entre ellos, en las miserias de los malentendidos y la locura realista de sus preguntas o respuestas, nos parece oír el eco de su voz para ver el resultado de su influencia, la levadura de su presencia. Y en todo ello notamos el descenso apresurado de su curso, incluso en el momento en que, en contraste con el profundo amor de María, pone delante de nosotros sin máscara, sin corazón, hipócrita y lleno de odio, su frustrada ambición rondando al egoísmo, y éste deslizándose a la codicia, incluso hasta el crimen de robar lo destinado a los pobres.