Un Llamado de Dios a la Pureza Sexual - Sección 3
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IV. La Redención y la Santificación en el Área Sexual (45 Minutos)
IV. La Redención y la Santificación en el Área Sexual (45 Minutos)
En nuestras clases anteriores, hemos explorado en detalle la naturaleza de la sexualidad humana y su propósito original, así como el impacto que la Caída ha tenido en nuestra comprensión y experiencia de la sexualidad. Hemos reflexionado sobre las palabras de Jesús en Mateo 15:16-20, donde nos enseña que el corazón humano es la raíz de todos los males, incluyendo los relacionados con la sexualidad. También hemos reconocido cómo el pecado distorsiona nuestra percepción y nos impulsa hacia caminos de inmoralidad sexual.
En este punto crucial de nuestra conferencia, nos adentramos en la redención y la santificación en el área sexual. Después de haber considerado la realidad de la caída y el papel fundamental del arrepentimiento sincero, estamos listos para comprender cómo la obra redentora de Dios transforma nuestra sexualidad.
La redención implica un cambio profundo en nuestras creencias y deseos. Debemos abandonar las actitudes y pensamientos pecaminosos que hemos tenido acerca del sexo y permitir que Dios renueve nuestra mente. Reconocemos que necesitamos un rescate, un libertador sabio, poderoso, dispuesto y fiel, y Jesús es precisamente ese libertador que buscamos.
Todos enfrentamos desafíos en el área de la inmoralidad sexual, pero el mayor problema radica en no reconocerlo. Todos hemos fallado al pensar que el objetivo de la sexualidad es el placer y la satisfacción personal, en lugar de reconocer a Dios como el dueño y señor de nuestra vida, y a Cristo como nuestro redentor y, por lo tanto, Señor también de nuestra sexualidad.
En este camino erróneo, caemos en la locura de ver el sexo como un medio para nuestra propia gratificación, en lugar de comprender su propósito de glorificar a Dios. Necesitamos comprender la mente de Dios y entender cómo debemos usar nuestra sexualidad de una manera que le glorifique.
La caída nos advierte que la creación no es el problema, ni el placer en sí mismo. El verdadero problema somos nosotros, y la forma en que manejamos nuestra sexualidad revela nuestra rebelión y deslealtad en el corazón. Somos egoístas, ninguno de nosotros es moralmente puro. Necesitamos ser rescatados y redimidos por Dios. Él nos ofrece libertad en Cristo y viene a rescatarnos de nuestro egocentrismo.
El Señor nos muestra que el sexo no es algo malo que debamos evitar, sino que nos revela cómo debe ser disfrutado adecuadamente:
Entre un hombre y una mujer.En el contexto del matrimonio.Con un creyente (evitando el yugo desigual) no porque funcione, sino porque Dios lo dice.De manera natural, en conformidad con la naturaleza.
No debemos apartarnos de los placeres que Dios ha creado en su bondad para que los disfrutemos, siempre y cuando sea dentro del contexto adecuado y con los límites apropiados. Este placer sexual produce gozo, paz y satisfacción, y además señala a aquel que lo creó.
El sexo está intrínsecamente conectado a la existencia de Dios, por lo tanto
A. El sexo implica Comunión
La pornografía desvirtúa las relaciones interpersonales al reducir el sexo a meras fantasías gráficas, actividades sexuales y momentos de excitación. En este contexto, no existe una verdadera conexión relacional, ya que se utiliza el cuerpo de otra persona como un medio para alcanzar el clímax.
En contraste, el amor al prójimo en el contexto sexual implica considerar a la otra persona como una imagen de Dios digna de respeto y aprecio. Significa tratar al otro con bondad, cuidado y compasión. Buscar el bienestar mutuo y asegurarse de que ambos estén experimentando amor y satisfacción en la relación.
Por otra parte, debemos recordar que Dios diseñó la intimidad para que se desarrolle exclusivamente dentro de una relación comprometida entre un hombre y una mujer, en el marco sagrado del matrimonio. Esta unión duradera tiene como propósito proteger y purificar el acto sexual, transformándolo en un medio de expresión de un amor tierno, fiel, sacrificial y orientado al servicio hacia el otro.
Al buscar un compañero o compañera en el matrimonio, estamos respondiendo al llamado de Dios a amarnos mutuamente de una manera que refleje el amor incondicional de Cristo por su iglesia. Sin embargo, es importante destacar que la intención divina para el matrimonio no es que busquemos nuestra propia gratificación egoísta ni que veamos a la otra persona como un medio para obtener placer. Algunas personas se casan con la idea errónea de que si se casan, no están pecando y, por lo tanto, pueden buscar su propio placer sin restricciones. Esto representa una comprensión equivocada del propósito del matrimonio.
La verdadera intención de Dios para el matrimonio es que busquemos el placer de Dios al amar y entregarnos a otra persona pecadora, de la misma manera en que Cristo nos amó y se entregó por nosotros en la cruz. El matrimonio es un llamado a vivir un amor generoso, sacrificial y centrado en el bienestar del otro, en lugar de una búsqueda egoísta de placer personal.
En el contexto de una relación matrimonial saludable, el sexo se convierte en una forma de comunicación profunda y de conexión emocional. Es importante que las personas que aman a Dios vivan dentro del materimonio con un comportamiento sexual en honrar a Dios y complacer al otro. El apóstol Pablo nos exhorta en 1 Corintios 7:3-5 a cumplir con nuestros deberes conyugales mutuamente y a no negarnos el uno al otro. Esto implica que tanto el esposo como la esposa deben satisfacer las necesidades sexuales del otro en el contexto de un amor generoso y sacrificial.
Cuando un esposo sirve a su esposa con generosidad, perdón, paciencia, tolerancia y respeto, y cuando la esposa se presenta ante él de manera vulnerable y desnuda, ella podrá descansar en sus brazos y sentirse segura. Sin embargo, si el esposo ha sido crítico, exigente, resentido, amargado, impaciente, rudo, egoísta o cruel, la esposa no se sentirá segura y podría temer ser utilizada y criticada.
El amor a Dios y al prójimo es la base de nuestras relaciones sexuales. Si deseamos tener una sexualidad segura, no necesitamos medidas de protección física como el uso de condones, sino mas bien arrepentirnos de nuestros pecados y dirigir nuestra mirada a Cristo, nuestro Dueño y Rey. Debemos dar gracias por su misericordia y estar dispuestos a vivir para su gloria, poniendo nuestras vidas al servicio de amar a nuestro prójimo.
No se trata solo de adquirir educación sexual, sino de buscar la confesión y reconciliación relacional. Es necesario trabajar en nuestras relaciones, cultivando el amor, la comunicación y el respeto mutuo, y buscando el perdón y la reconciliación cuando cometemos errores. La intimidad sexual dentro del matrimonio debe ser una expresión de amor y compromiso basados en principios bíblicos, donde la seguridad emocional y el respeto mutuo sean fundamentales.
B. Obediencia
El tema del sexo está intrínsecamente relacionado con el tema de la autoridad y la obediencia. En nuestra naturaleza humana, a menudo preferimos nuestra propia autoridad y nuestras propias reglas. Vemos la autoridad de otros como algo que limita nuestra libertad, en lugar de verla como una bendición. Sin embargo, no podremos abordar adecuadamente el tema del sexo hasta que comprendamos y aceptemos el tema de la autoridad.
La inmoralidad sexual está arraigada en el rechazo a la autoridad de Dios en todas las áreas de la vida. Surge del deseo de autogobernarnos y de la herejía que dice: "Mi cuerpo me pertenece y nadie tiene derecho a decirme qué hacer con él". Necesitamos ser confrontados con la realidad de que el mundo no gira en torno a nosotros, y que hemos nacido en un mundo que, por naturaleza, no nos pertenece. Hemos nacido en un mundo que no está diseñado para ser gobernado por nosotros. Toda autoridad humana es representativa, nunca suprema. La autoridad fue establecida por Dios para representar de manera visible su autoridad. El mundo está bajo la autoridad de Dios.
Esto significa que no tenemos el derecho de hacer lo que queramos, donde queramos y con quien queramos. Existe una autoridad y, por lo tanto, una ley. Así como hay cosas moralmente buenas y moralmente malas, también hay una ley que establece los límites y los propósitos divinos. ¿Nos someteremos a Dios y seguiremos sus reglas, o crearemos nuestras propias reglas?
El sexo tiene que ver con la obediencia a la ley de Dios. No se trata de nosotros, sino de la voluntad, el camino, el plan, el placer y la gloria de Dios, y de nuestra disposición a someternos a él. No somos seres autónomos ni autosuficientes. No fuimos diseñados para vivir de esa manera. Somos seres dependientes y tenemos necesidades fundamentales que no podemos satisfacer por nosotros mismos.
Necesitamos la sabiduría de Dios para entender cómo vivir y ejercer nuestra sexualidad de manera correcta. Necesitamos que nos enseñen y nos capaciten en este aspecto. Y, sobre todo, necesitamos ser rescatados y sostenidos por Dios, quien nos ama y desea guiarnos hacia una vida plena y satisfactoria.
La inmoralidad sexual tiene sus raíces en cuestiones más profundas, como la autoadoración, la negación de la comunidad y el rechazo a la autoridad. Cuando nos colocamos a nosotros mismos en el centro de nuestras vidas y nos adoramos a nosotros mismos, buscamos la gratificación personal sin considerar las necesidades y derechos de los demás. Además, al alejarnos de la comunidad y negar la importancia de las relaciones, nos volvemos propensos a buscar la gratificación sexual de manera egoísta y desvinculada de cualquier responsabilidad hacia los demás. Y al rechazar la autoridad de Dios y su diseño para la sexualidad humana, abrimos la puerta a una visión distorsionada de la sexualidad sin límites ni normas establecidas. Para abordar este problema, es crucial examinar nuestra actitud hacia nosotros mismos, valorar la importancia de las relaciones y la comunidad, y reconocer la autoridad de Dios. Al hacerlo, podemos desarrollar una comprensión más saludable y equilibrada de la sexualidad, basada en principios morales sólidos y en el amor hacia Dios y hacia nuestros semejantes.
¿Cómo estoy enfrentando estos problemas y el desafío de la autoridad? Reconozco que no existe un mundo neutral y que debo tomar una decisión: someterme al Rey divino o autoproclamarme rey de mi propia vida. La obediencia va más allá de realizar acciones correctas externamente, es una actitud arraigada en el corazón. Como afirmó Tedd Tripp, la obediencia es la sumisión voluntaria de mi corazón a Dios, que me impulsa a hacer lo que Él ordena sin resistencia, excusas o demoras. En el ámbito de la pureza sexual, encontramos la raíz de nuestra sumisión a Dios.
La obediencia no se trata únicamente de cumplir con reglas externas, sino de una disposición interna del corazón. Aquel que ama a Dios le obedece y comprende que en esa obediencia existe un mundo maravilloso lleno de libertad y felicidad, mientras que fuera de los límites establecidos por Él hay peligro, destrucción y muerte. El corazón rebelde suele creer que fuera de los límites de Dios puede haber algo bueno, lo cual le impide agradecer la ley de Dios.
Aquellos que realmente conocen a Dios y tienen una relación con Él están dispuestos a someterse porque confían en Su bondad. Creen que la ley de Dios les proporcionará vida y libertad, sin arrebatarles nada. Tienen fe en la sabiduría, la bondad y la confiabilidad de Dios, y comprenden que es beneficioso vivir dentro de Sus límites y principios.
El desobediente se engaña creyendo de alguna manera que es más inteligente que Dios, que sus propias reglas son más sabias o prácticas que las de Él. Piensa que sus deseos son más legítimos que los que Dios tiene para él. ¿Cómo llega a convencerse de esto? Razona consigo mismo, argumentando que la cultura ha progresado y que los tiempos han cambiado, creyendo que la cultura actual es diferente a la cultura bíblica. La desobediencia otorga más credibilidad a la cultura, los sentimientos y los pensamientos personales que a la sabiduría de Dios.
La persona desobediente se coloca en el lugar de Dios y está dispuesta a rechazar todo lo que viene de Él. Se atribuye el derecho de propiedad, diciendo "Esto es mío". Rechaza la ley moral de Dios y establece su propio código de normas, creyendo tener la autoridad para dictar sus propias reglas.
El desobediente alivia su conciencia mediante el autoengaño, convenciéndose de que puede desobedecer y al mismo tiempo estar en alianza con Dios. Sin embargo, no es necesario vivir en rebeldía. Hoy mismo podemos arrepentirnos, pues Dios, a través de Cristo, ha mostrado misericordia. Podemos decidir entregar nuestro cuerpo al servicio de Cristo, permitiendo que Su amor nos impulse a confiarle nuestra sexualidad. Como se nos insta en Romanos 12:1-2
Por tanto, hermanos, les ruego por las misericordias de Dios que presenten sus cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es el culto racional de ustedes. Y no se adapten a este mundo, sino transfórmense mediante la renovación de su mente, para que verifiquen cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno y aceptable y perfecto.
No es necesario vivir en rebeldía ni seguir nuestros propios caminos. Hoy mismo podemos arrepentirnos y experimentar la misericordia que Dios nos ofrece a través de Cristo. Podemos tomar la decisión de entregarle nuestro cuerpo y nuestra sexualidad como un sacrificio vivo y santo, agradable a Dios. Su amor y gracia deben ser el motor que nos impulse a confiar plenamente en Él.
Recordemos las palabras de Malaquías 2:13-14
»Y esta otra cosa hacen: cubren el altar del Señor de lágrimas, llantos y gemidos, porque Él ya no mira la ofrenda ni la acepta con agrado de su mano. »Y ustedes dicen: “¿Por qué?”. Porque el Señor ha sido testigo entre tú y la mujer de tu juventud, contra la cual has obrado deslealmente, aunque ella es tu compañera y la mujer de tu pacto.
ste pasaje nos muestra las consecuencias de la deslealtad y la desobediencia, pero también nos da la oportunidad de arrepentirnos y volver a los caminos de Dios.
No tengamos miedo de someternos a la autoridad de Dios y vivir según sus preceptos. Encontraremos verdadera libertad y felicidad en su amor y en vivir dentro de sus límites. Dejemos de lado la rebeldía, el autoengaño y la creencia de que somos más sabios que Dios. Abandonemos nuestros propios códigos de conducta y confiemos plenamente en la sabiduría y la bondad de nuestro Creador.
Hoy es el día para dar un paso hacia la obediencia y la sumisión voluntaria a Dios. Permitamos que su Espíritu Santo transforme nuestras mentes y nos guíe en el camino de su buena voluntad. No estamos solos en este proceso, Dios está dispuesto a ayudarnos y a brindarnos su misericordia. Confíemos en Él y entreguemos nuestras vidas a su servicio, sabiendo que en su amor encontraremos verdadera plenitud y propósito.
El pasaje de Romanos 12.1-2 nos enseña la conexión entre nuestro cuerpo, la adoración y la obediencia a Dios. Nos insta a presentar nuestro cuerpo como un sacrificio vivo, santo y agradable a Dios, independientemente de lo que nuestros ojos vean, nuestras pasiones dicten, nuestros pensamientos piensen o nuestros deseos anhelen. Esto implica entregar completamente nuestra vida a Dios y hacer solo lo que es santo y agradable a Sus ojos.
Es importante recordar que Dios no nos roba la vida al tener el control y el poder sobre nosotros. Más bien, el contexto de Romanos nos muestra que todo es por las misericordias de Dios. Él nos devuelve a la vida por Su gracia. En realidad, Dios no nos priva del placer, sino que nos muestra cómo experimentarlo plenamente en Su diseño y propósito para nosotros.
Los frutos de la pureza sexual y la obediencia a Dios se manifiestan cuando adoramos a Dios por encima de todo lo demás, cuando amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos y cuando nos sometemos a la voluntad de Dios en todas las áreas de nuestra vida. Para lograr esto, es necesario morir a nosotros mismos y ofrecernos a Cristo como un sacrificio vivo. Al hacerlo, encontraremos verdadera plenitud y satisfacción, guiados por el Espíritu Santo y viviendo en obediencia a Aquel que nos amó y nos rescató.
Para dar frutos de pureza sexual, es fundamental poner nuestra confianza en las amorosas manos de nuestro Salvador. Esto implica reconocer y confesar nuestra maldad, nuestra necesidad y nuestra incapacidad para cambiar por nosotros mismos. En lugar de tratar de cambiar nuestra conducta primero, debemos lamentar la condición de nuestro corazón y descansar en la poderosa gracia transformadora de Dios. Él no desprecia a un corazón contrito y humillado, y promete perdonar y sanar a aquellos que se humillan.
Aunque estemos luchando con el pecado sexual, debemos saber que el cambio es posible. Si nos humillamos, podemos experimentar el perdón, la libertad, la esperanza y el poder transformador del evangelio. No debemos avergonzarnos de ser seres sexuales, ya que la cruz nos muestra que el sexo no es un problema, sino un regalo. Jesús murió para liberarnos del pecado sexual, no del sexo en sí. Aquel que creó la sexualidad vino a ser nuestro Salvador. Su objetivo no es llenarnos de culpa por ser seres sexuales, sino liberarnos de la culpa por el pecado sexual. La cruz nos permite poner el sexo en su lugar correcto, apuntando a la gloria de Dios como Creador.
No tenemos que negar que somos pecadores. La cruz significa que no necesitamos negar la realidad de nuestra inmoralidad. No debemos esforzarnos por hacerle creer a los demás que somos puros o disfrazar nuestro pecado para parecer mejor. Aquel que confiesa sus pecados y se aparta de ellos alcanzará misericordia. Es importante buscar ayuda de personas adecuadas. La lucha contra el pecado es un proyecto comunitario. Necesitamos la luz de la comunidad para que nuestra maldad sea expuesta y recibamos sanidad. No debemos enfrentar nuestras batallas solos. La iglesia desempeña un papel importante, ya que no podemos conocernos a nosotros mismos en profundidad ni ver dónde necesitamos cambiar.
No debemos negar que vivimos en un mundo caído. La vida no es fácil y no estamos libres de tentaciones ni del abuso por parte de otros. Tampoco debemos cuestionar el paciente amor de Dios. Nada puede separarnos de Su amor, que es inmerecido y constante. Está basado en Su carácter fiel, no en nuestros logros. El amor de Dios nunca está en juego, por lo que no tiene sentido alejarnos de Él.
Es importante enfrentar las áreas en las que necesitamos cambiar, dependiendo de la gracia de Dios. Podemos hacer preguntas como: ¿Dónde me estoy poniendo en peligro? ¿Dónde tiendo a tomar decisiones torpes? ¿Dónde me expongo a cosas que no me ayudan? ¿Dónde inclino a pensar que estoy bien cuando no lo estoy? ¿Qué cosas me digo a mí mismo que causan desaliento? ¿Dónde veo el mal y lo hago de todas formas? ¿Cuándo soy susceptible a caer en tentación? ¿Con quién estoy siendo deshonesto? ¿Cuestiono el amor de Dios?
Identificar dónde necesitamos buscar ayuda es crucial. La respuesta y la victoria sobre el pecado en nuestras vidas se encuentran en poner nuestra vida en las manos de Dios, quien tiene el poder de vencer el pecado. Podemos buscar ayuda a través de la oración, la lectura de la Palabra de Dios y la comunión con otros creyentes que puedan brindarnos apoyo y consejo.
Es importante recordar que el proceso de cambio no sucede de la noche a la mañana. Requiere perseverancia, humildad y dependencia de la gracia de Dios. Debemos estar dispuestos a enfrentar nuestras debilidades y luchar contra la tentación, confiando en que Dios es fiel para ayudarnos y fortalecernos en nuestra batalla contra el pecado sexual.
No estamos solos en esta lucha. Dios está con nosotros, dispuesto a perdonarnos, sanarnos y transformarnos. Podemos encontrar consuelo en Su amor incondicional y en Su poder para cambiar nuestras vidas. A través de una relación íntima con Él, podemos experimentar la libertad y la pureza que anhelamos en nuestra sexualidad.
Recuerda, no importa cuán grande sea la lucha, nunca es tarde para arrepentirse y buscar el perdón de Dios. Él siempre está dispuesto a recibirnos con los brazos abiertos y a ayudarnos a caminar en pureza y obediencia a Su voluntad. Confía en Su gracia y entrega tus cargas a Él, sabiendo que Él es capaz de transformar tu vida y darte la victoria sobre el pecado sexual.