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Transcurría el amanecer del siglo veinte, en las primeras horas de la
mañana del día de Año Nuevo de 1901. Un grupo de estudiantes de la
Biblia se había reunido horas antes para celebrar un culto de oración la
víspera de Año Nuevo. Sin embargo, a pesar de que ya era pasada la medianoche,
todavía estaban allí, tratando sinceramente de sentir la presencia y el poder del
Espíritu Santo. Todos ellos esperaban con ansias algo increíble.
Durante las semanas anteriores, los alumnos habían estado estudiando
atentamente porciones del libro de los Hechos. Se hallaban interesados en particular
en lo que el registro apostólico enseñaba sobre el bautismo del Espíritu
Santo, una experiencia que, de acuerdo con sus antecedentes de santidad wesleyana,
creían que tuvo lugar con posterioridad a la conversión. El estudio terminó
centrándose en el fenómeno milagroso de hablar en lenguas, en cuanto al
cual los estudiantes concluyeron que era la verdadera señal del bautismo del
Espíritu. Observaron cómo los apóstoles habían hablado en lenguas en el día de
Pentecostés, así como Cornelio en Hechos 10 y los antiguos discípulos de Juan
el Bautista en Hechos 19. Y reflexionaban que si el hablar en lenguas era una
señal de la presencia del Espíritu en los tiempos apostólicos, tal vez lo seguía
siendo en el siglo veinte.
En el momento en que se reunieron para el culto de oración en la víspera de
Año Nuevo, todos habían llegado a las mismas dos conclusiones, a saber, el hablar
en lenguas era la señal del bautismo del Espíritu Santo y el don de lenguas estaba
todavía disponible para ellos. Así que con determinación sincera le rogaron a Dios
que los bautizara con su Espíritu. Su maestro, un ministro metodista del movimiento
de santidad llamado Charles Fox Parham, los había animado durante el
tiempo de estudio de la Palabra. Y ahora estaban deseosos de experimentar el
poder del Espíritu de primera mano.
En algún momento de esas primeras horas de la mañana sucedió algo extraordinario.
Uno de los estudiantes, una joven mujer llamada Agnes Ozman, le pidió
a su maestro que pusiera sus manos sobre ella y orara para que recibiera al Espíritu
Santo. Lo que sucedió después cambiaría el curso de la historia de la iglesia
moderna. Como más tarde Charles Parham relató: «Puse mis manos sobre ella y
oré. Apenas había completado tres docenas de frases cuando una gloria cayó sobre
la joven, un halo parecía rodear su cabeza y su rostro, y empezó a hablar en idioma
chino sin poder comunicarse en inglés durante tres días. Cuando trató de escribir
en inglés para contarnos su experiencia, lo hizo en chino».
La experiencia de Ozman pronto sería difundida tanto por su maestro como
por sus compañeros. Durante la serie de reuniones de avivamiento que siguieron, el
poder sobrenatural del Espíritu permitió hablar más de veinte idiomas diferentes,
incluyendo ruso, japonés, búlgaro, francés, bohemio, noruego, húngaro, italiano y
español. El mismo Charles Parham dijo haber hablado en sueco y otros idiomas.
De este modo se dio inicio al movimiento pentecostal moderno. El historiador
pentecostal Vinson Synan explica: «La de Ozman se convirtió en la experiencia
prototipo para todos los millones de pentecostales que seguirían».
En una década, más de cincuenta mil personas experimentarían el mismo fenómeno
que Agnes Ozman. El entusiasmo continuó extendiéndose, especialmente en
la costa oeste, donde otro de los estudiantes de Parham, un hombre llamado
William J. Seymour, promocionó de manera similar el hablar en lenguas como
la señal del bautismo del Espíritu. Nadie podía imaginarse cómo una reunión de
oración sencilla en una pequeña escuela bíblica en Kansas iba a cambiar al mundo.
Poco más de un siglo después, los movimientos pentecostales y neopentecostales
crecerían hasta incluir a más de quinientos millones de seguidores carismáticos.
¿Un nuevo Pentecostés?
Los inicios del pentecostalismo pueden parecer sobrenaturales e incluso un poco
románticos. Charles Parham le llamó a su nuevo grupo el «Movimiento de la Fe
Apostólica», y afirmó que sus experiencias constituían un nuevo Pentecostés.
Él y sus estudiantes estaban convencidos de que habían recibido al Espíritu Santo de la
misma manera que los apóstoles en Hechos 2. Sus experiencias en 1901 fueron la
chispa que encendió el fuego del movimiento carismático moderno.
Sin embargo, investigaciones posteriores ponen en tela de juicio la legitimidad
de las afirmaciones de Parham al menos en tres aspectos. En primer lugar, hay
versiones contradictorias de la historia, incluso de los principales actores involucrados.
Como se señaló anteriormente, Parham dijo que Ozman no habló en
inglés durante tres días después de su experiencia, pero esta informó haber orado
en inglés después de un solo día. Parham afirmó que la experiencia de Ozman
ocurrió la víspera de Año Nuevo, mientras que ella insistió en que fue el día de
Año Nuevo. Aunque Parham se atribuyó el mérito de dirigir a sus estudiantes con
el libro de los Hechos antes de la histórica reunión de oración, Ozman contradice
esa afirmación al decir «que no participó de algún estudio bíblico dado por Parham
antes de su experiencia de hablar en lenguas. En realidad, afirma que ella
misma les indicó a los estudiantes que fueran a Hechos 2 en respuesta a sus preguntas
sobre su experiencia glosolálica».
Discrepancias como estas han causado que historiadores como Martin E. Marty cuestionen los aspectos fundamentales de la historia:
Como todas las historias emitidas de forma mítica, esta tenía ciertas características
que siguen siendo una cuestión abierta. En un testimonio anterior, la señorita
Ozman indicó que habló en lenguas tres semanas antes del día de Año Nuevo,
una fecha menos ordenada, pero que otros corroboraron. También afirmó que se
dio cuenta de la importancia de su lengua solo más tarde, pero se sabe que Parham
había dado instrucciones por adelantado de buscar precisamente esa señal.10
Por otra parte, aunque Agnes Ozman interpreta su experiencia a través del
lente de Hechos 2, no todos sus compañeros estaban convencidos. «El diario The
Topeka Daily Capital informó que no todo el mundo en la escuela abrazó la nueva
experiencia. En una entrevista con el periódico, S. J. Riggins dijo de Parham y sus
compañeros: “Yo creo todos están locos”».
En segundo lugar, y más importante, Charles Parham, Agnes Ozman y los
otros estudiantes en realidad nunca experimentaron la señal sobrenatural que buscaban.
Ellos estaban convencidos de que hablar en lenguas conllevaba la capacidad
milagrosa de hablar en idiomas auténticos, como lo hicieron los apóstoles el
día de Pentecostés en Hechos 2.12 Ese era el don que tanto deseaban. Sin embargo,
el «regalo» que experimentaron consistía en nada más que un absurdo balbuceo.13
Esta realidad se hizo dolorosamente evidente cuando Parham insistió en que los
misioneros pentecostales podrían ir al extranjero sin necesidad de asistir a una
escuela de idiomas.
Parham se jactaba en el Topeka State Journal: «El Señor nos dará el poder de
la palabra para hablarle a la gente de las diversas naciones sin tener que estudiar en
las escuelas». Varias semanas más tarde, le dijo al Kansas City Times: «Parte de
nuestra labor será la de enseñarle a la iglesia la inutilidad de pasar años preparando
a los misioneros para el trabajo en el extranjero, cuando todo lo que tienen que
hacer es pedirle a Dios el poder».16 En pocas semanas, los periódicos en lugares tan
lejanos como Hawai resonaban con la promesa de Parham, embellecida al parecer
con una serie de falsedades:
TOPEKA, mayo 20. —El Rvdo. Charles F. Parham, del «Colegio de Bethel», en
Topeka, y sus seguidores se preparan para darle a la gente de las iglesias un nuevo
trabajo en la actividad misionera.
Su plan es enviar a las naciones a las personas que han sido bendecidas
con el «don de lenguas», un don que, según él, a nadie más se le ha conferido
alguna vez desde los tiempos apostólicos. Sus misioneros, como él mismo
señala, tendrán la gran ventaja de contar con el conocimiento milagroso de los
idiomas de los diversos pueblos entre los que trabajen, sin la molestia de tener
que aprenderlos de manera laboriosa como lo hacen los otros misioneros
potenciales.
[Parham dijo:] «No hay duda de que en ese momento se les otorgará el “don
de lenguas” si son dignos y buscan con fe, creyendo que así van a ser capaces de
hablar con las personas a las que ministran en el propio idioma de ellas, lo que,
por supuesto, será una ventaja inestimable.
»Los estudiantes del Bethel College no necesitan estudiar de la manera
antigua para aprender los idiomas. A ellos se les confieren milagrosamente.
Distintos estudiantes ya han sido capaces de conversar con españoles, italianos,
bohemios, húngaros, alemanes y franceses en su propio idioma. No
tengo dudas de que varios dialectos de los pueblos de la India y la lengua de
los salvajes de África serán recibidos durante nuestra reunión de la misma
manera. Espero que este encuentro sea el más grande desde los días de
Pentecostés».
Parham afirma que él y sus discípulos han recibido todos los dones que
Cristo les confirió a sus primeros discípulos.
Por desgracia, ese mismo tipo de testimonio adornado de manera deliberada
y exagerado en extremo es muy común en los círculos carismáticos incluso hoy
día. No obstante, los ingenuos todavía aceptan tales informes al pie de la letra,
confundiendo credulidad con fe.
A pesar de la confianza garantizada que resonaba de parte de Parham, su
estrategia misionera resultó un fracaso bastante contundente. Jack Hayford y
David Moore, autores carismáticos, reconocen el gran fallo de las expectativas
de Parham: «Lamentablemente, la idea de las lenguas xenoglosolálicas [es decir,
los idiomas extranjeros] más tarde resultaría en un fracaso vergonzoso cuando
los obreros pentecostales fueron a los campos misioneros con su don de lenguas
y encontraron que sus oyentes no los entendían». Robert Mapes Anderson
añade:
S. C. Todd de la Sociedad Bíblica Misionera investigó a dieciocho pentecostales
que fueron a Japón, China y la India «esperando predicarles a los nativos de
esos países en su propia lengua» y encontró, según ellos mismos reconocieron,
que «en ningún caso fueron capaces de hacerlo». Cuando estos y otros misioneros
regresaron decepcionados y sintiendo que habían fracasado, los pentecostales
se vieron obligados a reconsiderar su punto de vista inicial del hablar
en lenguas.
Además de hablar en lenguas, Agnes Ozman y otros pentecostales también
«escribieron en lenguas», anotando lo que creían eran caracteres de una lengua
extranjera. Las fotografías de estos mensajes fueron publicadas en periódicos
como Topeka Daily Capital y Los Angeles Daily Times. Los rayones no formaban
parte de ningún lenguaje conocido y eran completamente incomprensibles.21
En tercer lugar, el carácter personal de Charles Parham pone en duda si el
Espíritu Santo podría provocar un avivamiento en todo el mundo mediante su
ministerio. Poco tiempo después de que sus alumnos hablaron en lenguas, a pesar
de sus predicciones de que el crecimiento masivo estaba a punto de comenzar, Parham
se vio obligado a cerrar la escuela bíblica en Topeka. Viajó a otras partes de
Kansas y a los estados del Medio Oeste, celebrando servicios de sanidad y avivamiento
y reuniendo discípulos. Pronto estaba proclamando que tenía más de cinco
mil devotos.22 Se refirió a su creciente red de seguidores como el Movimiento de la
Fe Apostólica (haciéndose eco del nombre de su revista quincenal, Apostolic Faith)
y se dio a sí mismo el título de «Proyector del Movimiento de la Fe Apostólica».
Sin embargo, el movimiento apenas sobrevivió a una sucesión de duros golpes
a la reputación de Parham. En el otoño de 1906, celebró una serie de reuniones en
Zion, Illinois, y unos meses después cinco de sus seguidores golpearon hasta la
muerte a una mujer con discapacidad en un intento por expulsar de ella al demonio
del reumatismo. Aunque el propio Parham había desaparecido de Zion cuando
la mujer fue golpeada, el juicio por asesinato subsiguiente ganó publicidad a
escala nacional y los periódicos de todo el país identificaron a los asesinos como
«miembros de la secta de Parham». Cuando los principales autores del crimen
fueron encontrados culpables, los medios de comunicación nacional informaron:
«Se esperan otros arrestos en el caso como resultado de las pruebas presentadas en
la investigación y Parham, líder de la secta de los que ahora están en la cárcel,
puede ser puesto bajo vigilancia». Parham no fue acusado en este caso, pero su
nombre se convirtió en sinónimo de un fanatismo religioso mortal.
Cuando una niña en Kansas murió porque sus padres se negaron a darle tratamiento
médico y en su lugar buscaron la sanidad mediante el ministerio de Parham,
el evangelista pentecostal se vio obligado a abandonar Kansas e ir a Texas.
Fue allí donde conoció a William J. Seymour, un afroamericano de treinta y cinco
años de edad, quien después de aceptar las enseñanzas de Parham sobre el Espíritu
Santo y el don de lenguas, posteriormente provocó el avivamiento de la Calle
Azusa en Los Ángeles en el año 1906. Sin embargo, la amistad entre ellos pronto se
dañó. Cuando Parham visitó la obra de Seymour en el sur de California, él mismo
no estuvo de acuerdo con el comportamiento salvaje que caracterizaba las reuniones.
Trató de imponer su liderazgo sobre el avivamiento, pero fue rechazado.
A partir de ahí, la historia de Parham empeoró rápidamente. El 19 de julio de
1907 fue arrestado en un hotel de San Antonio, Texas, bajo cargos de sodomía. Lo
pusieron en libertad cuatro días después. Aunque afirmó que era inocente, sus opositores
alegaron que había escrito una confesión completa a cambio de su libertad.
A pesar de sus protestas en sentido contrario, la reputación de Parham fue mancillada
de forma permanente y su influencia comenzó a disminuir. Como lo explica R.
G. Robbins: «Lo que realmente ocurrió aquella noche calurosa de verano puede que
nunca se sepa, pero la posición de Parham sufrió un daño irreparable a pesar del
hecho de que las acusaciones fueron retiradas posteriormente. Las noticias del escándalo
se difundieron a través de los círculos de santidad y pentecostales, deleitando a
los enemigos de Parham y a su ya desalentado y diezmado grupo de amigos. Mientras
tanto, el Movimiento de la Fe Apostólica se hizo añicos».
En un intento desesperado por salvar su reputación, Parham decidió que tenía
que hacer algo verdaderamente notable para distraer la atención de las denuncias.
Comenzó una campaña de recaudación de fondos para una expedición a Tierra Santa,
en la que se comprometió a encontrar tanto al arca de Noé como al arca perdida del
pacto. No obstante, el viaje terminó antes de empezar. El biógrafo de Parham, James
R. Goff, explica lo que sucedió: «Después de delinear el plan ante la prensa y recaudar
fondos suficientes, Parham viajó a Nueva York en diciembre de 1908 para abordar un
barco a vapor hacia Jerusalén. [Pero] el billete para el Oriente Medio nunca se compró.
Parham regresó a Kansas en enero de 1909 con el dinero que le prestó un amigo. Abatido,
les explicó a sus seguidores que lo habían asaltado poco después de llegar a Nueva
York y ni siquiera tuvo la oportunidad de comprar su boleto».
Al igual que la mayoría de los predicadores afiliados al movimiento de santidad
en esa época, Parham se sintió atraído por las doctrinas que eran secundarias,
novedosas, extremas o totalmente no ortodoxas. Fue un ardiente defensor de la
inmortalidad condicional (la idea de que los impíos serán aniquilados y no sometidos
al tormento eterno) y a veces sonaba como universalista. Tenía una visión
poco ortodoxa de la naturaleza humana caída, claramente no entendía la esclavitud
del pecado. Parecía creer que los pecadores podrían redimirse con una
combinación de su propio esfuerzo y la ayuda de Dios, y al parecer consideraba la
gracia como algo que Dios le debía a la humanidad. Enseñó que la santificación
garantiza la sanidad física y, por lo tanto, es un acto de incredulidad recibir tratamiento
médico por cualquier enfermedad.
Parham también abogó por una forma de anglo-israelismo, enseñando que
las razas europeas occidentales (sobre todo las personas anglosajonas) descendían
de las diez tribus de Israel después de que se dispersaron durante el cautiverio
asirio y los blancos europeos, por lo tanto, eran el verdadero «pueblo elegido». Ese
punto de vista, naturalmente, tiende a fomentar la intolerancia racial.35 Y en efecto,
a medida que pasaba el tiempo, Charles Parham se convirtió de forma cada vez
más evidente en defensor de la segregación racial. En una ocasión afirmó que la
razón por la cual Dios inundó el mundo fue como respuesta al matrimonio interracial.
El sermón, titulado «Creación y formación», fue publicado el 13 de agosto
de 1905 en la edición del diario Houston Daily Post. Según las propias palabras de
Parham: «Así comenzó el lamentable matrimonio entre razas, por lo cual el diluvio
fue enviado como castigo, y siempre ha sido seguido de plagas y enfermedades
incurables hasta la tercera y cuarta generación de los hijos de tales matrimonios. Si
con el tiempo continúan los matrimonios interraciales entre blancos, negros e
indios de Norteamérica, la tisis y otras enfermedades no tardarán en barrer a los
mestizos de la faz de la tierra».
Después de visitar la Calle Azusa en 1906 y ser rechazado por sus excesos,
Parham arremetió contra ellos. «Haciendo uso de insultos raciales crudos, Parham
denunció a las mujeres blancas que se reunían con los hombres negros en el culto
en la misión de Azusa, y lamentó que hombres y mujeres, blancos y negros, se
arrodillaran juntos y cayeran unos sobre los otros. Tal “locura”, acusó, había
seguido a la obra de Azusa en todas partes». Al final de su vida, Parham apoyó
abiertamente al Ku Klux Klan, elogiando en público a la organización en 1927.
Resumiendo las opiniones racistas de Parham, Frederick Harris señala que «el
fundador teológico del pentecostalismo, Charles Parham, simpatizaba con el Ku
Klux Klan, segregaba racialmente a los estudiantes de su escuela bíblica en Topeka,
predicaba en contra de la mezcla de razas y creía que los anglosajones eran la
raza superior».
Tal como era de esperarse, el escándalo y el oprobio persiguieron las huellas
de Parham y su reputación sufrió. Otros dentro de los círculos pentecostales
pronto comenzaron a distanciarse de su fundador. «Junto con la preocupación por
la gestión financiera, sus doctrinas excéntricas y sus actitudes racistas convirtieron
a Parham en una vergüenza para el movimiento pentecostal que floreció en las
primeras décadas del siglo veinte». Sin embargo, nos guste o no, los pentecostales
contemporáneos (y por extensión, todos los carismáticos) están vinculados con
Charles Parham como el arquitecto teológico de su movimiento. Anthony Thiselton
explica: «Charles Parham es ampliamente considerado el fundador del pentecostalismo
clásico [...] Parham formuló las cuatro marcas clásicas de la teología
y la experiencia pentecostales: la salvación, el bautismo en el Espíritu Santo, la
sanidad y la expectativa de la “segunda venida” de Cristo».
Todo esto plantea preguntas importantes acerca de las declaraciones del
movimiento pentecostal moderno, debido al carácter dudoso de sus comienzos:
desde los testimonios contradictorios de los involucrados, la naturaleza absurda de
las «lenguas» que se hablaron, hasta la mala reputación del primer líder del movimiento.
Sumado a esto, el pentecostalismo surgió de la soteriología defectuosa del
movimiento de santidad del siglo diecinueve, del que Charles Parham y William
J. Seymour fueron parte. A pesar de pasajes como 1 Juan 1.8–10, la teología de
la santidad afirma erróneamente que los creyentes pueden experimentar una
«segunda bendición» en algún momento después de su conversión, momento en el
que alcanzan un estado de «perfección cristiana» en esta vida. Algunos líderes de
la santidad del siglo diecinueve también enseñaron una «tercera bendición», que se
identificó con el «bautismo del Espíritu Santo», y que el pentecostalismo posteriormente
vinculó con el hablar en lenguas.
Sin embargo, he aquí el punto de toda esta historia: si el Espíritu Santo quisiera
recrear el día de Pentecostés, ¿sería esta realmente la forma en que lo haría? Incluso
una comparación básica entre lo que sucedió en Hechos 2 y lo que tuvo lugar
diecinueve siglos después en Topeka, Kansas, pone de relieve grandes contrastes
entre los dos sucesos. El día inicial de Pentecostés no surgió de una soteriología
defectuosa, ni tampoco dio lugar a testimonios contradictorios. El don apostólico
de lenguas no era una forma de vocalización irracional. Más bien, los apóstoles
hablaron milagrosamente en auténticos idiomas que nunca habían aprendido
(Hechos 2.9–12). Por otra parte, el poder del Espíritu no solo se exhibió en la
predicación ferviente de ellos, sino también era evidente en su carácter piadoso,
mientras el Espíritu continuaba santificándolos a lo largo de todas sus vidas.
El «nuevo Pentecostés» del movimiento carismático no podría haber sido más
diferente. Surgió de la soteriología deficiente del movimiento de santidad, se
caracterizó por testimonios incoherentes de testigos presenciales, produjo experiencias
religiosas falsas y fue iniciado por un líder espiritual de mala reputación.
Estos factores ponen su legitimidad en tela de juicio.
¿Un enfoque del «nuevo pensamiento»?
Casi al mismo tiempo que Charles Parham dirigía a sus alumnos a buscar las lenguas
como la señal del bautismo del Espíritu, otro ministro estadounidense animaba
a sus seguidores a utilizar la confesión positiva para expresar sus deseos y que
se hicieran realidad.
«Lo que confieso, lo tengo». Este lema, popularizado más tarde por los predicadores
de la Palabra de Fe, lo acuñó por primera vez Essek William Kenyon, un
pastor bautista de la corriente del libre albedrío y educador que vivió desde el 1867
hasta el 1948. Aunque se crió en un hogar metodista, Kenyon se convirtió en
bautista por medio de la influencia del popular evangelista A. J. Gordon. Sin
embargo, Kenyon también se expuso a las sectas metafísicas del siglo diecinueve y
permitió que estos errores enturbiaran su teología.
En 1892, asistió a la Universidad Emerson de Oratoria en Boston, que se
especializaba en adiestrar a académicos para las sectas de las ciencias metafísicas
(en particular, del nuevo pensamiento metafísico). El nuevo pensamiento se originó
una generación antes debido a las enseñanzas de Phineas P. Quimby, un
filósofo de Nueva Inglaterra, hipnotizador y sanador que enseñaba que las realidades
físicas podían ser manipuladas y controladas por medios mentales y espirituales.
Las enseñanzas del nuevo pensamiento hicieron hincapié en que una
inteligencia superior o fuerza divina estaba presente en todas partes, que los seres
humanos poseían una naturaleza divina, que podrían utilizar su mente para alterar
la realidad física, y que al pensar correctamente podrían liberarse de la enfermedad
y la pobreza.47 Las ideas de Quimby fueron popularizadas por sus
seguidores, entre ellos Mary Baker Eddy, quien incorporó la enseñanza del nuevo
pensamiento a la secta de la ciencia cristiana.
Después de egresar de Emerson College, Kenyon fue pastor en varias iglesias
bautistas. En 1898, inició el Instituto Bíblico Betel en Spencer, Massachusetts. Sirvió
como presidente de la institución hasta 1923, cuando renunció «en medio de un
remolino de controversias que nunca se hicieron públicas».48 Dejando Massachusetts
llegó al oeste, estableciéndose durante varios años en el sur de California antes de
mudarse a Seattle, Washington, a principios de la década de 1930. Allí fundó la
New Covenant Baptist Church, estableció el Instituto Bíblico de Seattle y transmitió
sus enseñanzas mediante su programa de radio Kenyon’s Church of the Air. Él no
era pentecostal, pero «en sus últimos años, visitó reuniones pentecostales y fue invitado
a hablar en el famoso Templo Angelus de Aimee Semple McPherson en Los
Ángeles. Aunque murió justo después del final de la Segunda Guerra Mundial,
muchos de los evangelistas sanadores destacados de los años de la posguerra fueron
claramente influenciados por él y citan su obra».49 Trace el fundamento doctrinal de
cualquier maestro de la Palabra de Fe y encontrará que se remonta a E. W. Kenyon.
La enseñanza de Kenyon era seriamente aberrante en varios niveles. En su predicación
y enseñanza, combinó elementos centrales de la filosofía del nuevo pensamiento
con la teología cristiana, afirmando que las personas pueden cambiar sus circunstancias
físicas simplemente haciendo una «confesión positiva de la palabra de Dios». Por
ejemplo, para ser sanados, los creyentes solo necesitan declarar que ya están curados.
Como Kenyon explicó: «La confesión siempre antecede a la curación. No vea los síntomas,
vea la palabra, y esté seguro de que su confesión sea valiente y vigorosa. No le haga
caso a la gente [...] Es Dios el que habla. Usted está curado. La palabra dice que lo está.
No le haga caso a los sentidos. Déle a la palabra su lugar». Solo quienes hacen una
confesión positiva pueden esperar resultados positivos. Por el contrario, aquellos que
pronuncian palabras de pesimismo están condenados al fracaso.
Citando de nuevo a Kenyon: «Usted rara vez se eleva por encima de sus palabras.
Si habla de enfermedad, se mantendrá al nivel de su conversación. Si habla
de debilidad y fracaso, actuará de ese modo. Siga diciendo: “Yo no puedo conseguir
trabajo” o “yo no puedo hacer esto”, y sus palabras reaccionarán sobre su
cuerpo. ¿Por qué sucede esto? Porque usted es un ser espiritual. No es un ser físico.
Básicamente, es un espíritu, y el espíritu registra las palabras como un pedazo de
papel secante absorbe la tinta».52 Al hacer hincapié en el poder creativo de las palabras
y la idea de que la enfermedad es espiritual, no física, Kenyon proveyó la
premisa básica de lo que después sería la teología de la Palabra de Fe.
Las enseñanzas de Kenyon también sentaron las bases para el énfasis en la prosperidad
material de la Palabra de Fe. Para él, el evangelio no solo ofrecía la esperanza
de una futura recompensa en el cielo, sino también prometía bendiciones
materiales en la tierra, aquí y ahora. Él escribió: «El valor del cristianismo reside en
lo que vamos a obtener de él. Somos cristianos por lo que podemos conseguir en esta
vida, y reclamamos una esperanza de un mundo por venir [...] También exigimos que
el Dios al que servimos y adoramos escuche nuestras peticiones, nos proteja del
peligro, nos consuele en el dolor». Según Kenyon: «Dios nunca planeó que viviéramos
en la pobreza, ya sea física, mental o espiritual. Él convirtió a Israel en cabeza
de las naciones económicamente. Cuando entramos en alianza con Dios, y aprendemos
de sus formas de hacer las cosas, no podemos fallar [...] Él le dará la capacidad
para hacer de su vida un éxito». Si tales declaraciones suenan inquietantemente
similares a la verborrea moderna de los predicadores de la prosperidad y los teleevangelistas
reconocidos, sí que lo son. Ellos obtienen su material de Kenyon.
Sus ideas novedosas pronto se infiltraron en el movimiento carismático, donde
dieron a luz al movimiento carismático Palabra de Fe. Tal como Dennis Hollinger
observa: «Varios evangelistas sanadores pentecostales de las décadas de 1940 y 1950
habían leído las obras de Kenyon y a veces las citaron». Sanadores por fe como
William Branham y Oral Roberts sentaron la base sobre la que pudo ser el evangelio
de la prosperidad en los círculos carismáticos. No obstante, fue Kenneth Hagin,
conocido como el «padre del movimiento de la Palabra de Fe», quien popularizó la
obra de Kenyon, incluso plagiando gran parte de los escritos de Kenyon en sus propios
libros. Los predicadores de la prosperidad que le siguieron, desde Kenneth Copeland
hasta Benny Hinn y Creflo Dollar, todos han sido influenciados por Hagin. Y como
hemos visto en el capítulo anterior, el evangelio de la prosperidad se ha convertido en
la fuerza dominante en los círculos pentecostales y carismáticos modernos.
De la misma manera que el carácter personal de Charles Parham proyecta
una oscura sombra de sospecha sobre los inicios del movimiento pentecostal, la
incorporación de los principios del nuevo pensamiento de E. W. Kenyon revela el
verdadero origen del movimiento de la Palabra de Fe y el evangelio de la prosperidad.
Para Parham, que esperaba hablar en auténticos idiomas, su experiencia
inicial fue una falsificación. Para Kenyon, que integró la filosofía metafísica a sus
sermones, su teología resultante fue una secta. Los maestros de la Palabra de Fe
que siguen los pasos de Kenyon deben su origen a hombres como Phineas P.
Quimby, es decir, su teología pertenece a la misma familia que la ciencia cristiana,
la teosofía, el mesmerismo, la ciencia de la mente, el swedenborgianismo y el
nuevo pensamiento metafísico. El evangelio de la prosperidad resultante es una
mezcla del dualismo neognóstico, el misticismo de la Nueva Era y el materialismo
descarado. Se trata de «herejías destructoras» (2 Pedro 2.1), que proclaman
salud y riquezas mientras sus víctimas quedan desamparadas moralmente y en
bancarrota espiritual.
¿Por qué enfocarse en las contribuciones de Charles Parham y E. W. Kenyon?
La respuesta es simple. Estos dos hombres son los responsables de las bases teológicas
sobre las que todo el sistema carismático está construido. Representan sus
raíces históricas. Como fundador y arquitecto teológico del pentecostalismo, Parham
articula los principios e interpreta las experiencias que provocaron el movimiento
carismático moderno, por lo que sus errores y fracasos ponen en tela de
juicio el fundamento sobre el cual se construyó todo el sistema. Como el abuelo
del movimiento de la Palabra de Fe, Kenyon les proporciona a los posteriores predicadores
de la prosperidad una receta para el veneno doctrinal. Su conexión con
las sectas metafísicas explica la corrupción disimulada inherente a los populares
mensajes de los teleevangelistas de hoy.
¿Un nuevo despertar?
A pesar de sus dudosos orígenes, el movimiento carismático moderno ha crecido
hasta convertirse en una entidad masiva. Su crecimiento sin precedentes
ha llevado a algunos observadores a declararlo como una «nueva Reforma». En
las palabras de un erudito: «El cristianismo está viviendo una reforma que
resultará aun más básica y radical que la que estremeció a Europa durante el
siglo dieciséis [...] La presente reforma está sacudiendo los cimientos de una
manera más espectacular que su predecesora del siglo dieciséis, y sus resultados
serán más profundos y radicales». Otro autor exclama de manera similar:
«Ahora estamos en medio de uno de los cambios más dramáticos en el cristianismo
desde la Reforma. El cristianismo se encuentra en marcha y creando un
cambio sísmico que está transformando el rostro de todo el movimiento cristiano».
Otros han marcado más modestamente al movimiento carismático moderno
como un nuevo Gran Despertar. Vinson Synan explica: «Algunos historiadores
hablan del avivamiento de la Calle Azusa de 1906 a 1909 como el “Cuarto Gran
Despertar”. Más de un millón de congregaciones pentecostales surgieron en el mundo
como consecuencia de este avivamiento histórico. El movimiento de renovación
carismática también procede del movimiento pentecostal, el cual comenzó en 1960
y extendió la “renovación del Espíritu Santo” tanto a las principales iglesias protestantes
como católicas en todas partes del mundo».61 No es raro que los carismáticos
hagan conexiones entre su movimiento y el Gran Despertar del siglo dieciocho.62 En
parte, esto se debe a la popularidad del avivamiento de Nueva Inglaterra, que tuvo
lugar a finales de la década de 1730 y principios de la década de 1740 bajo la dirección
de notables predicadores y teólogos como George Whitefield y Jonathan Edwards.
Sin embargo, también existen paralelos con los arrebatos emocionales que a
veces caracterizaron las reuniones de avivamiento del siglo dieciocho. Durante el
Gran Despertar, «el pueblo lloraba en arrepentimiento por sus pecados, algunos
gritaban de alegría por haber sido perdonados, y otros estaban tan abrumados que
se desmayaban». En algunos casos, las emociones fueron aun más extremas.
Como lo explica Douglas Jacobsen: «Durante el Gran Despertar, que tuvo lugar
en la Norteamérica colonial, las personas a veces se sacudían con convulsiones,
emitían sonidos similares a gruñidos y chillidos de animales, o caían en estados de
trance [...] Este tipo de manifestaciones físicas de la lucha espiritual y la liberación
no fue inventado por los pentecostales, la manifestación física de lo espiritual es
parte de la historia más larga de los avivamientos».
Es comprensible que muchos de los puritanos de Nueva Inglaterra fueran escépticos
en cuanto al avivamiento debido al emocionalismo que parecía acompañarlo.
Entre ellos se encontraba un pastor de Boston, Charles Chauncy, quien se quejaba de
que «la religión, en los últimos tiempos, ha sido más una conmoción de las pasiones,
que un cambio en el estado de ánimo de la mente». En su sermón de 1742, «El
entusiasmo descrito y advertencia en su contra», Chauncy arremetió contra el Gran
Despertar, argumentando que el avivamiento había intercambiado la verdadera espiritualidad
por el sensacionalismo sin límites. Su último libro, Seasoned Thoughts on
the State of Religion in New England [Pensamientos experimentados sobre el estado de
la religión en Nueva Inglaterra], se hizo eco de los mismos temas, condenando lo que
él consideraba excesos religiosos que ocurrían en las reuniones de avivamiento.
Jonathan Edwards, un ferviente partidario del Gran Despertar, era muy consciente
de las preocupaciones planteadas por Charles Chauncy y otros puritanos de la «luz
antigua». En julio de 1741, cuando Edwards predicó su sermón más famoso, «Pecadores
en las manos de un Dios airado», la respuesta de la gente fue tan intensa que ni siquiera
pudo terminar su mensaje. Como señala George Marsden: «El tumulto se hizo demasiado
grande cuando la audiencia se llenó de voces, gemidos y gritos: “¿Qué debo hacer
para ser salvo? Ah, me voy al infierno. ¿Qué debo hacer por Cristo?”».
Solo dos días antes, Edwards predicó en un culto en que se celebraba la Santa
Cena en Suffield, Connecticut. La respuesta fue igual de emocional. «Un visitante que
llegó después del sermón dijo que desde casi medio kilómetro de distancia podía oír
gritos, chillidos y gemidos, “como los de una mujer con dolores de parto”, mientras la
gente agonizaba por el estado de sus almas. Algunos se desmayaban o estaban en trance,
otros eran vencidos por una extraordinaria agitación corporal. Edwards y otros más
oraban con muchos de los angustiados y llevaron a algunos a “diferentes grados de paz
y alegría, a otros al éxtasis, todos alabando al Señor Jesucristo”, e instó a las personas a
venir al Redentor».
Al defender el Gran Despertar de sus críticos, Edwards reconoció que necesitaba
hacerle frente a sus preocupaciones acerca de este tipo de arrebatos emocionales.
Lo hizo en el verano de 1741, al tratar directamente con el tema en un mensaje
de apertura que pronunció en su alma máter, Yale College.69 En su mensaje, que fue
publicado luego como The Distinguishing Marks of a Work of the Spirit of God [La
marca distintiva de la obra del Espíritu Santo], Edwards explicó que la legitimidad
de un avivamiento no se podía determinar en base a respuestas emocionales:
Edwards argumentó con su habitual lógica lúcida que los fenómenos físicos
intensos como «lágrimas, temblores, gemidos, fuertes gritos, agonías del
cuerpo o la pérdida de la fuerza física» no prueban nada sobre la legitimidad
de un avivamiento. Él no creía que había llegado un tiempo de dones
extraordinarios del Espíritu Santo, así que negó (contrario tanto a algunos
radicales de su época como a los posteriores pentecostales) que los signos
de éxtasis eran la mejor prueba de un verdadero derramamiento del Espíritu
Santo. Al mismo tiempo, insistió en que los arrebatos emocionales no eran
evidencias abrumadoras en contra de la presencia del Espíritu Santo [...]
Las pruebas reales o «marcas distintivas» de una obra genuina del Espíritu
de Dios no tenían nada que ver con tales efectos dramáticos o la falta de ellos.
Por el contrario, encontró que estas pruebas eran las vidas cambiadas de los que
ahora vivían según los dictados del evangelio y manifestaban los rasgos y virtudes
de los cristianos verdaderos.
Al encontrar sus «señales de identidad» en la primera carta de Juan, Edwards
sostuvo que una verdadera obra del Espíritu Santo solo puede medirse en base a los
criterios bíblicos. Las experiencias emocionales pueden ser poderosas, pero no son una
prueba de que Dios está verdaderamente en el asunto. Después de todo, Edwards
reconoció que «el entusiasmo a menudo se propaga incluso cuando los evangelistas
proclamaban una falsa doctrina. Y Satanás podía simular verdaderos despertares».
De la misma manera que Edwards enunció las verdaderas señales de la obra
del Espíritu, también delineó «señales negativas» o falsamente positivas, signos
que pueden acompañar a una verdadera obra de Dios, pero también podían ser
fabricados por hipócritas. Edwards colocó los arrebatos emocionales y las respuestas
físicas a la predicación en la categoría de no determinativos: por sí mismos,
estos fenómenos simplemente no prueban la legitimidad de un avivamiento.
¿Cómo, entonces, se puede discernir entre un verdadero avivamiento y uno
falso? O, más directamente, ¿qué diferencia una verdadera obra del Espíritu de
una falsificación? La respuesta, Edwards afirmó, se encuentra al «probar los espíritus».
Tomando esta frase de 1 Juan 4.1, el teólogo puritano extrajo cinco principios
del cuarto capítulo de la carta de Juan, y de este modo desarrolló una base
claramente bíblica que se puede aplicar a cualquier supuesta obra de Dios.
Por lo tanto, Edwards evaluó las experiencias de su día a través del lente de las
Escrituras, mostrando principios bíblicos relacionados con la mayor controversia religiosa
de ese período de la historia. Por esa razón, su enfoque proporciona un modelo
útil para que lo consideremos. Como R. C. Sproul y Archie Parrish explican:
"Cuando aparecen señales de avivamiento en el paisaje de la historia, una de las
primeras preguntas que se plantean es la de la autenticidad. ¿Es el avivamiento
verdadero o un mero estallido de emoción superficial? ¿Encontramos un entusiasmo
vacío respaldado por nada sustancial o el propio entusiasmo indica que
se trata de una gran obra de Dios? En cada avivamiento registrado en la historia
de la iglesia, las señales que le siguen son mixtas. El oro está siempre mezclado con escoria.
Cada avivamiento tiene sus falsificaciones, y las distorsiones tienden
a plantear preguntas acerca de su realidad.
Este problema ciertamente ocurrió en el Gran Despertar del siglo dieciocho
en Nueva Inglaterra, en el que Jonathan Edwards fue una figura clave. Sus marcas
distintivas proporcionan un cuidadoso análisis de ese avivamiento, destacando
su contenido así como sus excesos. No obstante, el estudio del teólogo
puritano sobre el asunto tiene más relevancia que su aplicación a ese singular
avivamiento. Proporciona una guía a seguir en todos los períodos de renovación
y por esto tiene un valor perdurable para nosotros hoy."
En los días de Jonathan Edwards, los cristianos estadounidenses estaban tratando
de determinar si el Gran Despertar era una verdadera obra del Espíritu Santo. Edwards
respondió escudriñando las Escrituras con el fin de realizar dicha evaluación. Expresó
su objetivo así: «En la era apostólica tuvo lugar el más grande derramamiento del Espíritu
de Dios que jamás hubiera ocurrido. Sin embargo, a medida que las influencias del
verdadero Espíritu abundaron, las falsificaciones también lo hicieron. El diablo fue
abundante en imitar tanto las influencias ordinarias como extraordinarias del Espíritu
de Dios. Esto hizo que fuera muy necesario que la iglesia de Cristo tuviera ciertas
reglas, marcas claras y distintivas, con las que pudiera proceder de forma segura al
juzgar lo verdadero de lo falso. Estas normas están diseñadas con claridad en 1 Juan 4,
donde se trata esta cuestión de una manera más expresa y plena que en cualquier otro
lugar de la Biblia. En este extraordinario día, cuando se habla tanto acerca de la obra
del Espíritu, debemos aplicar cuidadosamente estos principios».
Del mismo modo, muchos creyentes hoy se preguntan si el movimiento carismático
moderno representa una verdadera obra del Espíritu Santo. Como hemos
visto en este capítulo, las raíces históricas del movimiento dejan mucho que desear.
No obstante, ¿qué sucede con sus frutos (cp. Mateo 7.15–20)?
Jonathan Edwards acudió a la Palabra de Dios para hacer su evaluación.
Debido a que las Escrituras inspiradas por el Espíritu nunca pasan de moda, podemos
utilizar esas mismas verdades bíblicas para evaluar el movimiento carismático
moderno. En los siguientes capítulos vamos a considerar las cinco pruebas que
Edwards deriva de 1 Juan 4, permitiendo que los principios de la Palabra de Dios
nos ayuden a responder a la pregunta: ¿el movimiento carismático moderno representa
una verdadera obra del Espíritu Santo?
MacArthur, John. Fuego Extraño: El Peligro de Ofender al Espíritu Santo con una Adoración Falsa. Nashville, TN: Grupo Nelson, 2014.
El Nuevo Testamento está lleno de advertencias acerca de los falsos maestros
y la necesidad de que cada creyente ejerza un discernimiento espiritual.
En el Sermón del Monte, el Señor les advirtió a sus oyentes:
«Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero
por dentro son lobos rapaces» (Mateo 7.15). El apóstol Pablo se hizo eco de esas
palabras en su discurso a los ancianos de Éfeso: «Porque yo sé que después de mi
partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño.
Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para
arrastrar tras sí a los discípulos» (Hechos 20.29–30). Del mismo modo, Pedro
exhortó a sus lectores a estar en guardia contra los «falsos maestros, que introducirán
encubiertamente herejías destructoras» y el error en la iglesia (2 Pedro 2.1).
Los falsos maestros representan una grave amenaza para la salud y la unidad
de la iglesia desde el principio. Tendemos a pensar en la iglesia primitiva como
pura e inmaculada, pero la herejía comenzó a infestarla desde su nacimiento. La
amenaza de la falsa doctrina era un tema constante en la enseñanza apostólica.
Jesús mismo les dio instrucciones a los creyentes para que tuvieran especial cuidado
en la evaluación de cualquier mensaje espiritual o cualquier mensajero autoproclamado
que dijera hablar en nombre de Dios. Hablando sobre los falsos profetas,
Jesús le dijo a la multitud en Mateo 7.16: «Por sus frutos los conoceréis». Las cartas
de 2 Pedro y Judas delinean cuáles son esos frutos, que incluyen el amor al dinero,
el pecado sexual, la arrogancia, la hipocresía y la teología aberrante.
En el contexto de la evaluación de los mensajes que pretenden ser proféticos,
Pablo les indicó a los tesalonicenses: «Examinadlo todo; retened lo bueno. Absteneos
de toda especie de mal» (1 Tesalonicenses 5.21–22). Las doctrinas novedosas,
la autopromoción ostentosa y los reclamos de una nueva revelación de Dios (todas
características muy comunes del movimiento carismático) son las señales particulares
de un falso maestro. La afirmación de que una nueva enseñanza proviene de
Dios resulta absolutamente esencial para el éxito de cualquier plan herético. Por lo
tanto, es igual de esencial que los creyentes ejerciten el discernimiento bíblico en
el reconocimiento de la mentira. Si los cristianos fallan en este sentido, demuestran
el peligro de su inmadurez, permitiéndose ser como «niños», «llevados por
doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar
emplean con astucia las artimañas del error» (Efesios 4.14).
El apóstol Juan escribió su primera epístola más de medio siglo después de
que Jesús predicara el Sermón del Monte y varias décadas más tarde de que Pablo
escribiera sus cartas. Sin embargo, nada había cambiado. Los falsos maestros todavía
planteaban una amenaza importante para la iglesia. Así que Juan animó a sus
lectores a conocer y amar la verdad, al mismo tiempo les advirtió que se protegieran
contra las doctrinas engañosas y destructivas de los falsos profetas.
En 1 Juan 4.1–8, el apóstol delineó una estrategia mediante la cual los creyentes
pueden convertirse en expertos en lo que concierne a diferenciar entre la verdadera
obra del Espíritu Santo y los ministerios engañosos de los falsos profetas.
Aunque fueron escritos en el primer siglo, los principios presentados en estos versículos
son atemporales. Resultan pertinentes en especial en un momento en que
muchos de los llamados líderes cristianos y los medios de comunicación religiosos
son felices al mezclar la verdad con errores de todo tipo y venderlo como Palabra
de Dios.
El capítulo comienza con estas palabras: «Amados, no creáis a todo espíritu,
sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido
por el mundo» (1 Juan 4.1). La palabra griega traducida probad se utilizaba en la
antigüedad para referirse al proceso metalúrgico del mineral a fin de determinar su
pureza y valor. Los metales preciosos se probaban en un crisol u horno (Proverbios
17.3), sometiéndolos a un calor intenso que revelaría y quemaría la escoria sin valor
y las impurezas que podrían estar mezcladas con el metal. De manera similar, los
creyentes están continuamente probando los espíritus: evaluando a los ministros, sus
mensajes y los principios que animan a cada enseñanza para discernir entre lo que es
verdaderamente valioso y lo que es falso.
En los versículos 2 al 8, Juan continúa su consejo de probar los espíritus con
un esquema de cinco puntos para evaluar la verdadera naturaleza de cualquier
enseñanza. Más de mil seiscientos años después de que el apóstol Juan muriera,
Jonathan Edwards estudió este pasaje y aplicó sus principios al Gran Despertar.
Como hemos visto, él no defendió el avivamiento de Norteamérica basado en su
popularidad o por el entusiasmo emocional que produjo. Más bien, permitió que
la prueba de las Escrituras determinara la respuesta adecuada a los fenómenos
espirituales de su tiempo. Al igual que Edwards, los creyentes de hoy no tienen
más que una norma segura para evaluar las experiencias espirituales contemporáneas,
incluso los reclamos y prácticas del movimiento carismático moderno. Solo
aquello capaz de soportar el escrutinio de las Escrituras puede ser aceptado, mientras
que lo que no cumple con ese parámetro debe ser confrontado y rechazado. El
deber de cada pastor y maestro, así como la responsabilidad de cada verdadero
creyente, no implica nada menos que eso.
Podríamos enmarcar estas pruebas de 1 Juan 4.2–8 en la forma de cinco preguntas:
(1) ¿Exalta al verdadero Cristo? (2) ¿Se opone a lo mundano? (3) ¿Lleva a
las personas hacia las Escrituras? (4) ¿Exalta la verdad? (5) ¿Produce amor a Dios
y a los demás? Estas son las pruebas que Jonathan Edwards aplicó al avivamiento
espiritual del Gran Despertar. En este capítulo y el siguiente, vamos a examinar el
movimiento carismático moderno a la luz de estos mismos principios.
Primera prueba: ¿Exalta al verdadero Cristo?
Cuando Jonathan Edwards estudió la primera carta de Juan, identificó la verdad
inicial de 1 Juan 4.2–3, a saber, que una verdadera obra del Espíritu Santo exalta al
verdadero Cristo. A diferencia de los falsos profetas, los que están verdaderamente
llenos del poder del Espíritu Santo le dan el énfasis principal a la persona y la obra
del Señor Jesucristo. Por lo tanto, una verdadera obra del Espíritu se enfoca en el
Salvador, señalando hacia él de una manera precisa, preeminente y que lo exalta.
Los falsos maestros, por el contrario, disminuyen y distorsionan la verdad acerca
de Cristo.
Una de las herejías populares en la época de Juan atacaba la doctrina bíblica
de la encarnación de Cristo al negar que Jesús poseyera un cuerpo humano físico.
Esa noción equivocada, conocida como docetismo (de la palabra griega que significa
apariencia), enseñaba que el cuerpo del Señor no era más que una ilusión.
Aunque esto puede sonar extraño a los oídos modernos, se difundió en un cierto
momento cuando la generalizada filosofía griega afirmó que el universo material
era malo y solo las realidades espirituales eran buenas. Por lo tanto, de acuerdo
con el docetismo, Jesús no pudo haber tenido un cuerpo real o habría sido manchado
por el mal.
Las enseñanzas del docetismo se acomodaban perfectamente al dualismo
griego, pero estaban en completo desacuerdo con la verdad bíblica acerca de Cristo
y su evangelio. Reconociendo el peligro del docetismo, el apóstol Juan expuso
lo que realmente era: un engaño satánico. Él escribió: «En esto conoced el Espíritu
de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios;
y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios»
(1 Juan 4.2–3). El punto del apóstol era inconfundible: si alguien predica una
versión falsa de Jesucristo (como la que se encuentra en el docetismo), esa persona
se revela como un falso profeta cuyo ministerio no proviene de Dios.
A partir de este pasaje, Jonathan Edwards expresó el principio más amplio, es
decir, que una verdadera obra del Espíritu guía siempre y necesariamente a las
personas a la verdad sobre el Señor Jesucristo. Comentando estos versículos,
Edwards escribió: «Cuando es el Espíritu quien está obrando en el pueblo, se
observa de una manera tal que se eleva entre las personas la estima de ese Jesús que
nació de la virgen y fue crucificado fuera de las puertas de Jerusalén; y parece
confirmarse y establecerse aun más en sus mentes la verdad que el evangelio declara
acerca de que él es el Hijo de Dios y el Salvador de los hombres. Esta es una
señal segura de que ese espíritu es el Espíritu de Dios». Por el contrario, aquellos
ministerios que distraen a la gente de Cristo, o distorsionan la verdad de su naturaleza
y su evangelio, o tratan de disminuir su gloria, ciertamente no están facultados
por el Espíritu Santo.
Tal como Edwards pasó a explicar:
[L]a persona de la que el Espíritu da testimonio, y cuya estima y respeto eleva,
debe ser aquel Jesús que apareció en la carne, y no otro Cristo en su lugar; no
cualquier místico o fantástico Cristo, tal como la luz interior que el espíritu de
los cuáqueros ensalza, que disminuye la estima hacia él y la dependencia de un
Cristo externo, o de ese Jesús que vino en la carne, y los guía fuera de él [...] pero
el espíritu da testimonio de ese Jesús, y conduce a él [...] El diablo tiene la enemistad
más amarga e implacable contra esa persona [Cristo], sobre todo en su
carácter de Salvador de los hombres; él odia a muerte la historia y la doctrina de
la redención; nunca engendraría en los hombres más pensamientos honorables
de él, y sí los inclina aun más a temerle, y le da mayor peso a sus propias instrucciones
y mandatos.
El diablo busca torcer, confundir y ocultar la verdad acerca del Señor Jesús,
quiere alejar la atención de las personas del Salvador por cualquier medio posible.
Una verdadera obra del Espíritu hace exactamente lo contrario: apunta hacia el
Cristo bíblico y afirma la verdad de su evangelio.
Una verdadera obra del Espíritu guía a las personas a Cristo
La gloriosa prioridad del Espíritu Santo es guiar a las personas hacia el Señor
Jesucristo. Como Jesús les dijo a sus discípulos: «Mas el Consolador, el Espíritu
Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os
recordará todo lo que yo os he dicho [...] Él me glorificará; porque tomará de lo
mío, y os lo hará saber» (Juan 14.26; 16.14). La obra del Espíritu siempre está
enfocada en el Salvador. Y cualquier ministerio o movimiento al que él le da poder
compartirá la misma prioridad y claridad.
En contraste con esto, el énfasis en la persona y la obra de Cristo no es la
característica definitoria del movimiento carismático, en el que en cambio ha
tomado el lugar central una fijación intensa en una caricatura de la bendición y
los dones del Espíritu Santo. Autores carismáticos como Jack Hayford y David
Moore afirman: «En el popurrí pentecostal solo una cosa es la misma para todos:
la pasión que tienen por experimentar la presencia y el poder del Espíritu Santo. Este
es el denominador común. Tal énfasis en el Espíritu Santo, la tercera persona de
la Trinidad, es lo que define el “siglo carismático”».4
Irónicamente, ellos celebran
una prioridad inadecuada. Con el pretexto de honrar al Espíritu Santo, los carismáticos
por lo general ignoran el verdadero propósito del ministerio del Espíritu,
el cual es llamar la atención de todos hacia el Señor Jesucristo. Como Steve
Lawson observa acertadamente: «El deseo del Espíritu Santo es que nos centremos
en Jesucristo, no en él mismo. Ese es el ministerio principal del Espíritu. Él
nos está señalando a Jesús. Llevándonos a Cristo con mayor claridad. Cuando el
Espíritu Santo se convierte en un fin en sí mismo, entonces hemos malentendido
su ministerio».
Dentro de los círculos carismáticos, enfoque adecuado en Cristo está opacado
por una preocupación por los presuntos dones espirituales y poderes sobrenaturales.6
Escuche al típico carismático y usted podría pensar que la obra del
Espíritu Santo es para manifestarse a sí mismo y llamar la atención a sus propios
actos. En palabras de Kenneth D. Johns, un antiguo pentecostal, muchas iglesias
carismáticas «están centradas en el Espíritu en lugar de en Cristo». Al
reflexionar sobre sus propias experiencias en el movimiento, con fenómenos
como la marcha de Jericó, el hablar en lenguas y ser derribado por el Espíritu,
Johns observa:
En cada caso, fueron presentadas a nosotros como el «mover soberano del
Espíritu» y una forma de recibir el poder del Espíritu Santo. En el logro de estas
experiencias se nos exhorta a «ceder al Espíritu», «liberar el poder del Espíritu en
nosotros», «sentir su presencia y la unción moviéndose sobre nosotros», «escuchar
su voz nueva y refrescante». Jesús fue relegado a un segundo plano mientras
tratábamos de tener una «experiencia» del Espíritu.
Estábamos siendo urgidos a enfocarnos en el Espíritu Santo en lugar de en
Jesucristo. El resultado de este mensaje torcido fue un énfasis excesivo en las
emociones y una exageración de las expectativas, como si pudiéramos llevar
una vida sobrenatural en la que los milagros superarían todas las circunstancias
negativas. Nos dijeron que si podíamos llegar a un estado de «plenitud del
Espíritu», tendríamos poder sobrenatural.
Otro autor recuerda igualmente que era «muy fácil llegar a emborracharse con
el poder de Dios —obsesionarse con lo milagroso, tener una fijación con los dones
espirituales— y perder de vista a Jesucristo en el proceso».
Tales testimonios indican que Ronald Baxter tiene razón cuando pregunta:
«¿Qué tipo de unión produce el movimiento carismático? Es una que sustituye a
Cristo por un énfasis en el Espíritu Santo».10 Incluso algunos autores carismáticos,
en momentos de sinceridad, han reconocido que su movimiento está fuera de
balance en su obsesión por «experimentar» al Espíritu.11 Por ejemplo, el pionero
pentecostal y patriarca Donald Gee, al final de su vida, lamentó el hecho de que
«después de sesenta y cinco años de historia (1966), el pueblo pentecostal, en gran
parte, todavía exhibe una obsesión hacia lo emocional, lo espectacular y la búsqueda
de señales».12 Medio siglo después, esa obsesión se ha vuelto más desenfrenada
que nunca.
Todo esto pone en tela de juicio la premisa fundamental del movimiento
carismático: si «el Espíritu Santo llama la atención no a sí mismo ni a los hombres,
sino que enfoca toda la atención en el Señor Jesucristo y lo que Dios ha hecho en
y mediante su Hijo», ¿por qué entonces el autoproclamado movimiento del Espíritu
no se define por ese mismo atributo? Los carismáticos desean centrar la
atención en el Espíritu Santo o al menos en la suplantación que ellos hacen de él.
Sin embargo, el Espíritu Santo desea centrar la atención en la verdadera persona y
obra de Jesucristo. Como el Señor les dijo a sus discípulos en el aposento alto, el
Espíritu sería enviado en su nombre, para recordarles sus enseñanzas y dar testimonio
de su obra (Juan 14.26; 15.26). El Espíritu no habla por su propia cuenta,
ni llama la atención a sí mismo, más bien desea glorificar al Hijo (Juan 16.13–14).
El famoso puritano Matthew Henry lo resumió así: «El Espíritu no vino para
erigir un nuevo reino, sino para glorificar a Cristo».16 Más recientemente, Kevin
DeYoung describió el papel del Espíritu de esta manera:
¡Exaltar a Cristo es la evidencia de la obra del Espíritu! El enfoque de la iglesia
no está en la paloma, sino en la cruz, esa es la forma en que el Espíritu actuaría.
Como J. I. Packer afirma: «El mensaje del Espíritu para nosotros nunca es:
“Mírame, escúchame, ven a mí, conóceme”, sino siempre: “Mira a Cristo, y
observa su gloria; atiéndelo, y escucha su palabra; ve a él, y ten vida; conócelo; y
saborea su don de gozo y paz”».
El Espíritu obra en la iglesia para que los hombres puedan ver a Jesús como
Señor, reconozcan su autoridad y se sometan a su voluntad (1 Corintios 12.3; Filipenses
2.9–13).18 Por lo tanto, una verdadera obra del Espíritu dirige a la gente en
primer lugar y sobre todo a exaltar a Cristo como Señor soberano y a poner su atención
y afecto en él. El Espíritu resulta más glorificado cuando honramos al Hijo.
El Espíritu Santo no solo dirige nuestra atención hacia el Señor Jesús, sino también
nos conforma a la imagen de Cristo (Efesios 3.16–19). Como lo explica el teólogo
Bruce Ware: «Es evidente que el enfoque principal del Espíritu y su actividad constante
es dar honor y gloria a Cristo [...] El Espíritu obra en los creyentes, entonces, para
que puedan llevar a cabo la obra del Padre, para que sus hijos sean cada vez más semejantes
a su Hijo Jesús. ¿Qué hace el Espíritu Santo que provoca que seamos más como
Cristo? Según 2 Corintios 3.18, el Espíritu enfoca nuestra atención en la belleza de la
gloria de Cristo, y por ello somos compelidos a ser más y más como él». Por el poder
del Espíritu, los creyentes son llevados a contemplar la gloria del Señor Jesús, y como
resultado se transforman a su imagen. Nada que distraiga de tal enfoque centrado en
Cristo puede atribuirse a la obra del Espíritu Santo. Por el contrario, eso lo aflige.
Tal vez nadie estableció este aspecto con mayor claridad que el famoso predicador
británico de principios del siglo veinte, David Martyn Lloyd-Jones. En una
amplia sección, Lloyd-Jones declaró:
El Espíritu no se glorifica a sí mismo; glorifica al Hijo [...] Esto es, para mí, una
de las cosas más sorprendentes y notables sobre la doctrina bíblica del Espíritu
Santo. El Espíritu Santo parece esconderse y disimularse. Él siempre está, por así
decirlo, poniendo el foco en el Hijo, y es por eso que creo, y lo creo profundamente,
que la mejor prueba de todas en cuanto a si hemos recibido el Espíritu es
preguntarnos: ¿Qué es lo que pensamos del Hijo? ¿Qué sabemos sobre el Hijo?
¿Es el Hijo real para nosotros? Esta es la obra del Espíritu. Él es glorificado indirectamente.
Él siempre nos está señalando al Hijo.
Y por lo tanto, verá con cuánta facilidad nos desviamos del camino y llegamos
a ser herejes si nos concentramos demasiado y de una manera no bíblica en el mismo
Espíritu. Sí, debemos darnos cuenta de que él habita en nosotros, pero su obra
de morar en nuestro interior es para glorificar al Hijo, y traernos ese bendito
conocimiento del Hijo y su amor maravilloso por nosotros. Él es quien nos
fortalece con poder en el hombre interior (Efesios 3.16), para que podamos
conocer este amor, el amor de Cristo.
Lamentablemente, es en este punto que muchos en el movimiento carismático
en verdad han ido por el mal camino. Ellos piensan que están exaltando al Espíritu
al hacer de sus dones y bendiciones el tema central. En realidad, es todo lo contrario.
Para honrar verdaderamente al Espíritu la atención debe estar puesta en Cristo. Tal
como el teólogo James Montgomery Boice explicó: «Si se nos dice que el Espíritu
Santo no hablará de sí mismo, sino de Jesús, entonces podemos concluir que cualquier
énfasis en la persona y la obra del Espíritu que le reste valor a la persona y la
obra de Jesucristo no es llevado a cabo por el Espíritu. De hecho, es la obra de otro
espíritu, el espíritu del anticristo, cuyo trabajo es minimizar la persona de Cristo (1
Juan 4.2–3). Por importante que sea el Espíritu Santo, él nunca pretende ocupar el
lugar de Cristo en nuestro pensamiento».
El pastor Chuck Swindoll es aun más explícito al respecto: «Resalten esto: el
Espíritu glorifica a Cristo. Voy a ir un paso más allá: si el Espíritu Santo mismo es
enfatizado y magnificado, el Espíritu no forma parte de ello. Cristo es el que es
glorificado cuando el Espíritu actúa. Él hace su trabajo detrás de escena, nunca es
el centro de atención».22 Cuando los dones espirituales, el poder milagroso o las
promesas de salud y riquezas se ponen en primer lugar y son el centro, el foco se
dirige lejos de Jesucristo. Este tipo de desvío no es obra del Espíritu Santo.
El pastor Dan Phillips trata el punto de forma sucinta:
Muéstreme a una persona obsesionada con el Espíritu Santo y sus dones (reales o
imaginarios), y yo le mostraré una persona no llena del Espíritu Santo.
Muéstreme a alguien enfocado en la persona y la obra de Jesucristo, que
nunca se cansa de aprender acerca de él, piensa en él y le exalta, que habla acerca
de él, por él y a él, emocionado y fascinado con sus perfecciones y belleza, que
busca maneras de servirlo y exaltarlo, que explora incansablemente formas de
entregarse y ser usado por él, creciendo en su carácter para ser más y más como
Cristo, y yo mostraré una persona que está llena del Espíritu Santo.
Debemos aprender lo que la Biblia dice sobre el Espíritu Santo. Debemos
enseñar lo que la Biblia dice sobre el Espíritu Santo. Debemos tratar de vivir una
vida plena del ministerio bíblicamente definido del Espíritu Santo.
Sin embargo, no debemos perder de vista lo siguiente: en la medida en que
seamos llenos del Espíritu Santo, seremos guiados y enfocados en la persona del
Señor Jesucristo.
Ser lleno del Espíritu es estar centrado en Cristo (Hebreos 12.2). El Espíritu
Santo nos llama la atención sobre el Salvador. Este es su objetivo principal. Cualquier
movimiento que disuada a sus seguidores de esta prioridad, manifiesta el hecho de
que no está facultado por el tercer miembro de la Trinidad.
Una verdadera obra del Espíritu afirma la verdad acerca de Cristo
Cuando el Espíritu Santo nos llama la atención en cuanto al Señor Jesucristo,
siempre presenta al Salvador de una manera que es bíblicamente correcta. Debido
a que él es el Espíritu de verdad (Juan 15.26), su testimonio sobre el Señor Jesucristo
siempre concuerda con la verdad de la Palabra, la cual inspiró el Espíritu Santo
mismo. Él fue quien dirigió a los profetas del Antiguo Testamento para que predijeran
la venida del Mesías (2 Pedro 1.21). Como el apóstol Pedro explicó en 1 Pedro
1.10–11: «Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron
y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona
y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba
de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos». El
Señor Jesucristo es el tema de toda la Escritura (Juan 5.39), y el Espíritu Santo usa
la Palabra de Dios para señalarnos de manera directa la gloria de Jesucristo.
Cualquier ministerio o mensaje que no presenta a Jesucristo de una manera
bíblica precisa no es una verdadera obra del Espíritu. Ese era el punto del apóstol
Juan cuando denunció el falso «cristo» del docetismo. Jonathan Edwards encontró
una aplicación similar en 1 Juan 4.2–3. Como señalé anteriormente, Edwards
rechazó de manera enfática las versiones «místicas y fantásticas» de Cristo, «tal
como la “luz interior” de los cuáqueros». Tales imaginaciones no son el reflejo del
verdadero Salvador. Cualquier movimiento que presenta una visión deformada de
Jesucristo no constituye una verdadera obra del Espíritu Santo. Al contrario, se
origina en el espíritu del anticristo.
Las historias sobre visiones de Jesucristo son comunes en los círculos carismáticos.
Supuestamente, se viste como bombero, con más de trescientos metros de
altura, aparece inesperadamente en el baño, danza encima de un vertedero de
basura, se sienta en una silla de ruedas en una clínica de convalecientes, hace
largas caminatas por la playa, o aparece en cualquier número de formas excesivamente
imaginativas. Sin embargo, estas experiencias imaginarias no pueden ser
del Espíritu Santo, ya que distorsionan la representación bíblica de lo que es el
Señor Jesús en realidad. Cuando el apóstol Juan tuvo una visión del Cristo resucitado,
cayó al suelo como muerto (Apocalipsis 1.17). Compare esto con las
experiencias modernas, como la visión relatada por un autor carismático, y las
diferencias resultan notables: «Poco después que el Espíritu Santo se reveló a sí
mismo, vi a Jesús. Entonces le pedí al Señor que me llevara a su lugar secreto. Yo
estaba tumbado en la hierba y le pregunté: “Jesús, ¿te acostarías a mi lado?” Estábamos
ahí, mirándonos a los ojos. El Padre vino también y se sentó al lado de
Jesús». Visiones carismáticas como esta, que van desde el sentimentalismo cursi
hasta la fantasía extraña, pueden ser populares en algunas iglesias, pero no tienen
su origen en el Espíritu Santo. Ellas no representan al Señor Jesús con exactitud
bíblica ni lo exaltan como infinitamente glorioso. Por el contrario, una verdadera
obra del Espíritu siempre hace estas dos cosas.
Para empeorar el asunto, algunos maestros carismáticos defienden abiertamente
herejías cristológicas grotescas, incluso blasfemias osadas como la enseñanza
de que Jesús no vino a la tierra como Dios en carne humana,32 negando que él
alguna vez afirmara ser Dios,33 asegurando que asumió la naturaleza pecaminosa
de Satanás en la cruz34 y alegando que Jesús murió espiritualmente en el infierno
después de morir físicamente en la cruz. El predicador de la prosperidad Kenneth
Copeland muestra la forma blasfema y antibíblica en que se trata a Jesucristo en
los círculos de la Palabra de Fe:
¿Cómo fue entonces que Jesús dijo en la cruz: «Dios mío»? Porque Dios ya no era
su padre. Él tomó sobre sí la naturaleza de Satanás. Y le aseguro que Jesús se
encuentra en medio de ese pozo. Está sufriendo todo lo que hay que sufrir [...]
Su demacrado, escaso e inferior espíritu fue llevado hasta el fondo y el diablo
creyó que lo había destruido. Sin embargo, de repente Dios comenzó a hablar.36
Creflo Dollar, otro defensor de Palabra de Fe, muestra una irreverencia similar
al cuestionar de forma evidente la deidad de Cristo:
Jesús no vino perfecto, creció hasta alcanzar su perfección. Usted lo conoce en
un pasaje de la Biblia dice que estaba viajando y que se cansó. Uno esperaría
que Dios no se cansara [...] Pero Jesús lo hizo. Si él vino como Dios y se cansó
—afirma que se sentó junto al pozo porque estaba cansado— óigame, estamos
en problemas. Y alguien dijo: «Bueno, Jesús vino como Dios». Bien, ¿cuántos
de ustedes saben que la Biblia declara que Dios nunca duerme ni descansa? Sin
embargo, en el libro de Marcos, vemos a Jesús dormido en la parte posterior
de la barca.
Irónicamente, aunque dudan de la deidad de Cristo, los maestros de la Palabra
de Fe al mismo tiempo se exaltan a la condición de pequeños dioses.38 En las
propias palabras retorcidas de Kenneth Copeland, quien pretende hablar en
nombre de Cristo: «No se molesten cuando la gente los acuse de pensar que
ustedes son Dios [...] Ellos me crucificaron por afirmar que era Dios. Yo no dije
que era Dios, solo afirmé que andaba con él y que él estaba en mí. ¡Aleluya! Eso
es lo que ustedes están haciendo».39 Para cualquier verdadero creyente, la arrogancia
y la burda mentira inherentes a tales declaraciones dan escalofríos. Solo
el espíritu del anticristo podría inspirar ese tipo de enseñanza desvergonzadamente
antibíblica. Por el contrario, una verdadera obra del Espíritu Santo guía
a las personas a la verdad acerca de «nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo»
(Tito 2.13).
De la misma forma, el Espíritu Santo guía a las personas a la verdad del evangelio
de Jesucristo. El Espíritu fue enviado para convencer al mundo de pecado y de
justicia, de modo que los pecadores puedan creer en el Señor Jesús (Juan 16.7–11).
El Espíritu da testimonio de la verdad histórica del evangelio (Hechos 5.30–32) y
capacita a los que predican el mensaje de salvación (1 Pedro 1.12). Todo lo que
socave el mensaje del evangelio no es una verdadera obra del Espíritu Santo.
Una devaluación de la verdad del evangelio se observa en el amplio marco
ecuménico del mundo carismático, el cual incluye a carismáticos católicos, pentecostales
unitarios, maestros de la Palabra de Fe y otros grupos aberrantes. La
característica común que une al movimiento carismático no es la verdad del evangelio,
sino las experiencias espirituales extáticas y los fenómenos físicos tales como
el hablar en lenguas. Como observa un autor: «El hecho de que [el movimiento
carismático] ha florecido dentro del sistema jerárquico de la iglesia católica, así
como en las iglesias independientes extremadamente informales, indica que la
experiencia de los dones del Espíritu y las doctrinas tales como el nacimiento en el
Espíritu son lo bastante flexibles para darle cabida a diferentes convicciones teológicas
en el espectro de la fe cristiana». Debido a que la sana doctrina está subordinada
a la experiencia espiritual, muchos, dentro del mundo carismático, aceptan
alegres las falsas formas del evangelio.
La Renovación Carismática Católica se inició en 1967, cuando un grupo de
estudiantes dijo haber recibido el bautismo del Espíritu Santo y comenzó a hablar
en lenguas. El movimiento fue pronto reconocido de manera oficial por el Papa
Juan Pablo II y se expandió rápidamente con la bendición de la Iglesia Católica.
Según Allen Anderson: «Para el año 2000 se estimaba que había ciento veinte
millones de carismáticos católicos, un once por ciento de todos los católicos en
todo el mundo y casi el doble del número de todos los pentecostales clásicos combinados».
Estas cifras indican que más de una quinta parte de la población carismática
mundial es católica romana. Aunque los carismáticos católicos sostienen la
doctrina católica —incluyendo la negación de Roma de que los creyentes son
justificados solo por la fe, la creencia en la eficacia ex opere operato de los siete
sacramentos romanos, toda la idolatría de la misa católica y el culto idolátrico a
María— han sido adoptados abiertamente por muchos grupos pentecostales y
carismáticos protestantes.
T. P. Thigpen explica: «Los católicos carismáticos, como otros en el movimiento
pentecostal, han llegado a compartir una experiencia fundamental: un
encuentro con el Espíritu Santo con ciertos carismas que normalmente siguen.
Estas similitudes han hecho posible que los católicos y los protestantes participen
en reuniones carismáticas e incluso vivan juntos en comunidades aliadas
desde el inicio del movimiento».45 A modo de ejemplo, considere el siguiente
informe:
Diez mil carismáticos y pentecostales oraron, cantaron, danzaron, aplaudieron
y vitorearon bajo el nexo común del Espíritu Santo durante una convención
ecuménica de cuatro días el pasado verano [...] Aproximadamente la mitad de
los participantes en el congreso sobre el Espíritu Santo y la Evangelización
Mundial, que se celebró del 26 al 29 de julio en Orlando, Florida, eran católicos
[...] «El Espíritu Santo quiere derribar los muros entre católicos y protestantes»,
dijo Vinson Synan, decano en teología de la Universidad Regent de Pat
Robertson, que presidió el congreso.
En tales casos, la sana doctrina ha sido ignorada en aras de una falsa unidad
que se basa en experiencias espirituales compartidas en lugar de en la verdad bíblica.47
Sin embargo, ya que la Iglesia Católica romana enseña un evangelio falso y
corrupto (como los protestantes que reconocen la autoridad y la suficiencia de las
Escrituras han afirmado siempre de manera categórica), el espíritu de la renovación
carismática católica no es el Espíritu Santo.
Igualmente preocupante es el pentecostalismo unitario, un gran segmento del
movimiento carismático (con unos veinticuatro millones de miembros en todo el
mundo) que niega la doctrina de la Trinidad. Como William Kay explica:
«Entre los pentecostales clásicos estrechamente definidos en los Estados Unidos,
alrededor del veinticinco por ciento son “unitarios” en su teología. Esta teología
tiene afinidades con el modalismo en el sentido de que se entiende que Dios se
manifiesta de tres modos (es decir, Padre, Hijo y Espíritu) en lugar de ser tres
personas divinas coiguales y coexistentes como se indica en el Credo de Atanasio».50
En la historia de la iglesia, el modalismo fue condenado a fondo, ya que
rechazó la enseñanza bíblica de que la Deidad se compone de tres personas distintas:
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Al contrario, los modalistas afirmaron
que hay un Dios que puede ser designado por tres nombres diferentes: «Padre»,
«Hijo» y «Espíritu Santo» en diferentes momentos, pero estas tres no son personas
distintas. Al contrario, son diferentes modos (de ahí el nombre modalismo) del
único Dios. Por lo tanto, Dios puede ser llamado «Padre», como el Creador del
mundo y Legislador, puede ser llamado «Hijo» como Dios encarnado en Jesucristo,
y puede ser llamado «Espíritu Santo» como Dios en la era de la iglesia. Por lo tanto,
Jesucristo es Dios y el Espíritu es Dios, pero no son distintas personas.
Desde los Concilios de Nicea (325) y Constantinopla (381), el modalismo ha
sido universalmente reconocido por todas las ramas principales del cristianismo
como herético, cayendo fuera de los límites de la ortodoxia teológica. Aun más
importante, el modalismo se queda corto en cuanto a la clara enseñanza de las
Escrituras (cp. Mateo 3.13–17; 28.19; y muchos otros pasajes).
Otro ejemplo de ecumenismo carismático se observa en el caso del popular
predicador de la prosperidad Joel Osteen. La doctrina de Osteen es poco profunda,
una variedad endulzada del universalismo que se destaca por su marcado desacuerdo
con todo lo que las Escrituras afirman acerca de la supremacía y la
exclusividad de Cristo. Cuando se le preguntó si pensaba que las personas que se
niegan a aceptar a Jesucristo estaban equivocadas, Osteen respondió con
ambigüedad incierta: «Bueno, yo no sé si creo que están equivocadas. Creo que esto
es lo que enseña la Biblia y la fe cristiana, eso es lo que creo. Sin embargo, pienso
que solo Dios juzgará el corazón de la persona. Pasé mucho tiempo en la India con
mi padre y no conozco todo sobre su religión. Pero sé que aman a Dios. Y no sé. He
visto la sinceridad de ellos. Así que no sé. Sé que en lo que a mí respecta, y es lo que
la Biblia enseña, quiero tener una relación con Jesucristo». En otra ocasión, a
Osteen se le preguntó si los mormones son cristianos verdaderos. Su respuesta fue
igual de decepcionante: «Bueno, pienso que lo son. Mitt Romney ha dicho que él
cree en Cristo como su Salvador y eso es lo que yo creo, así que, ya sabes, no soy el
que juzga los pequeños detalles de esto. De modo que creo que lo son».
El comentario confuso de Osteen acerca de los Santos de los Últimos Días
introduce un punto de discusión interesante, en especial debido a que los fundadores
de los mormones afirmaban experimentar los mismos fenómenos sobrenaturales
que los pentecostales y carismáticos. En la dedicación del Templo Kirtland en 1836,
Joseph Smith informó de varios tipos de fenómenos carismáticos, incluso lenguas,
profecías y visiones milagrosas. Otros relatos de testigos oculares de ese mismo
evento contienen afirmaciones similares: «Hubo grandes manifestaciones de poder,
como hablar en lenguas, ver visiones, ministración de los ángeles»,55 y: «Se trataba
del Espíritu del Señor, como en el día de Pentecostés, vertido profusamente. Cientos
de ancianos hablaron en lenguas». Más de medio siglo antes de que Charles Parham
y los pentecostales hablaran en lenguas, los Santos de los Últimos Días informaron
acerca de brotes similares, lo que llevó a algunos historiadores a rastrear las
raíces del pentecostalismo hasta el mormonismo.
Incluso hoy, las similitudes entre los dos grupos ha llevado a algunos a buscar
una mayor unidad entre ellos. En su libro Building Bridges Between Spirit-Filled
Christians and Later-Day Saints [Construyendo puentes entre cristianos llenos del
Espíritu y los Santos de los Últimos Días], autores como Rob y Kathy Datsko afirman:
«A pesar de que hay una barrera increíble de lenguaje y cultura entre los SUD
[Santos de los Últimos Días] y los CLE [cristianos llenos del Espíritu], a menudo
estos dos grupos creen en muchas de las mismas doctrinas básicas».59 Aunque el
pentecostalismo ha rechazado tradicionalmente a los Santos de los Últimos Días,60
comentarios como los realizados por Joel Osteen indican que una nueva ola de
inclusivismo ecuménico puede estar en el horizonte. Es apenas una coincidencia que
el Seminario Teológico Fuller, el lugar de nacimiento del movimiento de la tercera
ola, sea actualmente líder en la campaña por una mayor unidad entre los mormones
y los cristianos evangélicos.
Otra importante distorsión carismática del evangelio se encuentra en las promesas
de salud y riquezas del evangelio de la prosperidad del movimiento Palabra
de Fe, un error fatal que domina el movimiento carismático. Como señalamos en
el capítulo anterior, la teología de la prosperidad es «una característica definitoria
de todo el pentecostalismo», de tal manera que «la mayoría de los pentecostales,
excediendo el noventa por ciento en la mayoría de los países, mantiene estas creencias».62
El materialismo codicioso del evangelio de la prosperidad se convierte en
el evangelio bíblico de ellos. El verdadero evangelio constituye una oferta de salvación
del pecado y la muerte espiritual. El evangelio de la prosperidad hace caso
omiso de esas realidades eternas y promete falsamente la liberación de los problemas
temporales como la pobreza económica y la enfermedad física.
Jesús llamó a sus discípulos a abandonarlo todo, tomar su cruz y seguirle
(Lucas 9.23). Por el contrario, el evangelio de la prosperidad ofrece comodidades
carnales, riquezas terrenales y un éxito mundano a millones de personas desesperadas
que literalmente lo hacen suyo.63 Mientras que el verdadero evangelio se
centra en la gloria de Dios, el evangelio de la prosperidad pone los deseos y anhelos
del hombre en primer lugar y en el centro. Como un autor explica: «Los vendedores
ambulantes de esta perversión son culpables de vender, de forma literal, un
falso evangelio, en el que han desplazado a Cristo del centro del evangelio y exaltado
lo temporal por encima de lo eterno».
En el proceso de traficar sus mercancías heréticas, los predicadores de la prosperidad
han hecho del cristianismo una burla a los ojos del mundo. Tal vez Bruce Bickel
y Stan Jantz lo expresaron de la mejor forma cuando dijeron en broma: «El evangelio
de la prosperidad es la versión del cristianismo de la lucha libre profesional. Usted
sabe que es falso, sin embargo, tiene valor como entretenimiento». Sin embargo, a
diferencia de la lucha libre profesional, no hay nada realmente divertido en la teología
de la prosperidad.66 Se trata de una herejía mortal y condenable, en la que la verdad
de la Palabra de Dios se tuerce de forma intencional por parte de estafadores espirituales
que un día serán castigados por su arrogancia blasfema (Judas 13).
Si uno tuviera que sumar el número de personas relacionadas a grupos heréticos
como la Renovación Carismática Católica, el pentecostalismo unitario y el movimiento
de la Palabra de Fe (con su evangelio de salud, riquezas y prosperidad), la
suma sería fácilmente de cientos de millones. Juntos, estos grupos representan una
gran mayoría dentro del movimiento carismático moderno. Aunque defienden formas
falsas del evangelio, son aceptados en gran medida en el mundo carismático
debido a sus experiencias «espirituales» compartidas.
No pasa la prueba
Tal como hemos visto en este capítulo, una verdadera obra del Espíritu Santo guía
a las personas a la verdad sobre Cristo. Jonathan Edwards aplicó esa prueba a las
experiencias espirituales de su época y seremos sabios si hacemos lo mismo en la
nuestra. Cuando se evalúa el movimiento carismático sobre esa base, nos encontramos
con que no pasa esta prueba al menos en dos aspectos importantes.
En primer lugar, la obsesión carismática con los supuestos dones y el poder
del Espíritu Santo desvía la atención de la gente de la persona y la obra de Jesucristo.
El Espíritu Santo señala a Cristo, no a sí mismo. Los que están en verdad llenos
del Espíritu Santo comparten la misma pasión. En segundo lugar, el movimiento
ha permitido que falsas formas del evangelio prosperen de manera evidente dentro
de sus fronteras, incluso errores que van desde las obras de justicia del catolicismo
romano hasta el materialismo del evangelio de la prosperidad. Cabe destacar que
estas desviaciones no son relegadas a los márgenes del movimiento. Ellas representan
la corriente principal del mismo.
Todo esto plantea una pregunta fundamental: ¿puede un movimiento que
distraiga la atención de la gente alejándola de Cristo, mientras que al mismo tiempo
acepta falsas formas del evangelio, atribuirse al Espíritu Santo? Jonathan
Edwards habría contestado a esta pregunta con un rotundo no.67 Basado en el
principio bíblico que se encuentra en 1 Juan 4.2–3, de todo corazón estaría de
acuerdo con esa evaluación. El Espíritu Santo nunca utilizaría sus dones para
autenticar a los que propagan un falso evangelio y llevan a la gente lejos de la verdad
acerca de Cristo. En el siguiente capítulo, vamos a considerar las pruebas
restantes de 1 Juan 4.2–8 a medida que seguimos investigando la pregunta: ¿es el
movimiento carismático moderno una verdadera obra del Espíritu Santo?