HÁGASE TU VOLUNTAD

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“Hágase tu voluntad, como en el cielo,
Así también en la tierra” Mt. 6:10

CUIDAMOS CON LOS EXTREMOS

Algunas personas piensan que todo lo que tienen que hacer para que sus oraciones sean efectivas es terminarlas con la expresión “Hágase tu voluntad” o “que se haga tu voluntad”. Para ellos el decir: “pero que no se haga mi voluntad sino la tuya” viene hacer como un seguro contra incendios. Aunque a simple vista parece ser un acto de humildad y obediencia, detrás se puede esconder un desconocimiento de la verdadera razón por la que se ora y del Dios al que se le ora. Con frecuencia tales oraciones vienen hacer como jugar a los dados, siempre terminan abandonándolas a la suerte.
El problema que veo con está práctica es que una verdadera vida de oración no se puede construir sobre estos terrenos, debemos; siempre que podamos, estar seguros de lo que estamos pidiendo y al Dios al que le estamos pidiendo. De hecho, la expresión por si sola al final de las oraciones no se vuelve una garantía, sino un desánimo ¿Cuánta energía les roba a nuestras oraciones la incertidumbre de no saber si lo que estamos pidiendo está conforme a la voluntad de Dios? Tal vacilación le hace al fervor lo mismo que un balde de agua le hace a una fogata que apenas se está encendiendo.
Con esto no pretendo desacreditar la práctica piadosa de buscar la voluntad de Dios para cada área de nuestra vida ni estoy haciendo un llamado a la desobediencia, al contrario, es una invitación a hacerlo de manera inteligente, consciente y santa. Es una invitación a la transformación por medio de la renovación del entendimiento para que se compruebe cual es la buena voluntad de Dios agradable y perfecta (Ro. 12:2).
Recordemos que Jesús, justo antes de enseñar la oración modelo denunció enfáticamente la hipocresía y las vanas repeticiones. Pedir que la voluntad de Dios se haga, sin tener alguna idea de lo que verdaderamente es Su voluntad; en el peor de los casos es una vana repetición y una hipocresía en el mejor de ellos.
Animo pues a una búsqueda fervorosa y piadosa de la voluntad de Dios en donde se cumpla el curso natural del saber, la mente entendida dirigiendo al corazón rendido y, no al revés como muchos pretenden hacerlo. Estoy convencido que ha sido el desconocimiento de la voluntad de Dios lo que ha llevado a muchos preguntarse ¿para qué voy a orar si de todos modos Dios hará lo que quiera? aunque la respuesta más simple que podemos darle a esta pregunta es que precisamente la voluntad de Dios es que oremos, una respuesta de este tipo puede ser muy ligera si comprendemos que por lo general detrás de ella hay una visión fatalista y sesgada acerca de la voluntad de Dios.
Por otra parte, y no debe sorprendernos, está el extremo opuesto de quienes consideran que siempre que se ora pidiendo al final que se haga la voluntad de Dios, es una falta de fe que resta “autoridad” a las oraciones y se convierte en un obstáculo para que Dios responda. Quienes sostienen esta idea extremista, parten de la premisa de que Jesús no terminó todas sus oraciones con la expresión “hágase tu voluntad” salvo en dos ocasiones, en la oración del “Padrenuestro” y en la oración del Getsemaní (Mt. 26:42; Lc. 22:42).
El problema que veo con este extremo es que la actitud humilde que se demanda al orante es sustituida por el orgullo, y la petición sincera por la orden cerrada. Además, éstas personas pierden de vista varias cosas:
Primero: precisamente la oración del “Padrenuestro” la cual es nuestro modelo, si la contiene de forma explícita (Mt. 6:10; Lc. 11:2).
Segundo: pierden de vista de que Jesús descendió para hacer la voluntad del Padre (Jn. 6:38-40) y siempre buscó hacerla (Jn. 5:30) y en efecto la hizo (Jn. 17:12) y también la anunció (Mt. 7:21 ; Mc. 3:35; Jn. 7:17), a tal punto que era su comida (Jn. 4:34). Pablo, nos dice que Él se dio a sí mismo por nuestros pecados conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre (Ga. 4:1). Por lo tanto, resulta evidente que siempre que oró lo hizo en perfecta armonía con la voluntad del Padre. No solamente en ¿Dónde? ¿Cómo? y ¿Cuándo oraba? Estaban de acuerdo con la voluntad de Dios, también el ¿Qué? y ¿Por qué oraba?
Tercero: parecen olvidar que Jesús era Dios y un hombre perfecto. Su mente, sus deseos, emociones y toda su existencia no estaban bajo las influencias de una naturaleza pecaminosa la cual insiste en torcer la voluntad divina, el que no conoció pecado estaba también libre de su poder (2 cor. 5:21).
En tanto que Cristo poseía esta naturaleza impecable, el cristiano tiene que lidiar con la continua influencia del pecado. Quienes han sido regenerados han sido librados del poder del pecado, pero no de su presencia, esto sucederá en la glorificación cuando finalmente el cuerpo de muerte será absorbido por la vida, pero mientras estemos de este lado del cielo tendremos que batallar arduamente contra él.
Como es muy frecuente que la voluntad de Dios sea malinterpretada, olvidada y transgredida por la voluntad humana aún en nuestras oraciones, el cristiano es llamado a esforzarse en comprobar cuál es la voluntad del Señor (Ef. 5:17) parar disponer su vida a ella (2 Cor.8:11).
¡Como verán! la solución no está en usar la expresión “hágase tu voluntad” Al final de cada oración como un seguro contra incendios, tampoco en omitirla por completo, la solución está en conocer cuanto nos sea posible la voluntad de Dios según se nos ha revelado en su Palabra para luego armonizar toda nuestra vida y oraciones a ella.

I. LA VOLUNTAD DEL HOMBRE

a. Voluntad

La definición y el uso más común que le damos a la palabra voluntad es aquella capacidad de querer o desear una cosa mientras se rechazan otras. El término como lo conocemos nos indica libertad para obrar y para elegir según las propias inclinaciones o deseos. Pero su uso en la Escritura no es tan simple y, cuando se aplica a Dios se puede volver un verdadero desafío. Existen varios términos en hebreo que se utilizan para voluntad y dan la idea de querer, asentir, consentir, desear, complacer, favorecer, aceptación, en fin, nos habla de una disposición favorable hacia algo.

b. La voluntad humana

En el caso de la voluntad humana el asunto no es menos complejo, intentar entenderla inevitablemente nos remonta al primer Adán y a la pregunta clásica de ¿por qué pecó? Para que usted pueda comprender lo complejo de la voluntad humana y su funcionamiento consideremos estos planteamientos.
Primero, sí decimos que Adán pecó porque fue engañado por Satanás, entonces su pecado no fue voluntario (entendiendo que la voluntad está determinada por un deseo interno) eso nos llevaría a señalar a Satanás como el verdadero culpable, y automáticamente Dios quedaría como un juez injusto.
Segundo, sí decimos Adán pecó porque Dios lo creó con una disposición o deseo interno hacia el mal para que al momento de la tentación pudiera elegir voluntariamente pecar, estaríamos colocando un hoyo negro sobre la santidad de nuestro Dios y diríamos una vez más que es injusto y de dudoso proceder.
Tercero, sí decimos que Dios lo creó solo con una inclinación a la justicia y a pesar de ello pecó, entonces estaríamos diciendo que su decisión voluntaria de pecar no tuvo una causa, y eso va en contra de la razón y se conoce como acausalismo.
Cuarto, sí decimos que Adán decidió de manera espontánea pecar sin ningún deseo interno y ninguna coerción externa, estamos diciendo que el hombre tenía la capacidad de crear un efecto de la nada, que su decisión solo fue un evento accidental sin ningún componente moral y que pecó sin ejercer voluntad, pero este planteamiento es contrario al propio acto de pecar lo cual siempre implica una transgresión moral.
Quinto, si decimos simplemente que Adán pecó porque era la voluntad de Dios, estaríamos sugiriendo que Dios lo obligó a pecar para luego castigarlo con el fin de llevar a cabo su “plan amoroso”. Aunque la mayoría de las personas responden esto, tal respuesta tiene serias implicaciones en la comprensión del carácter de Dios. ¡Claro! La voluntad de Dios estaba involucrada pero la pregunta es ¿de qué manera?
Planteamientos como estos han estado en el pensamiento de la iglesia desde hace siglos tratando de explicar la manera de cómo interactúan el libre albedrío, el pecado y, la soberanía de Dios. Agustín, en su concepto clásico sobre la libertad nos presenta una perspectiva de cómo funcionaba la voluntad humana antes de que Adán pecara. Su argumento consiste en que antes de la caída, el hombre poseía tanto la capacidad de pecar como la capacidad de no pecar. Adán, decidió ejercer su capacidad de pecar y eso trajo la caída de toda la raza humana. Dicho de otra manera, la decisión voluntaria de Adán de inclinarse al pecado hizo que la raza humana cayera en un estado de corrupción moral y en consecuencia, ahora el hombre no puede decidir no pecar.
Tanto esta obra clásica de Agustín, como la de Jonathan Edwards, “Sobre la libertad de la voluntad” son extraordinarias y brindan una luz invaluable a la cuestión, sin embargo; explicar si Adán pecó en un ejercicio libre de su voluntad es un asunto que posiblemente termine considerándose un misterio. Pero lejos de querer crear una laguna referente al tema, lo que deseo es que se le de al asunto la atención que amerita.
Con todo, a pesar de la complejidad de la voluntad humana, es generalmente aceptado el hecho de que la capacidad moral del hombre está totalmente depravada, y un deseo interior por la justicia divina o una inclinación hacia Dios no está dentro de sus determinaciones. La Biblia es enfática en este punto, ella afirma que todos los hombres están bajo pecado (ver Ga. 3:22) que por su causa se han corrompido, son mentirosos (Ro. 3:4) que “No hay justo ni aún uno, no hay quien entienda; No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles, no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno…No hay temor de Dios delante de sus ojos” (3:10-18). El pecado no es una fuerza que gravita en los contornos de nuestro ser y el hombre tiene la voluntad de decidir cuanto de ese pecado le afecta o domina. El pecado en realidad reside en el centro del ser del hombre, afecta todas sus facultades y eso incluye su voluntad. El hombre tiene el mal viviendo dentro, por ende, la voluntad humana y la voluntad divina están en conflicto, el deseo del hombre siempre es antagónico al deseo de Dios.
Cuando oramos “Hágase tu voluntad…” estamos aceptando este antagonismo, es la misma lógica que aplicamos hacia las dos peticiones anteriores, si oramos “Santificado sea tu nombre” es porque Dios no está siendo considerado Santo ni se le está dando el debido honor y respeto. Si pedimos “Venga tu reino” es porque el reino de Dios es resistido y fuerzas contrarias lo atacan violentamente, además, que la segunda venida de Cristo no se ha consumado.

II. LA VOLUNTAD DE DIOS

Ahora bien, sí se nos ha ordenado orar “Hágase tu voluntad…” es porque la voluntad de Dios en algún grado está siendo resistida y transgredida. Pero aquí inevitablemente llegamos a un asunto crucial. Nuestra fe cristiana confiesa que Dios es Soberano, quien hace todo conforme a los designios de su voluntad, lo que quiera, cuando quiera y con quien quiera. Pero si esa voluntad es resistida o incluso quebrantada como lo sugiere la oración “Hágase tu voluntad…” entonces ya no es soberana y nuestro Dios no podría ser soberano. Si nuestro Dios no es soberano tampoco es Dios, entonces ¿Qué está sucediendo aquí?
Pensar en la soberanía divina en términos de que Dios puede hacer todo lo que le plazca siempre y cuando el hombre se lo permita no es soberanía divina, en realidad es “subordinación divina”. ¡Entonces! ¿Cómo debemos ver el asunto de la voluntad de Dios? ¿Puede la voluntad de Dios ser quebrantada y aun así seguir siendo Soberano? ¿Si por el contrario no puede ser quebrantada entonces para qué pedimos que se haga su voluntad? ¿En nuestra experiencia como cristianos podemos decir que tanto nosotros como todos los que nos rodean están cumpliendo cabalmente la voluntad de Dios? Si respondemos ¡no! estaríamos afirmando que la voluntad de Dios es quebrantada y por lo tanto su divinidad quedaría entre dicha ¿no es cierto? Y si por el contrario respondemos ¡sí! estamos considerando que cada pecado que se comete, cada infracción a la ley y cada hombre que se va al infierno es parte de la voluntad o el deseo de Dios ¿es eso correcto?
Algo más, cuando alguien se le acerca y le pregunta por qué su hija recién nacida ha muerto o por qué su esposo fue asesinado por hombres malvados ¿Qué le responde? ¿Le dice que fue la voluntad de Dios? ¿Acaso eso no da la impresión de que Dios es duro y cruel? Y si por el contrario le dice que no fue la voluntad de Dios ¿No da la impresión de que Dios es débil e impotente e incluso que no está activo en todos los asuntos referentes al hombre? Con estas preguntas he querido llamar su atención al asunto de la voluntad de Dios, de no tratarlo con ligereza y procurar por todos los medios que le sean posibles conocer cual es la buena, agradable y, perfecta voluntad de nuestro Dios.
Hay dos asuntos clave que necesitamos considerar para comprender el tema de la voluntad de Dios. La primera es saber que en el griego del Nuevo Testamento existen varios términos que se traducen como voluntad y segundo, observar los diferentes aspectos que la Biblia nos habla acerca de la voluntad de Dios. Veamos cada uno de ellos:

a. Los términos griegos para voluntad.

Los términos griegos más comunes que conseguimos traducidos como voluntad son boule y thelema. Boule significa: consejo, propósito, designio, determinación y decreto. Por su parte, Thelema tiene que ver con el hecho de desear con buen placer u ordenar. Ambas palabras son particulares y tienen una interesante gama de uso, pero quizás el contraste más claro entre ellas lo podemos ver en el hecho que boule con frecuencia se usa para indicar el plan o consejo de Dios, mientras que thelema indica lo que Dios ordena y desea.
Al respecto de estas palabras L. Berkhof nos dice: “la palabra más común es boule para designar el decreto en general; pero también para señalar el hecho de que el propósito de Dios está basado sobre el consejo y la deliberación…Otra palabra de bastante uso es thelema, la cual cuando se aplica al consejo de Dios acentúa el elemento volicional más que él deliberado.”[1]
Por ejemplo, cuando Pedro se dirige a la multitud en pentecostés hablándoles de “Jesús Nazareno” les dice: “a éste, entregado por el determinado consejo [boule] y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis, y matasteis por manos de inicuos, crucificándole” Hch 2:23.
Otro ejemplo lo vemos luego de que Pedro y Juan se presentaran ante el Sanedrín y fueran amenazados para que no hablaran más a hombre alguno acerca del nombre de Jesús. Luego de ser liberados se reunieron con los suyos y estando unánimes alzaron la voz a Dios diciendo: “porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra tu santo Hijo Jesús, a quien ungiste…para hacer cuanto tu mano y tu consejo [boule]habían antes determinado que sucediera.” He. 4:27-28 (cf. Sl. 2:1-7).
El buen consejo que dio el fariseo Gamaliel al concilio también nos es útil, las maravillas y señales que estaban haciendo los apóstoles habían desatado una ola de alabanza de parte del pueblo y una ola de furia y celos entre los líderes religiosos, a estos Gamaliel les dijo: “Varones israelitas, mirad por vosotros lo que vais a hacer respecto a estos hombres… Apartaos de estos hombres, y dejadlos; porque si este consejo [boule] o esta obra es de los hombres, se desvanecerá, más si es de Dios no la podréis destruir.He. 5:35-39.
En cada uno de estos casos la voluntad de Dios está relacionada con Su consejo, el cual no puede ser quebrantado ni destruido, es inalterable.
En el caso de la palabra Thelema el asunto se vuelve más complejo a causa de sus diversos usos, por lo tanto, el contexto es el que nos dirá si el término se está refiriendo a un mandato, deseo, decisión, o algo que se pretende. Algunos ejemplos:
“¡Jerusalén! ¡Jerusalén! que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados ¡Cuántas veces quise [thelo] juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas y no quisiste!” Mt. 23:37
En la oración del Jesús del Getsemaní, encontramos lo siguiente: Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo: “Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad [thelema]Mt. 26:42
En la primera carta de Juan leemos: “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad [thelema],él nos oye.” 1 Jn. 5:14.

b. La voluntad de Dios respecto a sus decretos

Como dijimos anteriormente la Biblia nos menciona varios aspectos de la voluntad de Dios, uno de ello se conoce como la voluntad decretiva o voluntad soberana. Por decreto se entiende todo aquello que Dios ha ordenado o determinado que suceda de acuerdo con su plan predeterminado. Este aspecto de la voluntad nos muestra que Dios tiene el control absoluto de todo lo que sucede. Lo vemos claramente en el libro de Efesio: “En él, asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad” Ef. 1:11.
Al respecto R.C. Sproul comenta: “Cuando Dios ordenó que brillara la luz, la oscuridad no tuvo poder para resistirse a la orden. Las “luces” se encendieron, Dios no persuadió a la luz para que brillara. Él no negoció con los poderes elementales para formar el universo. Él no logró un plan de redención mediante ensayo y error; la cruz no fue un accidente cósmico que la Deidad haya aprovechado. Estas cosas fueron absolutamente decretadas. Sus efectos fueron eficaces (prdujeron el resultado deseado) porque sus causas fueron decretadas soberanamente.”[2]
El alcance de esta voluntad incluye las cosas más grandiosas como los detalles más pequeños, Jesús nos deja ver la voluntad de Dios en los pequeños detalles cuando preguntó “¿No se venden dos gorriones por una monedita? Sin embargo, ni uno de ellos caerá a tierra sin que lo permita el Padre; y él les tiene contados a ustedes aun los cabellos de la cabeza” Mateo 10:29 NVI
Entre las características de esta voluntad podemos mencionar que es eficaz, como dice el libro de Daniel: “Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra y, no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?” Dn. 4:35.
Y en Isaías leemos: “Jehová de los ejércitos juró diciendo: Ciertamente se hará de la manera que lo he pensado, y será confirmado como lo he determinado” Is. 14:24.
Además, la voluntad de Dios es eterna, en la Biblia leemos: “El consejo de Jehová permanecerá para siempre; Los pensamientos de su corazón por todas las generaciones.” Sl. 33:11.
También es Inmutable pues Dios mismo ha dicho: “yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero” Is. 46:9-10.
En cuanto al mal se refiere, esta voluntad es tolerante o permisiva, porque permite que el pecado y Satanás continúen su curso por un tiempo determinado. Vale mencionar que todas estas obras de maldad las cuales Dios no las ha determinado, son controladas y usadas por Él para el bien de su voluntad. El hecho de que Dios decrete algo no significa que Él fuerce cómo se va a hacer, sino que garantiza que ciertamente sucederá.
La voluntad de Dios es incondicionalporque no depende de nadie más que Dios mismo. El hombre es completamente pasivo en sus acciones.
Pero si nos quedamos solo con esta voluntad caeríamos en el error de pensar que somos como una especie de marionetas en el teatro de la vida, siendo dirigidos por un despiadado titiritero que mueve la cruceta según le plazca. Si hay algún camino para la vida cristiana descuidada e irresponsable debe ser este, pensar de esta manera es contrario al espíritu cristiano y se conoce como determinismo. Dios decreta y ejecuta sus planes sin violar la voluntad humana sino a través de ella. Su voluntad restringe la voluntad humana pero no la anula. Aun así, en esta voluntad el hombre es pasivo pues no tiene forma de cambiar su curso.

C. La voluntad de Dios respecto a sus mandamientos

A diferencia de la voluntad decretiva, esta voluntad no siempre se cumple, de hecho me atrevería a decir que son más las veces que no se cumple que las que si. Son los buenos deseos que Dios tiene para con el hombre. En Lc. 13:34 vemos a Jesús diciendo: “Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste”, y en Juan leemos “ustedes no quieren venir a mí para tener esa vida.” Jn. 5:40 NVI.
Está voluntad la vemos expresamente en sus mandamientos, los cuales podemos decidir cumplir o no. Por ejemplo: es voluntad de Dios que no pequemos, sin embargo, pecamos a diario. Dios quiere que honremos a nuestros padres, que lo amemos a Él, pero a pesar de que esta voluntad divina nos detalla lo que es correcto que hagamos, podemos decidir quebrantarla. Podemos decir que cada vez que la ley de Dios es quebrantada también lo es Su voluntad.
Jesús dijo: “No todo el que me dice: ¡Señor! ¡Señor! entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.” Mt. 27:21. En sus palabras podemos notar a un grupo de muchas personas (v22) que están quebrantado la voluntad de Dios. En está voluntad el hombre es activo porque puede decidir no cumplirla.
Al hablar de la voluntad de Dios debemos considerar estos dos aspectos, la voluntad de Dios respecto a sus decretos, la cual es soberana y siempre se cumple y la voluntad con respecto a sus mandamientos la cual puede ser quebrantada, y de hecho, es lo que ocurre a diario. Nuestro estudio y búsqueda piadosa debe estar centrada en esta última. El deseo de conocer el futuro, lo incierto, lo que Dios en su soberana voluntad ha escondido, es adivinación. En Deuteronomio encontramos: “Las cosas secretas pertenecen a Jehová nuestro Dios; mas las reveladas son para nosotros y para nuestros hijos para siempre, para que cumplamos todas las palabras de esta ley.” Dt. 29:29. Por lo tanto, debemos esforzarnos en conocer la voluntad de los mandamientos para someternos radicalmente a ella.
Teniendo encuenta estos aspectos generales de la voluntad de Dios podemos ver lo que implica la petición “Hágase tu voluntad”.

III. LO QUE IMPLICA ESTA PETICIÓN

1. Implica que el deseo preferido de Dios se cumpla

Es importante recordar que estamos orando por el cumplimiento de la voluntad de Dios no de la nuestra. Hay quienes tienen la perspectiva de que la oración es un acto de convencer a Dios para que tuerza su voluntad para beneficio de la nuestra. Dios nunca se ha comprometido a responder ninguna oración que no esté de acuerdo con su voluntad, antes bien como está escrito:
“Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye.”1 Jn. 5:14.
Juan Buyan en su libro Cómo orar en el Espíritu dice: “La verdadera oración se somete a la voluntad de Dios y dice: "Hágase tu voluntad" (Mt. 6:10). Por lo tanto, se espera que el pueblo del Señor, junto con sus oraciones y todo lo que tiene, se ponga con humildad a los pies de su Dios para que Él disponga de todo ello como mejor considere conforme a su sabiduría celestial. De manera que cuando ponemos todo nuestro ser a su disposición, no dudamos que Él responderá a nuestras oraciones en una forma que será la mejor para nuestro beneficio y para su gloria. En consecuencia, cuando los santos de Dios oran con sumisión a la voluntad de Dios, no discuten, no dudan, no cuestionan, sino que confían en fe en el amor de Dios y en su bondad para con ellos.”
Lo más importante en la oración no son nuestros deseos ni ambiciones personales, sino la voluntad de Dios respecto a sus mandamientos, la cual está siendo quebratada diariamente aun por quienes somos cristianos.

2. Implica una mente renovada con pensamientos y deseos que solo estén de acuerdo con su buena voluntad

En Ro. 12:2 leemos: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de nuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” Aquí vemos que la voluntad de Dios ante todo es buena, esto significa que es beneficiosa para nosotros, provechosa, adecuada y conveniente. Solemos pensar que algo es bueno solo en términos de bienestar, placer o satisfacción, pero no debemos pensar así en cuanto la voluntad de Dios. No todo lo que Dios hace con respecto a nosotros es placentero o representa un beneficio inmediato.
Por ejemplo, sabemos que la voluntad de Dios es que nos amemos unos a otros (Jn. 13-14) y que todo lo que hagamos sea con amor (1 Cor. 16:14) por lo general esto implica, negación, sufrimiento, dolor, soportar (1 Cor. 13:4-8) y que en el obrar de ese amor seamos mal interpretado e incluso amados menos (2 Cor. 12:15). Pero, aunque la voluntad de Dios con respecto a amar a otros pueda encarnar dolor en esta vida presente, no deja de ser beneficiosa para nosotros, tanto aquí como en la eternidad. De hecho, considere alguno de sus beneficios: El que permanece en amor permanece en Dios y Dios en él (1 Jn. 4:16). Amar es una muestra de que Dios nos amó primero (1 Jn. 4:19). El que ama posee la más excelente de las virtudes (1 Cor. 13:13). El que ama no considera las debilidades pecaminosas de los hermanos (1 Pe. 4:8). Dios tiene preparado cosas indecibles para quienes le aman (1 Cor. 2:9). El amar al prójimo es el cumplimiento de la ley (Ro. 13:8). El amor echa fuera el temor (1 Juan 4:18). El que va tras el amor halla vida, prosperidad y honra (Pr. 21:21). Amar nos hace parecer a Cristo (Ef. 4:15). Quien ama tiene comunión con el Espíritu (Ga. 5:22). Es amado y habitado por el Padre y por el Hijo (Jn. 14:21,23). En fin, todas las cosas le ayudan a bien (Ro. 8:28). Podríamos continuar este ejercicio casi indefinidamente, los beneficios de la voluntad de Dios para nosotros son perfectos, pues, “el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Jn. 2:17).
Pero a pesar de los beneficios incalculables de la voluntad de Dios el hombre la resiste y no desea cumplirla. Aún el hombre que ha sido regenerado debe luchar esforzadamente contra su naturaleza pecaminosa, debe suprimir todo deseo contrario a los deseos de Dios, purificar su mente con nuevos pensamientos, abandonar todo lo que sea egoísta y vil y disponerse con mente y corazón a todo lo que Dios le agrada. Los afectos carnales deben ser colocados en el altar del Señor para ser sacrificados y la buena voluntad del Señor debe ser asumida como propia.

3. Implica la asistencia del Espíritu Santo

El punto anterior no pretende arrojarnos por un camino de decisiones y meras resoluciones, ni tampoco pretende hacer ver a la oración como un simple ejercicio intelectual, al contrario, se requiere ineludiblemente de la asistencia del Espíritu Santo. No se puede encontrar en los anaqueles del corazón humano un deseo genuino de querer orar conforme a la voluntad de Dios, solo bajo la continua asistencia del Espíritu Santo tal cosa es posible. En Romanos leemos:
“Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.” Ro. 8:26-27.
Y en 1 Corintios leemos:
“Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Ni han subido en corazón de hombre, Son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios.” 1 Cor. 2:9-10.
Una vez más es oportuno recordar que nuestra tendencia natural no es orar conforme a la voluntad de Dios sino en contra de ella. El libro de Santiago nos habla de esto: “No tienen, porque no piden. Y, cuando piden, no reciben porque piden con malas intenciones, para satisfacer sus propias pasiones.” Sant. 4:2-3 NVI. Por lo tanto, una oración que no cuente con la asistencia del Espíritu Santo no será respondida porque no está conforme a la voluntad de Dios.

4.Implica obediencia

En su comentario a esta parte del padrenuestro Juan Calvino dice: “No estamos aquí hablando de esa voluntad secreta por la que el Señor gobierna todas las cosas y las destina a su fin… ¡Pues! aunque los demonios y los hombres se levante contra Él, Dios es capaz por medio de su consejo insondeable, no solo de rechazar su violencia, sino de subordinarla a la ejecución de sus decretos. Lo que aquí hablamos es de otra voluntad del Señor, es decir, aquella de la que la obediencia voluntaria es la contraparte…”[3]
Pedir “Hágase tu voluntad” es pedir obediencia dispuesta para cumplirla. De hecho, la petición completa “Hágase tu voluntad, como en el cielo así también en la tierra” nos recuerda el Sl. 103:20-22 “Bendecid a Jehová, vosotros sus ángeles, Poderosos en fortaleza, que ejecutáis su palabra, Obedeciendo a la voz de su precepto. Bendecid a Jehová vosotros todos sus ejércitos, Ministros suyos, que hacéis su voluntad”.
En este salmo, David nos deja ver la forma en que los ángeles Poderosos en fortaleza y sus Ministros cumplen la voluntad de Dios. Como el cielo es la referencia y la tierra debe imitar su ejemplo el hombre debe ejecutar y obedecer la voluntad de Dios al igual que lo hacen estos ángeles poderosos.
Hay dos palabras clave en este salmo que nos ayudarán a ver la disposición y obediencia con la que el cielo cumple la voluntad de Dios, y por lo tanto, la forma en que nosotros quienes habitamos en la tierra debemos hacerlo. Primero, el término ejecutáis que significa principalmente hacer, el verbo comunica la noción central de hacer algo con un propósito o meta, también como una obligación moral. El mismo término es usado en Dt. 16:12: “Y acuérdate de que fuiste siervo en Egipto; por tanto, guardarás y cumplirás estos estatutos.” Estar informado de cual es la voluntad de Dios no es suficiente, debemos llevarla a cabo con prontitud y diligencia, los seres celestiales no demoran ni ponen resistencia a los deseos de Dios, nosotros tampoco debemos hacerlo.
En un sentido más amplio el término también sugiere las ideas de lograr, estar ocupado, soportar, comprometerse, cumplir, gobernar, ordenar, trabajar, procurar, practicar, servir, sacrificio, etc. Cada una de estás palabras nos dan la idea de una completa disposición de estos ángeles por hacer la voluntad de Dios. De la misma manera aquel que ora “Hágase tu voluntad” debe estar comprometido en cumplirla, trabajar para ella, practicarla, servir a otros para que la cumplan, y hacerlo con esfuerzo y sacrificio.
El segundo término es obedeciendo, cuyo significado es oír inteligentemente, y se usaba frecuentemente cuando el pueblo de Israel tenía que entender lo que el Señor les iba a decir para luego obedecerlo. El término hebreo es shema (oye) y el más famoso de todos sus usos se halla en Dt. 6:4:
“Oye [shema], Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas.” (texto incluido).
Aun Jesús hizo referencia a este shema cuando los fariseos quisieron tentarle con la pregunta “Maestro, ¿Cuál es el gran mandamiento en la Ley?” Mt. 22:36 Él respondió: “El primer mandamiento de todos es: Oye [shema], Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento.” Mc. 12:29-30 (texto incluido).
Israel debía entender lo que el Señor les estaba ordenando para luego obedecer, y de que manera tenían que involucrar todas sus capacidades intelectuales, sus recursos y, el mismo centro de su existencia. Debían memorizar y repetir a sus hijos lo que Dios les había ordenado, y lo debían hacer a toda hora y en todo lugar.
Los ángeles, los ministros y aun el mismo cielo (Is. 1:2) poseen este tipo de obediencia y los creyentes debemos anhelarla. Para los apóstoles la obediencia era una necesidad (He. 5:29) y lo mismo debe ser para cada creyente.
Finalmente, la petición: “Hágase tu voluntad” no es un permiso para que Dios haga su voluntad, más bien es una súplica de ayuda, para que de la misma manera como los ángeles hacen lo que es correcto, nosotros estemos dispuestos y tranquilos para hacerlo. Es una petición para que Dios nos ayude a estar bajo su autoridad y que acabe con nuestra rebelión.
Este asunto ha de ser cuidadosamente considerado por todo creyente, nuestros mejores deseos pueden ser usados por Satanás para dañar nuestras oraciones y poner una mancha en nuestra comunión con Dios ¿Quién puede durar mucho tiempo orando si nunca obtiene una respuesta? Y ¿Quién puede tener una sólida relación con Dios sino tiene mucha comunión en la oración? El enemigo no tiene ninguna posibilidad de detener una respuesta que Dios haya dado a las oraciones de sus hijos, pero si puede, y suele hacerlo, usar nuestros afectos carnales y deseos mundanales para profanar nuestras santas oraciones y así poner en peligro nuestra comunión con Dios.

IV. APLICACIÓN

Responder a las siguientes preguntas le ayudará a aplicar lo aprendido a su diario vivir:
1. ¿Qué está haciendo para conocer cuál es la voluntad de Dios para cada área de su vida?
2. ¿Sabe que la única fuente segura para conocer la voluntad de Dios es la Biblia? ¿Cuánto tiempo dedica a su estudio?
3. ¿Pretende vivir usted para la voluntad de Dios o pretende que Dios viva para la suya?
4. ¿Qué causa en usted comprender que por naturaleza el hombre no desea hacer la voluntad de Dios sino la suya?
5. ¿De qué manera afecta su vida de oración el que Dios sea Soberano y su voluntad siempre se cumplirá?
6. De que manera lo libera del afán de esta vida el saber que Dios tiene el control aún de los eventos más pequeños de su vida?
7. ¿Posee un auténtico deseo de obedecer la voluntad de Dios? ¿Qué piensa hacer a partir de Hoy para cumplir más la voluntad de Dios?
8. ¿Qué áreas de su vida piensa que aún debe rendir a la voluntad de Dios?
[1] Teología Sistemica. Pág. 119. [2] ¿Puedo conocer la voluntad de Dios?. De la serie preguntas cruciales. [3] Oración: el ejercicio continuo de la fe. Pág. 155-156.
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