Un Llamado de Dios a la Pureza Sexual - Sección 2
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III. La Realidad de la Caída y su Impacto en la Sexualidad (30 Minutos)
En los puntos anteriores, exploramos con detalle la naturaleza de la sexualidad humana y su propósito original, y también consideramos cómo la Caída ha afectado nuestra comprensión y experiencia de la sexualidad.
Ahora, adentrémonos en la realidad de la caída y su impacto en la sexualidad, a través de las palabras de Jesús en Mateo 15:16-20. En este pasaje, Jesús aborda la cuestión de la moralidad y nos revela que los problemas morales no se originan en las circunstancias externas o en las influencias externas, sino que tienen su raíz en el corazón humano. Jesús enseña que lo que sale de nuestro corazón es lo que contamina nuestra vida y nos separa de Dios.
Las palabras de Jesús son reveladoras, nos muestran cómo, desde el mismo momento en que Adán y Eva pecaron contra Dios, trataron de transferir su culpa a las circunstancias o a otros:
Y oyeron al Señor Dios que se paseaba en el huerto al fresco del día. Entonces el hombre y su mujer se escondieron de la presencia del Señor Dios entre los árboles del huerto. Pero el Señor Dios llamó al hombre y le dijo: «¿Dónde estás?». Y él respondió: «Te oí en el huerto, tuve miedo porque estaba desnudo, y me escondí» «¿Quién te ha hecho saber que estabas desnudo?», le preguntó Dios. «¿Has comido del árbol del cual Yo te mandé que no comieras?» El hombre respondió: «La mujer que Tú me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí»
Esta tendencia se repite en nuestra vida diaria cuando justificamos nuestros actos inmorales atribuyéndolos a la seducción de otros o a las tentaciones del entorno. Por lo general en cada consejería que damos, las personas dirán, después de ceder a algún tipo de inmoralidad sexual: "Él o ella me engañó, a pesar de saber que estaban casados", "No me respetó y me sedujo, era imposible resistir con tantas tentaciones a las que he estado expuesto/a", "Es que la ciudad en la que vivo está llena de muchas provocaciones".
Pero Jesus advierte que el problema subyace en el corazón. La inmoralidad sexual y los problemas relacionados no son causados por presiones culturales o tentaciones externas, sino por lo que ya está arraigado en nuestros corazones. Nuestros conflictos sexuales revelan la condición necesitada y oscura de nuestros corazones caídos. El problema no está fuera de nosotros, sino dentro de nosotros.
Si deseamos experimentar un verdadero cambio en nuestra vida y en nuestra sexualidad, debemos abordar el problema en su raíz: nuestro corazón egocéntrico y separado de Dios.
Es por causa de nuestro corazón engañoso que llegamos a egocéntricos y centrados en nosotros mismos. Estamos obsesionados con nuestras propias necesidades y deseos, buscamos imponer nuestras propias reglas y vivir según nuestra propia definición de placer y felicidad. En lugar de vivir una vida vertical, enfocada en Dios y en los demás, nos hemos vuelto horizontales, viviendo para el aquí y ahora, sin considerar las consecuencias de nuestras acciones.
Esta mentalidad egocéntrica y autónoma arraigada en el corazón se refleja especialmente en nuestra sexualidad. Nos hemos convencido de que nuestros cuerpos nos pertenecen y que tenemos derecho a utilizarlos como queramos para buscar nuestro propio placer. Vemos a los demás como medios para alcanzar nuestra propia felicidad y satisfacción, en lugar de valorar su dignidad y tratarlos con respeto y amor.
Nuestro corazón esta lleno de concupiscencia, un deseo desordenado y esta plagado de egoísmo que afecta nuestra comprensión de la sexualidad. En lugar de verla como una expresión de amor y unidad, tendemos a utilizarla para la satisfacción personal y el placer sin tener en cuenta el bienestar del otro.
Además, nuestro corazón es tan engañoso que llamamos amor a la cosificación de los demás, convirtiendo a las personas en meros objetos de deseo en lugar de seres humanos con dignidad y valor intrínsecos.
Nuestro corazón puede pretender que todo esta bien y que esta disfrutando la vida, cuando en realidad esta vacío, experimentando la conciencia de la desnudez y la vergüenza, siendo esclavo de la concupiscencia y las tentaciones sexuales. Estos desafíos internos generan culpa, confusión y dolor, crean barreras en nuestras relaciones y dificultan la vivencia plena y saludable de la sexualidad.
En resumen, es crucial reconocer que el problema de la inmoralidad sexual no radica en las circunstancias externas o en las influencias culturales, sino en el corazón humano. Nuestros corazones caídos y egocéntricos son la fuente de los conflictos y desorden en nuestra sexualidad.
Si queremos un cambio en nuestra vida o si deseamos ser instrumentos de cambio en la vida de otros, debemos tratar el problema de la inmoralidad sexual de raíz es decir, debemos conocer con profundidad lo que es el corazón en su estado caído y redimido, debemos saber con lo que estamos lidiando.
La Biblia hace referencia al corazón como el asiento de nuestras emociones, motivación, voluntad, pensamiento y deseo. Es el motor que impulsa nuestra persona y determina nuestras acciones.
Todo lo que hacemos, lo hacemos por lo que hay en nuestro corazón. Las circunstancias, las personas y los lugares no son la causa de nuestras acciones, sino que es nuestro corazón el que las provoca. Esta es la realidad que la Biblia nos presenta: el corazón es el centro de control que siempre está siempre esta funcionando bajo dominio de algo o alguien.
El corazón es también el centro de adoración. Siempre está bajo la influencia de algo, y existen dos opciones: el control puede estar en manos de la criatura o del Creador. No hay nada malo en experimentar placer o disfrutar de la comodidad, pero se vuelve peligroso cuando el corazón comienza a ser gobernado por esas cosas. El problema no radica en tener deseos, sino en permitir que esos deseos nos controlen. Cuando los placeres sexuales ejercen más control sobre nuestro corazón que la voluntad de Dios, hemos traspasado los límites y nuestro cuerpo pronto lo seguirá.
Lo que controla nuestro corazón dirige nuestra conducta. Como Jesús dijo:
»Ustedes han oído que se dijo: “No cometerás adulterio”. »Pero Yo les digo que todo el que mire a una mujer para codiciarla ya cometió adulterio con ella en su corazón.
Nuestra conducta está conectada a los pensamientos y deseos de nuestro corazón. Las situaciones y las personas pueden ser la ocasión o el lugar donde actuamos, pero nunca son la causa.
Siempre es el pecado del pensamiento y del deseo de nuestro corazón lo que nos enreda en el mal que hay en el mundo en el que vivimos. Nuestro problema radica en nuestro trastorno egocéntrico y en la adicción al placer que llevamos dentro, lo cual nos convierte en presa fácil de las dificultades en las que vivimos.
Por eso, el simple hecho de estar en un monasterio no garantiza una vida pura.
Nuestro corazón, en este lado de la eternidad, siempre será susceptible. Nadie tiene un corazón puro. Por el poder de la cruz, somos considerados sin pecado, pero seguimos pecando. Aunque la gracia santificadora de Dios está erradicando el pecado en nosotros, este aún permanece.
Más engañoso que todo es el corazón, Y sin remedio; ¿Quién lo comprenderá?
Todos tenemos deseos e pensamientos impuros. No es necesario hacer una encuesta para identificar que todos luchamos con la inmoralidad sexual.
Hay áreas en las que todavía deseamos lo que no debemos desear. Nuestro corazón es tan engañoso que a menudo somos ciegos ante la verdadera condición de nuestros corazones. Pensamos que vemos cuando, en realidad, no lo hacemos. Nos sentimos bien con lo que está mal y creemos que no tenemos un problema. Constantemente estamos expuestos a peligros sexuales antes de que nuestros ojos los vean y nuestros corazones los admitan.
Es crucial ser honestos y confrontar la realidad de nuestra condición y lucha con la inmoralidad sexual. No podemos negar la centralidad de nuestro corazón en cada decisión y acción que tomamos, ni minimizar la presencia de impureza en nosotros. Al hacerlo, nos ponemos en peligro y limitamos nuestra capacidad de experimentar victorias sobre este pecado.
En la biblia tenemos un ejemplo triste de un hombre que era considerado conforme al corazón de Dios.
1º Samuel 13:14 (NBLA)
»..... El Señor ha buscado para sí un hombre conforme a Su corazón, y el Señor lo ha designado como príncipe sobre Su pueblo porque tú no guardaste lo que el Señor te ordenó».
»Cuando lo quitó, les levantó por rey a David, del cual Dios también testificó y dijo: “He hallado a David, hijo de Isaí, un hombre conforme a Mi corazón, que hará toda Mi voluntad”.
David fue ingenuo al no no considerar el alcance de su corazón engañoso, en lugar de ocuparse en servir a Dios, cedió a los deseos de su corazón, primero quedando en casa cuando los reyes salieron a la guerra:
Aconteció que en la primavera, en el tiempo cuando los reyes salen a la batalla, David envió a Joab y con él a sus siervos y a todo Israel, y destruyeron a los amonitas y sitiaron a Rabá. Pero David permaneció en Jerusalén.
Nos conocemos sus motivaciones, pero David estaba donde no debía, eligió servir a sus deseos y abdicar a su compromiso de servir a Dios. Pronto se deslizo a aun más cediendo a su deseo sexual tomando para si una mujer casada.
Al atardecer David se levantó de su lecho y se paseaba por el terrado de la casa del rey, y desde el terrado vio a una mujer que se estaba bañando; y la mujer era de aspecto muy hermoso. David mandó a preguntar acerca de aquella mujer. Y alguien dijo: «¿No es esta Betsabé, hija de Eliam, mujer de Urías el hitita?». David envió mensajeros y la tomaron; y cuando ella vino a él, él durmió con ella. Después que ella se purificó de su inmundicia, regresó a su casa.
Finalmente David para ocultar su pecado, cometió homicidio:
A la mañana siguiente, David escribió una carta a Joab, y la envió por mano de Urías. En la carta había escrito: «Pongan a Urías al frente de la batalla más reñida y retírense de él, para que sea herido y muera».
Es importante reconocer que, mientras estemos en esta vida terrenal, aún no experimentamos la plena glorificación. Sin embargo, eso no significa que no haya esperanza ni posibilidad de tener victorias sobre la inmoralidad sexual.
La Biblia nos exhorta:
Pero el que se une al Señor, es un espíritu con Él. Huyan de la fornicación. Todos los demás pecados que un hombre comete están fuera del cuerpo, pero el fornicario peca contra su propio cuerpo. ¿O no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que está en ustedes, el cual tienen de Dios, y que ustedes no se pertenecen a sí mismos? Porque han sido comprados por un precio. Por tanto, glorifiquen a Dios en su cuerpo y en su espíritu, los cuales son de Dios.
Noten que hay que huir y a entregar nuestros cuerpos al servicio del Señor.
¿Que pasa si alguien no ha huido y como David ya se ha entregado al deseo de su corazón en lugar de servir a Dios?
Enfrentar nuestra idolatría y confesar nuestro pecado son los primeros pasos para comenzar el proceso de cambio, esto en resumen es Arrepentimiento.
Un genuino arrepentimeinto implica dejar de culpar a otros por lo que ya está en nuestro corazón y asumir la responsabilidad personal. Pero hablaremos mas de esto en nuestra siguiente clase tomando como ejemplo el arrepentimeinto de David en el Salmo 51
....... Clase 2
....... Clase 2
En nuestra clase anterior, exploramos la realidad de la caída y cómo el corazón humano puede ser engañoso en el ámbito de la sexualidad. Vimos cómo el pecado distorsiona nuestra percepción y nos impulsa hacia caminos de inmoralidad sexual. Sin embargo, no podemos quedarnos atrapados en el engaño, sino que debemos buscar la restauración y el arrepentimiento genuino.
El arrepentimiento verdadero es fundamental en todo proceso de consejería y restauración cuando alguien ha caído en inmoralidad sexual. Es el primer paso para iniciar una relación vital con Dios y experimentar la transformación que Él desea para nosotros. La Escritura nos dice que hay gozo en el cielo cuando un pecador se arrepiente (Lucas 15:7), y Jesús mismo nos llamó al arrepentimiento al inicio de su ministerio (Marcos 1:15).
Pero, ¿qué es realmente el arrepentimiento? ¿Cómo distinguimos el arrepentimiento verdadero del mero remordimiento mundano? Y como consejeros bíblicos, ¿cómo podemos discernir si una persona está verdaderamente arrepentida? Estas preguntas son vitales para el proceso de restauración y crecimiento espiritual.
Para responder a estas interrogantes, examinaremos el Salmo 51, un salmo penitencial que nos ofrece un ejemplo inspirado por Dios de una persona arrepentida. A través de esta porción de la Escritura, obtendremos una definición exegética del verdadero arrepentimiento y descubriremos cómo podemos aplicarlo en nuestras vidas.
Es importante reconocer que el arrepentimiento genuino implica confrontar la realidad de nuestro pecado sexual y reconocer su impacto destructivo en nuestra vida y en nuestras relaciones. El engaño del corazón puede llevarnos a racionalizar, justificar o minimizar nuestro pecado, impidiendo así un arrepentimiento verdadero. Pero al enfrentar la verdad, podemos romper ese ciclo de engaño y comenzar un camino de sanidad y restauración.
Por lo tanto, los invito a reflexionar sobre sus propios corazones y evaluar si han experimentado un verdadero arrepentimiento en el área de la sexualidad. ¿Han confrontado la realidad de su pecado? ¿Han reconocido su necesidad de cambio y restauración? Si no es así, este es el momento de buscar el arrepentimiento genuino y permitir que Dios transforme nuestras vidas.
Durante esta clase, exploraremos los pasos prácticos hacia el arrepentimiento y la restauración, y brindaremos recursos adicionales para aquellos que deseen profundizar en su proceso de arrepentimiento y encontrar apoyo pastoral.
Recordemos que el arrepentimiento no es solo un evento aislado, sino un estilo de vida para todo creyente. Al abrazar el verdadero arrepentimiento, abrimos las puertas a la restauración, a la libertad y a una relación íntima con Dios.
¿Qué es el arrepentimiento?
¿Qué es el arrepentimiento?
El contexto del Sal. 51 lo tenemos en su título: “Salmo de David, cuando después que se llegó a Betsabé, vino a él Natán el profeta”,
David, como vimos anteriormente, había cometido deliberadamente dos pecados graves: adulterio y asesinato. Estos pecados no podían ser restituidos según la ley de Moisés, y David sabía que merecía la muerte. No había nada que pudiera hacer para aplacar la ira de Dios en su contra.
Sin embargo, David escribe este salmo como una confesión pública, para enseñar al pueblo de Dios cómo un pecador puede recibir el perdón divino a través del arrepentimiento.
Aprendemos de David cómo el arrepentimiento transforma por completo la vida de un pecador culpable. Abre las ventanas de los cielos para recibir la gracia inmerecida de Dios, su misericordia infinita y sus innumerables bendiciones:
»Rasguen su corazón y no sus vestidos». Vuelvan ahora al Señor su Dios, Porque Él es compasivo y clemente, Lento para la ira, abundante en misericordia, Y se arrepiente de infligir el mal.
El arrepentimiento se convierte en la puerta que nos lleva a disfrutar de Dios y gozar de Él para siempre.
En el Salmo 51, podemos identificar seis partes que nos brindan un retrato de un hombre arrepentido:
Un hombre arrepentido experimenta una profunda aflicción por haber ofendido a Dios (versículos 1-2).Hace una sincera confesión de su pecado (versículos 3-6).Siente una intensa repulsión por su pecado (versículos 7-9).Anhela una completa renovación de su corazón (versículos 10-12).Experimenta una nueva devoción por Dios (versículo 13).Está dispuesto a hacer restitución (versículos 18-19).
Estos son los frutos del verdadero arrepentimiento: aflicción, confesión, repulsión, renovación, devoción y restitución. En el siguiente análisis, profundizaremos en cada uno de ellos, examinando cómo se manifiestan en la vida de David y cómo podemos aplicarlos en nuestra propia búsqueda de restauración y reconciliación con Dios.
1. Aflicción (vv. 1-2)
1. Aflicción (vv. 1-2)
En el Salmo 51, David comienza expresando una profunda aflicción y desesperación, rogando a Dios que le muestre compasión y misericordia. Utiliza el sustantivo 'ḥésed', que abarca conceptos como solidaridad, amor, bondad, lealtad, compromiso y buenas acciones.
Este término se utiliza frecuentemente para describir el amor inagotable de Dios, un amor que está relacionado con su fidelidad al pacto. La misericordia se convierte en la única base para que un pecador pueda acercarse a Dios.
No podemos acercarnos a Dios basándonos en nuestra propia justicia, ya que ninguno de nosotros podría permanecer de pie ante Él (Salmo 130:2). La única razón por la cual un pecador puede acudir a Dios es a través de su misericordia.
¿Cómo puede un pecador estar seguro de que puede ser recibido por Dios basándose en su misericordia? La respuesta se encuentra en la revelación que Dios hizo a Moisés cuando este le pidió ver su gloria. Dios dijo: 'Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti; y tendré misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para con el que seré clemente' (Éxodo 33:19, RVR60).
Así que David, como un pecador afligido por haber ofendido a Dios, sabe que puede acercarse a Él sobre la base de su misericordia.
En los salmos, el sustantivo 'misericordia' se acompaña de palabras como:
Abundante (Sal. 5:7 – Sal. 69:13)
Maravillosa (Sal. 17:7)
Perpetua (Sal. 25.6)
Preciosa (Sal. 36.7)
Grande (Sal. 86:13)
Continua (Sal. 52.1)
Antiguas (Sal. 89:49)
Son para siempre (Sal. 100:5 – Sal. 118 – Sal. 136)
Son mejor que la vida (Sal. 63:3)
Por esta misericordia Dios es digno de alabanza (Sal. 107)
Es más grande que los cielo (Sal. 108:4)
Es buena (Sal. 109.21)
Es consoladora (Sal. 119:76)
Es vivificante (Sal. 119:88)
David, consciente de la multitud de misericordia que Dios tiene para ofrecerle. Pero también David esta afligido, no por las consecuencias de su pecado como lo estuvo Esaú al perder su primogenitura (Gn. 27:30-46), o como Saúl que temía perder su honra ante el pueblo por su Rebelión (1 S. 15:24-31), la aflicción de David esta centrada en Dios, lo cual es una marca del verdadero arrepentimiento: una aflicción por haber ofendido al Señor.
En el Salmo 51, David utiliza algunas palabras notables para describir su condición pecaminosa:
En primer lugar, se considera extremadamente manchado y pide ser limpiado por completo.
En segundo lugar, utiliza el sustantivo 'ʿā∙wōn' traducida como Maldad, para reconocer su culpabilidad y responsabilidad por el mal cometido.
En tercer lugar, describe su pecado como una transgresión o rebelión contra Dios, él ha traspasado los límites de la ley moral establecida por Aquel que gobierna el universo. David se ve a si mismo como alguien perverso, al usar la palabra maldad (עָוֹן) esta diciendo que su corrupción es profunda, incluso desde su nacimiento.
Al utilizar la palabra "pecado", David reconoce que no ha alcanzado el propósito principal del hombre, que es glorificar a Dios y disfrutar de su comunión.
En resumen, David experimenta aflicción y angustia por haber fracasado y deshonrado a Dios. Con base en su conocimiento del carácter de Dios, se acerca clamando por su abundante misericordia. Esta es la primera característica del verdadero arrepentimiento.
2. Confesión
En la confesión de David, encontramos tres declaraciones contundentes que demuestran su genuino arrepentimiento.
En primer lugar, reconoce su rebelión en el Vs.3 y es específico al expresar ante Dios lo que hizo, tal como se indica en el título del salmo.
Es importante destacar que, aunque David ofendió a Urías, a Betsabé y al pueblo de Israel, reconoce que su pecado es principalmente una ofensa contra Dios. Mientras uno puede ofender al prójimo o cometer delitos contra las leyes del estado, el pecado se comete únicamente contra Dios. David comprende que ha actuado mal ante los ojos de Dios y reconoce la justicia de Dios al condenar sus acciones, como lo manifestó al profeta Natán
2º Samuel 12:13 (NBLA)
Entonces David dijo a Natán: «He pecado contra el Señor».
Por lo tanto, en su confesión, David asume plena responsabilidad por su pecado y reconoce también su naturaleza corrupta, el no se justifica por lo que hizo.
A través de su confesión, David comprende la necesidad de pureza interior para vivir una vida recta. Reconoce que Dios valora la verdad en lo más profundo del ser y anhela una renovación radical en su corazón para vivir sabiamente.
En resumen, David reconoce su pecado y comprende que necesita más que un simple cambio de conducta; requiere una transformación del corazón.
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3. Repulsión (vv.7-9)
3. Repulsión (vv.7-9)
Hemos visto que el arrepentimiento genuino implica reconocer la necesidad del perdón de Dios y anhelar un corazón puro que piense y crea lo que es correcto.
La primera mitad del salmo aborda la necesidad del perdón (vv. 1-10), mientras que la segunda mitad se centra en la necesidad de pureza de corazón (vv. 10-12). Esta es la esencia de la confesión de un pecador arrepentido.
Ahora estamos listos para considerar el tercer fruto del arrepentimiento, La Repulsión (7-9)
En estos versículos, David clama a Dios para que lo "purifique con hisopo y lo lave" (v. 7), y ruega a Dios que "borre todas sus maldades" (v. 9). Estos verbos también se repiten en los versículos 1-2.
David desea ser completamente purificado y no quiere retener ni una mancha. Siente repulsión por aquello que ha ofendido a Dios. Esto nos recuerda la promesa de Dios para Israel en Isaías: "Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana" (Isaías 1.18, RVR60).
Una ilustración que nos brinda Montgomery Boice nos ayuda a comprender esta idea. Menciona que en los antiguos manuscritos bíblicos, que eran trozos de papiro, en ocasiones se borraba el texto antiguo porque ya no era necesario y se escribían nuevas palabras en su lugar. Esto es lo que David deseaba y lo que todos necesitamos desesperadamente. Los libros de nuestras vidas han sido escritos con muchos pecados, los cuales son una terrible acusación contra nosotros. A menos que se haga algo, se leerán en nuestra contra en el último día. Sin embargo, Dios puede y hará algo al respecto si se lo pedimos. Dios borrará la escritura antigua, volteará la página y escribirá sobre la superficie recién preparada el mensaje de su compasión eterna a través de la obra de Jesucristo.
Esta es una gran esperanza para alguien que siente repulsión por su maldad. Cuando David utiliza la palabra "hisopo", está pensando en la planta que se usaba para rociar la sangre de los sacrificios. Moisés la utilizó para rociar a Israel en Éxodo 12:22, y también se usaba para purificar a las personas que se contaminaban ceremonialmente, como leemos en Levítico 14:4-6 y Números 19:18.
Ser limpio con hisopo era sinónimo de ser purificado con sangre, como se menciona en Hebreos 9:19-22. Los creyentes del Antiguo Testamento sabían que podían obtener misericordia cuando pecaban, basándose en un sacrificio que anticipaba el sacrificio del Hijo de Dios. Solo de esta manera Dios sigue siendo justo y al mismo tiempo misericordioso, imputando los cargos que merece el pecador a la cuenta de su Hijo e imputando la justicia de su Hijo al pecador penitente.
Este amor y promesa de gracia tan extraordinarios deben despertar en nosotros una mayor repulsión por todo aquello que ofende a Dios.
Es importante entender que la repulsión no se trata simplemente de un sentimiento de aversión o disgusto superficial hacia el pecado. Se trata de un rechazo profundo y sincero hacia todo lo que va en contra de la voluntad de Dios. Cuando experimentamos verdadero arrepentimiento, nos damos cuenta de la gravedad de nuestros pecados y deseamos apartarnos de ellos por completo.
La repulsión es un reflejo de nuestro anhelo de vivir una vida que sea agradable a los ojos de Dios. Nos despojamos de nuestras antiguas maneras de vivir y nos esforzamos por seguir los caminos de justicia y santidad. Sentimos un profundo deseo de evitar cualquier cosa que pueda deshonrar a Dios y entristecer su Espíritu.
La promesa de Dios de borrar nuestras maldades y lavarnos completamente nos brinda la esperanza de una nueva vida en Cristo. Nos permite dejar atrás nuestro pasado pecaminoso y caminar en la libertad y la pureza que solo se encuentran en Él. La repulsión por el pecado es un indicador de nuestra transformación interior y de nuestro compromiso de seguir a Dios en todos los aspectos de nuestra vida.
Es importante recordar que la repulsión no es un acto de autosuficiencia o autodisciplina. No podemos purificarnos a nosotros mismos por nuestra propia voluntad o esfuerzo. Es solo a través del sacrificio de Jesucristo en la cruz que podemos obtener verdadera purificación y salvación. Es por su gracia y misericordia que somos capacitados para experimentar un verdadero cambio de corazón y vivir una vida de santidad.
Por lo tanto, dejemos que la repulsión por el pecado sea un recordatorio constante de nuestra dependencia de Dios y de su gracia. A medida que buscamos su perdón y su poder transformador, caminemos en obediencia y consagración, evitando todo lo que nos aleje de su amor y su propósito para nuestras vidas.
Que nuestra repulsión por el pecado sea una señal de nuestro amor y devoción a Dios, y que nos impulse a buscar cada vez más su voluntad y a vivir de acuerdo con ella.
4. Renovación (vv. 10-12)
4. Renovación (vv. 10-12)
Hasta ahora hemos visto que los frutos del verdadero arrepentimiento son: aflicción, confesión, repulsión y renovación. El cuarto fruto, la renovación, surge del deseo de un pecador penitente de ser completamente transformado. David, al reconocer su corrupción radical, clama a Dios por un corazón puro y anhela una renovación interna.
Un verdadero arrepentimiento va más allá del perdón de Dios y de un cambio externo de conducta. El pecador arrepentido no desea volver a pecar y busca a Dios con la misma actitud que David en estos versículos.
David pide a Dios que cree en él un corazón puro, utilizando el verbo "crear" que también se emplea en Génesis 1 para la creación de los cielos y la tierra.
Esto muestra que David está pidiendo un milagro divino, ya que no puede vivir en su propia fuerza para glorificar a Dios. Reconoce su debilidad y la necesidad del poder de Dios para otorgarle una justicia que él no posee.
El estaría de acuerdo con Pablo cuando dijo: “Y yo sé que, en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien esté en mí, pero no el hacerlo.” (Romanos 7.18, RVR60), él necesitaba del mismo poder que obró en la creación para que le otorgará una justicia que no tenía.
En nuestra vida, el Espíritu Santo no solo nos regenera imputándonos la justicia de Cristo, sino que también nos santifica y renueva a su imagen, tal como se promete en Ezequiel 36:25-27
’Entonces los rociaré con agua limpia y quedarán limpios; de todas sus inmundicias y de todos sus ídolos los limpiaré. ’Además, les daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de ustedes; quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. ’Pondré dentro de ustedes Mi espíritu y haré que anden en Mis estatutos, y que cumplan cuidadosamente Mis ordenanzas.
David también ruega a Dios que no lo aparte de su presencia, reconociendo que sin Dios no puede hacer nada. Su deseo es que Dios lo sostenga en su espíritu renovado por medio del Espíritu noble. David no teme perder su salvación o su reinado, sino que reconoce su incapacidad para vivir una vida santa sin el poder de Dios. Esto refleja el clamor de alguien que comprende profundamente su debilidad, la fuerza de la tentación y su necesidad de la ayuda divina.
Además, David ruega a Dios que le restaure el gozo de su salvación. Aunque ya era un hombre salvo, había perdido el gozo debido al pecado. El pecado interrumpe nuestra comunión con Dios y afecta nuestras oraciones. Por lo tanto, un pecador arrepentido anhela un corazón renovado que rebosa de gozo al experimentar nuevamente la dulce comunión con Dios. Este es el deseo genuino de alguien que se arrepiente sinceramente.
5. Devoción (vv.13-17)
5. Devoción (vv.13-17)
El quinto fruto evidente del verdadero arrepentimiento es la devoción. Una vez que un pecador ha sido restaurado, surge en él un renovado deseo de servir al Señor en medio de su pueblo. El amor, la gracia y la misericordia de Dios conmueven su alma, y desea compartir esas mismas gracias con los demás:
»Sanen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos, expulsen demonios; de gracia recibieron, den de gracia.
En los versículos del 13 al 17, David se compromete a enseñar lo que ha aprendido sobre el pecado y el perdón a otros pecadores, para que también puedan confesar su pecado y volverse a Dios. De hecho, este salmo es el resultado de ese compromiso.
Hay dos cosas que David dice que enseñará a otros:
Los caminos de Dios (v. 13)
Su justicia (v. 14).
Los caminos de Dios se refieren a cómo Él trata a los pecadores. En las Escrituras, vemos una y otra vez que Dios aflige a los pecadores en su pecado para que se acerquen a Él:
Bueno es para mí ser afligido, Para que aprenda Tus estatutos.
Una vez que se acercan a Él humillados, Él los considera justos en base a los sacrificios que apuntan a la obra expiatoria de Cristo:
¡Cuán bienaventurado es aquel cuya transgresión es perdonada, Cuyo pecado es cubierto! ¡Cuán bienaventurado es el hombre a quien el Señor no culpa de iniquidad, Y en cuyo espíritu no hay engaño!
David quiere enseñar esto al pueblo de Dios para que, cuando pequen, se conviertan al Señor.
La justicia de Dios que David desea enseñar no se refiere tanto a la justicia punitiva del Señor como juez, sino más bien a la justicia que promete imputar a aquellos que confían en su provisión:
Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad.
Dios siempre es justo al perdonar a aquellos que se acercan a Él mediante la fe, sobre la base de la expiación de Cristo representada en los sacrificios.
David no solo desea enseñar acerca de los caminos y la justicia de Dios, sino que también anhela alabar a Dios de manera agradable (vv. 15-17). Él desea acercarse a Dios con un espíritu quebrantado, un corazón contrito y humillado, dispuesto a someterse voluntariamente a su señorío en todas las áreas de su vida.
En resumen, una persona verdaderamente arrepentida siente aflicción por haber ofendido a Dios, confiesa su pecado sin justificarlo, siente repulsión por su maldad, desea una renovación de corazón, y manifiesta una devoción renovada por Dios a través del servicio a su pueblo y una vida que lucha, en el poder del Espíritu de Dios, por mantenerse en obediencia. En la próxima clase veremos el último de los fruto de un genuino arrepentimiento.
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6. Restitución (18-19)
El sexto fruto del genuino arrepentimiento que nos enseña David en el Salmo 51 es la restitución.
En los versículos 18-19, notamos el deseo de David de hacer restitución. En el Antiguo Testamento, los fracasos morales de los reyes de Israel afectaban a todo el pueblo. Esto revelaba la solidaridad que existía entre el pueblo y su líder. Pablo expone esta dinámica al decir:
Por tanto, tal como el pecado entró en el mundo por medio de un hombre, y por medio del pecado la muerte, así también la muerte se extendió a todos los hombres, porque todos pecaron.
De manera que en el A.T. cuando un rey se desviaba, todo el pueblo sufría. Esto planteaba la necesidad de un Rey santo que no tuviera relación con Adán, y este Rey lo encontramos en Jesucristo. Pablo continúa diciendo:
Así pues, tal como por una transgresión resultó la condenación de todos los hombres, así también por un acto de justicia resultó la justificación de vida para todos los hombres.
Una vez que entendemos esta dinámica de representación federal, podemos comprender mejor el deseo de David de restituir. Su caída moral había expuesto al pueblo de Israel a una posible disciplina, y David ruega a Dios que, en su gracia, prospere la ciudad y edifique los muros de Jerusalén. De esta manera, la gente piadosa podría adorar a Dios sin amenazas. Los muros de Jerusalén fueron completados durante el reinado de Salomón (1 Reyes 3:1), lo que indica que Dios respondió al clamor del rey y permitió que esta importante obra continuara sin obstáculos hasta su finalización.
De David aprendemos que una persona genuinamente arrepentida no solo se preocupa por el perdón de Dios y la restauración de su relación con Él, sino que también busca bendecir a las personas que han sido afectadas por su pecado. Nuestros pecados siempre lastiman a alguien, deshonran el nombre del Señor:
Porque tal como está escrito: «El nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de ustedes».
Pero además traen deshonra al cuerpo de Cristo. Por lo tanto, una persona arrepentida buscará a aquellos a quienes ha agraviado, rogando su perdón y buscando formas de restituir, como lo hizo Zaqueo en
Pero Zaqueo, puesto en pie, dijo a Jesús: «Señor, la mitad de mis bienes daré a los pobres, y si en algo he defraudado a alguien, se lo restituiré cuadruplicado»
Antes de llegar a mi conclusión, quiero resaltar que he mencionado que el Salmo 51 nos muestra los frutos de una persona verdaderamente arrepentida. En el Nuevo Testamento, aprendemos que el arrepentimiento es una gracia que se nos concede debido a nuestra unión con Cristo. Pablo nos dice:
Debe reprender tiernamente a los que se oponen, por si acaso Dios les da el arrepentimiento que conduce al pleno conocimiento de la verdad, y volviendo en sí, escapen del lazo del diablo, habiendo estado cautivos de él para hacer su voluntad.
En este pasaje, Pablo utiliza la palabra griega "metanoia", que implica una conversión o un cambio completo y radical en una persona, el cual solo Dios concede. Sobre esta palabra, Sinclair Ferguson dice: "El verdadero arrepentimiento (metanoia) es el regreso a Dios, con el cual comienza la vida cristiana, y con el cual continúa y termina. El arrepentimiento es el hijo pródigo que vuelve del país lejano a su Padre, para servirle y recibir su abrazo. Este arrepentimiento, no obstante, es más que una lamentación. Es un cambio de dirección".
Por lo tanto, el arrepentimiento es una gracia que Dios concede al unirnos a Cristo a través de su Espíritu (Zacarías 2:10) y por medio de su palabra (Hechos 11:18, 20-21). Esta gracia se extiende a lo largo de nuestra vida como una dinámica constante mientras permanezcamos en este mundo caído. Los frutos del arrepentimiento son todos aquellos que hemos visto en el Salmo 51, es decir, la aflicción, la confesión, la repulsión, la renovación, la devoción y la restitución.
En conclusión, el Salmo 51 nos presenta el retrato de un hombre genuinamente arrepentido. Este salmo nos muestra que el verdadero arrepentimiento implica una profunda aflicción por haber ofendido a Dios, una confesión sincera y abierta de nuestro pecado, una repulsión hacia nuestra maldad, un anhelo de renovación de corazón, una devoción renovada a Dios expresada a través del servicio a su pueblo y una disposición a buscar la restitución y bendición de aquellos a quienes hemos lastimado. El arrepentimiento es una gracia que nos es dada por Dios en nuestra unión con Cristo, y sus frutos se manifiestan en una vida transformada por el poder del Espíritu Santo.
Estas características del arrepentimiento que modela David enmarcan muy bien una de las mejores definiciones de arrepentimiento que he leído:
P.76. ¿Qué es el arrepentimiento para vida? R.El arrepentimiento para vida es una gracia salvadora, obrada en el corazón del pecador mediante el Espíritu Santo y la Palabra de Dios, por la cual, debido a la visión y conciencia, no tan sólo del peligro, sino también de la suciedad y odiosidad de sus pecados, y al comprender la misericordia de Dios en Cristo hacia los penitentes, el pecador se conduele tanto por sus pecados, y los odia, a fin de abandonarlos todos, volviéndose a Dios, proponiéndose y esforzándose constantemente por andar con Cristo en todos los caminos de una nueva obediencia.[6]
Ahora que estudiamos el Salmo 51 y hemos definido ¿Qué es el arrepentimiento? estamos listos para responder a esta pregunta:
¿Cómo distinguimos el arrepentimiento verdadero del remordimiento mundano?
¿Cómo distinguimos el arrepentimiento verdadero del remordimiento mundano?
Mientras que un hombre arrepentido siente aflicción por haber ofendido a Dios, un hombre con remordimiento mundano experimenta angustia por las consecuencias del pecado y temor a las repercusiones que deberá afrontar, o se siente avergonzado por ser descubierto.
Un ejemplo de esto es Saúl, quien estaba más preocupado por la vergüenza de quedar mal que por haber ofendido a Dios en su rebelión.
En el Nuevo Testamento, vemos el caso de Judas, quien experimentó un intenso remordimiento que lo llevó al suicidio, pero no sentía dolor por haber ofendido a Dios.
Como bien señala Jey Adams, una persona con remordimiento lamenta sus acciones por sus consecuencias, principalmente para sí misma, no necesariamente porque considera que estuvieron mal como pecados contra un Dios santo
Mientras que un hombre arrepentido confiesa su pecado sin buscar justificaciones y asume plena responsabilidad por su corrupción radical y su evidente maldad, aquel que experimenta remordimiento mundano tiende a justificarse, culpando a otros o a las circunstancias por su pecado.
Tal fue el caso de Saúl, quien responsabilizó de su pecado a la tardanza del profeta Samuel, o de Adán, quien culpó a Dios por haberle dado la mujer que le llevó a tomar del árbol de la ciencia del bien y del mal.
Mientras que un hombre arrepentido siente repulsión por su pecado y anhela fervientemente ser liberado de su naturaleza pecaminosa, la persona con remordimiento mundano puede simular un alejamiento del pecado para impresionar a los demás, pero en su interior desea regresar a su antigua vida de pecado, como la puerca que vuelve al lodo o el perro a su vómito.
Mientras que una persona arrepentida anhela ser renovada radicalmente en su corazón, aquel que experimenta remordimiento mundano se conforma con realizar cambios superficiales en su comportamiento y, de hecho, puede caer en la presunción al enorgullecerse de su fuerza de voluntad para cumplir con un estándar de conducta.
Este retrato se asemeja a muchos de los fariseos y escribas a quienes Jesús condenó diciendo:
»¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas que son semejantes a sepulcros blanqueados! Por fuera lucen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. »Así también ustedes, por fuera parecen justos a los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de iniquidad.
Mientras que una persona arrepentida, impulsada por la gracia de Dios, tiene un renovado deseo de servir a los demás y vivir una vida sometida a Dios en dependencia del Espíritu Santo, aquel que experimenta remordimiento mundano sigue centrado en sí mismo y vive de manera egocéntrica, como lo hizo Saúl, quien dedicó el resto de su vida temiendo perder lo que Dios le había quitado y sintiendo celos por David, a quien Dios había ungido.
Vivir para servir a Dios y a otros es el fruto digno del arrepentimiento. Juan el bautista dijo a los que le seguían:
Juan les respondía: «El que tiene dos túnicas, comparta con el que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo»
Jey Adams dice que Juan no solo ordenó el abandono de las prácticas pecaminosas, sino también la adopción de acciones que fueran el fruto del amor hacia el prójimo. El que siente remordimiento no mostrará esta clase de amor.
Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad,
Mientras que una persona arrepentida busca restituir a aquellos a quienes ha afectado con su pecado, aquel que experimenta remordimiento mundano no está dispuesto a humillarse y pedir perdón a aquellos a quienes ha ofendido.
Tal vez sienta dolor por las consecuencias del pecado, como en el caso de Judas, pero su orgullo solo lo llevará al aislamiento. 2 Corintios 7:10-11 enseña esta verdad:
Porque la tristeza que es conforme a la voluntad de Dios produce un arrepentimiento que conduce a la salvación, sin dejar pesar; pero la tristeza del mundo produce muerte. Porque miren, ¡qué solicitud ha producido esto en ustedes, esta tristeza piadosa, qué vindicación de ustedes mismos, qué indignación, qué temor, qué gran afecto, qué celo, qué castigo del mal! En todo han demostrado ser inocentes en el asunto.
Harry Reeder comenta sobre este texto que los frutos del arrepentimiento mencionados aquí se pueden resumir en tres palabras: restitución, restauración y reconciliación. La restitución implica devolver lo que se debe, la restauración es hacer que las cosas vuelvan a estar en orden y la reconciliación es la renovación de las relaciones que se han roto debido al pecado [10]. Estas acciones solo pueden provenir de un corazón verdaderamente arrepentido.
En conclusión, al abordar el tema de la pureza sexual, es fundamental comprender la diferencia entre el arrepentimiento verdadero y el remordimiento mundano. El arrepentimiento genuino implica un cambio de corazón, una profunda conciencia de haber ofendido a Dios y un compromiso activo de vivir una vida sexualmente pura de acuerdo con los principios bíblicos.
El arrepentimiento nos lleva a reconocer nuestras acciones pasadas, a buscar la reconciliación y la restauración, y a adoptar una nueva mentalidad y un nuevo enfoque hacia la pureza sexual. Nos impulsa a buscar la ayuda y el apoyo necesarios para superar cualquier adicción o comportamiento inapropiado, y nos anima a establecer límites saludables en nuestras relaciones.
Por otro lado, el remordimiento mundano se centra en las consecuencias negativas personales y sociales de nuestros actos, como el temor a ser descubiertos o las repercusiones físicas y emocionales. Sin embargo, este tipo de remordimiento no necesariamente implica un verdadero cambio de corazón ni un compromiso duradero con la pureza sexual.
En nuestra búsqueda de la pureza sexual, debemos anhelar el arrepentimiento verdadero, que nos lleve a vivir en obediencia a Dios y a experimentar la libertad y el gozo que provienen de una vida sexualmente pura. Es un proceso que requiere esfuerzo, perseverancia y dependencia de la gracia de Dios, pero que nos conduce a una vida plena y en armonía con los propósitos divinos para nuestras vidas.
Al tomar conciencia de la diferencia entre el arrepentimiento y el remordimiento, podemos abordar el tema de la pureza sexual de manera más profunda y significativa, promoviendo una cultura de respeto, dignidad y santidad en nuestras vidas y en nuestras relaciones.
En última instancia, el objetivo es honrar a Dios con nuestra sexualidad, reconocer el valor y la dignidad de cada persona y vivir en conformidad con su diseño perfecto. Que la búsqueda de la pureza sexual sea una parte integral de nuestro crecimiento espiritual y un testimonio vivo del poder transformador del arrepentimiento genuino.
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Al concluir esta reflexión sobre el verdadero arrepentimiento y el remordimiento en relación con el pecado sexual, es importante reconocer nuestras limitaciones como consejeros.
Un consejero que esta lidiando con el pecado sexual se alguien podrá estarse preguntando ¿Cómo puedo discernir si una persona esta realmente arrepentida?
Como consejeros no podemos conocer el corazón de los hombres y de paso debo decir que aun los apóstoles se equivocaron al discernir el arrepentimiento de Simón el Mago y de muchos otros que apostataron de la fe como por ejemplo Demas (2 Ti. 4:10).
Hay que admitir que como consejeros nos podemos equivocar en nuestro juicio y que solo Dios conoce los corazones de los hombres (1 S. 16:7).
Nuestro deber es entonces es ser fieles en predicar el evangelio y llamar a los hombres al arrepentimiento como lo hicieron los apóstoles. Si, con el tiempo, alguien que parecía arrepentido se aparta del Señor y continúa en el pecado, debemos recurrir a la disciplina eclesiástica.
Dice Jay Adams:
“El consejero solamente debe juzgar la “apariencia externa.” Él ha sido llamado a hacer un juicio eficaz y justo, basado en el fruto que debe acompañar al arrepentimiento. Ese juicio eficaz tiene que ver con manera en que la iglesia se debe relacionar o funcionar en relación a alguien, ya sea “como un hermano” o “como un pagano y recaudador de impuestos” –como arrepentido o no. El mismo juicio está implícito en las palabras de Santiago cuando él deliberadamente reta a aquellos que parecen sinceros, pero no dan evidencia de ser confiables: “Muéstrame tu fe sin obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras” (Santiago 2:18). Ese deseo de ver el fruto del arrepentimiento es una razón por la que el consejero exige una “tarea”
El punto de Adams es importante para nosotros como consejeros, las tareas que dejamos a nuestros aconsejados son un recurso importante para evaluar en que medida los frutos del arrepentimiento están presentes en la vida de nuestros aconsejados, pero yo diría que aun en esto debemos ser cuidadosos y pacientes, como dice Pablo:
En la presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, por Su manifestación y por Su reino te encargo solemnemente: Predica la palabra. Insiste a tiempo y fuera de tiempo. Amonesta, reprende, exhorta con mucha paciencia e instrucción.
Roguemos como consejeros al Señor para que nos permita ser hallados fieles delante de él al proclamar la palabra a nuestros aconsejados, y que nos ayude a hacerlo con toda paciencia y doctrina. Roguemos también por nuestros aconsejados para que el Señor les conceda el don del arrepentimiento y podamos gozarnos en estos increíbles frutos de una vida transformada.
No solo hay gozo el cielo por un pecador que se arrepiente, cuanto gozo he experimentado al ver a los hombres abandonar su pecado para servir a Cristo. Por lo tanto, aun cuando no conozcamos el corazón de los hombres, y muchas veces fallemos en discernir un verdadero arrepentimiento, tengamos con cada persona que aconsejamos en la iglesia la esperanza del apóstol Pablo cuando dijo:
Doy gracias a mi Dios siempre que me acuerdo de ustedes. Pido siempre con gozo en cada una de mis oraciones por todos ustedes, por su participación en el evangelio desde el primer día hasta ahora. Estoy convencido precisamente de esto: que el que comenzó en ustedes la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús.