La espiritualidad en la familia Lucas 1:5–25

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la espiritualidad en la familia Lucas 1:5–25
Zacarías y Elisabet fueron un matrimonio que se mantuvo unido en el servicio a Dios a pesar de las pruebas y de la crisis provocada por la esterilidad de ella. Pero el Señor a su tiempo los bendijo y llegó Juan a formar parte de esta familia especial. Su unidad en la búsqueda de la voluntad divina y su disciplina en la oración y la piedad nos enseñan ahora principios importantes para convertir nuestras casas en lugares llenos de bendición y estabilidad espiritual.
1. Los padres unidos en la búsqueda de Dios
La Escritura nos dice que Zacarías y su esposa eran justos, y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor (v. 6). Cuando el anciano sacerdote oficiaba en el templo recibió la bendición de ser visitado personalmente por el ángel Gabriel para darle una buena noticia referente a la petición que por mucho tiempo puso ante Dios. Tu oración ha sido oída, le declaró el mensajero celestial (v. 13). Elisabet también era una mujer espiritual, llena de fe, escogida para traer al mundo al más grande de los profetas. Tan especial era este hogar que María, estando encinta de Jesús, se quedó unos meses a vivir con ellos. La que sería madre de Juan el Bautista fue llena del Espíritu Santo cuando recibió la visita de su prima, quien traía en su vientre al Salvador. Lucas 1:41
2. Los padres unidos para cultivar la espiritualidad en sus hijos
Este fue un hogar apropiado para la crianza de un futuro siervo del Señor. Tanto Zacarías como Elisabet reunían los requisitos para formar al varón que Dios necesitaba. Era una familia donde la espiritualidad que requería un profeta fue proporcionada por los padres. Podemos imaginar a Juan el Bautista contemplar a sus padres en largos períodos de oración e intercesión por Israel; los veía dar gracias por los alimentos, ayudar a los necesitados, leer las Escrituras. De este modo recibió una formación piadosa.
Sin duda Zacarías se esforzaría tanto más por saber la responsabilidad que Jehová le había dado en su vejez. Tomaba tiempo para instruir al niño en la Palabra, así como para enseñarle las disciplinas bíblicas para alimentar la fe; como la oración, el ayuno y la piedad. Este hogar irradiaba espiritualidad, la cual impactó la vida del hijo recibido y lo ayudó a cumplir la función específica para lo cual había sido llamado desde antes de nacer. Lucas 1:16, 17
Juan el Bautista vivió sus primeros años al lado de sus padres, quienes le proveyeron no sólo de un hogar respetable, sino espiritual, que le prepararía para tener un carácter firme y poner como prioridad el reino de los cielos, llevando a cabo su difícil misión de preparar los caminos de Dios y allanar la calzada para la llegada del Señor Jesucristo.
3. Los padres unidos para procurar la presencia divina en la casa
Como el caso de Zacarías y Elisabet, el hogar cristiano debería ser un lugar donde se respire el ambiente del cielo. También en nuestros hogares hace falta que se manifieste el señorío de Jesucristo. De manera que en la casa se formen verdaderos adoradores del Señor y se críen hombres y mujeres que desde su niñez busquen la presencia divina y aprendan a amar a Dios con todas sus fuerzas.
Se necesita un padre que sustente, cuide, y provea amor y calidez en su hogar. Que sea ejemplo de buena conducta y de temor al Señor. Uno que practique la oración y la meditación en la Biblia, que conduzca a su familia al santuario y que sea digno de imitar en su actitud reverente en la casa de Dios.
También se requiere de una madre que honre a su esposo y brinde cuidado a los hijos, y sea capaz de realizar los más grandes actos de heroísmo a favor de ellos. Hace falta en casa una mujer que tenga la disciplina de la oración personal y familiar, que cultive la sana costumbre de asistir a la iglesia, que sea ejemplo en palabra, conducta, amor, fe y pureza. De tal modo que el hogar se vea rodeado de la presencia divina diariamente y se respire la paz del Señor, a fin de que los hijos tengan como principio de su educación el temor de Dios y el amor a su prójimo.
Cuando el padre y la madre se ponen de acuerdo para buscar a Dios y ser fieles en el camino del bien, las bendiciones reposarán sobre la casa. Juntos podrán enseñar con el ejemplo la sana doctrina y la íntima comunión con el Señor. En el seno familiar se podrá percibir la presencia divina. Se recibirá el calor espiritual que une a toda la familia en Cristo. Se nutrirá la fe de cada uno de los miembros y se despertará en ellos un deseo sincero de servir a Jehová. En ese hogar llegará a existir un cariño que jamás será olvidado por los hijos.
Llegará el momento en que los hijos se irán del hogar por cuestiones de matrimonio, de escuela, trabajo o ministerio, pero llevarán la marca de la vida espiritual del hogar de sus padres. Anhelarán reproducir en su nueva familia las noblezas de su casa paterna. Recordarán las oraciones de papá y mamá por ellos y les será más fácil acordarse de Dios en los momentos difíciles. Tendrán recursos poderosos como la lectura bíblica, el ayuno y la oración, para defenderse del mal.
Conclusión Nada iguala las bondades de un hogar donde hay vida espiritual. Sin embargo, existen hogares destruidos en los cuales la espiritualidad es la gran ausente. Pero no se tiene una familia bendecida por accidente, más bien es producto de la unión de la pareja para procurar que la presencia divina gobierne en la casa. Dios desea que muchas generaciones venideras tengan la dicha de nacer en un lugar donde el señorío de Cristo esté presente.
José M. Saucedo Valenciano, Aliento Del Cielo Para La Familia, ed. David Alejandro Saucedo Valenciano (El Principio de la Sabiduría, 2013), 21–24.
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