Verdaderamente Muerto
Porque Jesús verdaderamente murió, tu debes creer que verdaderamente resucitó.
I. Jesús murió y José de Arimatea lo sepultó.
Miembro del sanedrín, hombre rico y distinguido, esperaba el reino de Dios (Mr. 15:43). No había consentido en la sentencia de muerte pronunciada contra Jesús, por cuanto era discípulo secreto de Él, al igual que Nicodemo, el único otro miembro del concilio que tenía fe en Él. Valerosamente, José reclamó el cuerpo de Jesús a Pilato, y lo sepultó en su propio sepulcro nuevo, cumpliendo así la profecía de Is. 53:9 (Mt. 27:57–60; Lc. 23:50–53; Jn. 19:38).
II. Jesús murió y las mujeres hicieron duelo por Jesús.
III. Jesús murió y los fariseos querían evitar que su cuerpo fuera robado.
IV. Jesús murió y los soldados aseguraron el cuerpo.
Una inscripción descubierta en Nazaret que data de antes de 70 d.C. registra un decreto imperial que prohíbe la remoción de los cuerpos del interior de las tumbas so pena de muerte
no se conforman con este consentimiento del gobernador a su petición. Quieren asegurarse de que todo se cumpla rigurosamente, así que acompañan a los guardias hasta el sepulcro. De esta manera se convierten ellos mismos en testigos de la autenticidad de la muerte y el entierro de Jesús. Incluso sería de esperar que entraran en el sepulcro para asegurarse de que el cuerpo de Jesús estuviera realmente presente.
Todos estos detalles (la piedra pesada, la solicitud de los dirigentes, el sello y la guardia) son amontonados por Mateo para que sepamos que fue humanamente imposible que la desaparición del cuerpo y la tumba vacía se debieran a la acción siniestra de los discípulos.