Sermón sin título (2)
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¿Qué significa ser lleno del Espíritu? ¿Cuáles son las realidades manifiestas
que marcan la vida cristiana llena del Espíritu Santo? En este capítulo
vamos a tratar de responder a estas preguntas con la Palabra de
Dios. No obstante, primero vamos a examinar el enfoque carismático.
Al reclamar que tienen el principal, si no exclusivo, derecho al título de «cristianos
llenos del Espíritu Santo», los carismáticos siempre definen la llenura del Espíritu
en términos de experiencias extáticas. Una explicación común, en especial de los
pentecostales clásicos, se centraría en el moderno hablar en lenguas. En palabras de
un autor pentecostal: «Cuando estamos llenos del Espíritu, la manifestación externa
de ese don es hablar en lenguas». Sin embargo, como vimos en el capítulo siete, el
«don» contemporáneo de lenguas es una falsificación sin sentido. No tiene nada que
ver con el antiguo don de lenguas mencionado en el Nuevo Testamento. Los carismáticos
yerran cuando asocian el ser lleno del Espíritu con hablar galimatías.
Por supuesto, hablar en lenguas no es la única supuesta señal de la llenura del
Espíritu dentro del paradigma carismático, ni es la más dramática. Aun más
impresionante es el «descanso en el Espíritu» o «caer bajo el poder del Espíritu»,
un fenómeno que se conoce más comúnmente como «ser muerto en el Espíritu».
Aquellos que son derribados muestran un comportamiento de trance, por lo general
cayendo de espaldas al suelo como una persona muerta. En otras ocasiones,
estos «vencidos por el Espíritu» responden con una risa incontrolable, ladridos
heterogéneos, espasmos erráticos y síntomas extraños de intoxicación. Estos
comportamientos no son considerados demasiado extraños si pueden ser acreditados
al poder del Espíritu Santo.
Convencidos de que se trata del resultado de ser llenos del Espíritu, los carismáticos
apoyan con entusiasmo la práctica de ser «derribados en el Espíritu». La
literatura carismática está llena de ejemplos de este fenómeno, todos presentados
con un enfoque positivo. Este es un ejemplo típico:
"Le pedimos al Espíritu Santo que viniera y lo llenara de nuevo. De repente,
sucedió. James volvió a caer al suelo, rodando y llorando y agarrándose su cara
con las manos. El Espíritu Santo había venido en un poderoso torrente de energía,
corriendo hacia los lugares heridos y llenándolos de su gloria. James se echó
a reír. Lloró [...] Su rostro se llenó de gloria y su cuerpo se estremecía bajo el
poder de Dios. Y cuando por fin se levantó del suelo, como en el día de
Pentecostés, estaba borracho del Espíritu Santo."
Otras historias son igualmente coloridas. Un laico pentecostal informa
con entusiasmo que bajo la supuesta influencia del Espíritu, terminó de espaldas
en el suelo, pronunciando un discurso extático y deslizándose a sí mismo
bajo las bancas de la iglesia, hasta que al fin llegó al vestíbulo. Un sanador
carismático católico afirma que en una de sus reuniones, una ciega fue derribada
en el Espíritu junto con su perro lazarillo, un pastor alemán. Una profetisa
carismática recuerda haber sido lanzada al suelo en una reunión de la
iglesia, sintiéndose avergonzada por el hecho de que se reía sin control, después
ella fue «golpeada» por una ola de poder del Espíritu Santo. Y un pastor
de la Tercera Ola relata un culto de adoración donde más de un centenar de
personas fueron inesperadamente derribadas. Él escribió: «Cuando la gente
llegó para el segundo culto, no podía creer lo que veía. Cuerpos, vencidos por
Dios, estaban esparcidos por el suelo. Algunas personas se reían, algunas temblaban».
Benny Hinn, quien incorpora esta práctica en sus reuniones de sanidad,
narra historias similares. Reflexionando sobre una cruzada de milagros de tres
días en América del Sur, Hinn escribió: «En medio de mi mensaje percibí el
poder del Espíritu Santo que se movía a través del servicio. Sentí su presencia,
dejé de predicar y le dije a la gente: “¡Está aquí!”. Los ministros en la plataforma
y la gente del público sintieron lo mismo, era como una ráfaga de viento que
entró y se arremolinaba en ese lugar. La gente se levantó de sus asientos en una
explosión espontánea de alabanza. Sin embargo, no estuvieron de pie por mucho
tiempo. Por todos lados la gente comenzó a derrumbarse y caer al suelo bajo el
poder del Espíritu Santo». Sobre otra reunión, Hinn dijo: «Cientos de personas
estaban en el centro esa noche. Después de un breve mensaje, el Espíritu me llevó
a llamar a la gente a pasar al frente. Los primeros en responder fueron seis grandes
y delgados holandeses que se elevaban por encima de mí. Oré y, pum, todos
ellos cayeron al suelo».
¿Caer de espaldas al suelo, reír sin control, balbucear frases sin sentido y
actuar como un borracho es lo que parece ser un cristiano lleno del Espíritu Santo?
¿Y qué tal los informes de las personas que se han quedado congeladas como
estatuas durante días o las que han levitado en la iglesia bajo el supuesto poder del
Espíritu? Aunque los carismáticos asocian este tipo de comportamiento hipnótico
con el Espíritu Santo, la verdad es que no tiene nada que ver con él. Las Escrituras
están llenas de advertencias acerca de las señales y prodigios falsos.
Jesús dijo: «Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán
grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a
los escogidos. Ya os lo he dicho antes» (Mateo 24.24–25; cp. 7.22; Marcos 13.22;
2 Tesalonicenses 2.7–9; Apocalipsis 13.13–14). Jesús obviamente espera que
tomemos en serio estas advertencias y nos protejamos contra el tipo de credulidad
cándida que Benny Hinn y otros milagreros carismáticos fomentan de manera
deliberada.
Tal como hemos visto, las versiones carismáticas modernas de la profecía, las
lenguas y la sanidad son todas formas falsas de los verdaderos dones bíblicos. No
obstante, ser «derribado o muerto en el Espíritu» es una invención carismática
moderna. Esta práctica no se menciona en ninguna parte de la Biblia, lo que hace
que no tenga respaldo bíblico en absoluto. El fenómeno moderno se ha convertido
en un espectáculo tan común y popular, que el carismático promedio da hoy por
sentado que esta práctica debe tener algún tipo de origen bíblico o histórico. Sin
embargo, este fenómeno no solo está completamente ausente del relato bíblico de
la iglesia primitiva, sino que no tiene nada que ver con el Espíritu Santo.
A veces los carismáticos tratan de defender la práctica señalando lugares en las
Escrituras donde la gente se postró delante del Señor (como la turba que vino a
arrestar a Jesús en Juan 18, o Pablo en el camino de Damasco en Hechos 9.4, o
Juan cuando se encontró con el Cristo resucitado en Apocalipsis 1.17). No obstante,
estos ejemplos no tienen nada que ver con el fenómeno moderno de ser «derribado
en el Espíritu». Hasta el pro carismático Dictionary of Pentecostal and
Charismatic Movements reconoce este hecho: «Todo un batallón de pruebas con
verificación bíblica se enumeran para apoyar la legitimidad del fenómeno, aunque
las Escrituras claramente no le ofrecen apoyo como algo que se espera en la vida
cristiana normal».
Un examen de los supuestos textos que prueban la validez del fenómeno,
pasajes en los que una persona o grupo de personas cayeron ante la presencia de la
gloria de Dios, muestra al menos tres diferencias significativas entre los incidentes
bíblicos y el fenómeno moderno. En primer lugar, cuando la gente en la Biblia se
postraba ante la presencia de la gloria de Dios, no había intermediarios involucrados
como en los cultos carismáticos contemporáneos. Fue Dios (Génesis 17.3;
1 Reyes 8.10–11), el Señor Jesucristo (Mateo 17.6; Hechos 26.14) o en ocasiones
un ángel (Daniel 8.17; 10.8–11) quienes interactuaron directamente con los hombres,
abrumándolos con la gloria celestial de tal manera que cayeron al suelo.
En segundo lugar, estos encuentros ocurrieron muy pocas veces. En el Nuevo
Testamento, además de los mismos apóstoles (quienes caen al suelo en adoración
reverente, cp. Apocalipsis 1.17), solo los incrédulos fueron derribados después de
ser confrontado por la gloria de Cristo (Juan 18.1–11; cp. Hechos 9.4). Tales caídas
nunca se presentan en las Escrituras como la experiencia normal de los creyentes.
Estas historias tampoco indican una correlación directa con ser «derribado»
como despliegan los carismáticos modernos.
En tercer lugar, y quizá lo más importante, el Nuevo Testamento presenta el
comportamiento bajo el poder del Espíritu como caracterizado por el dominio propio
(Gálatas 5.22–23; 1 Corintios 14.32), un sobrio estado de alerta (1 Pedro 1.13;
5.8) y la promoción del orden en la iglesia (1 Corintios 14.40). Obviamente, tener
cuerpos derribados por el suelo en distintos estados de catalepsia no corresponde a
ninguna de estas cualidades que honran a Dios, más bien representa lo opuesto.
El fenómeno moderno es aceptado por un movimiento que define la espiritualidad
en términos de comportamientos que omiten o trascienden la racionalidad,
de tal manera que las convulsiones, la hipnosis y la histeria son todas promocionadas
como obra verdadera del Espíritu. Sin embargo, esto no es obra de Dios. No
existe ningún precedente bíblico de la noción moderna de ser muerto en el Espíritu,
a menos que se acepte la excepción de Ananías y Safira, quienes fueron literalmente
fulminados por él debido a su engaño premeditado (Hechos 5.5, 10).
En realidad, el estupor que caracteriza al fenómeno carismático moderno
refleja prácticas paganas más que cristianas.14 Paralelos a esta práctica se pueden
encontrar fácilmente en las falsas religiones y los grupos sectarios. Como Hank
Hanegraaff explica:
El fenómeno de ser «muerto en el espíritu» tiene más en común con el ocultismo
que con una cosmovisión bíblica. El tan popular practicante de esta experiencia,
Francis MacNutt, confiesa con franqueza en su libro Overcome by the Spirit
[Vencido por el Espíritu] que el fenómeno es externamente similar a las «manifestaciones
de vudú y otros ritos mágicos» y se «encuentra hoy entre diferentes
sectas en el Oriente, así como entre las tribus primitivas de África y América
Latina».
Hablando de posesión demoníaca en el África tribal, el misiólogo Richard J.
Gehman informa: «Cuando alguien está poseído, él o ella muestra poderes
inusuales, la personalidad cambia y la persona está bajo el control total del espíritu
o los espíritus. Estos métodos también nos recuerdan a los mismos fenómenos
que se producen entre los cristianos carismáticos que se «mueren en el
Espíritu». A través de poderes hipnóticos caen en un trance y experimentan sentimientos
inefables de gozo».
También hay paralelos con grupos sectarios como el mormonismo. Nada
menos que el fundador mormón Joseph Smith experimentó personalmente el
fenómeno. Como los autores Rob y Kathy Datsko explican: «Ser “muerto en el
Espíritu” es la experiencia que José Smith tuvo y que se describe en JS-H [Joseph
Smith History] 1:20: “Cuando volví en sí, me encontré acostado sobre la espalda,
mirando al cielo. Al retirarse la luz, me quedé sin fuerzas. Pero pronto me recuperé
en cierta medida, y me fui a casa”».17 Los autores continúan explicando: «En
el Libro del Mormón, una multitud de personas fueron muertas en el Espíritu [...]
La experiencia de ser muerto en el Espíritu no es exclusiva [del cristianismo
carismático], sino también se registra tanto en las escrituras mormonas como en
la historia».18 Paralelos no cristianos como estos revelan el grave peligro espiritual
inherente en las versiones carismáticas de esta experiencia.
Todo esto plantea la pertinente pregunta: si el Espíritu Santo no es la fuerza
detrás de los modernos «asesinatos», ¿quién es? En muchos casos, es probable que
el fenómeno sea el resultado de la manipulación psicológica producida por las
expectativas emocionales, la presión social, las dinámicas de grupo y las técnicas
de manipulación que utilizan los sanadores por fe y los líderes carismáticos. Sin
embargo, puede haber además una explicación más siniestra para el fenómeno.
Como advierte el apologista cristiano Ron Rhodes acertadamente: «Los poderes
de las tinieblas también pueden estar implicados en esta experiencia (2 Tesalonicenses
2.9). Algunas personas afiliadas a las religiones orientales afirman ser capaces
de hacer que la gente quede inconsciente simplemente tocándola».
Incluso entre algunos pensadores carismáticos, la práctica de ser «derribado o
muerto en el Espíritu» ha recibido críticas. Hablando de su uso por parte de los
sanadores por fe, Michael Brown plantea graves preocupaciones: «Algo está mal.
La mayoría de la gente está enferma cuando se cae [...] y enferma cuando se levanta.
Aunque las personas sufran colapsos y se agiten, no parece que reciban la vida de
Dios. La unción, o al menos lo que nosotros llamamos la unción, fue lo bastante
fuerte para golpearlos, pero no lo bastante fuerte para recuperarlos. Ellos tuvieron
su emoción, pero no les hizo bien. ¿Es este el poder de Dios?».20 La respuesta a su
pregunta retórica es obvia.
La crítica de J. Lee Grady, editor de la revista Charisma, es aun más devastadora.
En una amplia sección escribió:
"Este fenómeno puede ser y a menudo es falso. Y debemos deplorar la falsificación
[...] Nunca debemos usar la unción para manipular a una multitud. Nunca
debemos fingir el poder de Dios con el fin de hacer que los demás sientan que
estamos ungidos. Si lo hacemos, tomamos algo sagrado y lo hacemos común y
trivial. Y como resultado, el fuego santo se convierte en algo distinto: un «fuego
extraño» que no tiene el poder de santificar.
Este mismo tipo de fuego extraño se está extendiendo en la actualidad. En
algunas iglesias carismáticas, las personas toman el escenario y se lanzan «pelotas
de fuego de unción» imaginarias unas a otras, y luego caen al suelo fingiendo
estar muertas por las pelotas de poder divino. Un joven predicador itinerante
anima a la gente a inyectarse con agujas imaginarias cuando llegan al altar, para
que puedan «llegar alto en Jesús». En realidad compara el ser lleno del Espíritu
con el consumo de cocaína; también se pone en la boca una figurita de plástico
de un pesebre y alienta a las personas a que «fumen al niño Jesús» para que puedan
experimentar «Jehová-guana», una referencia a la mariguana. Esto es más
grave que trivializar las cosas de Dios. Es tomar el nombre del Señor en vano.
He estado en otras reuniones donde las mujeres yacían en el suelo con las
piernas separadas. Hacían ruidos fuertes y gemían mientras afirmaban que estaban
orando y «dando a luz en el Espíritu», como si Dios fuera quien las estuviera
guiando a hacer algo tan obsceno en un lugar público.
¡Qué Dios nos ayude! Hemos convertido el fuego santo de Dios en un
circo, y los cristianos ingenuos están aprobando esto sin darse cuenta de que
este tipo de engaños en realidad es blasfemia."
Ya que estos tipos de engaños extravagantes son una burla al verdadero poder
y la plenitud del Espíritu Santo, ¿qué es lo que realmente significa ser lleno del
Espíritu? En las páginas siguientes, vamos a considerar la respuesta a esta pregunta
al analizar la obra del Espíritu en la santificación de sus santos al conformarlos
a la imagen del Salvador.
Ser lleno del Espíritu
El pasaje específico del Nuevo Testamento sobre la llenura del Espíritu es Efesios
5.18, donde Pablo escribió: «No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución;
antes bien sed llenos del Espíritu». En contraste con la embriaguez, que se
manifiesta en el comportamiento irracional y fuera de control, los que están llenos
del Espíritu se someten conscientemente a su santa influencia.
Cabe destacar que la orden «sed llenos» está en tiempo presente, lo que indica
que debe ser una experiencia continua en la vida de cada cristiano. Como ya
hemos visto, todos los creyentes son bautizados por el Espíritu (1 Corintios 12.13;
Gálatas 3.27), que viene a morar en ellos (Romanos 8.9) y por medio del cual son
sellados (Efesios 1.13) en el momento de la salvación.22 Estas realidades se
producen una sola vez. No obstante, si los creyentes deben crecer en la semejanza
de Cristo, deben ser llenados continuamente con el Espíritu, lo que permite que su
poder impregne sus vidas para que todo lo que piensen, digan y hagan refleje su
divina presencia.
El libro de Hechos proporciona varias ilustraciones de la realidad de que la
llenura del Espíritu Santo es una experiencia que se repite.23 Aunque estaba lleno
inicialmente el día de Pentecostés, Pedro volvió a llenarse del Espíritu en Hechos
4.8 cuando predicó con valentía ante el Sanedrín. Muchas de las personas que
estaban llenas del Espíritu en Hechos 2 se llenaron otra vez en Hechos 4.31,
momento en el que hablaron «con denuedo la palabra de Dios». En Hechos 6.5,
Esteban se describe como un hombre «lleno de fe y del Espíritu Santo». Hechos
7.55 reitera que estaba «lleno del Espíritu Santo» cuando hizo su apasionada defensa
ante los furiosos líderes religiosos.
El apóstol Pablo fue lleno del Espíritu en Hechos 9.17, poco después de su
conversión, y otra vez en Hechos 13.9, cuando se enfrentó con valentía al falso
profeta Elimas. Una vez que fueron llenos del Espíritu Santo, los apóstoles y sus
colegas quedaron facultados para edificar a los creyentes en la iglesia (cp. Hechos
11.22–24) y proclamar sin temor el evangelio, incluso en medio de la severa persecución
del mundo (cp. Hechos 13.52).
Cuando consideramos las epístolas del Nuevo Testamento, donde a los
creyentes se les dan instrucciones adecuadas para la vida eclesial, encontramos
que ser lleno del Espíritu no se demuestra mediante experiencias de éxtasis,
sino por la manifestación del fruto espiritual. En otras palabras, los cristianos
llenos del Espíritu Santo exhiben el fruto del Espíritu que Pablo identifica
como «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre,
templanza» (Gálatas 5.22–23). Ellos son «guiados por el Espíritu» (Romanos
8.14), es decir, su comportamiento no está dirigido por sus deseos carnales,
sino por el poder santificador del Espíritu Santo. Como Pablo explica en
Romanos 8.5–9:
"Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son
del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte,
pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la carne
son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco
pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Mas vosotros
no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora
en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él."
El tema del apóstol es que los que están llenos del Espíritu buscan agradar a Dios
mediante la aplicación de la santidad práctica (cp. 2 Corintios 3.18; 2 Pedro 3.18).
La trágica ironía es que el movimiento que se cataloga a sí mismo como «lleno
del Espíritu» resulta notorio por la inmoralidad sexual, las irregularidades financieras
y la mundanalidad ostentosa en la vida de sus líderes más visibles. Como
vimos en el capítulo cuatro, el movimiento carismático se ve manchado con regularidad
por el escándalo. No importa cuántas veces las personas sean «muertas en
el Espíritu» o «hablen en lenguas», es el fruto de sus vidas el que revela la verdadera
naturaleza de sus corazones. Aquellos cuya conducta se caracteriza por las obras
de la carne (Gálatas 5.19–21) no están llenos del Espíritu, no importa cuántos
episodios extáticos afirmen haber experimentado.
Después de ordenarles a los creyentes que sean llenos del Espíritu en Efesios
5.18, Pablo continúa en los versículos siguientes dando ejemplos concretos de lo
que esto significa. Los que están llenos del Espíritu se caracterizan por cantos de
júbilo en adoración (5.19), corazones llenos de acción de gracias (5.20) y la sumisión
de unos a otros (5.21). Si están casados, el matrimonio de ellos honra a Dios
(5.22–33). Si tienen hijos, su crianza se desarrolla con paciencia en el evangelio
(6.1–4). Si trabajan para un amo terrenal, trabajan duro para honrar al Señor (6.5–
8). Si tienen personas que trabajan para ellos, tratan a sus subordinados con benevolencia
y justicia (6.9). Esto es lo que manifiesta un cristiano lleno del Espíritu
Santo. Su influencia en nuestras vidas nos hace relacionamos rectamente con Dios
y los demás.
En Colosenses 3.16—4.1, un pasaje paralelo a Efesios 5.18—6.9, Pablo explica
que si los creyentes dejan que «la palabra de Cristo more en abundancia en
[ellos]», van a responder del mismo modo cantando salmos, himnos y cantos espirituales.
Harán todo en el nombre del Señor Jesús, «dando gracias a Dios Padre
por medio de él». Las esposas estarán sujetas a sus maridos y los maridos, a su vez,
amarán a sus esposas. Los hijos obedecerán a sus padres y los padres no exasperarán
a sus hijos. Los siervos trabajarán diligentemente para sus amos y los amos
responderán tratando a sus trabajadores con justicia.
Una comparación de Colosenses 3.16 con Efesios 5.18 muestra la relación inseparable
entre los dos pasajes, ya que el fruto producido en cada caso es el mismo. Por lo
tanto, podemos ver que obedecer el mandamiento de ser llenos del Espíritu no implica
exageración emocional o encuentros místicos. Resulta de la lectura, la meditación y la
sumisión a la Palabra de Cristo, permitiéndole a las Escrituras que penetran nuestros
corazones y mentes. Dicho de otra manera, estamos llenos del Espíritu Santo cuando
estamos llenos de la Palabra, la cual él inspiró y a la que le dio poder. Cuando ordenamos
nuestros pensamientos según la enseñanza bíblica, aplicando su verdad a nuestra
vida cotidiana, nos ponemos cada vez más bajo el control del Espíritu.
De modo que ser lleno del Espíritu es entregar nuestro corazón a la autoridad
de Cristo, permitiendo que su Palabra domine nuestras actitudes y acciones. Sus
pensamientos se convierten en el objeto de nuestra intercesión, sus normas se convierten
en nuestra búsqueda más excelsa, y su voluntad se convierte en nuestro
mayor deseo. Cuando nos sometemos a la verdad de Dios, el Espíritu nos lleva a
vivir de una manera que honra al Señor.
Por otra parte, al santificar el Espíritu a los santos individualmente mediante el
poder de la Palabra, los fortalece para mostrarse amor unos a otros en el cuerpo de
Cristo como un todo (1 Pedro 1.22–23). De hecho, es en el contexto de la edificación
de los creyentes dentro de la iglesia que las epístolas del Nuevo Testamento hablan de
los dones del Espíritu (cp. 1 Pedro 4.10–11). Significativamente, los dones espirituales
no son la señal de ser lleno del Espíritu Santo. La santificación sí lo es. Cuando los
creyentes son santificados, permaneciendo bajo el control del Espíritu, son adiestrados
para utilizar eficazmente sus dones espirituales con el propósito de servir a los demás.
Siempre que las epístolas del Nuevo Testamento hablan de los dones espirituales,
el énfasis está en mostrarse amor los unos a los otros, nunca en la gratificación
propia o la autopromoción (Romanos 12; 1 Corintios 13). Como Pablo les
dijo a los corintios de manera precisa: «A cada uno le es dada la manifestación del
Espíritu para provecho» de los demás (1 Corintios 12.7). A pesar de que la señal de
los dones espectaculares no continuó más allá de la época fundacional de la iglesia
(un asunto que establecimos en los capítulos 5 al 8), los creyentes hoy están siendo
dotados por el Espíritu Santo con el propósito de edificar el cuerpo de Cristo
mediante los dones de la enseñanza, el liderazgo, la administración y otros. Al
ministrar a los demás, utilizando sus dones para edificar a la iglesia mediante el
poder del Espíritu, los creyentes se convierten en una influencia santificadora en
la vida de sus hermanos en Cristo (Efesios 4.11–13; Hebreos 10.24–25).
Andar en el Espíritu
El Nuevo Testamento describe la vida llena del Espíritu Santo mediante la analogía
de caminar en el Espíritu. Pablo lo expresó de esta manera en Gálatas 5.25: «Si
vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu». Así como caminar
requiere dar un paso a la vez, ser llenos del Espíritu consiste en vivir bajo el control
del Espíritu pensamiento a pensamiento, decisión a decisión. Los que están verdaderamente
llenos del Espíritu dan cada paso con él.
Una encuesta del Nuevo Testamento revela que, como creyentes, se nos manda
a caminar en novedad de vida, pureza, contentamiento, fe, buenas obras, una
manera digna del evangelio, amor, luz, sabiduría, de modo semejante a Cristo y en
la verdad.24 Sin embargo, para tener estas cualidades que caracterizan la forma de
caminar, primero tenemos que caminar en el Espíritu. Él es el que produce el
fruto de justicia en y a través de nosotros.
Tal como Pablo explicó: «Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de
la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra
la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis» (Gálatas
5.16–17). El concepto de andar se refiere al modo normal de vida de una
persona. Aquellos cuyas vidas se caracterizan por andar en la carne demuestran
que aún no son salvos. Por el contrario, los que andan en el Espíritu dan evidencia
de que pertenecen a Cristo.
En Romanos 8.2–4, el apóstol Pablo se refirió a este mismo tema: «Porque
la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y
de la muerte. Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por
la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa
del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese
en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al
Espíritu».
Debido a que el poder del pecado ha sido roto para los creyentes, ellos tienen
la capacidad de cumplir con la ley de Dios mediante el poder del Espíritu Santo.
Los que andan según el Espíritu son capaces de hacer las cosas que agradan a
Dios. El irredento, por el contrario, está enemistado con Dios y dominado por las
obras carnales (cp. vv. 5–9).
El Señor se deleita en la excelencia moral y espiritual de los que le pertenecen
(cp. Tito 2.14). Como Pablo dijo a los efesios: «Porque somos hechura suya, creados
en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para
que anduviésemos en ellas» (Efesios 2.10). Pedro reiteró esta verdad con las
siguientes palabras: «Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros
santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo
soy santo» (1 Pedro 1.15–16; cp. Hebreos 12.14). Después de haber sido regenerados
por la gracia aparte de las obras, los creyentes procuran seguir a Cristo (1 Tesalonicenses
1.6) y el Espíritu Santo les permite precisamente hacerlo. Por lo tanto,
es la profunda alegría de ellos que, mediante el poder del Espíritu, «renunciando a
la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente»
(Tito 2.12).
Por supuesto, esto no significa que los cristianos ya no lucharán más contra el
pecado y la tentación. Aunque hemos sido hechos nuevas criaturas en Cristo
(2 Corintios 5.17), todos los creyentes todavía batallamos contra la carne pecadora,
esa parte aún no redimida de nuestra humanidad caída que nos tienta a pecar.
La carne es el enemigo interno, el remanente del viejo hombre que pelea contra los
deseos piadosos y justos (Romanos 7.23). Ser presa de la carne es entristecer al
Espíritu Santo (Efesios 4.28–31).
Por el contrario, si los creyentes precisan obtener la victoria sobre los deseos
de su carne y crecer en santidad, deben actuar en el poder del Espíritu. Resulta
imperativo vestirse «de toda la armadura de Dios» (Efesios 6.11), incluyendo «la
espada del Espíritu, que es la palabra de Dios» (v. 17), con el fin de defenderse de
los fieros ataques del maligno y mortificar la carne. Como Pablo explica en Romanos
8.13–14: «Si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque
todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios».
La única defensa del creyente contra el asalto constante del pecado es la protección
proporcionada por el Espíritu Santo, quien arma a sus santos con la verdad de
las Escrituras. Por otro lado, el poder individual del creyente para el crecimiento
espiritual está en la obra santificadora del Espíritu, mientras él hace crecer y fortalece
a su pueblo mediante la leche pura de la Palabra (1 Pedro 2.1–3; cp. Efesios 3.16).
Aunque la vida cristiana requiere disciplina espiritual personal (1 Timoteo 4.7), es
vital recordar que no podemos santificarnos a través de nuestros propios esfuerzos
(Gálatas 3.3; Filipenses 2.12–13). Fue el Espíritu Santo quien nos apartó del pecado
en el momento de la salvación (2 Tesalonicenses 2.13). Y a medida que nos sometemos
a su influencia cada día, nos da poder para lograr nuestra victoria sobre la carne.
Por lo tanto, andar en el Espíritu mediante la influencia intrínseca de la Palabra
es cumplir con la capacidad y el potencial supremos de nuestra vida en este
mundo como hijos de Dios.
Ser semejantes a la imagen de Cristo
Si queremos saber cómo es una vida llena del Espíritu, no necesitamos mirar más
allá de nuestro Señor Jesucristo. Él se destaca como el principal ejemplo de alguien
que actuó plena y perfectamente bajo el control del Espíritu.25 Durante el ministerio
terrenal de Jesús, el Espíritu fue su compañero inseparable. En su encarnación,
el Hijo de Dios se despojó voluntariamente, poniendo a un lado el uso independiente
de sus atributos divinos (Filipenses 2.7–8). Él se hizo carne y se sometió por
completo a la voluntad de su Padre y al poder del Espíritu Santo (cp. Juan 4.34).
Como les dijo a los líderes religiosos en Mateo 12.28: «Yo por el Espíritu de Dios
echo fuera los demonios». Sin embargo, ellos negaron la verdadera fuente de su
poder, insistiendo en que en realidad era Satanás el que estaba obrando por medio
de él. En respuesta, el Señor les advirtió que semejante blasfemia tiene consecuencias
eternas: «Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los
hombres; mas la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada» (v. 31). El
Espíritu Santo facultó tan evidentemente cada aspecto del ministerio de Jesús, que
negarlo como la fuente del poder de Cristo era cometer un pecado imperdonable,
muestra de un corazón duro y no arrepentido, lleno de incredulidad.
El Espíritu Santo estuvo activo en el nacimiento virginal, como el ángel
Gabriel le explicó a María: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo
te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será
llamado Hijo de Dios» (Lucas 1.35). El Espíritu estuvo activo en la tentación de
Jesús al llevarlo al desierto (Marcos 1.12) y en la preparación de Jesús para usar la
espada del Espíritu y defenderse de los ataques del diablo (Mateo 4.4, 7, 10). El
Espíritu estuvo activo en el lanzamiento del ministerio público de Jesús (Lucas
4.14), facultándolo para echar fuera demonios y hacer milagros de sanidad
(Hechos 10.38). Al final del ministerio de Jesús, el Espíritu Santo estuvo todavía
en acción, facultando al Cordero perfecto de Dios para soportar la cruz (Hebreos
9.14). Incluso después de la muerte de Cristo, el Espíritu estuvo íntimamente
involucrado en la resurrección de nuestro Señor (Romanos 8.11).
En todo momento, la vida de nuestro Señor estuvo bajo el poder del Espíritu
Santo. Jesucristo fue perfectamente lleno del Espíritu Santo, actuando siempre
bajo el control total del Espíritu. Su vida de obediencia absoluta y perfecta conformidad
a la voluntad del Padre es un testimonio del hecho de que nunca hubo un
tiempo en que no anduviera por el Espíritu. Por lo tanto, el Señor Jesús es el prototipo
perfecto de lo que significa vivir una vida llena del Espíritu: en plena obediencia
y en conformidad completa a la voluntad de Dios.26
¿Es de extrañar, entonces, que el Espíritu Santo trabaje activamente en los
corazones de sus santos para hacerlos semejantes a la imagen de Jesucristo? Para el
Espíritu es un gran deleite dar testimonio del Hijo de Dios (Juan 15.26). El Espíritu
glorifica a Cristo, guiando a las personas hacia él (Juan 16.14) y compeliéndolas
a someterse gozosamente a su señorío (1 Corintios 12.3). Esto es lo que le
interesa al Santo Espíritu, no golpear a las personas, lanzándolas por el suelo,
haciendo cosas sin sentido y provocándoles una agitación emocional. El circo
carismático de confusión no conforma a nadie a la imagen de Cristo, quien refleja
a la perfección la imagen de su Padre (Colosenses 1.15). Por lo tanto, este es un
modelo totalmente falso de la santificación.
Pablo se explayó sobre este aspecto del ministerio enfocado en Cristo del
Espíritu en 2 Corintios 3.18. Allí escribió: «Por tanto, nosotros todos, mirando a
cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de
gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor». Aun cuando
como creyentes somos expuestos a la gloria de Cristo según se revela en su Palabra
—reflejando su vida perfecta de obediencia y descansando en su sacrificio perfecto
por el pecado— el Espíritu nos transforma cada vez más a la imagen de nuestro
Salvador.
La santificación es la obra del Espíritu mediante la cual nos muestra a Cristo,
en su Palabra, y luego progresivamente nos moldea según esa misma imagen. De
modo que, mediante el poder del Espíritu, contemplamos la gloria del Salvador y
nos volvemos más y más como él. El Espíritu Santo no solo les presenta a los creyentes
al Señor Jesucristo en el momento de su salvación, energizando su fe en el
evangelio, sino también continúa revelándoles la gloria de Cristo al iluminar la
Palabra en sus corazones. De este modo, hace que ellos crezcan progresivamente
en la semejanza de Cristo durante toda la vida.
En Romanos 8.28–29, en medio de un profundo discurso de Pablo sobre el
ministerio del Espíritu, el apóstol escribió: «Y sabemos que a los que aman a Dios,
todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son
llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen
hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito [o el
preeminente] entre muchos hermanos». Estos versículos familiares subrayan el
gran propósito de nuestra salvación, que es conformarnos a la imagen de Jesucristo
para que sea eternamente glorificado como el preeminente entre los muchos
que han sido hechos semejantes a él.
Los versículos anteriores en Romanos 8 subrayan el hecho de que el Espíritu
Santo libera a los creyentes del poder de la ley (vv. 2–3), mora en ellos (v. 9), los
santifica (vv. 12–13), los adopta en la familia de Dios (vv. 14–16), los ayuda en sus
debilidades (v. 26) e intercede en su favor (v. 27). El propósito de todo esto es
hacernos semejantes a la imagen de Jesucristo. Esta semejanza solo se realizará
plenamente en la vida venidera (Filipenses 3.21; 1 Juan 3.2). Sin embargo, en este
lado del cielo, el Espíritu nos ayuda a crecer en la semejanza de Cristo, llegando a
ser más y más como el Señor al que amamos (cp. Gálatas 4.19). Por lo tanto, para
los que se preguntan si están en realidad llenos del Espíritu Santo, la pregunta
correcta no es: «¿He tenido una experiencia de éxtasis?», sino: «¿Estoy volviéndome
cada vez más como Cristo?».
En todo esto, el propósito de Dios es hacer que los creyentes sean como su
Hijo a fin de crear una gran multitud de la humanidad redimida y glorificada
sobre la cual el Señor Jesucristo reinará con preeminencia eterna. Para siempre, los
redimidos glorificarán al Salvador a cuya semejanza han sido hechos. Para siempre,
se unirán a los ángeles en el cielo y exclamarán:
"El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las riquezas, la sabiduría,
la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza. Y a todo lo creado que está
en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas
que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la
alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos". (Apocalipsis
5.12–13)
La obra santificadora del Espíritu
En el Nuevo Testamento queda claro que ser un cristiano «lleno del Espíritu» no
tiene nada que ver con hablar galimatías sin sentido, caerse al suelo en un trance
hipnótico, o cualquier otro encuentro místico de supuesto poder extático. Más
bien, se relaciona con la sumisión de nuestros corazones y mentes a la Palabra de
Cristo, andando en el Espíritu y no en la carne, y creciendo día a día en amor y
afecto por el Señor Jesús en el servicio de todo su cuerpo, que es la iglesia.
En verdad, la vida cristiana en toda su plenitud es una vida que desea ser
vivida en el poder del Espíritu Santo. Él debe ser la influencia dominante en nuestros
corazones y vidas. Solo él nos capacita para vivir victoriosamente sobre el
pecado, satisfacer las justas demandas de la ley y agradar a nuestro Padre celestial.
Es el Espíritu Santo el que nos lleva a una mayor intimidad con Dios. Él ilumina
las Escrituras, glorifica a Cristo en nosotros y para nosotros, nos guía a la voluntad
de Dios, nos fortalece y también nos ministra por medio de otros creyentes. El
Espíritu intercede por nosotros constantemente y sin cesar delante del Padre, de
acuerdo siempre con la perfecta voluntad de Dios. Y hace todo esto para conformarnos
a la imagen de nuestro Señor y Salvador, lo que garantiza que un día
seremos totalmente perfeccionados cuando veamos a Cristo cara a cara.
En lugar de estar irremediablemente distraídos por las falsificaciones carismáticas,
los creyentes necesitan redescubrir el verdadero ministerio del Espíritu Santo,
el cual es activar su poder en nosotros mediante su Palabra, a fin de que en
realidad podamos vencer el pecado para gloria de Cristo, bendición de su iglesia y
beneficio de los perdidos.