La pasión y el amor - El dolor del triunfo
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INTRO
INTRO
La palabra pasión significa:
Del latín passio, el concepto de pasión tiene diferentes usos.
En el primer caso, hace referencia a la necesidad de hacer algo porque existe una fuerza interna que mueve al individuo a hacerlo, sobre todo está vinculado con una vocación artística. En el segundo ejemplo, la pasión está más bien asociada al amor y a la atracción sexual. Dos personas apasionadas dejan de lado la racionalidad y se comportan de manera emocional. En otras palabras, la pasión es liderada por el corazón y no por el cerebro.
Pero por otro lado, la palabra pasión deriva del latín passio que significa "sufrir", que a su vez es de la familia ligada al verbo "padecer".
De ahí deriba la expresión “la pasión de Cristo”, se refiere a la agonía y sufrimiento que Jesús de Nazaret padeció desde su oración en el huerto de Getsemaní (justo antes de ser capturado) hasta su muerte en la cruz.
DESARROLLO
DESARROLLO
Cuando se acercaba a Jerusalén, Jesús vio la ciudad y lloró por ella.
Dijo: —¡Cómo quisiera que hoy supieras lo que te puede traer paz! Pero eso ahora está oculto a tus ojos.
Te sobrevendrán días en que tus enemigos levantarán un muro y te rodearán, y te encerrarán por todos lados.
Te derribarán a ti y a tus hijos dentro de tus murallas. No dejarán ni una piedra sobre otra, porque no reconociste el tiempo en que Dios vino a salvarte.
¿Por qué lloró Jesús si era “la entrada triunfal”?
¿Por qué lloró Jesús si era “la entrada triunfal”?
Mis ojos me han entristecido el alma a causa de todas las hijas de mi ciudad.
El alma es afectada por lo que los ojos pueden ver.
Jesús, en su humanidad hermosa y tierna estaba constituído tal como nosotros, se sintió conmovido hasta las lagrimas al ver la ciudad.
Es un contraste muy fuerte, porque la gente esta FELIZ, celebra, grita, canta, danza. Pero Jesús llora.
El desfile había llegado al lugar donde se podía ver toda la ciudad de Jerusalén. El panorama desplegado ante los ojos del Señor no era el de la ciudad y su esplendor, ni siquiera la fiesta o la algarabía de la gente a su alrededor.
Cristo vio mucho más allá de todo eso. Vio a la gente, que le rechazaba; gente que sufriría las consecuencias de su dureza de corazón.
El mismo dolor que produce hablar con una persona hundida en el alcoholismo que te dice que lo controla, pero uno puede ver el destino final.
En pleno conocimiento de que ya era demasiado tarde, todavía expresa una gran ternura y el profundo deseo de su corazón de que la nación se arrepintiera (19:42).
Dijo: —¡Cómo quisiera que hoy supieras lo que te puede traer paz! Pero eso ahora está oculto a tus ojos.
Traer paz, justamente el nombre de la ciudad significa “portadora de paz”. Curiosamente la ciudad de paz no tenía paz.
»¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que se te envían! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como reúne la gallina a sus pollitos debajo de sus alas, pero no quisiste!
Acá nos damos cuenta de que el fin de Jesús no era ser reconocido, elegido o victoreado.
¿Porqué celebraba la gente?
¿Porqué celebraba la gente?
ESPERABAN UN MONARCA TERRENAL, NO UN REY ETERNO.
Estaba por iniciarse lo que se ha llamado: “La Entrada Triunfal”.
El entusiasmo de la gente que acompañaba a Jesucristo desde Jericó se vio aumentado con el del pueblo que lo esperaba en las afueras de la ciudad capital.
Parecía “triunfal” porque el gentío celebraba gritando y clamando. No obstante, la gente pronunciaba con los labios lo que no entendía o, peor aún, lo que su corazón no aceptaba.
La gente demostraba su atracción y entusiasmo con palabras y acciones: “¡Bendito el rey que viene en el nombre del Señor; paz en el cielo, y gloria en las alturas!” (19:38).
¡Lindísimas palabras! Reflejan que Cristo tenía una cierta popularidad entre las masas. Admiraban sus milagros y reconocían que enseñaba con autoridad.
Lástima que lo que la mayoría tenía en mente era un Salvador político que los libertaría de Roma.
Razonaban que alguien tan obviamente capaz de hacer los milagros de Jesús, también tendría poder para quitarles el yugo romano.
Interpretaban la redención como una revolución, a pesar de que Cristo les había explicado la naturaleza de su reino. Las masas gritaban, y ¡en qué forma! Lo aclamaban como “Rey”, pero por razones equivocadas. Querían que les quitara la bota de los romanos que tenían encima.
Además, había otro factor muy favorable. Aparentemente les caía bien la manera en que Jesús confrontaba la hipocresía de los líderes. Pero eso era muy distinto a depositar se fe personal en el Mesías, el Hijo de Dios. ¿Arrepentirse? Tampoco.
CONCLUSIÓN:
CONCLUSIÓN:
CONCEPTO EQUIVOCADO
El mundo incrédulo no ha cambiado mucho desde entonces. Todavía piensa que su “salvación” consta de las cosas externas. Según ellos, la solución a los problemas descansa en una redistribución de la riqueza, en mejorar las condiciones sociales, en más comida y mejor cuidado médico. De la misma manera que los judíos pensaban que solamente les faltaban cambios políticos, hoy en día el mundo receta cambios sociales como la medicina que necesita este mundo enfermo. No se pueden negar las dificultades serias que caracterizan esta vieja esfera. Sin embargo, el mayor es el problema espiritual; la razón de los problemas, el pecado. Y de la misma manera que los judíos no quisieron reconocer eso cuando Cristo anduvo entre ellos, tampoco lo reconocen los del siglo veintiuno.
Aún así Cristo fue a la cruz, y aún así Cristo sigue recibiendo a todos aquellos que se arrepiente y se vuelven a él para salvación y vida eterna.
Se acercaba la fiesta de la Pascua. Jesús sabía que le había llegado la hora de abandonar este mundo para volver al Padre. Y habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.