Sermón sin título (8)
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Pozos secos, árboles sin fruto, olas embravecidas, estrellas errantes, bestias
brutas, manchas horribles, perros que comen sus propios vómitos, cerdos
amantes del barro y lobos voraces... así es como la Biblia describe a los
falsos profetas (cp. 2 Pedro 2, Judas). El Nuevo Testamento se reserva sus palabras
más duras de condena para aquellos que falsamente pretenden comunicar una
revelación de parte de Dios. Y lo que la Biblia condena, también nosotros lo debemos
condenar, y hacerlo con el mismo vigor y fuerza. Sin embargo, apliquemos
estos mismos epítetos a los falsos maestros de hoy y es muy probable que seamos
etiquetados como no caritativos o incluso anticristianos. El espíritu ecuménico de la
época se retracta con cobardía sin denunciar el error, incluso cuando la Escritura
lo garantiza explícitamente.
El crecimiento del movimiento carismático ha agravado el problema, fomentando
y ofreciendo una plataforma para todo tipo de personas que hacen declaraciones
ridículas extrabíblicas (y a menudo completamente antibíblicas) en el
nombre del Espíritu Santo. Los fieles cristianos necesitan desesperadamente despertar
y hablar en contra de la libre circulación de falsas profecías que han entrado
en la iglesia tras la estela del movimiento carismático.
El Nuevo Testamento advierte repetidas veces que los más peligrosos falsos
profetas son los lobos que vienen con piel de oveja o se disfrazan como ángeles de
luz con el fin de introducir sus mentiras. Ellos nunca negarían a Cristo ni se
opondrían al Espíritu Santo abiertamente. Más bien, vienen en el nombre de Cristo
y proclaman la autoridad del Espíritu Santo. Se infiltran en la iglesia por medio
de la pretensión y el subterfugio. Y ahí es donde hacen su daño real.
Hablando del fin del mundo, el Señor Jesús explicó: «Y muchos falsos profetas
se levantarán, y engañarán a muchos [...] Porque se levantarán falsos Cristos, y
falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán,
si fuere posible, aun a los escogidos» (Mateo 24.11, 24). El apóstol Pablo advirtió
igualmente a los ancianos de Éfeso: «Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el
rebaño [...] Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros
lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán
hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos» (Hechos
20.28–30). Pedro también reconoció que estos estafadores se infiltran en la iglesia,
profesando falsamente haber sido redimidos por Cristo. Como les dijo a sus
lectores: «Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo [de Israel], como habrá
entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras,
y aun negarán al Señor que los rescató, atrayendo sobre mismos destrucción
repentina» (2 Pedro 2.1). Se podrían añadir otros pasajes (tales como 1 Juan 4.1 y
Judas 4), pero el punto es claro. Los falsos profetas representan una verdadera
amenaza para el cuerpo de Cristo.
Por supuesto, los falsos profetas no se anuncian como herejes hipócritas. Vienen
vestidos de ovejas, se disfrazan como ángeles de luz y prometen libertad a los
demás, mientras que ellos mismos son esclavos de sus concupiscencias pecaminosas.
Sin embargo, los falsos profetas no son tan difíciles de detectar. La Biblia nos
da tres criterios para la identificación de estos farsantes espirituales.
En primer lugar, cualquier autoproclamado profeta que lleva a la gente a una
falsa doctrina o herejía es un falso profeta. En Deuteronomio 13.1–5, Moisés les
dijo a los israelitas:
Cuando se levantare en medio de ti profeta, o soñador de sueños, y te anunciare
señal o prodigios, y si se cumpliere la señal o prodigio que él te anunció, diciendo:
Vamos en pos de dioses ajenos, que no conociste, y sirvámosles; no darás oído a
las palabras de tal profeta, ni al tal soñador de sueños; porque Jehová vuestro Dios
os está probando, para saber si amáis a Jehová vuestro Dios con todo vuestro
corazón, y con toda vuestra alma. En pos de Jehová vuestro Dios andaréis; a él
temeréis, guardaréis sus mandamientos y escucharéis su voz, a él serviréis, y a él
seguiréis. Tal profeta o soñador de sueños ha de ser muerto, por cuanto aconsejó
rebelión contra Jehová vuestro Dios que te sacó de tierra de Egipto y te rescató de
casa de servidumbre, y trató de apartarte del camino por el cual Jehová tu Dios
te mandó que anduvieses; y así quitarás el mal de en medio de ti.
El Nuevo Testamento es implacable en cuanto a hacerse eco del mismo aviso.
Cualquier persona que dice hablar en nombre de Dios al mismo tiempo que lleva
a la gente lejos de la verdad de la Palabra de Dios se muestra claramente como un
profeta falso y engañador. Incluso si una persona hace predicciones exactas o realiza
supuestas maravillas se le rechazará, ya que Satanás mismo es capaz de realizar
milagros falsos (cp. 2 Tesalonicenses 2.9). La historia de la iglesia está salpicada de
ejemplos de la devastadora influencia que los falsos profetas pueden tener. Montano
era un falso maestro del siglo dos que le dio más atención a las supuestas profecías
de dos mujeres que a las Escrituras. En el siglo siete, Mahoma proclamaba
ser un profeta que supuestamente recibió revelación del ángel Gabriel. En el siglo
diecinueve, Joseph Smith fundó el mormonismo con afirmaciones fantásticas
acerca de las visitas de ángeles y revelaciones extrabíblicas. Estos son solo algunos
ejemplos históricos de cuánto daño los falsos profetas pueden causarles a las personas
que los siguen.
En segundo lugar, cualquier autoproclamado profeta que vive en una desenfrenada
lujuria y un pecado sin arrepentimiento se revela como falso profeta.
El Señor Jesús mismo explica que estos pueden identificarse por los frutos de
su vida (Mateo 7.20). Las epístolas de 2 Pedro y Judas amplían ese concepto,
señalando que los falsos profetas se esclavizan a sus deseos y están llenos de
orgullo, codicia, adulterio, sensualidad, rebelión y corrupción. Se sienten motivados
por el amor al dinero, intercambiando sus almas eternas en aras de
ganancias deshonestas. Dándoles el suficiente tiempo, los falsos profetas inevitablemente
evidencian su verdadera naturaleza por la forma en que viven. A
pesar de que dicen representar al Señor Jesucristo, en realidad ni siquiera son
creyentes genuinos.
En ocasiones una predicción precisa no es prueba del don de profecía o
incluso de una auténtica conversión, como evidencian los no creyentes en la
Biblia que profetizaron correctamente (Números 22—23, Juan 11.49–52). De
hecho, el Señor Jesús advirtió: «Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor,
¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en
tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os
conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad» (Mateo 7.22–23). Uno se pregunta
cuántos profetas modernos autoproclamados o teleevangelistas con
moral relajada y estilos de vida lujosos se encontrarán en ese escenario en el
último día.
En tercer lugar, si alguien se declara a sí mismo profeta y proclama una
supuesta «revelación de Dios» que resulta ser inexacta o falsa, debe ser rechazado
de inmediato como portavoz de Dios. La Biblia no podía ser más clara en
su afirmación de que el profeta que habla error en el nombre del Señor es una
falsificación. En Deuteronomio 18.20–22, el Señor mismo les dijo a los israelitas:
El profeta que tuviere la presunción de hablar palabra en mi nombre, a quien yo
no le haya mandado hablar, o que hablare en nombre de dioses ajenos, el tal
profeta morirá. Y si dijeres en tu corazón: ¿Cómo conoceremos la palabra que
Jehová no ha hablado?; si el profeta hablare en nombre de Jehová, y no se cumpliere
lo que dijo, ni aconteciere, es palabra que Jehová no ha hablado; con presunción
la habló el tal profeta; no tengas temor de él.
Cualquier predicción o declaración inexacta que pretenda comunicar una
revelación de Dios constituye un delito grave. El mensaje erróneo no solo
representó una prueba positiva de que el profeta era un fraude, sino también
significó que bajo la ley del Antiguo Testamento era digno de la pena de muerte.
Dios no toma a la ligera el delito de los que erróneamente presumen hablar
por él, diciendo: «Así dice el Señor», cuando en realidad el Señor no ha hablado.
Y los que aprueban y fomentan esas prácticas son culpables de presunción
pecaminosa y negligencia en el cumplimiento de su deber espiritual. No debemos
escuchar tales profecías con un oído falto de discernimiento (1 Tesalonicenses
5.21).
A pesar de las claras advertencias de las Escrituras y la consiguiente deshonra
al Espíritu de Dios, los carismáticos han hecho de las profecías presuntuosas un
sello distintivo de su movimiento. Ellos han creado un terreno de cultivo fértil
para los falsos profetas, otorgándole una plataforma de autoridad a cualquiera lo
suficientemente atrevido para ponerse de pie y decir que ha recibido una revelación
directa de Dios, no importa lo ridícula o blasfema que sea. En los capítulos
anteriores ya hemos estudiado algunas de las diversas herejías que son toleradas e
incluso promovidas dentro de las filas carismáticas (por lo general legitimadas por
una «palabra profética» de algún tipo). Y hemos señalado brevemente los numerosos
escándalos que de continuo afectan las vidas de los líderes carismáticos más
visibles y reconocidos (incluyendo a los que dicen ser los «profetas» de hoy). Solo
estos dos factores son suficientes para demostrar que la llamada abundante profecía
en el mundo carismático, en realidad, no es más que falsa profecía.
En este capítulo nos enfocaremos en esa tercera marca de identificación de un
falso profeta: las predicciones inexactas. ¡Lo que la Biblia condena como una ofensa
capital, el movimiento carismático lo valora como un don espiritual! De hecho,
las falacias, flaquezas y falsedades que caracterizan las profecías contemporáneas
son tan flagrantes y bien documentadas que los teólogos carismáticos ni siquiera
tratan de negarlas. El profeta carismático Bill Hamon contradice Deuteronomio
18 cuando afirma: «No hay que apresurarse a llamar a alguien falso profeta simplemente
porque algo que dijo era inexacto [...] Fallar un par de veces en la profecía
no hace a un profeta falso. Ningún profeta mortal es infalible y todos son
susceptibles de cometer errores».
Jack Deere está de acuerdo, argumentando que si un profeta «fallara tan mal»
que su profecía «tuviera efectos destructivos inmediatos» en la vida de las personas,
aun esto no lo hace un falso profeta. Sin embargo, eso no es en absoluto lo
que enseñan las Escrituras. Los profetas son juzgados, no por la cantidad de detalles
correctos (ya que incluso los endemoniados a veces pueden hacer predicciones
correctas; Hechos 16.16), sino por las veces que se equivocan. Los que comunican
palabras reveladoras, en particular provenientes de Dios, deben hacerlo sin error,
de lo contrario demuestran ser unos mentirosos.
Quizás la admisión más extraña del error profético moderno se produjo
durante un intercambio prolongado entre los autoproclamados profetas Mike Bickle
y Bob Jones, dos de las figuras más conocidas asociadas a los profetas de Kansas
City. Al discutir el tema de «las visiones y revelaciones», Bickle le pidió a Jones
que hablara de las numerosas veces en que sus profecías se habían equivocado. He
aquí una transcripción de la conversación:
Mike Bickle: «Cuénteles sobre el error en su vida, el grado de error que usted ha
tenido y el grado de exactitud, porque quiero que la gente entienda un poco
acerca de eso».
Bob Jones: «Bueno, he tenido un montón de errores en mi vida. Recuerdo
una vez que me llené de orgullo. Cada vez que me lleno de orgullo, vaya, Papá
[Dios] sabe cómo hacer estallar mi burbuja. Así que me dejé llevar por el orgullo
y convoqué a una iglesia a un ayuno de tres días, y les dije que ciertas cosas
iban a suceder, de modo que llevaron a cabo el ayuno. Fue terrible. Después de
tres días de ayuno, fue espantoso, y el Espíritu ni siquiera se presentó esa
noche...».
Mike Bickle: «¿Usted llamó a la gente a ayunar?».
Bob Jones: «Seguro, lo hice, y no era algo del Señor, sino que era mi orgullo
quien hablaba. Pensé que podría forzar al Señor a que hiciera algo por medio del
ayuno, pero descubrí muy rápido que no podía. Así que había un montón de
ancianos santos que estaban listos para apedrearme, por eso estuve dispuesto a
salir de allí e irme a casa como buen profeta y renuncié. Entonces grité, chillé y
finalmente me fui a dormir, entonces el Señor vino y me tomó de mi mano. Y [en
mi visión] yo era como esta niñita que se encuentra justo aquí [...] solo que yo
estaba en una forma mucho peor, porque usaba pañales y realmente me había
orinado encima, y me corría por mis dos piernas. El Señor me tomaba de la mano
y yo estaba llorando desconsoladamente [...] Y escuché como una especie de voz
hablar, algo desconcertada, puedo decir: “¿Qué le sucedió a Bob?”. Y mi consejero
[celestial] habló y dijo: “Tuvo un accidente”».
Mike Bickle: «Dijo algunas palabras equivocadas».
Bob Jones: «“Sí, tuvo un accidente. Se ensució el pañal. Y yo pensé: “Ah,
muchacho, aquí viene”. Y entonces, en realidad tuve una sorpresa. Una voz suave
y tierna me dijo: “Ese chico necesita más seguro. Déjale saber que lo tenemos
cubierto contra accidentes. Dale una póliza de seguro más alta”. Eso no era lo
que yo estaba buscando, porque recién había renunciado. “Límpialo. Dile que
regrese al cuerpo y que profetice el doble. Esta vez, hará lo que yo le diga” [...] Lo
siguiente que supe fue que estaba de vuelta en la cama, me desperté chorreando
sudor...».
Mike Bickle: «Así que ha habido errores, toda una serie de errores».
Bob Jones: «Ah, cientos de ellos».
Los comentarios de Jones ilustran dos de los principales problemas con la
profecía moderna: está llena de errores e imprecisiones y abunda con un nivel de
locura sacrílega que sin duda no encuentra su fuente en Dios. Jones pudo justo
haber elegido la analogía correcta al comparar sus errores proféticos con un pañal
sucio, pero está equivocado acerca de todo lo demás. Sus afirmaciones en cuanto
a ser un verdadero profeta son obviamente falsas. Él no tiene verdaderas visiones
del cielo. Y Dios ciertamente no le ha dado un «seguro» que le permita salirse con
cientos de errores como si no fuera gran cosa.
Menos de tres años después de esa entrevista, Bob Jones fue retirado temporalmente
del ministerio público por la Metro Vineyard Fellowship de Kansas City
en Olathe, Kansas, cuyo pastor principal no era otro que Mike Bickle. Había
salido a la luz que Jones estaba usando falsas «profecías» como un medio ganarse
la confianza de las mujeres de quienes después abusaba sexualmente. «Los pecados
por los que [fue] removido del ministerio incluyeron el uso de sus dones para
manipular a la gente a fin de satisfacer sus deseos personales, mala conducta
sexual, rebelión contra la autoridad pastoral, calumnias a los líderes y la promoción
de la amargura en el cuerpo de Cristo». Sin embargo, regresó a los escenarios
carismáticos después de un corto receso y mientras escribo esto, todavía está
hablando en las iglesias carismáticas, presentándose a sí mismo como un profeta
ungido de Dios y haciendo profecías que son demostrablemente falsas y a menudo
patentemente ridículas. Miles de carismáticos crédulos todavía están pendientes
de sus palabras, como si todo el escándalo y la falsa profecía nunca hubieran sucedido.
El hecho de que la biografía en la Internet de Jones compare su ministerio al
del profeta Daniel solo aumenta la naturaleza blasfema de todo el fiasco.6
Profecía falible y la Palabra infalible
Ilustraciones adicionales de falsedad flagrante y blasfemias bizarras en las
profecías carismáticas no son difíciles de encontrar. Benny Hinn hizo una
serie de declaraciones proféticas célebres en diciembre de 1989, ninguna de
las cuales se hizo realidad. Él con toda confianza le dijo a su congregación en
el Centro Cristiano de Orlando que Dios le había revelado que Fidel Castro
iba a morir en algún momento de la década de 1990, que la comunidad
homosexual en Estados Unidos sería destruida por el fuego antes de 1995 y que
un gran terremoto podría causar estragos en la costa este antes de el año 2000.
Se equivocó en todos los aspectos, pero eso no impidió que Hinn siguiera
haciendo audaces profecías falsas.
Al comienzo del nuevo milenio, le anunció a su audiencia de la televisión que
una profetisa le había informado que Jesús pronto se aparecería físicamente en
algunas de las reuniones de sanidad de Hinn. Él afirmó que estaba convencido de
que la profecía era auténtica y en su emisión en TBN del 2 de abril de 2000, la
amplía con una profecía propia. «Ahora escucha esto: ¡yo estoy profetizando esto!
Jesucristo, el Hijo de Dios, está a punto de aparecerse físicamente en algunas iglesias,
y en algunas reuniones, y a muchos de su pueblo, por una razón: ¡para decirles
que él está a punto de regresar! ¡Despierten! ¡Jesús viene, santos!».7
Las profecías fallidas de Hinn no son menos extravagantes, pero no tan
memorables como las que el notorio Oral Roberts comenzó a hacer hace varias
décadas. En 1977, Roberts dijo que tuvo una visión con un Jesús de doscientos
setenta metros de altura que le dio instrucciones para construir la Ciudad de la Fe,
un hospital de sesenta pisos en el sur de Tulsa. Roberts afirmó que Dios le dijo que
iba a usar el centro para unir la tecnología médica con la curación por fe, que iba
a revolucionar el cuidado de la salud y permitirles a los médicos encontrar una
cura para el cáncer.
El edificio, terminado a principios de 1980, fue una farsa colosal desde el principio.
Cuando la Ciudad de la Fe abrió sus puertas, todos menos dos pisos de la masiva estructura
estaban completamente vacíos. En enero de 1987, el proyecto era responsable de
una deuda inmanejable, por lo que Roberts anunció que el Señor le había dicho que a
menos que juntara ocho millones de dólares para pagar la deuda el 1 de marzo, iba a
morir. Al parecer, no estando dispuestos a comprobar la profecía de la amenaza de
muerte, los donantes cumplidamente le dieron a Roberts los fondos necesarios a tiempo
(con la ayuda de 1,3 millones de dólares donados a última hora por el dueño de las
pistas de carreras de perros de la Florida). Sin embargo, a los dos años, Roberts se vio
obligado a cerrar el centro médico de todos modos y vender el edificio a fin de eliminar
la deuda que aún seguía amontonándose. Más del ochenta por ciento de la construcción
nunca fue ocupada. La cura prometida para el cáncer jamás se materializó tampoco.
Rick Joyner, otro de los profetas de Kansas City y fundador de los Ministerios
Morningstar, predijo en la década de 1990 que el sur de California podría
experimentar un terremoto de tal magnitud que gran parte del estado sería tragado
por el océano Pacífico. Aunque la predicción falló, Joyner sigue insistiendo en
que va a ocurrir con el tiempo. En el 2011, después de un terremoto de magnitud
9.0 que golpeó Japón, Joyner afirmó (basado en la revelación profética) que las
mismas fuerzas demoníacas que habían facultado a la Alemania nazi estaban utilizando
los acontecimientos mundiales provocados por el terremoto en Japón para
obtener avances en los Estados Unidos.
Una lista de las profecías carismáticas igualmente ridículas y fallidas podría
llenar varios volúmenes. Uno podría pensar que estos falsos profetas viven con un
miedo mortal al juicio divino, pero de forma sorprendente solo siguen lanzando
profecías que resultan más fantásticas que nunca. De forma increíble, su influencia
solo sigue creciendo, incluso entre los evangélicos tradicionales. Y la idea de
que Dios con frecuencia le habla directamente a su pueblo ha encontrado una
aceptación más generalizada que en ningún otro momento en la historia de la
iglesia.
El movimiento carismático empezó hace apenas cien años y su influencia en
el evangelismo difícilmente puede ser exagerada. Desde su creador, Charles Fox
Parham, hasta su representante moderno más ubicuo, Benny Hinn, todo el movimiento
no es más que una religión falsa dirigida por ministros fraudulentos. La
interpretación bíblica verdadera, la sana doctrina y la teología histórica no le deben
nada al movimiento, a menos que una afluencia de errores y falsedades pueda ser
considerada una contribución. Como cualquier sistema efectivo falso, la teología
carismática incorpora suficiente de la verdad para ganar credibilidad. Sin embargo,
al mezclar la verdad con engaños mortales, ha inventado un cóctel de corrupción
y veneno doctrinal, una fabricación letal, mientras que los corazones y las
almas están en peligro.
En lugar de aumentar el interés del público por las Escrituras y su devoción
hacia ellas, el legado principal del movimiento carismático ha sido un interés sin
precedentes en la revelación extrabíblica. Millones de personas influenciadas
por la doctrina carismática están convencidas de que Dios les habla directamente
todo el tiempo. De hecho, muchos parecen creer que la revelación directa es
el principal medio a través del cual Dios se comunica con su pueblo. «El Señor
me dijo...» se ha convertido en un cliché favorito de los evangélicos impulsados
por la experiencia.
No todos los que creen que Dios les habla hacen declaraciones proféticas tan
descabelladas como las expresadas por los teleevangelistas carismáticos o los profetas
de Kansas City. Sin embargo, todavía creen que Dios les da mensajes extrabíblicos,
ya sea a través de una voz audible, una visión, una voz en su cabeza, o
simplemente una impresión interna. En la mayoría de los casos, sus «profecías» son
relativamente triviales. No obstante, la diferencia entre sus predicciones y las de
Benny Hinn se limita a la magnitud, no al contenido.
La idea de que Dios está constantemente dando mensajes extrabíblicos y una
revelación fresca a los cristianos de hoy es prácticamente el sine qua non de la
creencia carismática. De acuerdo con la forma carismática típica de pensar, si Dios
no le está hablando en privado, directa y regularmente a cada creyente, él no es en
realidad inmanente. Los carismáticos, por lo tanto, defienden ferozmente toda
clase de profecías privadas, a pesar del hecho innegable de que estas supuestas
revelaciones de lo alto son a menudo —se podría decir por lo general— erróneas,
engañosas e incluso peligrosas.
Wayne Grudem, por ejemplo, escribió su tesis doctoral en la Universidad de
Cambridge en defensa de la idea de que Dios ofrece con regularidad mensajes
cristianos proféticos trayendo pensamientos espontáneos a la mente. Las impresiones
fuertes deben ser reportadas como profecía, asegura, aunque admite
abiertamente que esas palabras proféticas «pueden contener errores con frecuencia».9
Grudem continúa: «Existen testimonios casi uniformes en todos los sectores
del movimiento carismático de que la profecía es imperfecta e impura, y
contendrá elementos que no deben ser obedecidos o en los que no se debe confiar».10
A la luz de tal reconocimiento, uno se pregunta: ¿cómo pueden los cristianos
diferenciar una palabra de revelación de origen divino de una tramada
por su propia imaginación? Grudem lucha por encontrar una respuesta adecuada
a esta pregunta.
La revelación «parece» algo del Espíritu Santo; parece ser similar a otras experiencias
del Espíritu Santo que [la persona] ha conocido previamente en la adoración
[...] Más allá de esto, es difícil precisar mucho más, excepto que con el
tiempo una congregación probablemente sea más experta en evaluar las profecías
[...] y se volverá más experta en reconocer una revelación genuina del Espíritu
Santo y distinguirla de sus propios pensamientos.
En otros lugares, Grudem comparó la evaluación de la profecía moderna con un
juego de béisbol: «Ustedes lo llaman según lo ven. Tengo que usar una analogía estadounidense.
Es como un árbitro que declara bolas y strikes mientras el lanzador arroja
la pelota a través del plato». En otras palabras, dentro de los círculos carismáticos
no existen criterios objetivos para distinguir las palabras proféticas de las imaginarias.
A pesar de las imprecisiones reconocidas y el subjetivismo obvio, la idea de que
Dios está hablando fuera de la Biblia sigue encontrando cada vez más aceptación en
el mundo evangélico, incluso entre no carismáticos. Los bautistas del sur, por ejemplo,
han devorado ávidamente Mi experiencia con Dios de Henry Blackaby y Claude
King, lo que sugiere que la manera principal en que el Espíritu Santo guía a los
creyentes es hablando con ellos directamente. Según Blackaby, cuando Dios le da
un mensaje a un individuo, este pertenece a la iglesia y debe ser compartido con
todo el cuerpo. Como resultado, «las palabras extrabíblicas del Señor» ahora son
comunes incluso en algunos círculos bautistas del sur.
¿Por qué muchos cristianos modernos buscan la revelación de Dios a través de
medios distintos a las Escrituras? Ciertamente, no porque sea una manera confiable
de descubrir la verdad. Como hemos visto, todas las partes admiten que las
profecías modernas son a menudo erróneas por completo. La tasa de fracaso es
asombrosamente alta. En Charismatic Chaos [Caos carismático], cité una conversación
entre los dos principales líderes del movimiento de profetas de Kansas City.
Estaban emocionados porque creían que las dos terceras partes de las profecías del
grupo eran exactas. Uno de ellos dijo: «Bueno, eso es mejor de lo que ha sido hasta
ahora, ya sabes. Es un nivel mucho más alto que nunca».
En pocas palabras, la profecía moderna no es una manera mucho más fiable de
discernir la verdad que una bola mágica, las cartas del tarot o el tablero de la ouija. Y hay
que añadir que resulta igualmente supersticiosa. No hay garantías en las Escrituras de
que los cristianos escuchen una revelación fresca de Dios más allá de la que ya nos ha
dado en su Palabra escrita. Regresando a Deuteronomio 18, las Escrituras condenan
implacablemente a todos los que hablan una sola palabra falsa o de forma presuntuosa
en el nombre del Señor. Sin embargo, estas advertencias son simplemente ignoradas en
estos días por los que afirman haber escuchado algo nuevo de parte de Dios.
No es sorprendente que, siempre que hay un movimiento preocupado por una
profecía «fresca», existe de manera invariable un descuido correspondiente de las
Escrituras. Después de todo, ¿por qué estar tan preocupados por un antiguo libro
si el Dios vivo se comunica directamente con nosotros a diario? Estas nuevas palabras
de «revelación» naturalmente parecen más pertinentes y urgentes que las
conocidas palabras de la Biblia. Sarah Young es la autora de Jesús te llama, un
éxito de ventas compuesto por entero de artículos devocionales que ella alega
haber recibido de Cristo. Todo el libro está escrito en la voz de Cristo, como si él
le estuviera hablando por el autor humano directamente al lector. De hecho, en
eso consiste precisamente la autoridad que Sarah Young reclama para su libro. La
autora afirma que Jesús le dio las palabras y ella no es más que una «oyente». Reconoce
que su búsqueda de la revelación extrabíblica comenzó con una sensación de
que la Escritura no es suficiente. «Yo sabía que Dios se comunicó conmigo a través
de la Biblia», escribe, «pero anhelaba más. Cada vez más quería oír lo que Dios
tenía que decirme a mí, personalmente, en un día determinado».15 ¿Debe extrañar
que esta actitud aparte a la gente de la Escritura?
Este es precisamente el motivo por el cual la obsesión del evangelicalismo
moderno con la revelación extrabíblica resulta tan peligrosa. Se trata de un retorno
a la superstición medieval y una desviación de nuestra convicción fundamental
de que la Biblia es nuestra única, suprema y suficiente autoridad para toda la vida.
Representa un abandono masivo al principio reformador de la sola Scriptura.
La suficiencia absoluta de la Escritura se resume bien en esta sección de la
Confesión de Fe de Westminster: «Todo designio de Dios sobre todas las cosas necesarias
para su propia gloria, la salvación del hombre, la fe y la vida, está expresamente
expuesto en las Escrituras, o por buena y necesaria consecuencia puede
deducirse de la Escritura: a la que nada en ningún momento ha de añadirse, ni por
nuevas revelaciones del Espíritu, o las tradiciones de los hombres». El protestantismo
histórico se basa en la convicción de que el canon está cerrado. Ninguna nueva
revelación es necesaria, porque la Escritura es completa y absolutamente
suficiente.
La Escritura misma deja en claro que los días en que Dios le hablaba directamente
a su pueblo a través de diversas palabras y visiones proféticas han pasado.
La verdad que Dios ha revelado en el canon del Antiguo y Nuevo Testamentos
está completa (cp. Hebreos 1.1–2; Judas 3; Apocalipsis 22.18–19). La Escritura
—la Palabra escrita de Dios— es perfectamente suficiente, conteniendo toda la
revelación que necesitamos. Considere 2 Timoteo 3.15–17, donde Pablo le dice a
Timoteo:
Desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer
sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada
por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir
en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado
para toda buena obra.
Este pasaje hace dos declaraciones muy importantes que atañen a la cuestión
que nos ocupa. En primer lugar, «toda la Escritura es inspirada por Dios». La
Biblia habla con la autoridad de Dios mismo. Es cierta, es fiable y es verdadera.
Jesús mismo oró en Juan 17.17: «Tu palabra es verdad». El Salmo 119.160 dice: «La
suma de tu palabra es verdad». Esas declaraciones establecen a las Escrituras por
encima de toda opinión humana, toda especulación y toda sensación emocional.
La Escritura sola se presenta como verdad definitiva. Habla con una autoridad que
trasciende todas las otras voces.
En segundo lugar, el pasaje enseña que las Escrituras son totalmente suficientes,
«te pueden hacer sabio para la salvación» y «perfecto, enteramente preparado
para toda buena obra». ¿Puede alguien pedir más clara afirmación de la absoluta
suficiencia de las Escrituras? ¿Son los mensajes extrabíblicos de Dios necesarios a
fin de equiparnos para glorificarlo? Por supuesto que no. Aquellos que buscan
mensajes frescos de Dios de hecho han abandonado la absoluta certeza y la suficiencia
total de la Palabra escrita de Dios. Y han puesto en su lugar su propia
imaginación caída y falible. Si la iglesia no vuelve al principio de la sola Scriptura,
el único avivamiento que veremos es un resurgimiento de la superstición descontrolada
y la oscuridad espiritual.
¿Quiere decir esto que Dios ha dejado de hablar? Por supuesto que no, pero
hoy habla a través de su Palabra toda suficiente. ¿Motiva el Espíritu de Dios nuestro
corazón y nos impresiona con tareas o llamados específicos? Sin duda, pero obra a
través de la Palabra de Dios para hacer eso. Estas experiencias no involucran una
nueva revelación, sino a la iluminación, mientras el Espíritu Santo aplica la Palabra
a los corazones y abre nuestros ojos espirituales a su verdad. Debemos evitar con
todo cuidado que nuestra experiencia y nuestros propios pensamientos e imaginaciones
subjetivas eclipsen la autoridad y la certeza de la Palabra más segura.
El renombrado expositor bíblico británico del siglo veinte, David Martyn
Lloyd-Jones, resumió acertadamente la perspectiva adecuada contemporánea que
los creyentes deberían tener sobre la profecía. Al comentar sobre Efesios 4.11, LloydJones
escribió:
Una vez que los documentos del Nuevo Testamento se escribieron, el oficio
de profeta ya no fue necesario [...] En la historia de la iglesia han surgido
problemas porque la gente pensaba que eran profetas en el sentido del Nuevo
Testamento, y que habían recibido revelaciones especiales de la verdad. La
respuesta a eso es que, según el punto de vista de las Escrituras del Nuevo
Testamento, no hay necesidad de más verdad. Esa es una afirmación absoluta.
Tenemos toda la verdad en el Nuevo Testamento y no hay necesidad de
revelaciones adicionales. Todo ha sido dado, todo lo que es necesario para
nosotros está disponible. Por lo tanto, si un hombre dice haber recibido una
revelación de una verdad nueva, debemos sospechar de él inmediatamente
[...]
La respuesta a todo esto es que la necesidad de profetas terminó una vez
que tuvimos el canon del Nuevo Testamento. Ya no necesitamos revelaciones
directas de la verdad, la verdad está en la Biblia. Nunca debemos separar el
Espíritu y la Palabra. El Espíritu habla a través de la Palabra, por lo que siempre
debemos dudar y consultar sobre cualquier supuesta revelación que no sea del
todo congruente con la Palabra de Dios. De hecho, la esencia de la sabiduría es
rechazar por completo el término «revelación» en lo que a nosotros respecta, y
hablar solo de «iluminación». La revelación ha sido dada de una vez por todas,
y lo que necesitamos y lo que por la gracia de Dios podemos tener, y tenemos,
es la iluminación del Espíritu para entender la Palabra.
¿Dos tipos de profetas?
En un intento por eludir los parámetros claros de la Escritura (y mantener algún
tipo de profecía moderna), los carismáticos están obligados a proponer que en
realidad hay dos tipos de profetas descritos en las Escrituras: unos que eran infalibles
y autorizados, y otros que no lo eran. La primera categoría incluye a los
profetas del Antiguo Testamento, los apóstoles del Nuevo Testamento y los autores
de las Escrituras. Sus profecías consistieron en la transmisión perfecta de
las palabras de Dios al pueblo de Dios. Como resultado, sus proclamaciones
proféticas estaban libres de errores y se vinculaban de forma inmediata a las vidas
de los demás.
Además, los carismáticos afirman que había un segundo nivel de profetas en
la iglesia del Nuevo Testamento: los profetas congregacionales que hablaron una
forma de profecía que era falible y no autoritaria y que entró en existencia en los
tiempos del Nuevo Testamento. Los profetas congregacionales de la iglesia primitiva
—prosigue el argumento— algunas veces cometían errores en su informe de
la revelación divina, por lo que no estaban obligados a cumplir la misma norma
perfecta de los profetas del Antiguo Testamento y los autores bíblicos. Siguiendo
esa lógica, los carismáticos insisten en que las profecías modernas no tienen que
tener un nivel de exactitud del ciento por ciento.
La noción de los profetas falibles —portavoces que comunican la revelación
divina de una manera errónea y corrupta— puede adaptarse a la escena del carismático
contemporáneo. Sin embargo, tiene un defecto fatal: no es bíblica. De
hecho, la Biblia solo y siempre condena ese tipo de profetas como peligrosos y
engañosos. Los profetas falibles son falsos profetas o, en el mejor de los casos, son
profetas confundidos a los que se les debe poner fin de inmediato y hacer que
desistan de presuntamente pretender hablar en nombre de Dios. Como hacen con
todo lo demás, los carismáticos han forzado las Escrituras para darles lugar a sus
experiencias modernas (catalogando sus expresiones cargadas de error como «profecía»),
en lugar de someter sus experiencias a las normas directas del texto bíblico.
Cuando se compara con los criterios claros establecidos en la Palabra de Dios,
nada acerca de la profecía moderna está a la altura de ellos.
Los carismáticos pueden afirmar que los profetas del Nuevo Testamento no
se mantuvieron al mismo nivel que sus homólogos del Antiguo Testamento, pero
tal afirmación no tiene garantías bíblicas. Bíblicamente hablando, no se hace distinción
entre los profetas de ambos testamentos. De hecho, el Nuevo Testamento
utiliza una terminología idéntica al describir tanto a los profetas del Antiguo como
del Nuevo Testamento. En el libro de Hechos, los profetas del Antiguo Testamento
se mencionan en 2.16; 3.24–25; 10.43; 13.27, 40; 15.15; 24.14; 26.22, 27 y
28.23. Las referencias a los profetas del Nuevo Testamento se intercalan con el
mismo vocabulario, sin distinción alguna, comentario o advertencia (cp. Hechos
2.17–18; 7.37; 11.27–28, 13.1; 15.32; 21.9–11).
Con seguridad, si el don profético del Nuevo Testamento fuera categóricamente
diferente, como afirman los carismáticos, se habría hecho alguna distinción.
Como señala Sam Waldron de manera acertada: «Si la profecía del Nuevo
Testamento, a diferencia de la del Antiguo, no era infalible en sus pronunciamientos,
esto habría constituido un cambio absolutamente fundamental entre la institución
del Antiguo Testamento y la institución del Nuevo. Suponer que una
diferencia tan importante como esta se pasó por alto sin comentarios explícitos es
impensable».
Por supuesto, una comprensión adecuada de la profecía del Nuevo Testamento
se basa en algo más que un argumento a partir del silencio. Cuando Pedro habló del
tipo de profecía que caracterizaría a la iglesia durante la era apostólica (en Hechos
2.18), citó Joel 2.28, una clara referencia al tipo de profecía del Antiguo Testamento.
Y cuando los autores bíblicos describen a los profetas del Nuevo Testamento (como
Juan el Bautista, el profeta Agabo y el apóstol Juan en el libro de Apocalipsis), lo
hacen de una manera que deliberadamente evoca a los profetas del Antiguo Testamento.
Los escritores del Nuevo Testamento hicieron hincapié en que las expectativas
y las funciones fueron las mismas para ambos profetas. Es obvio que la iglesia
primitiva consideraba a sus profetas como el equivalente categórico de sus predecesores
del Antiguo Testamento. Después de un amplio estudio de los primeros siglos
de la historia de la iglesia del Nuevo Testamento, el profesor David Farnell concluye:
En resumen, la iglesia primitiva postapostólica juzgó la autenticidad de los profetas
del Nuevo Testamento con los estándares proféticos del Antiguo Testamento.
Los profetas de la era del Nuevo Testamento que estaban en éxtasis, hicieron aplicaciones
erróneas de las Escrituras o profetizaron falsamente, fueron considerados
falsos profetas, ya que este tipo de acciones viola las estipulaciones del Antiguo
Testamento con respecto a lo que caracteriza a un verdadero profeta de Dios
(Deuteronomio 13.1–5; 18.20–22) [...] La iglesia primitiva afirmó la idea de una
continuidad directa entre los profetas del Antiguo Testamento y del Nuevo
Testamento y las regulaciones del oficio profético.
De la misma manera que se les requería a los profetas del Antiguo Testamento
decir la verdad al proclamar la revelación de Dios, así también los profetas del
Nuevo Testamento se conformaron a la misma norma. Cuando declararon: «Así
dice el Señor», lo que vino después tuvo que ser precisamente lo que Dios había
dicho (cp. Hechos 21.11). Puesto que las palabras auténticas de Dios siempre reflejarían
su carácter perfecto y sin defectos, tales profecías serían siempre infalibles e
inerrantes. Ponerlos a prueba era necesario, porque los falsos profetas presentaban
una amenaza constante (1 Juan 4.1; cp. 2 Pedro 2.1–3; 2 Juan 10–11; 3 Juan 9–10;
Judas 8–23). Al igual que las profecías se examinaban en base a las revelaciones
previas en el Antiguo Testamento (Deuteronomio 13.1–5), del mismo modo eran
probadas en el Nuevo (1 Tesalonicenses 5.20–22; cp. Hechos 17.11).
Sin duda, alguien podría objetar señalando Romanos 12.6, donde Pablo
escribió: «Teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía,
úsese conforme a la medida de la fe». Los carismáticos usan este versículo
para sostener que la exactitud de la profecía depende de la medida de la fe de una
persona. Sin embargo, eso ni siquiera se acerca al verdadero significado de las
palabras de Pablo en este versículo. El apóstol les está diciendo a sus lectores que
los que tienen el don de la profecía profeticen de acuerdo con la fe: la verdad bíblica
previamente revelada (cp. Judas 3–4).
Por otra parte, la palabra profecía en este contexto no se refiere necesariamente
a las predicciones futuras ni a las nuevas revelaciones. La palabra simplemente
significa «hablar delante», y se aplica a toda declaración autorizada de la Palabra
de Dios por medio de la cual la persona dotada a fin de declarar la verdad de Dios
«habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación» (1 Corintios
14.3). Así que una paráfrasis apropiada de Romanos 12.6 sería: «Si su don es proclamar
la verdad de Dios, hágalo de acuerdo a la fe que ha sido dada». Repito, la
idea es que lo que se está profetizando se ajuste perfectamente a la verdadera fe,
siendo congruente con la revelación bíblica anterior.
Probablemente, el argumento más común para la profecía falible presentado por
los carismáticos se refiere al profeta Agabo del Nuevo Testamento. En Hechos 21.10–
11, Agabo predijo que cuando Pablo llegara a Jerusalén sería apresado por los judíos
y entregado a los romanos. Los carismáticos le dan mucha importancia al hecho de
que Lucas no repite los detalles precisos más tarde en Hechos 21, cuando relata los
pormenores de la detención de Pablo. La implicación, en la mente de continuacionistas
como Wayne Grudem, es que Agabo «no estaba lejos en su predicción, pero esta
tenía inexactitudes en detalles que han puesto en tela de juicio la validez de cualquier
profeta del Antiguo Testamento». Otras veces Grudem va aun más allá, reclamando
que esta constituye «una profecía cuyos dos elementos, ser “atado” y “entregado” por
los judíos, son falsificados explícitamente en la narrativa posterior». Por lo tanto, de
acuerdo con Grudem, Agabo proporciona una ilustración de la profecía falible en el
Nuevo Testamento y un paradigma en el que basar el modelo carismático.
Sin embargo, ¿son los detalles de la profecía de Agabo falsificados de manera
explícita por la narrativa posterior? Un examen detallado del texto en realidad
demuestra todo lo contrario. Que los judíos «ataron» a Pablo, como Agabo predijo
en Hechos 21.11, está implícito en el hecho de que se «apoderaron» de él (v. 30), lo
«arrastraron» (v. 30), y fue «golpeado» (v. 32). En Hechos 26.21, al testificar ante
Agripa, Pablo reiteró el hecho de que los judíos lo «prendieron» e «intentaron matarlo».
Al capturar a Pablo por la fuerza y arrastrarlo fuera del templo, los antagonistas
violentos habrían necesitado cualquier cosa que estuviera disponible de inmediato
para ellos con el objetivo de limitar a su víctima involuntaria, utilizando el propio
cinturón de Pablo a fin de atarlo para que no pudiera escapar. Debido a que Agabo
había proporcionado este detalle en el versículo 10, Lucas no consideró necesario
repetirlo en el versículo 30. Cuando los soldados romanos llegaron a la escena (v. 33),
arrestaron oficialmente a Pablo, quitándole sus ataduras temporales y colocándolo
en cadenas. Todo concuerda perfectamente con lo que Agabo dijo que sucedería.
Que los judíos «entregaron» a Pablo a los soldados romanos también está
implícito en el relato de Hechos 21. En el versículo 32, Pablo estaba siendo asaltado
por la turba enfurecida cuando la compañía de soldados llegó. Al ver a las
autoridades romanas, los judíos dejaron de golpear a Pablo y permitieron que los
soldados lo arrestaran sin incidentes (v. 33). Una vez más, la implicación de la
narración de Lucas es que la multitud enfurecida se alejó y se dispersó, dejando
voluntariamente a Pablo en manos de las autoridades romanas en ese momento.
Esta comprensión del texto es confirmada por el propio testimonio del
apóstol. En Hechos 28.17, Pablo explicó lo que le había sucedido a un grupo de
judíos en Roma: «Varones hermanos, no habiendo hecho nada contra el pueblo,
ni contra las costumbres de nuestros padres, he sido entregado preso desde Jerusalén
en manos de los romanos». Pablo no había hecho nada para violar la ley judía,
sin embargo, fue acusado falsamente por los líderes judíos que pensaban que sí
lo había hecho. A continuación, lo entregaron como prisionero (es decir, uno que
está obligado) a manos de las autoridades romanas. Resulta significativo que la
palabra que Pablo usa para «entregado» (Hechos 28.17) fue el mismo término
griego que Agabo utiliza en su profecía (Hechos 21.11). Por lo tanto, el propio
testimonio de Pablo verificó que los detalles de la profecía de Agabo eran absolutamente
correctos.
Tal vez lo más importante de todo es el hecho de que cuando Agabo profetizó,
citó al Espíritu Santo. De la misma manera que un profeta del Antiguo
Testamento declararía: «Así dice el Señor», Agabo comenzó su predicción con
estas palabras: «Esto dice el Espíritu Santo». Las palabras que siguieron fueron
una cita directa del Espíritu mismo, Lucas las registra de esa manera. Aun más
importante, el mismo Espíritu Santo inspiró a Lucas a escribir de esa manera,
sin ninguna corrección o restricción. Por lo tanto, cualquier afirmación de que
Agabo se equivocó en los detalles de su profecía constituye una acusación
tácita de que el Espíritu Santo se equivocó en el contenido de su revelación
profética.
Resulta evidente que Agabo no es el ejemplo de profecía falible que los carismáticos
dicen que es. Esta conclusión presenta un duro golpe a la profecía extrabíblica.
Como lo explica Robert Saucy hablando de Agabo: «La profecía es, pues,
fácilmente interpretada como sin error, sin ofrecer ningún ejemplo de una profecía
errada para apoyar el concepto de la profecía falible propuesto por la posición
[carismática]».
¿Qué ocurre con 1 Tesalonicenses 5.20–22?
En 1 Tesalonicenses 5.20–22, el apóstol Pablo escribió: «No menospreciéis las
profecías. Examinadlo todo; retened lo bueno. Absteneos de toda especie de mal».
¿Cómo vamos a interpretar las instrucciones de Pablo en estos versículos con respecto
al don de la profecía del Nuevo Testamento?
Una adecuada comprensión de este texto comienza con el entendimiento de
que las verdaderas profecías consistieron en la declaración de la revelación divina.
Por lo tanto, no deben ser despreciadas, porque hacerlo sería rechazar las palabras
de Dios mismo. Como he explicado en otra parte:
El respeto por la supremacía de la revelación de Dios es lo que el apóstol Pablo
tenía en mente cuando amonestó a los tesalonicenses a no despreciar las profecías.
Despreciar (exoutheneõ) lleva el fuerte sentido de «considerar como absolutamente
nada», «tratar con desdén» o «menospreciar». En el Nuevo Testamento, las
declaraciones proféticas (prophéteia) pueden referirse a las palabras habladas o
escritas. La forma verbal (prophéteuõ) significa «hablar o proclamar públicamente»,
por lo que el don de profecía era la habilidad dada por el Espíritu de proclamar
públicamente la verdad revelada de Dios. Los profetas del Nuevo Testamento
a veces entregaron una nueva revelación directamente de Dios (Lucas 2.29–32;
cp. v. 38, Hechos 15.23–29). En otras ocasiones, se limitaron a reiterar una proclamación
divina que ya se había registrado (cp. Lucas 3.5–6; Hechos 2.17–21,
25–28, 34–35; 4.25–26; 7.2–53).
En cualquier caso, ya que consiste en la proclamación de la revelación divina,
la verdadera profecía refleja siempre el carácter de Dios mismo. Es por eso que
podía ser probada de acuerdo a la medida de la fe (Romanos 12.6), lo que significa
que tenía que estar de acuerdo con la verdad revelada con anterioridad (cp. Hechos
6.7; Judas 3, 20). Una profecía proveniente de Dios fue siempre verdadera y congruente
con las Escrituras. Por el contrario, la palabra profética que era errónea o
contraria a la Palabra escrita de Dios demostraba ser falsa. Por lo tanto, Pablo
instruyó a los tesalonicenses a ejercer el discernimiento espiritual cada vez que
oyeran cualquier mensaje que dijera tener origen divino, probándolo con cuidado
al compararlo con la revelación previa escrita. Pablo describe aquellas profecías
que fallaron la prueba como diabólicas (v. 22), algo que los creyentes deben evitar.
A pesar de esto, los carismáticos suelen acudir a 1 Tesalonicenses 5.20–22
para defender las profecías erróneas, pensando que estos versículos apoyan su afirmación
de que las profecías del Nuevo Testamento eran falibles y estaban llenas de
errores. Después de todo, afirman, ¿por qué mandó Pablo a la iglesia a probar las
declaraciones proféticas si la profecía del Nuevo Testamento era igual a las profecías
sin error y con autoridad del Antiguo Testamento?
Al hacer esta pregunta, los carismáticos fallan en reconocer que la profecía del
Antiguo Testamento fue, de hecho, sometida al mismo tipo de pruebas que la profecía
del Nuevo Testamento. Pablo no estaba instruyendo a los tesalonicenses a
hacer algo distinto de lo que Dios siempre le ha requerido a su pueblo que haga. El
Señor instruyó a los israelitas a probar todas las profecías en base a la ortodoxia
(Deuteronomio 13.1–5; Isaías 8.20) y la precisión (Deuteronomio 18.20–22). Las
profecías que no cumplían con los requisitos fueron consideradas falsas. Debido a
que los falsos profetas eran frecuentes en el Israel del Antiguo Testamento (Deuteronomio
13.3; Isaías 30.10; Jeremías 5.31; 14.14–16; 23.21–22; Ezequiel 13.2–9;
22.28; Miqueas 3.11), el pueblo de Dios tenía que ser capaz de identificarlos y
enfrentarse a ellos. Esa misma realidad se aplica a los creyentes del Nuevo Testamento,
así que es por eso que Pablo instruyó a los tesalonicenses a probar las profecías
con cuidado.
Como apóstol, Pablo incluso animó a otros a probar sus enseñanzas por
esos mismos criterios. En el libro de Gálatas, reiteró el principio de Deuteronomio
13.1–5 cuando dijo: «Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare
otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema»
(Gálatas 1.8). Varios años más tarde, inmediatamente después de que Pablo
dejó Tesalónica, pero antes de escribir su primera epístola allí, viajó a Berea.
Los de Berea no aceptaron de forma automática las enseñanzas de Pablo, probaron
sus palabras comparándolas con la revelación del Antiguo Testamento.
El libro de Hechos dice esto acerca de ellos: «Y éstos eran más nobles que los
que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando
cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así» (Hechos 17.11).
Este incidente pudo haber estado en la mente de Pablo cuando escribió poco
después esta petición de mostrar un discernimiento cuidadoso y atento a los
tesalonicenses.
La presencia de los falsos profetas en la iglesia del primer siglo es un hecho que
está claramente atestiguado en el Nuevo Testamento (Mateo 7.15; 24.11; 2 Timoteo
4.3–4; 2 Pedro 2.1–3; 1 Juan 4.1; Judas 4). La exhortación a probar la profecía
debe entenderse en ese contexto. A los creyentes se les mandó a discernir entre
aquellos que eran verdaderos portavoces de Dios y los que eran unos falsificadores
peligrosos. Los tesalonicenses, en particular, necesitaban tener cuidado con las
falsas profecías. Las dos epístolas que Pablo les escribió a ellos indican que algunos
miembros de su congregación ya habían sido engañados: en relación con el carácter
personal de Pablo (1 Tesalonicenses 2.1–12) y en cuanto al futuro escatológico
de la iglesia (1 Tesalonicenses 4.13–5.11). Gran parte de la instrucción de Pablo
fue en respuesta a la enseñanza errónea que hacía estragos en la iglesia de Tesalónica.
Tal vez por eso algunos de los tesalonicenses se veían tentados a despreciar
todas las profecías, incluidas las que eran ciertas.
También es importante recordar que Pablo escribió estas palabras en un
momento en el que el don de la profecía reveladora aún estaba activo, es decir,
durante la edad de la fundación de la iglesia (cp. Efesios 2.20). Su mandamiento:
«No menospreciéis las profecías» se aplica en específico a un momento
en el que el don estaba en pleno funcionamiento. Cuando los cesacionistas
desacreditan las falsas predicciones de los «profetas» de hoy, no están violando
el mandamiento de Pablo. Más bien, toman la revelación divina en serio, aplicando
las normas bíblicas de la exactitud y la ortodoxia a los mensajes que
dicen provenir de Dios. En realidad, son los carismáticos los que desprecian lo
que es en verdad profético cuando indiscriminadamente avalan una forma
falsa del don.
Aunque el don de la profecía de revelación ha cesado, la proclamación de la
Palabra profética aún continúa en la actualidad, mientras los predicadores exponen
las Escrituras y exhortan a las personas a obedecer (2 Timoteo 4.2). Como
resultado de ello, las implicaciones de 1 Tesalonicenses 5.19–22 aún se aplican a la
iglesia moderna. Cada sermón, cada mensaje, cada aplicación dada por los pastores
y los maestros contemporáneos debe ser examinado con cuidado a través del
lente de la Escritura. Si alguien afirma hablar en nombre de Dios, pero su mensaje
no concuerda con la verdad bíblica, demuestra ser un fraude. Ahí es donde es
necesario el discernimiento bíblico.
Resumiendo todo esto, vemos que 1 Tesalonicenses 5.20–22 no es compatible
con el caso de la profecía carismática falible. Por el contrario, lleva a la conclusión
opuesta, ya que llama a los cristianos a probar cualquier mensaje o mensajero que
afirma venir de Dios. Cuando aplicamos las pruebas de la Escritura a las supuestas
revelaciones de los carismáticos de hoy, podemos catalogar rápidamente sus «profecías»
como lo que en realidad son: falsificaciones peligrosas.
Una vez que se consideran todos los pasajes con respecto a la profecía en el
Nuevo Testamento, la posición carismática se expone de inmediato como sin fundamento
y no bíblica. La clara enseñanza del Nuevo Testamento es que los profetas
en la iglesia del primer siglo mantenían el mismo nivel de precisión que los
profetas del Antiguo Testamento. Aunque en verdad existan en las mentes de
aquellos que pretenden justificar sus prácticas erróneas, las pruebas necesarias
para apoyar cualquier noción de profecías falibles están ausentes por completo del
registro bíblico.
Un juego peligroso
Entonces, ¿qué es la profecía carismática moderna si no constituye una práctica
bíblica? El antiguo profeta Fred L. Volz ofrece una respuesta profunda, reflexionando
sobre sus propias experiencias en el movimiento carismático.
"Me di cuenta de que la gran mayoría de las «profecías» realizadas por estos «profetas»
eran muy similares entre sí en cuanto a que siempre predecían vagamente
grandes bendiciones y oportunidades futuras de fortuna y éxito. De esta manera,
cuando llega la próxima «profecía» positiva de fortuna y éxito, es considerada
como una confirmación de la anterior, y así sucesivamente, hasta que algún día
puede llegar a ocurrir.
A veces una profecía va acompañada de alguna información sobre el pasado
o el presente de la persona, tal como: «Hay alguien en su familia que está
luchando con el alcohol o las drogas» o «Te encanta la música» (¡Vaya! ¿Cuáles
son las probabilidades?). Un estudio cuidadoso de las Escrituras, poniendo a
prueba la profecía con la Palabra de Dios, combinado con preguntas al pastor,
revela todo esto como lo que realmente es: una falsificación.2"
Los profetas carismáticos no son muy diferentes de los psíquicos de ferias y los
lectores de la palma de la mano. Sin embargo, en algunos casos puede estar presente
una fuente más oscura. Volz sigue comparando las profecías carismáticas
con las predicciones satánicas hechas por los profetas de la Nueva Era. Sus palabras
aleccionadoras deben infundir miedo en los corazones de todo aquel que
juega con esta forma de fuego extraño.
"No creo que Satanás conozca con precisión el futuro. Si lo hiciera, los falsos profetas
serían mucho más precisos. Por ejemplo, hubo personas que eran obviamente falsos
profetas de la variedad de la «Nueva Era», que «profetizaron» el ataque al Centro
Mundial de Comercio el 11 de septiembre 2001 varios meses antes de que ocurriera
[...] Según los expertos militares, el ataque llevó años de preparación. Satanás sabía
todos los detalles del plan desde su creación. Es por eso que parece asombrosa la
exactitud de los falsos profetas. Satanás ha estudiado el comportamiento humano
durante seis mil años y tiene legiones de ángeles y demonios que actúan como sus
ojos y oídos en todos nuestros asuntos. Sin embargo, aun así, con toda su sabiduría,
no puede ver con precisión el futuro. Él simplemente acierta algunas veces."
No obstante, la verdadera profecía no viene a la mente por intuición psíquica
o el misticismo de la Nueva Era y no se discierne por conjeturas. «Nunca ninguna
profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque la profecía no fue
traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo
inspirados por el Espíritu Santo» (2 Pedro 1.20–21). Los que equiparan sus propias
impresiones personales, la imaginación y la intuición con la revelación divina
se equivocan mucho. El problema se acentúa en gran medida por la práctica carismática
común de permitir a sabiendas a alguien que ha profetizado falsamente
continuar reclamando que él o ella hablan por Dios. Para decirlo de la manera más
sencilla y clara posible, este enfoque de la «profecía» es el tipo más grosero de
herejía, ya que le atribuye a Dios lo que no vino de él.
Al catalogar las profecías falibles como legítimas, los carismáticos le abren la
puerta al ataque satánico y engaño, colocando a su movimiento en la misma
categoría de sectas como los adventistas del séptimo día, los mormones y los testigos
de Jehová. La profecía errada es uno de los rasgos más evidentes de una
secta no cristiana o una religión falsa. William Miller y Ellen G. White, los
fundadores de los adventistas del séptimo día, falsamente profetizaron que Jesús
regresaría en 1843. Cuando la predicción falló, cambiaron la fecha a 1844. Cuando
sus cálculos demostraron una vez más el error, insistieron en que la fecha no
estaba equivocada. Al contrario, según ellos, debía haber un error en el acontecimiento
que asociaron a la fecha. Así que inventaron una nueva doctrina, afirmando
que Cristo entró en su santuario celestial en 1844 para iniciar una
segunda obra de expiación (en franca contradicción con Hebreos 9.12 y una serie
de pasajes del Nuevo Testamento).
El patriarca mormón Joseph Smith profetizó similarmente que Jesús iba a
regresar antes del año 1891. Otras predicciones falsas incluyen la profecía de Smith
de que todas las naciones estarían involucradas en la guerra civil estadounidense;
que un templo se construiría en Independence, Missouri (este templo nunca se
edificó); y que el «apóstol» mormón David W. Patten participaría en una misión
en la primavera de 1839. (Patten fue asesinado a tiros el 25 de octubre de 1838,
anulando así su capacidad de hacer algo en 1839.)
A lo largo de sus cien años de historia, la Sociedad Atalaya ha profetizado incorrectamente
el regreso de Cristo muchas veces, comenzando en 1914 e incluyendo predicciones
posteriores en 1915, 1925, 1935, 1951, 1975, 1986 y 2000. En la actualidad, los
testigos de Jehová esperan que el fin del mundo ocurra en el 2033, ya que esto tendrá
lugar ciento veinte años después de la predicción original de 1914. De la misma manera
que Noé construyó el arca durante ciento veinte años, los seguidores de la Sociedad
Atalaya están convencidos de que el juicio de Dios caerá sobre la tierra después que
hayan transcurrido doce décadas desde el inicio de la Primera Guerra Mundial.
Podemos reírnos de la locura de tales predicciones y ciertamente debemos
utilizar esas inexactitudes flagrantes como una defensa contra las falsas enseñanzas
de estos grupos. Sin embargo, podríamos preguntarnos, ¿en qué son diferentes
estas falsas predicciones a los errores absurdos que impregnan las profecías carismáticas?
Desde la perspectiva de alguien de afuera, no hay una distinción definitiva.
Si las falsas predicciones se pueden utilizar para demostrar la falsedad de
estas sectas, lo mismo debe ser verdad de la profecía carismática moderna. Exponer
los errores no significa actuar sin amor, sino ser bíblico, lo que nos lleva de
vuelta al estándar establecido en Deuteronomio 18.
El oficio de profeta exige una precisión del ciento por ciento. Desde el momento
en que declararon nueva revelación de Dios a la iglesia, los profetas del Nuevo
Testamento se ajustaron a ese estándar. Sin duda, el anuncio y la exposición de la
palabra profética (2 Pedro 1.19) continúan hoy a través de la predicación y la enseñanza
fieles. Así como los profetas bíblicos han exhortado y advertido a la gente
para que escuche la revelación divina, del mismo modo los predicadores dotados
a través de toda la historia de la iglesia hasta el día de hoy han animado con pasión
a sus congregaciones a prestarle atención a la Palabra del Señor. La diferencia clave
es que, mientras que los profetas bíblicos recibieron nueva revelación directa del
Espíritu de Dios, los predicadores contemporáneos son llamados a proclamar solo
lo que el Espíritu de Dios ha revelado en su Palabra inspirada (cp. 2 Timoteo 4.2).
Por lo tanto, solo es posible que alguien sea legítimo al decir: «Así dice el Señor...»
si las palabras que siguen provienen directamente del texto bíblico. Cualquier otra
cosa es blasfema presunción y ciertamente no es profecía.
En esencia, el enfoque carismático en cuanto a recibir nueva revelación es lo que
hace que su visión de la profecía resulte tan peligrosa. No obstante, la Biblia es clara: la
entrega de nueva revelación a través de los profetas vivos en la era del Nuevo Testamento
estaba destinada solo a la edad de la fundación de la iglesia. Como Pablo declaró
definitivamente en Efesios 2.20, la iglesia fue edificada «sobre el fundamento de los
apóstoles y profetas». El hecho de que los profetas que Pablo describe en este versículo
son los profetas del Nuevo Testamento se evidencia en el resto de Efesios, donde los
profetas del Nuevo Testamento se encuentran delineados en Efesios 3.5 y 4.11.
Los carismáticos fallan en lo que respecta a considerar seriamente la forma desvergonzada
en que deshonran a Dios y su Palabra cuando afirman haber recibido
una revelación del Señor que él no ha dado realmente, declarando palabras proféticas
que están llenas de errores y corrupción. Cuando Dios habla, su palabra es siempre
perfecta, verdadera e infalible. ¡Después de todo, Dios no puede mentir (Tito
1.2)! Y los que hablan palabras mentirosas en su nombre se someten a su juicio.
La verdad es el alma del cristianismo. Por lo tanto, la falsa profecía (y la falsa
doctrina que la acompaña) representa la mayor amenaza a la pureza de la iglesia. El
movimiento carismático proporciona falsos profetas y falsos maestros, un punto de
ataque desguarnecido contra la iglesia. Más que eso, el movimiento les da la bienvenida
a los que proliferan en el error de su propia imaginación, invitándolos a
entrar con los brazos abiertos y afirmando su pecado con un cordial amén. Sin
embargo, los profetas del movimiento carismático no son verdaderos profetas.
¿Qué son entonces?
La respuesta a esta pregunta hace que este capítulo describa un círculo completo,
volviendo al punto donde comenzamos. Según 2 Pedro y Judas, son pozos
secos, árboles sin fruto, olas embravecidas, estrellas errantes, bestias brutas, manchas
horribles, perros que comen sus propios vómitos, cerdos amantes de barro y
lobos voraces.
El famoso predicador Charles Spurgeon les dijo lo siguiente a los que venían
a él con supuestas palabras de revelación del Espíritu Santo:
"Tenga cuidado de no imputar las vanas imaginaciones de su fantasía al Espíritu
Santo. He visto al Espíritu de Dios deshonrado vergonzosamente por personas —y
espero que estuvieran locas— que han dicho que esto y aquello le ha sido revelado
por Dios. En los últimos años no ha habido una sola semana en la que no me hayan
molestado con las revelaciones de hipócritas o maníacos. Algunos medio lunáticos
son muy aficionados a venir a verme con mensajes del Señor para mí y les ahorraría
algunos problemas si les digo de una vez por todas que no voy a escuchar ninguno
de sus estúpidos mensajes [...] Nunca sueñe que los eventos se le revelan por medio
del cielo, o puede llegar a ser como uno de esos idiotas que se atreven a imputarles
sus locuras flagrantes al Espíritu Santo. Si usted siente tal ardor en su lengua por
decir tonterías, atribúyaselas al diablo, no al Espíritu de Dios. Cualquier cosa que el
Espíritu deba revelarnos ya está en la Palabra de Dios, pues él no añade nada más a
la Biblia y nunca lo hará. Dejemos que las personas que tienen revelaciones de esto,
aquello y lo otro vayan a la cama y despierten en sus sentidos. Solo me gustaría que
siguieran el consejo y no insultaran más al Espíritu Santo al mentir con sus
tonterías."
Las palabras de Spurgeon pueden sonar duras, pero reflejan la severidad con
que la misma Escritura condena toda esa presunción. Jeremías 23.16–32 contiene
advertencias similares sobre la falsa profecía. Los creyentes que forman parte de las
iglesias carismáticas harían bien en prestarles atención:
"Así ha dicho Jehová de los ejércitos: No escuchéis las palabras de los profetas que
os profetizan; os alimentan con vanas esperanzas; hablan visión de su propio
corazón, no de la boca de Jehová [...] No envié yo aquellos profetas, pero ellos
corrían; yo no les hablé, mas ellos profetizaban. Pero si ellos hubieran estado en
mi secreto, habrían hecho oír mis palabras a mi pueblo, y lo habrían hecho volver
de su mal camino, y de la maldad de sus obras [...] Yo he oído lo que aquellos
profetas dijeron, profetizando mentira en mi nombre, diciendo: Soñé, soñé.
¿Hasta cuándo estará esto en el corazón de los profetas que profetizan mentira,
y que profetizan el engaño de su corazón? [...] Por tanto, he aquí que yo estoy
contra los profetas, dice Jehová, que hurtan mis palabras cada uno de su más
cercano. Dice Jehová: He aquí que yo estoy contra los profetas que endulzan sus
lenguas y dicen: Él ha dicho. He aquí, dice Jehová, yo estoy contra los que profetizan
sueños mentirosos, y los cuentan, y hacen errar a mi pueblo con sus
mentiras y con sus lisonjas, y yo no los envié ni les mandé; y ningún provecho
hicieron a este pueblo, dice Jehová."