Sacrificio Inesperado
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Sacrificio Inesperado
Sacrificio Inesperado
La historia de hoy sucede en la nación de Israel cuando deciden olvidarse de Dios; a pesar de que muchas veces ha sido librado del enemigo ¡por Dios! Y una vez más le dan la espalda, esta vez Dios decide ya no intervenir, se queda en silencio. ¿Algún parecido? lo despreciamos por tanto tiempo, y porque hemos visto SU Mano de misericordia, seguimos haciendo nuestra voluntad. Pues ahora Dios decide que ya no intervendrá.
Es el siglo 11 a. C. el rey de la nación vecina a Israel se llama Amón y es opresor de los Israelitas, especialmente de quienes viven en la región de Galaad. La principal ciudad es Mizpa. La opresión se vuelve insoportable de manera que el pueblo se arrepiente, confiesa sus pecados y buscan ser librados de ese rey tirano; para derrocarlo buscan alguien que los lidere, un caudillo que defienda al pueblo. Buscan alguien valiente, sin miedo a morir, temerario. Moisés es un recuerdo lejano igual que Josué, la búsqueda de ese héroe los lleva a los barrios bajos de la ciudad, aquí aparece en escena nuestro personaje del día: Jefté.
“Jefté el galaadita era un guerrero valiente, hijo de Galaad y de una prostituta.” (Jueces 11:1, NVI)
Como que la ultima frase echa a perder la presentación. Jefté el gaaladita, más bien lo que quieren decir, no es que sea tan renombrado que le apodan el Galaadita, sino que cualquier hombre de galaad podía ser su padre y para no entrar en detalles, Jefté el galaadita. De su mamá no se menciona el nombre, sólo que era una prostituta.
Podemos imaginar crecer a este joven con cierto sentimiento de humillación, vergüenza o inferioridad, es más, lo corren sus hermanos y los del pueblo por eso se va a vivir a la tierra de Tob.
“Así que Jefté huyó de sus hermanos y vivió en la tierra de Tob. En poco tiempo, tuvo una banda de rebeldes despreciables que lo seguían.” (Jueces 11:3, NTV)
Eran una banda de rebeldes despreciables ¿qué se puede esperar de un hombre que no conoce a su padres, su mamá es prostituta, su propia familia lo desprecia y lo corre? No le queda más remedio que irse de la ciudad, formar su banda y aprender a vivir a la mala, hace de todo con tal de tener respeto y poder vivir.
De pronto el hombre despreciado por sus hermanos está a punto de ser el héroe de la ciudad; los ancianos de Israel están desesperados por encontrar un caudillo que guíe la guerra ¡no importa si pierden o ganan! lo único que quieren es alguien que esté al frente, que de la cara por Israel. Jefté acepta diciendo:
“Jefté les dijo a los ancianos: —A ver si entiendo bien: si voy con ustedes y el Señor me da la victoria sobre los amonitas, ¿de veras me harán gobernante de todo el pueblo?” (Jueces 11:9, NTV)
Antes de responder Jefté no se fue a un retiro espiritual para ver qué le decía Dios, no hizo un altar, ni llamó al pueblo a un ayuno, es más, ¡ni cristiano era! Pero veremos que Dios está pendiente de Su pueblo y escucha lo que Jefté hizo. Lo involucró y Dios aprovecha esa oportunidad, aun con la incredulidad que ellos cumplan lo que le están diciendo.
Pero antes de empezar la guerra, Jetfé quiere negociar con el rey enemigo y terminar el pleito por la vía diplomática, artimañas, engaños o manipulación como esta acostumbrado.
“Luego Jefté envió mensajeros al rey de Amón, para preguntarle: —¿Por qué has salido a pelear contra mi tierra?” (Jueces 11:12, NTV)
A partir de este momento vemos una transformación, primero temeroso que sus propios hermanos le hayan puesto una trampa, después hablando con reyes y como es normal ¡pierde el piso!
“«Esto es lo que dice Jefté: Israel no robó ninguna tierra ni a Moab ni a Amón.” (Jueces 11:15, NTV)
Si empezó a involucrar a Dios, quizá debió decir: ¡esto es lo que dice el Señor! Pero ¡no dice eso! sino esto es lo que dice Jefté, hemos oído la voz del pueblo, pero no la voz de Dios.
“En esa ocasión, el Espíritu del Señor vino sobre Jefté, y él recorrió toda la tierra de Galaad y de Manasés, incluida Mizpa en Galaad y, desde allí, lideró al ejército contra los amonitas.” (Jueces 11:29, NTV)
El Espíritu del Señor vino sobre él; no sabemos de qué forma, pero con seguridad no pasó desapercibido para él. Quizá cayó al piso, o profetizó como el rey Saúl, o quizá nada de eso, pero de que lo supo, lo supo y ahí, en ese momento, supo que Dios lo estaba respaldando.
Desde que lo involucró la primera vez, Dios no sólo escuchó sino que decidió hacer algo; por eso Jefté recorre el territorio, quizá para que los hombres vieran que estaba respaldado por Dios o porque Dios ya había animado los corazones de ellos, lo siguieron a la batalla. ¡Dios escuchó las palabras de Jefté!
Eso nos dice que la oración que haces a media noche en medio de lágrimas, esa oración en silencio para que nadie más se entere, esas mañanas que te levantas con los ojos hinchados de tanto llorar, dudando si Dios te escuchó, esta historia te dice ¡ten por seguro que Dios te ha escuchado! Y no sólo eso, sino que está preparando algo, si lo buscas de todo corazón.
Quizá más de uno, en alguna ocasión ha sentido un toque del Espíritu Santo, quizá cuando alguien oró por ti, al ser sanado, en medio de una crisis, en medio de tu adoración sentiste la presencia de Dios, el toque de Dios no pasa desapercibido. Jefté supo que Dios lo toco.
En mis momentos de oración derramo mis lágrimas ante Dios, muchas veces lloro al reconocer SU Amor, al experimentar SU consuelo. Por eso río de día, porque he llorado de noche. Pero hay otras veces en que por más que oro, no “siento” nada. Le canto y no pasa nada y a veces mi tendencia es pensar: “Dios no me ha escuchado”, porque ¡no he sentido nada! pero lo que siento no tiene nada que ver con la fidelidad de Dios. ¡ÉL prometió escuchar! Por eso ten la seguridad que Dios te escucha cuando le oras.
Lo que pasa después es algo que hacemos también, después de sentir el toque de Dios y salir por la región, hace algo más.
“Y Jefté hizo un voto al Señor: «Si me das la victoria sobre los amonitas, yo entregaré al Señor al primero que salga de mi casa para recibirme cuando regrese triunfante. Lo sacrificaré como ofrenda quemada».” (Jueces 11:30–31, NTV)
De primera instancia podemos interpretar esta frase como un acto de amor y de fe de este hombre hacia Dios, de modo que está dispuesto en hacer un sacrificio por Dios; pero al ver el desenlace de toda la historia es más bien un acto de incredulidad ¡Jefté quiere presionar a Dios!
Este hombre que sintió el toque de Dios, no está seguro de su ayuda, teme que la gente lo rechace si no gana la guerra, por eso hace esto en su desesperación y dice “entregaré lo primero que salga de mi casa lo sacrificaré”. Esto no es fe ¡es duda! es querer controlar ¡no es valor! Jefté va a la batalla:
“Así que Jefté dirigió al ejército contra los amonitas, y el Señor le dio la victoria.” (Jueces 11:32, NTV)
¡Claro que tuvo la victoria! porque cuando el Espíritu lo tocó lo capacitó para hacer la tarea pendiente. Ya le había dado la victoria y era un regalo de Dios. Pero cuando Jefté hace ese ofrecimiento, puede pensar que ganó como respuesta a su petición. Jefté ha obtenido lo que quería, a su manera, pero ganar así, en realidad es perder.
Cuántas veces los hijos de pequeños nos insisten tanto en una paleta que pica y para que dejen de molestar ¡se las damos! aunque después estén llorando porque les pica. O cuando el cónyuge ofrece llevarte el desayuno a la cama y después se enoja porque ¡aceptas! y es más trabajo, pero ¡tú no lo pediste! te lo ofreció.
Dios ya le había dado la victoria por amor, por misericordia, Dios ¡no le pidió un sacrificio! Y quizá más de uno se identifique con Jefté. Tenemos las promesas de Dio para nuestras vidas, pero no es suficiente ¡tenemos que hacer algo más! Queremos asegurar a nuestra manera que Dios cumpla SU Promesa y hacemos votos o promesas que no nos ha pedido. ¿No lo has hecho?
Dios mío si me sacas de este problema te prometo…orar todos los días.
Dios si me respondes y me sanas, todo lo que tengo es tuyo.
Dios si haces este milagro, ahora sí cumpliré en todo. Iguales que Jefté. Pero la historia apenas empieza. Termina una guerra, pero empieza otra,quizá más cruel.
La guerra terminó, ha ganado, Jefté sabe que es hora de regresar a casa y con eso recuerda la promesa que le hizo a Dios. Alarga la celebración lo más que puede, sirvan otra ronda. No quiere pensar en eso, pero sabe que tiene un voto, una promesa que cumplir. Camino a casa va meditando; entran al pueblo se oyen los gritos de alegría. Sus amigos uno por uno se despiden al llegar a sus casa y observa que sale la esposa a recibir a uno de ellos, a otros lo reciben la mamá, vio que a otro salió la suegra, se dibuja una sonrisa en su rostro, más adelante ve que el hermano de un soldado sale y en el último que dejó fue firulais.
Al acercarse a su casa su corazón se le quiere salir del pecho, antes de cruzar el último riachuelo que lo separa de su casa, se detiene un momento y dice: “caminaré lo más despacio para que sea firulaís quien me escuche, es un buen perro, lo voy a extrañar”. Lentamente se acerca su casa.
Lo que él no sabe es que su hija, su única hija ha estado en la azotea de la casa y ha escuchado los gritos de alegría que vienen del pueblo. Los soldados han regresado, por los gritos de alegría sabe que han tenido la victoria, baja a su recámara, se cambia de ropa, se pone su mejor vestido, busca su pandero, debe darse prisa para ser la primera en recibir a su padre que viene de la guerra.
El padre sube la última pendiente antes de ver la puerta de la casa, va con el rostro mirando el suelo, un poco por el cansancio de la guerra, pero más por temor de ver quién sale a recibirle. Se detiene a recordar: “para qué abrí la boca, para qué hice promesas si Dios ya me había prometido la victoria.” Lentamente levanta el rostro, la traducción de lo que viene después, literalmente dice: “exactamente en ese momento su hija salía a recibirle” No podemos imaginar el dolor y vergüenza.
La hija sale bailando esa era la costumbres de la época:
“Entonces la profetisa Miriam, hermana de Aarón, tomó una pandereta, se puso al frente, y todas las mujeres la siguieron, danzando y tocando sus panderetas. Y Miriam entonaba este cántico: «Canten al Señor, porque ha triunfado gloriosamente; arrojó al mar al caballo y al jinete».” (Éxodo 15:20–21, NTV)
La hija de Jefté era así, pero ella sale sola y no canta. La única hija de Jefté. Pero antes de compadecernos de él, meditemos ¿cuántas veces has hecho una promesa a Dios? Señor, si me bendices, obedeceré, si me cuidas, etc. Y llega el tiempo de cumplir la promesa y como que nos echamos para atrás.
En la Biblia hay otra escena similar, pero a diferencia de Jefté, es Dios quien pide el sacrificio. Dios le dijo a Abraham:
“—Toma a tu hijo, tu único hijo —sí, a Isaac, a quien tanto amas— y vete a la tierra de Moriah. Allí lo sacrificarás como ofrenda quemada sobre uno de los montes, uno que yo te mostraré.” (Génesis 22:2, NTV)
Dios le pide esto a Abraham y éste obedece; de él dice que le fue fiel a Dios; pero en Jefté es un acto de infidelidad, desconfianza ¡no de fe! El hijo de Abraham tenía nombre, se llama: Isaac , su mamá Saraí y su abuelo Teraj.
La hija de Jefté no tiene nombre, su padres es hijo ilegítimo, su madre no se menciona, su abuela una prostituta y su abuelo no se puede identificar. Esta niña no tenía ninguna culpa, sólo vivía alegremente su juventud. Al verla salir de la casa Jefté rompe sus ropas, llora pero ¿por quién son esas lágrimas?
“Cuando la vio, se rasgó la ropa en señal de angustia. —¡Hija mía! —clamó—. ¡Me has destruido por completo! ¡Me has traído una gran calamidad! Pues hice un voto al Señor y no puedo dejar de cumplirlo.” (Jueces 11:35, NTV)
Esta es una escena triste, porque no llora por que ya no verá a su hija, no llora por los sueños rotos de su hija ¡llora por lo mal que él se siente! Pero no te apresures a juzgarlo, muchas veces el egoísmo no nos deja ver que somos como él, pensamos que todo se trata de mí, cómo me siento yo, qué voy a perder o qué voy a ganar; en esos momentos culpamos a los demás por algo que nosotros hemos provocado.
Dios no pidió el sacrificio ¡Dios ya te perdonó, te Salvó! Vamos a vivir creyéndole, no tienes qué hacer promesas a la ligera, que después no vas a cumplir. Dios no te pide sacrificio, te pide que le creas y confíes en ÉL.
Señor ¡dáme un trabajo! y seré obediente ¡de todo lo que gane daré el diezmo! No como una concesión, sino que ¡ahora ya vas a obedecer! Pero cuando llega el cheque cambiamos y decimos: “Señor, la verdad es que ¡es mucho dinero! así que daré un poco. O lo contrario: Señor es tan poco lo que me dieron que para no darte tan poco, mejor no te doy nada y cuando me empareje te doy el doble. Otro escenario, cuando le dices: Señor todo lo que tengo es tuyo, y cuando estás a punto de perder todo, dices: Señor, por qué me lo quitas, pero ¿qué no ya lo habías entregado?
Jefté no busca consolar a su hija, así como hizo Abraham: El cordero de Dios proveerá hijo mío. Jefté tampoco busca ocupar le lugar de su hija, así como David lo quiso hacer:
“...Subió a la habitación que estaba sobre la entrada y se echó a llorar. Y mientras subía, clamaba: «¡Oh, mi hijo Absalón! ¡Hijo mío, hijo mío Absalón! ¡Si tan sólo yo hubiera muerto en tu lugar! ¡Oh Absalón, mi hijo, mi hijo!».” (2º Samuel 18:33, NTV)
Jefté llora por su desgracia, llora porque va a sufrir.
“Y ella le dijo: —Padre, si hiciste un voto al Señor, debes hacer conmigo lo que prometiste, porque el Señor te ha dado una gran victoria....” (Jueces 11:36, NTV)
Cuando Isaac va con su padre, él no sabe a dónde va, esta jovencita sabe lo que su padre tiene que hacer. Su muerte es prematura, la vida termina antes que su potencial sea desarrollado, su muerte será violenta, sin hijos, esta niña será olvidada.
El libro no da detalles del sacrificio, quizá porque a diferencia de Isaac, no llega un ángel para impedir el sacrificio a último minuto. Ella es sacrificada, o soltera para siempre o muerte.
Recordamos y lamentamos la muerte de la hija de Jefté el Galaadita. Ella no tuvo por qué haber muerto por un acto de infidelidad de su padre.
Para terminar, quizá te preguntes ¿esto qué tiene que ver conmigo? Quizá te identifiques con Jefté, por todas las promesas que haz hecho sin tener qué hacer, pero a diferencia de él ¡por más difícil que sea! sí cumplió. La diferencia contigo es que ¡tú no has cumplido! Por lo mismo, no te cuesta seguir prometiendo.
Quizá no son promesas a Dios, pero sí a los que te rodean: ¡te prometo que todo será diferente! ¿te suena familiar? O promesas que te has hecho a ti mismo.
O te identificas con la hija de Jefté ¡Tú no pediste nacer sólo para sufrir! No tuviste la culpa que ese cáncer te escogiera. Quizá has sido olvidada por tus padres, o tu ex te prometió tantas cosas que nunca se cumplieron y te dejaron con una herida en el corazón porque ¡le creíste a ese hombre, a esa mujer! Y te dejaron con la responsabilidad de criar a tu bebé sola o solo. Tu sueño se derrumbó por completo.
Tuviste que trabajar desde niño para poder vivir ¡Tú fuiste sacrificada, sacrificado! Tuviste que dejar los estudios para trabajar o por el embarazo.
Hoy es el día para lamentar y llorar, para pedir perdón por las promesas no cumplidas, es el día para perdonar a quien te sacrificó y nunca te pidió tu opinión.
Pero es el día para un nuevo comienzo, creyendo las promesas de Dios, sólo ¡Por qué ÉL lo ha dicho! Por eso esta mañana no prometas nada. Dios quiere escuchar tu corazón, quiere escucharte decir que crees sus promesas cuando te dice ¡nunca te dejaré! ¡Mi gracia es suficiente! ¡en la cruz lleve tu enfermedad y por mis llagas eres sano! y te dice:
“«¡Quédense quietos y sepan que yo soy Dios! Toda nación me honrará. Seré honrado en el mundo entero».” (Salmo 46:10, NTV)
Hace 2 mil años hubo otro sacrificio, otro Padre entrega a SU Único Hijo para ser sacrificado y llevar las culpas que no le correspondían. Similar a la hija de Jefté, Jesús sabía a qué venía a la tierra y aún así aceptó por una sola razón ¡Por amor a ti y a mí!
Te puedes olvidar del sacrificio de la hija de Jefté, te puedes olvidar de todos los demás sacrificios, pero por favor, por el amor de Dios ¡No te olvides de SU Sacrificio!
Ultimo detalle, sabes que Jefté aparece en la lista de héroes de la fe en el libro de Hebreos; esto nos dice que aunque empezó mal, cumplió la promesa que le hizo a Dios, con todo y lo doloroso ¡por más difícil que sea! ¡Eso hace la diferencia para ser héroe de la fe!
¿Qué promesa hiciste que no has cumplido?
Palabra de Dios
Oremos