Sermón sin título (15)
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6. Restitución (18-19)
El sexto fruto del genuino arrepentimiento que nos enseña David en el Salmo 51 es la restitución.
En los versículos 18-19, notamos el deseo de David de hacer restitución. En el Antiguo Testamento, los fracasos morales de los reyes de Israel afectaban a todo el pueblo. Esto revelaba la solidaridad que existía entre el pueblo y su líder. Pablo expone esta dinámica al decir:
Por tanto, tal como el pecado entró en el mundo por medio de un hombre, y por medio del pecado la muerte, así también la muerte se extendió a todos los hombres, porque todos pecaron.
De manera que en el A.T. cuando un rey se desviaba, todo el pueblo sufría. Esto planteaba la necesidad de un Rey santo que no tuviera relación con Adán, y este Rey lo encontramos en Jesucristo. Pablo continúa diciendo:
Así pues, tal como por una transgresión resultó la condenación de todos los hombres, así también por un acto de justicia resultó la justificación de vida para todos los hombres.
Una vez que entendemos esta dinámica de representación federal, podemos comprender mejor el deseo de David de restituir. Su caída moral había expuesto al pueblo de Israel a una posible disciplina, y David ruega a Dios que, en su gracia, prospere la ciudad y edifique los muros de Jerusalén. De esta manera, la gente piadosa podría adorar a Dios sin amenazas. Los muros de Jerusalén fueron completados durante el reinado de Salomón (1 Reyes 3:1), lo que indica que Dios respondió al clamor del rey y permitió que esta importante obra continuara sin obstáculos hasta su finalización.
De David aprendemos que una persona genuinamente arrepentida no solo se preocupa por el perdón de Dios y la restauración de su relación con Él, sino que también busca bendecir a las personas que han sido afectadas por su pecado. Nuestros pecados siempre lastiman a alguien, deshonran el nombre del Señor:
Porque tal como está escrito: «El nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de ustedes».
Pero además traen deshonra al cuerpo de Cristo. Por lo tanto, una persona arrepentida buscará a aquellos a quienes ha agraviado, rogando su perdón y buscando formas de restituir, como lo hizo Zaqueo en
Pero Zaqueo, puesto en pie, dijo a Jesús: «Señor, la mitad de mis bienes daré a los pobres, y si en algo he defraudado a alguien, se lo restituiré cuadruplicado»
Antes de llegar a mi conclusión, quiero resaltar que he mencionado que el Salmo 51 nos muestra los frutos de una persona verdaderamente arrepentida. En el Nuevo Testamento, aprendemos que el arrepentimiento es una gracia que se nos concede debido a nuestra unión con Cristo. Pablo nos dice:
Debe reprender tiernamente a los que se oponen, por si acaso Dios les da el arrepentimiento que conduce al pleno conocimiento de la verdad, y volviendo en sí, escapen del lazo del diablo, habiendo estado cautivos de él para hacer su voluntad.
En este pasaje, Pablo utiliza la palabra griega "metanoia", que implica una conversión o un cambio completo y radical en una persona, el cual solo Dios concede. Sobre esta palabra, Sinclair Ferguson dice: "El verdadero arrepentimiento (metanoia) es el regreso a Dios, con el cual comienza la vida cristiana, y con el cual continúa y termina. El arrepentimiento es el hijo pródigo que vuelve del país lejano a su Padre, para servirle y recibir su abrazo. Este arrepentimiento, no obstante, es más que una lamentación. Es un cambio de dirección".
Por lo tanto, el arrepentimiento es una gracia que Dios concede al unirnos a Cristo a través de su Espíritu (Zacarías 2:10) y por medio de su palabra (Hechos 11:18, 20-21). Esta gracia se extiende a lo largo de nuestra vida como una dinámica constante mientras permanezcamos en este mundo caído. Los frutos del arrepentimiento son todos aquellos que hemos visto en el Salmo 51, es decir, la aflicción, la confesión, la repulsión, la renovación, la devoción y la restitución.
En conclusión, el Salmo 51 nos presenta el retrato de un hombre genuinamente arrepentido. Este salmo nos muestra que el verdadero arrepentimiento implica una profunda aflicción por haber ofendido a Dios, una confesión sincera y abierta de nuestro pecado, una repulsión hacia nuestra maldad, un anhelo de renovación de corazón, una devoción renovada a Dios expresada a través del servicio a su pueblo y una disposición a buscar la restitución y bendición de aquellos a quienes hemos lastimado. El arrepentimiento es una gracia que nos es dada por Dios en nuestra unión con Cristo, y sus frutos se manifiestan en una vida transformada por el poder del Espíritu Santo.
Estas características del arrepentimiento que modela David enmarcan muy bien una de las mejores definiciones de arrepentimiento que he leído:
P.76. ¿Qué es el arrepentimiento para vida? R.El arrepentimiento para vida es una gracia salvadora, obrada en el corazón del pecador mediante el Espíritu Santo y la Palabra de Dios, por la cual, debido a la visión y conciencia, no tan sólo del peligro, sino también de la suciedad y odiosidad de sus pecados, y al comprender la misericordia de Dios en Cristo hacia los penitentes, el pecador se conduele tanto por sus pecados, y los odia, a fin de abandonarlos todos, volviéndose a Dios, proponiéndose y esforzándose constantemente por andar con Cristo en todos los caminos de una nueva obediencia.[6]
Ahora que estudiamos el Salmo 51 y hemos definido ¿Qué es el arrepentimiento? estamos listos para responder a esta pregunta:
¿Cómo distinguimos el arrepentimiento verdadero del remordimiento mundano?
¿Cómo distinguimos el arrepentimiento verdadero del remordimiento mundano?
Mientras que un hombre arrepentido siente aflicción por haber ofendido a Dios, un hombre con remordimiento mundano experimenta angustia por las consecuencias del pecado y temor a las repercusiones que deberá afrontar, o se siente avergonzado por ser descubierto.
Un ejemplo de esto es Saúl, quien estaba más preocupado por la vergüenza de quedar mal que por haber ofendido a Dios en su rebelión.
En el Nuevo Testamento, vemos el caso de Judas, quien experimentó un intenso remordimiento que lo llevó al suicidio, pero no sentía dolor por haber ofendido a Dios.
Como bien señala Jey Adams, una persona con remordimiento lamenta sus acciones por sus consecuencias, principalmente para sí misma, no necesariamente porque considera que estuvieron mal como pecados contra un Dios santo
Mientras que un hombre arrepentido confiesa su pecado sin buscar justificaciones y asume plena responsabilidad por su corrupción radical y su evidente maldad, aquel que experimenta remordimiento mundano tiende a justificarse, culpando a otros o a las circunstancias por su pecado.
Tal fue el caso de Saúl, quien responsabilizó de su pecado a la tardanza del profeta Samuel, o de Adán, quien culpó a Dios por haberle dado la mujer que le llevó a tomar del árbol de la ciencia del bien y del mal.
Mientras que un hombre arrepentido siente repulsión por su pecado y anhela fervientemente ser liberado de su naturaleza pecaminosa, la persona con remordimiento mundano puede simular un alejamiento del pecado para impresionar a los demás, pero en su interior desea regresar a su antigua vida de pecado, como la puerca que vuelve al lodo o el perro a su vómito.
Mientras que una persona arrepentida anhela ser renovada radicalmente en su corazón, aquel que experimenta remordimiento mundano se conforma con realizar cambios superficiales en su comportamiento y, de hecho, puede caer en la presunción al enorgullecerse de su fuerza de voluntad para cumplir con un estándar de conducta.
Este retrato se asemeja a muchos de los fariseos y escribas a quienes Jesús condenó diciendo:
»¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas que son semejantes a sepulcros blanqueados! Por fuera lucen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. »Así también ustedes, por fuera parecen justos a los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de iniquidad.
Mientras que una persona arrepentida, impulsada por la gracia de Dios, tiene un renovado deseo de servir a los demás y vivir una vida sometida a Dios en dependencia del Espíritu Santo, aquel que experimenta remordimiento mundano sigue centrado en sí mismo y vive de manera egocéntrica, como lo hizo Saúl, quien dedicó el resto de su vida temiendo perder lo que Dios le había quitado y sintiendo celos por David, a quien Dios había ungido.
Vivir para servir a Dios y a otros es el fruto digno del arrepentimiento. Juan el bautista dijo a los que le seguían:
Juan les respondía: «El que tiene dos túnicas, comparta con el que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo»
Jey Adams dice que Juan no solo ordenó el abandono de las prácticas pecaminosas, sino también la adopción de acciones que fueran el fruto del amor hacia el prójimo. El que siente remordimiento no mostrará esta clase de amor.
Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad,
Mientras que una persona arrepentida busca restituir a aquellos a quienes ha afectado con su pecado, aquel que experimenta remordimiento mundano no está dispuesto a humillarse y pedir perdón a aquellos a quienes ha ofendido.
Tal vez sienta dolor por las consecuencias del pecado, como en el caso de Judas, pero su orgullo solo lo llevará al aislamiento. 2 Corintios 7:10-11 enseña esta verdad:
Porque la tristeza que es conforme a la voluntad de Dios produce un arrepentimiento que conduce a la salvación, sin dejar pesar; pero la tristeza del mundo produce muerte. Porque miren, ¡qué solicitud ha producido esto en ustedes, esta tristeza piadosa, qué vindicación de ustedes mismos, qué indignación, qué temor, qué gran afecto, qué celo, qué castigo del mal! En todo han demostrado ser inocentes en el asunto.
Harry Reeder comenta sobre este texto que los frutos del arrepentimiento mencionados aquí se pueden resumir en tres palabras: restitución, restauración y reconciliación. La restitución implica devolver lo que se debe, la restauración es hacer que las cosas vuelvan a estar en orden y la reconciliación es la renovación de las relaciones que se han roto debido al pecado [10]. Estas acciones solo pueden provenir de un corazón verdaderamente arrepentido.
En conclusión, al abordar el tema de la pureza sexual, es fundamental comprender la diferencia entre el arrepentimiento verdadero y el remordimiento mundano. El arrepentimiento genuino implica un cambio de corazón, una profunda conciencia de haber ofendido a Dios y un compromiso activo de vivir una vida sexualmente pura de acuerdo con los principios bíblicos.
El arrepentimiento nos lleva a reconocer nuestras acciones pasadas, a buscar la reconciliación y la restauración, y a adoptar una nueva mentalidad y un nuevo enfoque hacia la pureza sexual. Nos impulsa a buscar la ayuda y el apoyo necesarios para superar cualquier adicción o comportamiento inapropiado, y nos anima a establecer límites saludables en nuestras relaciones.
Por otro lado, el remordimiento mundano se centra en las consecuencias negativas personales y sociales de nuestros actos, como el temor a ser descubiertos o las repercusiones físicas y emocionales. Sin embargo, este tipo de remordimiento no necesariamente implica un verdadero cambio de corazón ni un compromiso duradero con la pureza sexual.
En nuestra búsqueda de la pureza sexual, debemos anhelar el arrepentimiento verdadero, que nos lleve a vivir en obediencia a Dios y a experimentar la libertad y el gozo que provienen de una vida sexualmente pura. Es un proceso que requiere esfuerzo, perseverancia y dependencia de la gracia de Dios, pero que nos conduce a una vida plena y en armonía con los propósitos divinos para nuestras vidas.
Al tomar conciencia de la diferencia entre el arrepentimiento y el remordimiento, podemos abordar el tema de la pureza sexual de manera más profunda y significativa, promoviendo una cultura de respeto, dignidad y santidad en nuestras vidas y en nuestras relaciones.
En última instancia, el objetivo es honrar a Dios con nuestra sexualidad, reconocer el valor y la dignidad de cada persona y vivir en conformidad con su diseño perfecto. Que la búsqueda de la pureza sexual sea una parte integral de nuestro crecimiento espiritual y un testimonio vivo del poder transformador del arrepentimiento genuino.