LA ACTITUD PARA LA EVANGELIZACIÓN
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Introducción:
Introducción:
La causa de Cristo no puede protegerse ni extenderse por intimidación social, por decretos gubernamentales ni por conquista militar. Nuestra guerra es espiritual, contra ideologías y creencias humanas que se levantan contra Dios, las cuales solo pueden conquistarse con éxito mediante su Palabra ( 2 Co. 10:3-6)
2 Corintios 10:3–6 (RVR60)
Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne;
porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas,
derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo,
y estando prontos para castigar toda desobediencia, cuando vuestra obediencia sea perfecta.
Solo podemos cambiar a la sociedad si proclamamos fielmente el evangelio, el cual trasforma la vida desde adentro hacia afuera. El llamado divino y único de la Iglesia es llevar a los pecadores a la salvación por medio de Cristo. Si no lo hacemos, ningún plan tendrá consecuencias eternas, sin importar cuán beneficioso sea en el momento.
En el siglo I d.C., los cristianos se enfrentaron a una cultura mucho más hostil que la nuestra. Vivían en un mundo de tiranos asesinos, de desigualdad e injusticia brutales, de tolerancia sexual y perversión. El apóstol Pedro sabía cuán difícil era para los cristianos hacerle frente a la cultura, en especial para los nuevos creyentes, los cuales eran perseguidos por su fe. Por esta razón, los describió como “extranjeros y peregrinos” (1 P. 2:11). Eran como forasteros que vivían sin hogar ni ciudadanía permanente. Esa también debe ser nuestra posición para interactuar con la cultura, la cual será cada vez más hostil a nuestra fe.
Para animar a todos los creyentes que vivían en esas circunstancias, Pedro escribió: “Manteniendo vuestra manera de vivir entre los gentiles [quienes no son salvos]; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras” (1 P. 2:12), para que “haciendo bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres insensatos” (v. 15). Hacemos callar a nuestros enemigos cuando refutamos sus acusaciones y hacemos lo correcto al vivir de forma santa. Estas son nuestras herramientas más eficaces para evangelizar. La conducta inmoral aviva las llamas de la crítica, pero una vida cristiana sincera las apaga.
Pedro también animó a los creyentes a estar siempre “preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (1 P. 3:15). Cuando la sociedad ataca, debemos estar listos para “presentar defensa”
1. La actitud para EVANGELIZAR.
EL DEBER DEL CRISTIANO EN UN MUNDO HOSTIL.
Mientras el mundo de hoy hace la transición para vivir en el siglo XXI, muchas personas aún tienen el lema: “Cuanto más cambian las cosas, más siguen igual”. Aunque este dicho tiene algo de verdad, necesitamos entender que muchas cosas están cambiando más rápido de lo que pensamos y que el pecado humano es más grave que nunca (2 Ti. 3:13 mas los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados ).
En nuestra cultura, vemos la espiral descendente que se describe en Romanos 1:18-32 y hemos tocado fondo, hasta llegar a la “mente reprobada”. Sin embargo, la Gran Comisión (Mt. 28:18-20) y la verdad de las palabras de nuestro Señor no cambian: “La mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies” (Mt. 9:37- 38).
No obstante, el enfoque de la Iglesia sobre los mandamientos de Cristo para evangelizar se ha vuelto más y más borroso, y muchos creyentes no han sido fieles en testificar a este mundo hostil. Por el contrario, muchos reflejan cada vez más las actitudes de algunas de las iglesias de Asia Menor, como la de Éfeso, a la que Cristo le dijo: “Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor” (Ap. 2:4). También reprendió con severidad a la iglesia de Laodicea: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío nicaliente, te vomitaré de mi boca” (Ap. 3:15-16). La sociedad se vuelve más hostil y pecaminosa, a medida que cambia con rapidez, y la Iglesia se vuelve más débil y más parecida al mundo, en vez de ser distinta. Bien podríamos adoptar este lema revisado: “Cuanto más cambian las cosas en el mundo, más intensa y urgentemente necesitamos proclamar a los no salvos las verdades inmutables del evangelio”
2.- LA GRAN NECESIDAD DE LA IGLESIA.
Entonces,¿qué necesita la Iglesia y todos los que profesan ser miembros de esta para ser fieles al mandamiento de Dios de evangelizar? Se necesita un avivamiento espiritual y una renovación en la que los creyentes individuales —capacitados, motivados, y con el poder renovado del Espíritu Santo— centren su atención en la gloria y majestad de Dios y, por amor a Él, se deleiten en cumplir con entusiasmo sus deberes espirituales, y sigan a conciencia el plan divino para la Iglesia.
2 Corintios 2:14–16 (RVR60)
Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento.
Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden;
a éstos ciertamente olor de muerte para muerte, y a aquéllos olor de vida para vida. Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?
Entonces,¿qué necesita la Iglesia y todos los que profesan ser miembros de esta para ser fieles al mandamiento de Dios de evangelizar? Se necesita un avivamiento espiritual y una renovación en la que los creyentes individuales —capacitados, motivados, y con el poder renovado del Espíritu Santo— centren su atención en la gloria y majestad de Dios y, por amor a Él, se deleiten en cumplir con entusiasmo sus deberes espirituales, y sigan a conciencia el plan divino para la Iglesia.
Esto implica cambiar las tendencias que han convertido a la iglesia evangélica en una institución popularizada que elimina todo lo que ofende de su mensaje. Eso significa ministrar, no basándose en el pragmatismo, en la psicología o, simplemente, en cualquier cosa que haga sentir bien al oyente, sino en principios bíblicos. Significa también oponerse a la tendencia de ser un ministerio que busca estimular las emociones al emplear todas las estrategias de mercadotecnia seculares más útiles para tratar de suplir las “necesidades sentidas” de la cultura actual, y, en consecuencia, afirma la cultura.
La iglesia contemporánea se siente satisfecha de tener un enfoque que le permite resolver problemas de la manera más fácil y que les permite a las personas estar cómodas, sin desafiarlas seriamente a vivir con rectitud.
Tal ambiente favorece la idea de que “creer es sencillo” (ser cristiano es “fácil” porque la persona solo necesita aceptar en la mente quién era Jesús y qué hizo, y no necesariamente debe preocuparse por arrepentirse de su pecado ni por obedecer).
Por lo tanto, muchos hombres y mujeres que se consideran cristianos evangélicos no son creyentes de verdad. Saben muy poco o nada sobre la adoración que honra a Dios, las aspiraciones santas, la obediencia bíblica o la predicación expositiva con esmero, y tienen pocas expectativas sobre la esperanza futura del cristiano: el regreso de Jesucristo. Están ausentes la fe centrada en Jesucristo y la vida centrada en Dios, las cuales nos permiten soportar las dificultades y hacerle oposición a un mundo hostil, para anunciarle el evangelio con eficacia.
3.-EL INCENTIVO DEL CREYENTE.
Una de las formas en las que la Iglesia puede recuperar el celo por la evangelización es aceptando un enfoque serio en cuanto a la verdad del regreso de Cristo, que fomente la esperanza de que en cualquier momento seremos “arrebatados… en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Ts. 4:17). A lo largo de la historia, los grandes líderes de la Iglesia han tenido un profundo sentido de reverencia y esperanza al pensar en la segunda venida de Jesucristo.
El apóstol Pedro, en su primera carta a los creyentes de Asia Menor que estaban luchando por vivir para Cristo en medio de gran persecución, les recuerda a ellos y nosotros que el fin de los tiempos y el regreso glorioso de Cristo eran inminentes. A continuación Pedro utiliza el incentivo de esa doble verdad para exhortar a los creyentes a vivir de forma fiel, sin importar cuán difíciles fueran las circunstancias: “Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración. Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados” (1 P. 4:7-8).
4.-Los últimos tiempos ya están aquí.
Los miembros de la iglesia primitiva, tales como los lectores de Pedro, que en el siglo I d.C. estaban esparcidos por todo el mundo mediterráneo, empezaron a comprender que los últimos días se iniciaron cuando el Mesías vino por primera vez. Además de la afirmación de Pedro, otros escritos del Nuevo Testamento inspirados por el Espíritu hablan con claridad al respecto. El apóstol Pablo lo declaró cuando le advirtió a Timoteo a través de una descripción detallada de los apóstatas que comenzaban a amenazar a la iglesia: “También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita” (2 Ti. 3:1-5; cp. 1 Ti. 4:1). El apóstol Juan les dijo a sus lectores: “Hijitos, ya es el último tiempo; y según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han surgido muchos anticristos; por esto conocemos que es el último tiempo” (1 Jn. 2:18).
5.-La inminencia de la segunda venida.
Cuando Pedro escribió que “el fin” (gr. telos) estaba cerca (1 P. 4:7 “Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración.” ), no solo se refería al cese o a la terminación cronológica. En realidad, la palabra significa “consumación”, un objetivo cumplido o alcanzado.
En este contexto, el apóstol habla del regreso de Jesucristo, cuando se consumarán “todas las cosas”. Al comienzo de la epístola, el apóstol se refiere a este gran suceso cuando asegura a los cristianos que ellos serán protegidos por el poder de Dios “para la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero” (1:5), “cuando sea manifestado Jesucristo” (v. 7). Pedro identifica el clímax de la historia con la expresión “se acerca” (1 P. 4:7). En este caso, significa que el regreso de Cristo es inminente, lo cual implica que los creyentes deben vivir y servir con expectativa porque la segunda venida del Señor puede suceder en cualquier momento. Tal actitud es señal de fidelidad, como subrayan varios pasajes del Nuevo Testamento.
Pablo recibió sobre la iglesia en Tesalónica: “Porque ellos mismos cuentan de nosotros la manera en que nos recibisteis, y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesucristo, quien nos libra de la ira venidera” (1 Ts. 1:9-10).
Santiago animó a los creyentes a perseverar a la luz de la certeza de que Cristo volvería antes de lo que pensaban: “Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía. Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca” (Stg. 5:7-8).
De nuevo, la expresión “se acerca” nos recuerda que la venida de Jesús por su Iglesia es algo que deben esperar todos los creyentes de todos los tiempos. Nuestros corazones y nuestras mentes deben centrarse en esa verdad mientras le servimos a diario.
Dios, en su soberana sabiduría, decidió no revelarnos cuándo será la segunda venida. Jesús ni siquiera supo durante su encarnación cuál sería la hora establecida de su regreso: “Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino sólo mi Padre” (Mt. 24:36). Justo antes de su ascensión, les recordó a los discípulos que no era la voluntad de Dios que supieran cuándo iba a volver a instaurar su reino: “No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad” (Hch. 1:7).
Es mejor que no sepamos el tiempo exacto del regreso de Jesús. De lo contrario, nuestra motivación podría estar en peligro. Podríamos caer en la complacencia sabiendo que pueden pasar siglos antes de su regreso, o podríamos llenarnos de pánico si sabemos que va a regresar mañana. Sin embargo, vivir con un sentido bíblico de la inminencia elimina los extremos, y nos permite vivir y servir con una actitud expectante.
6.-¿Cómo debería afectar a nuestras vidas el regreso inminente de Cristo?
Un incentivo importante para obedecerle es comprender que un día nos presentaremos ante su trono de juicio y rendiremos cuentas de nuestras acciones: “Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables. Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2 Co. 5:9- 10). Dios no juzgará nuestros pecados en ese momento, porque ya lo hizo en la cruz. Sin embargo, Cristo evaluará la eficacia, la dedicación, la devoción y la utilidad de nuestro servicio a Él (incluso, en el evangelismo). Por lo tanto, deberíamos desear encontrarnos con Él con una seguridad llena de gozo (1 Jn. 2:28) sabiendo que, a los que esperamos su segunda venida, nos aguarda la recompensa divina (2 Ti. 4:8; cp. Fil. 3:14; 1 Jn. 3:2-3).
Un segundo incentivo es que el mismo Señor advirtió a sus seguidores que debían estar listos. No sabemos cuándo será el momento de su aparición, por lo tanto, es prudente escuchar su advertencia: “Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor. Pero sabed esto, que si el padre de familia supiese a qué hora el ladrón habría de venir, velaría, y no dejaría minar su casa. Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis” (Mt. 24:42-44).
Sin embargo, Jesús compensó esta seria advertencia con la promesa de que Él servirá a aquellos discípulos que estuvieron atentos y preparados para su regreso: “Bienaventurados aquellos siervos a los cuales su señor, cuando venga, halle velando; de cierto os digo que se ceñirá, y hará que se sienten a la mesa, y vendrá a servirles” (Lc. 12:37). Eso debería ser un incentivo suficiente para vivir con rectitud y hablar a otros sobre Él.
7.-LAS DIMENSIONES FUNDAMENTALES DE LA VIDA CRISTIANA
Aunque la esperanza del pronto regreso de Jesucristo es imprescindible, no puede ser nuestra única motivación para dar testimonio de nuestra fe. También necesitamos ejercitarnos a diario en las disciplinas espirituales que forjan en nosotros la fuerza, el valor, la audacia y la madurez espiritual, la cual hace que el evangelio sea creíble. La oración y la asimilación de las Escrituras (mediante la lectura, el estudio, la meditación y la memorización) nos permiten obedecer los revelados en la Palabra de Dios. Solo entonces podremos demostrar el poder de Cristo en nuestras vidas y estaremos listos para poner en práctica la verdad en cualquier situación en la que tengamos oportunidad de testificar.
Con miras a un testimonio eficaz, el apóstol Pedro quería que los creyentes comprendieran algunas dimensiones específicas del carácter cristiano que ayudan a lograr a diario la excelencia en las disciplinas espirituales. Por esta razón, dijo: “Sed, pues, sobrios, y velad en oración” (1 P. 4:7). “Sed sobrios” es la traducción de dos palabras griegas que significan “tener cuidado” y “mente”. Los creyentes deben guardar sus mentes, y mantenerlas limpias y fijas en las prioridades espirituales. Por eso Pablo dijo: “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (Col. 3:2).
Una comunión continua con Dios conformada por actitudes cristianas (formadas mediante una manera de pensar piadosa) es el fundamento del ministerio fructífero de un cristiano. Cuando somos diligentes en digerir la Palabra de Dios por medio de la lectura, la meditación y el estudio diarios, las respuestas piadosas ante cada reto de nuestras vidas se convertirán en un hábito. Si las tres dimensiones (la sobriedad, el estado de alerta espiritual y la comunión en la oración) están presentes y obran en nuestras vidas, tendremos una sensación poderosa de la presencia de Dios, y manifestaremos el poder espiritual que influirá en otros para que se acerquen a Cristo y dará integridad a nuestro testimonio.
8.-EL EFECTO DEL AMOR VERDADERO.
Una relación correcta con Dios, como la que acabamos de describir, debería producir un amor sincero por los demás. El apóstol Pedro llega a esa conclusión al escribir: “Ante todo, tened entre vosotros ferviente amor, porque el amor cubre multitud de pecados” (1 P. 4:8). Aquí, la palabra “amor” se refiere sobre todo a las relaciones entre creyentes, pero también tiene una relación importante con la evangelización. Jesús enseñó a sus discípulos: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Jn. 13:35). El amor es el fundamento del testimonio del cristiano ante el mundo.
Pablo dio mandamientos similares: “Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto” (Col. 3:14); “Completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa” (Fil. 2:2).
Pedro llama “ferviente” al amor que describe, el cual indica el mismo tipo de esfuerzo máximo que hace un corredor para ganar una carrera. Tal amor intenso es sacrificial, no sentimental. Significa que los creyentes deben estar preparados para amar a quienes son difíciles de amar, aun cuando a veces les cueste y les parezca irracional. Implica estirar todos nuestros músculos espirituales, aunque nos respondan con insultos, heridas y desacuerdos.
la primera fase para desarrollar una actitud apropiada para el evangelismo es entender y cumplir nuestras responsabilidades como cristianos en medio de una sociedad hostil, lo cual implica comprender que ya estamos en los últimos días, y que nuestro Señor y Salvador puede regresar en cualquier momento. Con este incentivo, los creyentes debemos ser responsables (y hacer que otros creyentes también lo sean) de vivir una vida santa de la que fluya un evangelismo que honre a Dios y que se dirija a los perdidos.
De nuevo, el apóstol Pedro resume en su segunda carta cuál es nuestra tarea desde ahora y hasta que Cristo regrese: “Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas, procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz… creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 P. 3:14, 18)