Sermón sin título (2)

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Lucas 23:34 RVR60
Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes.
Jesús fue crucificado en el monte denominado el Cráneo (kraníon), en las afueras de Jerusalén. Se trata del mismo monte otrora llamado Moriah, en el que Abraham ofreció a Isaac en obediencia al pedido de Dios, y si bien Isaac no fue sacrificado, pero Cristo si lo fue.
Pero hay un detalle digno de mencionar el hecho mismo de hacer colocado a Cristo en el centro de la crucificción era un signo de respeto y de reconocimiento a su persona, palabra y obra, y por supuesto ponerlo en el centro de toda la humanidad y de la historia, él es el centro.
Sin embargo esta expresión se dice que no aparece en los mss más antiguos y fieles. Algunos eruditos consideran que el corte abrupto se debe a una posterior edición de los copistas luego de la caída de Jerusalén en el año 70 de J.C. por cuanto no se explicaban cómo era que Dios no había escuchado la oración de Jesús, al permitir la destrucción de la ciudad santa; entonces decidieran mutilar el texto, para concordar con la historia.
Aunque el razonamiento es muy interesante, Jesús en realidad no oró exclusivamente por sus verdugos, sino por toda la humanidad en ellos representada.
De la misma manera en que los sacerdotes en el templo, a la misma hora de la muerte de Jesús, estaban pidiendo el perdón de Dios a favor de los que ofrecían sus sacrificios
el Señor clama por perdón a su Padre por una humanidad caída en la injusticia, y cerrada a la posibilidad de vivir el reino de Dios y su justicia.
Es una humanidad que a lo bueno le llamó malo, y por eso terminaron matando al Autor de la vida
Además, Jesús no estaba orando porque el pecado de aquellos justicieros fuera limpiado, sino porque el Padre no los destruyera en ese preciso instante por el más grande de todos los pecados: haber crucificado al mismo Hijo de Dios.
Se refiere en la historia que los moribundos solían decir: “Que mi muerte expíe todos mis pecados”.
No obstante, Jesús confiesa el pecado de aquellos que lo ajusticiaron infamemente. Es que en realidad él no tenía de qué avergonzarse ante su Padre, porque jamás pecó
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