Claves para enfrentar las dificultades
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· 152 viewsAl enfrentar desafíos y dificultades, no estamos solos, y Dios nos ofrece las garantías para que nuestras luchas se conviertan en victorias.
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¿Cuáles son tus luchas? ¿Estás enfrentando luchas en tu vida?
Les llamamos de diferentes maneras: problemas, dificultades, obstáculos, conflictos… Consideramos que “la vida no es perfecta” y enfrentamos las diferentes tribulaciones que se nos presentan en el camino.
Los cristianos necesitamos recordar esto:
10 Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza.11 Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo.12 Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.13 Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes.
La Palabra de Dios nos advierte: sí, enfrentamos conflictos, y debemos recordar que nuestros verdaderos enemigos no son las personas que vemos, los titulares aparentes de la oposición, sino las fuerzas espirituales de la oscuridad. Y para enfrentar cada situación, Dios nos ha provisto de armas espirituales, poderosas en Él, que nos capacitan para andar en victoria, conforme a sus planes y a su poder.
Las luchas que enfrentamos, nuestros problemas, consumen mucha de nuestra energía emocional y espiritual. Pero debemos recordar que Dios prometió estar con nosotros.
1 Jehová es mi luz y mi salvación; ¿de quién temeré?
Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizarme?
Dios ha prometido estar con nosotros, y eso hace toda la diferencia.
Tú crees en Jesús, Él es tu Salvador, y por tanto eres hijo de Dios. ¿Entiendes que pase lo que pase Dios está contigo? ¿Cómo te hace sentir la presencia de Dios en tu vida, en tu hogar, en tus circunstancias?
Consideremos delante de Dios esta poderosa historia, este testimonio de la presencia y la obra de Dios con sus hijos, para aprender de la manera en que Dios obra y seguir los buenos ejemplos que se nos presentan.
1 Pasadas estas cosas, aconteció que los hijos de Moab y de Amón, y con ellos otros de los amonitas, vinieron contra Josafat a la guerra.
Los relatos anteriores nos muestran a Josafat ejerciendo su gobierno sobre Judá. No había sido perfecto, pero sí había hecho muchas cosas bien. Como pocos reyes de Israel y Judá, Josafat se había preocupado por que su pueblo buscara a Jehová y conociera su Palabra. Tenía presente a Dios y procuraba que los suyos aprendieran de Él.
Pero aun cuando uno hace las cosas bien se pueden presentar los problemas. ¿Te ha sucedido? ¿Has tenido que enfrentar situaciones en las que has procurado hacer cosas buenas, incluso servir al Señor y sin embargo se han presentado problemas?
A veces, cuando esto sucede, llegamos a preguntarnos: “¡Ay, Señor! ¿Por qué me pasa esto, si estoy procurando agradarte y servirte?” Nuestro concepto es que si hacemos las cosas bien nos tienen que ocurrir cosas buenas, tenemos que experimentar buenos resultados, y podemos caer en el error de creer que “nos merecemos” que todo nos salga bien, o que “no nos merecemos” los problemas que se nos presentan.
Pero en esta vida no se trata de que lo merezcamos o no. Especialmente nosotros, los hijos de Dios, estamos involucrados en un conflicto espiritual con las tinieblas, y es justamente cuando procuramos servir a Dios cuando más se nos oponen.
En aquel caso, a Josafat y al pueblo de Judá se opusieron los hijos de Moab y de Amón, y con ellos otros de los amonitas. Poderosas naciones hicieron una alianza para venir en contra del pueblo de Dios.
“Estaba todo tan bien, y entonces...”. Sí, así sucede, sin previo aviso, sin advertencia para la preparación más de la que encontramos en la Palabra de Dios.
El desafío -- y lo que tenemos que aprender aquí -- es de qué manera enfrentar la situación, como reaccionar, qué pasos dar, contando con la presencia de Dios con nosotros.
¿Cómo reaccionamos cuando nos vemos asaltados por el conflicto? ¿Qué hacemos cuando sobrevienen los problemas? Observemos con atención estos versículos.
Siempre hay alguien que trae las malas noticias:
Y acudieron algunos y dieron aviso a Josafat, diciendo: Contra ti viene una gran multitud del otro lado del mar, y de Siria; y he aquí están en Hazezon-tamar, que es En-gadi. Entonces él tuvo temor; y Josafat humilló su rostro para consultar a Jehová, e hizo pregonar ayuno a todo Judá.
No importa quién fue. No se mencionan los nombres. Lo cierto es que le anunciaron al rey que él y la nación estaban en problemas muy severos. Ahora, observemos de qué manera se lo anunciaron.
Lo que parece sonar fuerte es que se refirieron a una gran multitud.
No era un problema pequeño. No era una situación que podría resolverse chasqueando los dedos. Era un problema grande, que podía llegar a tener consecuencias nefastas para muchas familias y personas.
¿Te ha pasado que “venga contra ti una gran multitud”? Tal vez no así específicamente, pero sí has tenido o tienes que enfrentar dificultades serias, que podrían tener pesadas consecuencias para ti, tu familia u otras personas.
¿Cómo reaccionó el rey Josafat ante estas noticias?
Primero, él tuvo temor. La Palabra del Señor es tremendamente honesta en su relato. A lo largo de la historia, las crónicas de los reyes y los gobernantes generalmente han tratado de presentar su mejor costado, mostrándolos como héroes y buenas personas, aunque eso no fuera la completa verdad. Pero la Biblia nos presenta a nuestros héroes de la fe como personas genuinas, con defectos y virtudes, como nosotros. Josafat tuvo temor. ¿Sabes como quién? ¡Como yo, y como tú! Sí, muchas veces, las amenazas de nuestras vidas y los problemas que nos toca enfrentar nos llenan de temor. El problema no es llegar a sentir temor, porque eso es algo que nos sucede a todos. El asunto es qué hacemos con el temor cuando empieza a llenar nuestro corazón.
Josafat humilló su rostro para consultar a Jehová. Esta clave es radicalmente importante. La podemos llamar “la primera reacción”. ¿Cuál es nuestra primera reacción cuando recibimos las malas noticias o nos enteramos de las amenazas? Seamos honestos: a veces, nuestra primera reacción no es la de buscar a Dios. Primero “buscamos soluciones”, consultamos a alguien más, analizamos quién nos podría ayudar. Josafat podría haberse puesto a pensar a qué otro reino pedirle apoyo para enfrentar a sus enemigos, pero no lo hizo así. Primero (y esto seguramente atestiguado por quienes estaban a su alrededor y pusieron por escrito estas crónicas) humilló su rostro para consultar a Jehová. Quiere decir que el rey escuchó la noticia e inmediatamente lo vieron inclinarse, probablemente doblar sus rodillas o postrarse, y ponerse en oración, consultando a Dios, buscando la intervención de Dios para enfrentar los problemas. Este es el ejemplo a seguir: antes de buscar soluciones o alianzas, necesitamos poner a Dios en primer lugar, humillar nuestro rostro ante su presencia y buscarle como nuestro refugio y fuente de sabiduría. Sigamos el ejemplo de Josafat.
Entonces el rey hizo pregonar ayuno a todo Judá. Aquí sí lo vemos al rey buscando ayuda. Pero no está buscando alianzas estratégicas, ni convocó al concilio de guerra, sus generales, para planificar una estrategia militar. No le escondió su situación al pueblo sino que hizo anunciar que todo el pueblo tenía que apoyar la búsqueda de Dios. Su clamor inmediato fue “¡Ayúdame a orar! ¡Apóyame en oración!”. El apoyo en oración es vital para cada cristiano, y por eso es que Dios nos colocó en la posición de apoyarnos unos a otros. Dios no tiene hijos aislados; somos su iglesia, su pueblo, y Él obra en nosotros unidos.
Cuando el temor empieza a llenar nuestro corazón como resultado de las malas noticias o las amenazas que recibimos, tenemos que buscar a Dios y buscar apoyo en oración.
Sigamos el ejemplo.
¿Es importante que los creyentes se reúnan y oren?
Sí, radicalmente importante. A lo largo de toda la historia encontramos el ejemplo de personas, hijos de Dios, que se reunieron a buscarle en oración, y Él obró poderosamente en respuesta a sus oraciones. Eso fue lo que sucedió con los primeros cristianos de los que se nos relata en el libro de Hechos. Ellos se reunieron espontáneamente para orar.
Recordemos que Josafat había enviado la invitación a esta reunión de oración. No era una convocatoria para asistir a un banquete. No se trataba de una fiesta, sino que por el contrario, los llamó a ayunar. El ayuno se identifica con la preocupación, con la angustia, con la expresión del alma preocupada, alterada por las amenazas o dificultades que le toca enfrentar.
4 Y se reunieron los de Judá para pedir socorro a Jehová; y también de todas las ciudades de Judá vinieron a pedir ayuda a Jehová.
Algo que debemos destacar aquí es la buena respuesta que tuvo aquella convocatoria a la reunión de oración. En muchas iglesias, las reuniones de oración no son muy populares, y son pocos los que asisten. En aquella ocasión, sin embargo, no solamente vinieron a participar los locales, los que estaban cerca, sino que de todas las ciudades de Judá vinieron a pedir ayuda a Jehová.
¡Seamos ese pueblo! ¡Respondamos a la convocatoria a la oración como lo hizo Judá!
Tomemos conciencia de que nosotros también estamos siendo atacados, enfrentamos la lucha, el conflicto espiritual y material igual que ellos. Los hijos de Dios hoy en día también necesitamos reunirnos para pedir ayuda a Jehová.
Lo que vamos a presenciar en este pasaje es el tipo de reunión de oración en la que una persona dirige la oración y todos los participantes apoyan, acompañan, manifiestan su acuerdo con la oración que es expresada en voz alta. Hay muchas maneras de experimentar la reunión de oración: se puede orar en parejas, pueden orar todos los presentes por turno, se pueden pedir oraciones a diferentes personas por diferentes motivos. Pero en este caso, como puede suceder a veces, una persona, el rey Josafat, eleva la oración delante de su pueblo reunido. Y es una oración muy sincera.
Los versículos 5 al 12 contienen su oración:
5 Entonces Josafat se puso en pie en la asamblea de Judá y de Jerusalén, en la casa de Jehová, delante del atrio nuevo; 6 y dijo: Jehová Dios de nuestros padres, ¿no eres tú Dios en los cielos, y tienes dominio sobre todos los reinos de las naciones? ¿No está en tu mano tal fuerza y poder, que no hay quien te resista? 7 Dios nuestro, ¿no echaste tú los moradores de esta tierra delante de tu pueblo Israel, y la diste a la descendencia de Abraham tu amigo para siempre? 8 Y ellos han habitado en ella, y te han edificado en ella santuario a tu nombre, diciendo: 9 Si mal viniere sobre nosotros, o espada de castigo, o pestilencia, o hambre, nos presentaremos delante de esta casa, y delante de ti (porque tu nombre está en esta casa), y a causa de nuestras tribulaciones clamaremos a ti, y tú nos oirás y salvarás. 10 Ahora, pues, he aquí los hijos de Amón y de Moab, y los del monte de Seir, a cuya tierra no quisiste que pasase Israel cuando venía de la tierra de Egipto, sino que se apartase de ellos, y no los destruyese; 11 he aquí ellos nos dan el pago viniendo a arrojarnos de la heredad que tú nos diste en posesión. 12 ¡Oh Dios nuestro! ¿no los juzgarás tú? Porque en nosotros no hay fuerza contra tan grande multitud que viene contra nosotros; no sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos.
Josafat ora con las personas adecuadas (el pueblo de Dios) y en el lugar adecuado (en el templo, donde reconocían la presencia de Dios, es decir que se presentaron ante Dios).
Esta oración, como todas las oraciones bíblicas, es digna de nuestro análisis. ¿Para qué? ¿Para “aprender más”? No; para aprender y aplicar a nuestra propia vida de oración. ¿Cómo oró Josafat?
1. Reconoce a quién le estás orando.
1. Reconoce a quién le estás orando.
¿A quién le oras cuando elevas tu oración? Jesús destacó una oración, la del fariseo de su parábola, que “oraba consigo mismo” (Lucas 18:11). Su oración no llegaba más que a sus propios oídos. No sabía a quién le estaba hablando. El discípulo de Jesús debe saber a quién le está orando, y muchas veces en su oración va a expresar la grandeza de Dios, a quién se está dirigiendo. Esto es algo que también hizo el apóstol Pablo:
14 Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo,15 de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra,
A los hijos de Dios nos hace bien reconocer la grandeza de Dios cuando le hablamos. Observa como lo hace Josafat en el versículo 6:
6 y dijo: Jehová Dios de nuestros padres, ¿no eres tú Dios en los cielos, y tienes dominio sobre todos los reinos de las naciones? ¿No está en tu mano tal fuerza y poder, que no hay quien te resista?
a. Al Dios de sus padres.
a. Al Dios de sus padres.
Hay una conexión, una historia. Se está dirigiendo a Aquel que ya ha intervenido poderosa y milagrosamente en su vida y la de su familia antes.
b. A Dios en los cielos.
b. A Dios en los cielos.
Dios no es “uno más de la multitud”, sino que se distingue porque su trono está en los cielos, desde donde gobierna por sobre todo.
c. A quien tiene dominio sobre todos los reinos de las naciones.
c. A quien tiene dominio sobre todos los reinos de las naciones.
La autoridad de Dios no tiene límites. Los cristianos haremos bien en recordarlo cuando oramos. Podemos decirle a Dios (claro que Él ya lo sabe, pero nosotros necesitamos repetirlo) que Él tiene toda la autoridad y el poder sobre todo lo que existe.
d. Al que tiene todo el poder
d. Al que tiene todo el poder
(...¿No está en tu mano tal fuerza y poder, que no hay quien te resista?). ¡Oh, Señor! ¡Cuánto bien nos hace reconocer que para ti todo es posible! No existe oración que Dios no pueda responder, ni cosa que Él no pueda hacer, por más que a nosotros nos parezca o resulte imposible. A Dios nadie se le puede oponer, y haremos bien si lo recordamos en oración.
2. Recuerda las maravillas que Dios ya ha hecho.
2. Recuerda las maravillas que Dios ya ha hecho.
Dios nuestro, ¿no echaste tú los moradores de esta tierra delante de tu pueblo Israel, y la diste a la descendencia de Abraham tu amigo para siempre?
No será la primera vez que Dios interviene, ni en nuestra vida ni en las vidas de sus hijos, ni la primera ni la última. ¿Recuerdas alguna ocasión en la que Dios ya respondió tu oración? ¡Presta atención y recuérdalo en oración! ¡Tú ya lo hiciste, Señor! ¡Aquí estoy otra vez! Dios había traído a Israel, librándole de la esclavitud en Egipto y derrotando naciones delante de ellos. Dios les había dado aquella seguridad, en aquella misma tierra que entonces pisaban. De la misma manera Dios ya ha obrado en nuestras vidas. Nos ha dado conquistas, victorias, bendiciones, en las que ahora nos apoyamos. Parte de nuestra oración tiene que contener la celebración de esas victorias, porque anticipan los nuevos triunfos. Tengamos presente que la oración de Josafat manifiesta conocimiento de la palabra de Dios (cuando menciona a Abraham está citando la Palabra).
3. Recuerda las promesas de Dios.
3. Recuerda las promesas de Dios.
Dios ha hecho promesas, y no es de los que prometen y no cumplen. Al contrario, Dios se caracteriza por cumplir su Palabra.
8 Y ellos han habitado en ella, y te han edificado en ella santuario a tu nombre, diciendo: 9 Si mal viniere sobre nosotros, o espada de castigo, o pestilencia, o hambre, nos presentaremos delante de esta casa, y delante de ti (porque tu nombre está en esta casa), y a causa de nuestras tribulaciones clamaremos a ti, y tú nos oirás y salvarás.
Justamente, Josafat y el pueblo estaban en el templo, donde reconocían la presencia de Dios. Dios había prometido responder la oración en ese lugar. Cuando el templo fue dedicado, Salomón oraba así:
20 Que tus ojos estén abiertos sobre esta casa de día y de noche, sobre el lugar del cual dijiste: Mi nombre estará allí; que oigas la oración con que tu siervo ora en este lugar.
Nosotros también tenemos promesas de Dios. Sabemos que Dios ha prometido eescuchar y responder a la oración de sus hijos, y que sus promesas no fallan. Haremos bien, mientras oramos, en recordar y pronunciar las promesas de Dios.
4. Pide específicamente lo que necesitas.
4. Pide específicamente lo que necesitas.
Entrégale a Dios lo que te preocupa. Es lo que Dios nos anima a hacer en su Palabra:
6 Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; 7 echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.
Josafat le habló a Dios específicamente de lo que estaba sucediendo.
10 Ahora, pues, he aquí los hijos de Amón y de Moab, y los del monte de Seir, a cuya tierra no quisiste que pasase Israel cuando venía de la tierra de Egipto, sino que se apartase de ellos, y no los destruyese; 11 he aquí ellos nos dan el pago viniendo a arrojarnos de la heredad que tú nos diste en posesión. 12 ¡Oh Dios nuestro! ¿no los juzgarás tú? Porque en nosotros no hay fuerza contra tan grande multitud que viene contra nosotros; no sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos.
“Vienen contra nosotros, Señor”, clamaría Josafat. Pide directamente la intervención de Dios (“¿No los juzgarás tú?”). ¡Hazlo tú también! Pídele al Señor que participe de tu vida, que intervenga en las situaciones de tu familia, que obre en medio de tus circunstancias.
Ahora, prestemos particular atención a la manera en que Josafat termina su oración. Algunos podrían interpretar sus palabras como una muestra de debilidad.
Porque en nosotros no hay fuerza contra tan grande multitud que viene contra nosotros; no sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos.
a. Reconoce que no tiene fuerza.
a. Reconoce que no tiene fuerza.
Sí, es una muestra de debilidad y está haciendo este reocnocimiento ante todo su pueblo. Es muy sencillo: cuando nosotros no podemos, no podemos. No debemos darle vueltas al asunto. Y delante de Dios, en oración, tenemos que reconocer no solamente la grandeza de Dios sino también nuestra pequeñez, nuestras limitaciones. A veces, en nosotros no hay fuerza. No te avergüences de confesarlo delante del Señor.
b. Reconoce su ignorancia.
b. Reconoce su ignorancia.
¿Por qué no le dices a Dios, como Josafat, que no sabes qué hacer? “¡No sé qué hacer, Señor!”. Cuando oramos así, estamos reconociendo la limitación de nuestra perspectiva. Nosotros no vemos todo, como Dios sí lo ve. A veces procuramos mostrarnos seguros de nosotros mismos, conocedores de los pasos adecuados, pero delante de Dios tenemos que reconocer nuestra ignorancia. ¡No sabemos qué hacer! ¿Qué es lo mejor? ¿Qué pasos traerán la superación y la victoria? ¡No sabemos!
c. Dirige a Dios su mirada.
c. Dirige a Dios su mirada.
Esta es la actitud del hijo ante su Padre. Los hijos miran a los padres, a ver qué hacen ante las diferentes situaciones. Esta es una mirada de expectación, esperando la intervención del que sí puede hacer algo. Dirige a Dios tu mirada, para ver lo que Él va a hacer, y díselo en oración: “¡Señor, te miro a ti!”. Esta es la definición de lo que la Palabra menciona tantas veces, de la persona que “espera en Dios”. Dirigimos a Él nuestra mirada en oración y esperamos su dirección y su intervención. Muchas veces su intervención nos va a involucrar, dirigiéndonos a actuar conforme a su voluntad y sus planes, pero seguirá siendo su intervención. ¡Míralo a Dios! El propósito de Dios es que lo conozcas en acción al verlo intervenir en las diferentes situaciones de tu vida.
Espera que Dios responda
Espera que Dios responda
Y todo Judá estaba en pie delante de Jehová, con sus niños y sus mujeres y sus hijos. Y estaba allí Jahaziel hijo de Zacarías, hijo de Benaía, hijo de Jeiel, hijo de Matanías, levita de los hijos de Asaf, sobre el cual vino el Espíritu de Jehová en medio de la reunión; y dijo: Oíd, Judá todo, y vosotros moradores de Jerusalén, y tú, rey Josafat. Jehová os dice así: No temáis ni os amedrentéis delante de esta multitud tan grande, porque no es vuestra la guerra, sino de Dios. Mañana descenderéis contra ellos; he aquí que ellos subirán por la cuesta de Sis, y los hallaréis junto al arroyo, antes del desierto de Jeruel. No habrá para qué peleéis vosotros en este caso; paraos, estad quietos, y ved la salvación de Jehová con vosotros. Oh Judá y Jerusalén, no temáis ni desmayéis; salid mañana contra ellos, porque Jehová estará con vosotros.
Entonces Josafat se inclinó rostro a tierra, y asimismo todo Judá y los moradores de Jerusalén se postraron delante de Jehová, y adoraron a Jehová. Y se levantaron los levitas de los hijos de Coat y de los hijos de Coré, para alabar a Jehová el Dios de Israel con fuerte y alta voz.
Algo muy importante: cuando ores, espera que Dios responda. No se te ocurra orar sin esperar una respuesta de parte de Dios.
Sí, a veces nos puede suceder, que oremos, nos levantemos luego de orar, y que no esperemos que Dios nos responda y nos pasemos por alto sus respuestas. Es posible que ya nos haya ocurrido antes.
Cuando oramos - siempre - Dios responde. No existe algo así como una oración a Dios que no sea respondida. Sí puede responder que no, que esperemos o intervenir de inmediato en nuestras situaciones, pero siempre responderá.
Dios respondió de inmediato a la oración de Josafat y el pueblo.
Josafat acababa de elevar su oración, y el relato describe a las familias enteras de pie en la presencia de Dios. Entonces sucede algo especial en la vida de uno de los asistentes. Este es identificado con mucho detalle, Jahaziel, y se mencionan los detalles de su familia. En medio del silencio posterior a la oración del rey, Jahaziel eleva la voz con un mensaje profético.
A esto es a lo que nos referimos: cuando oramos, Dios responde.
Pero a esto debemos agregar algo bien importante: la oración es un diálogo. Cuando oramos, Dios nos habla.
Esto es algo muy importante: espera que Dios te hable como respuesta a tu oración.
En aquella ocasión lo hizo así, poniendo en el corazón y la vida de Jahaziel la respuesta para Josafat y el pueblo.
Fue Jahaziel, y podría haber sido cualquiera de los presentes. ¿Y si Dios en alguna ocasión te quisiera utilizar a ti como forma de responder a su pueblo?
Por medio de Jahaziel, Dios le comunica al pueblo (no le habla solamente al rey) un mensaje muy alentador.
No temáis ni os amedrentéis delante de esta multitud tan grande… Dios siempre tiene un mensaje para combatir nuestros miedos. Nos invita, siempre, a volvernos a Él con confianza, sabiendo que Él es nuestro refugio. Dios sabe que la multitud es grande. Dios sabe que la amenaza es grave. Dios conoce cuán pequeños nos sentimos ante las dificultades de la vida. Y nos pide que, a pesar de eso, no le demos lugar al temor en nuestros corazones. Su mensaje es muy enfático, al llamar al pueblo diciendo No temáis ni os amedrentéis. Este mensaje es tan enfático que lo vuelve a repetir en el versículo 17: ...Oh Judá y Jerusalén, no temáis ni desmayéis.... Esto es coherente con toda la revelación de la Palabra, con la que Dios combate nuestros temores.
...no es vuestra la guerra, sino de Dios. Dios se apropia de las batallas de su pueblo. No son del pueblo, de Israel, de la iglesia, sino de Dios. No es lo mismo pelear las batallas propias, que las de Dios. Para que esto sea realidad en nuestras vidas, tenemos que consagrarnos al Señor, y nuestra vida tiene que ser suya. No podemos vivir nuestras vidas a nuestra manera, conforme a nuestros propios planes y conveniencia, y esperar que Dios pelee nuestras batallas. Pero cuando nos comprometemos con vivir conforme a su voluntad, bajo su señorío, podemos confiar en que las batallas que se presenten serán las suyas.
Mañana descenderéis… Dios no se conforma con hacer promesas. Tiene un plan. El mañana está ante su mirada, y no se pierde detalle de lo que para nosotros va a suceder.
No habrá para qué peleéis vosotros en este caso; paraos, estad quietos, y ved la salvación de Jehová con vosotros. Dios quiere pelear por ti. Hay casos, como aquel, en que no hará falta que pelees, porque Él lo hará. Esto es lo que se refleja en aquellas palabras del Salmo 46:
10 Estad quietos, y conoced que yo soy Dios;
Seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra.
Ahora, debes saber que cuando te sientes en peligro no es fácil estar quieto. Ese llamado a la quietud tiene que ver con la confianza que Dios pide que tengamos en Él.
Escúchalo, por favor. Dios te está diciendo: “Hazte a un lado; ¡déjame actuar!”. ¿Le vas a escuchar?
Las respuestas de Dios no implican inactividad. Habrá que hacer algo, habrá que moverse, ir al frente de batalla, enfrentar las situaciones. Lo maravilloso será, justamente, encontrarse con la poderosa obra de Dios.
¿Qué hicieron Josafat y el pueblo de Dios al escuchar la voz de Dios como respuesta a la oración? Se humillaron, se inclinaron ante la grandeza de Dios, y le adoraron.
18 Entonces Josafat se inclinó rostro a tierra, y asimismo todo Judá y los moradores de Jerusalén se postraron delante de Jehová, y adoraron a Jehová. 19 Y se levantaron los levitas de los hijos de Coat y de los hijos de Coré, para alabar a Jehová el Dios de Israel con fuerte y alta voz.
Aprendamos a adorar a nuestro Señor, reconociendo su grandeza, su amor, su bondad.
Dios obra de maneras inesperadas, diferentes a lo que somos capaces de entender o imaginar.
20 Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros, 21 a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén.
Trato de imaginar a aquellos israelitas que se levantaron aquella mañana para ir a la batalla. Iban a la guerra. Esperaban violencia, peligros, muerte, dolor. Encontraron que Dios había cumplido literalmenete lo que había prometido.
20 Y cuando se levantaron por la mañana, salieron al desierto de Tecoa. Y mientras ellos salían, Josafat, estando en pie, dijo: Oídme, Judá y moradores de Jerusalén. Creed en Jehová vuestro Dios, y estaréis seguros; creed a sus profetas, y seréis prosperados. 21 Y habido consejo con el pueblo, puso a algunos que cantasen y alabasen a Jehová, vestidos de ornamentos sagrados, mientras salía la gente armada, y que dijesen: Glorificad a Jehová, porque su misericordia es para siempre. 22 Y cuando comenzaron a entonar cantos de alabanza, Jehová puso contra los hijos de Amón, de Moab y del monte de Seir, las emboscadas de ellos mismos que venían contra Judá, y se mataron los unos a los otros. 23 Porque los hijos de Amón y Moab se levantaron contra los del monte de Seir para matarlos y destruirlos; y cuando hubieron acabado con los del monte de Seir, cada cual ayudó a la destrucción de su compañero.
24 Y luego que vino Judá a la torre del desierto, miraron hacia la multitud, y he aquí yacían ellos en tierra muertos, pues ninguno había escapado. 25 Viniendo entonces Josafat y su pueblo a despojarlos, hallaron entre los cadáveres muchas riquezas, así vestidos como alhajas preciosas, que tomaron para sí, tantos, que no los podían llevar; tres días estuvieron recogiendo el botín, porque era mucho. 26 Y al cuarto día se juntaron en el valle de Beraca; porque allí bendijeron a Jehová, y por esto llamaron el nombre de aquel paraje el valle de Beraca, hasta hoy. 27 Y todo Judá y los de Jerusalén, y Josafat a la cabeza de ellos, volvieron para regresar a Jerusalén gozosos, porque Jehová les había dado gozo librándolos de sus enemigos. 28 Y vinieron a Jerusalén con salterios, arpas y trompetas, a la casa de Jehová. 29 Y el pavor de Dios cayó sobre todos los reinos de aquella tierra, cuando oyeron que Jehová había peleado contra los enemigos de Israel. 30 Y el reino de Josafat tuvo paz, porque su Dios le dio paz por todas partes.
No, no hay mucho que decir a este respecto, solamente que Dios mostró su fidelidad.
Pero observa que los hijos de Dios de todas maneras tuvieron que poner de manifiesto su confianza en el Señor, tuvieron que vivir su fe, ponerla en práctica. Lo hicieron al adorar a Dios, al poner un coro al frente del ejército, al avanzar a la batalla confiando en Dios.
Observa que la victoria se produjo cuando comenzaron a entonar cantos de alabanza, no antes.
¡Tu alabanza importa! ¡Tu adoración a Dios es escuchada y produce un impacto en el mundo espiritual!
Dios no solamente les dio la victoria sino que los enriqueció. Tres días de recoger el botín fueron una inmensa recompensa para la fe.
Dios sigue mostrando su fidelidad a sus hijos. Podemos confiar.
Él sigue escuchando la oración.
Empecemos por integrarlo, primero que nada y por sobre todo, a cada una de las situaciones que enfrentamos.
¡Suya es la victoria!