Un herido que sana a los heridos

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Hablemos de heridas

Debo ser capaz de presentar este tema sin espantar a nadie, porque las heridas no son un tema bonito de tratar.
Es como hablar de ciertos trabajos. Si eres arquitecto, diseñador, músico o abogado, quizás te sientas orgulloso de tu trabajo; pero si te dedicas a cavar las tumbas de los recién fallecidos o limpias tanques sépticos, quizás no te sientas tan seguro de hablar de lo que haces durante la cena.
Si embargo, algunos de los trabajos más desagradables son también los más importantes. Así como hablar de las heridas, puede no ser el más lindo de los temas pero es uno de los más importantes.

¿Por qué no nos gusta hablar de heridas?

Porque todos tenemos una…o más de una.
Porque las heridas duelen, nos lastiman.
Porque las heridas avergüenzan, como si otros no las tuvieran.
Porque no hemos sanado y nos sentimos culpables e impotentes.
Porque sanar duele y no queremos sentir más dolor.

¿Por qué nos cuesta sanar las heridas?

Tenemos una disyuntiva: son nuestras heridas pero no siempre las hemos causado nosotros.
Lidiamos con el desplazamiento de la responsabilidad: si alguien me lo causó ese alguien debería sanarlo. Como cuando sufrimos un choque en carretera y el infractor se hace responsable de pagar el daño.
No sabemos cómo sanar pero tampoco confiamos en cualquiera para que nos sane las heridas. Después de todo, aunque la sentimos no la vemos.

Si alguien las causó, ¿quién es “alguien”?

El pecado en el que nacimos como humanidad caída.
La cultura que se ha construido a lo largo de la historia.
La enfermedad que nos hiere la salud.
La familia y las heridas heredadas.
El sistema injusto, opresor, desvirtuado y egoísta.
La iglesia y sus múltiples errores cristianos.

El propósito de las heridas

Las heridas tienen un propósito. Quizás, si partimos de aquí, daremos los pasos en la dirección correcta hacia la sanidad.
Este fundamento nos lleva al siguiente: si tus heridas tienen un propósito, ese propósito es que ayudes a sanar a otros.
¿Es esto posible? ¿Podemos ayudar a sanar a otros mientras estamos heridos?
2 Corintios 1:3–4 NVI
3 Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación, 4 quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren.
A veces solo evaluamos las heridas a la luz de la sanidad individual, pero las heridas tienen un componente comunitario.
Las heridas no solo tienen que ser sanadas, también tienen que sanar a otros.
Cuando aprendes a ver las heridas desde el componente comunitario te darás cuenta no solo que al sanar tú otros pueden sanar sino que para sanar necesitas a otros que han sanado.
A la luz del propósito, las heridas toman un nuevo matiz. Ahora parecen importantes para generar comunidad y para unir a la comunidad.
Aun así, nuestra tendencia es más bien a evitar las heridas.
Pablo, el Apóstol, pasó por una experiencia semejante y en la respuesta que Dios le dio hallamos un gran propósito.
2 Corintios 12:6–9 TLA
6 Claro que hablar bien de mí no sería una locura, porque estaría diciendo la verdad. Pero no lo voy a hacer, porque no quiero que, sólo por las cosas que hago o digo, o por las cosas maravillosas que Dios me ha mostrado, alguien piense que soy más importante de lo que en realidad soy. Por eso, para que no me llene de orgullo, padezco de algo muy grave. Es como si Satanás me clavara una espina en el cuerpo para hacerme sufrir. 8 Tres veces le he pedido a Dios que me quite este sufrimiento, 9 pero Dios me ha contestado: «Mi amor es todo lo que necesitas. Mi poder se muestra en la debilidad.» Por eso, prefiero sentirme orgulloso de mi debilidad, para que el poder de Cristo se muestre en mí.
Pablo entendió que su herida debía quedarse con él como una celda para su orgullo. Su herida le recordaba que era humano, igual que todos los demás y que, aunque Dios lo había elegido para algo grande, él no era más que un vaso.
Cuando estás herido recuerdas tu condición y te haces sensible a las heridas de otros.

¿Cómo ayudamos a otros a sanar?

Pero si todos estamos heridos ¿por qué no todos somos sensibles a las heridas de los demás y no todos de los que sí son sensibles saben cómo ayudar a otros?
Podría resumir en cinco puntos, lo que necesitamos para sanar las heridas de otros.
Reconoce tus propias heridas. Hasta que no aceptes tu herida no empezarás a sanarla. Debes enfrentar el miedo, la vergüenza y el dolor propios.
Conoce al Dios de las heridas. Pablo supo que había un propósito y ese propósito no solo lo entendió en Dios sino que por eso conoció a Dios.
Acepta el tratamiento de Dios. Pero no basta con entender que Dios te consuela, necesitas recordar que Él, como especialista, tiene un método que seguramente no entiendes y que te dolerá, pero si alguien que sabe cómo tratar con las heridas es él.
Mírate como un ministro. Recuerda este concepto: “sacerdocio universal”. Significa que todo cristiano es un ministro de Cristo. No por su talento o posición sino por su elección, por su llamado. Existe para una misión y esa misión se relaciona con sanar las heridas del mundo.
Haz visible tu progreso. En vez de avergonzarnos de haber sido heridos, compartamos el progreso de sanidad que Dios está trabajando en nosotros. No presumamos de estar sanos sino de ser enfermos sanados por la mano de Dios.

El herido que sana a los heridos

¿Por qué es Dios un protagonista en las heridas del ser humano?
Porque Él mismo es el herido que sana las heridas.
Isaías 53:3–5 NBLA
3 Fue despreciado y desechado de los hombres, Varón de dolores y experimentado en aflicción; Y como uno de quien los hombres esconden el rostro, Fue despreciado, y no lo estimamos. 4 Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades, Y cargó con nuestros dolores. Con todo, nosotros lo tuvimos por azotado, Por herido de Dios y afligido. 5 Pero Él fue herido por nuestras transgresiones, Molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre Él, Y por Sus heridas hemos sido sanados.
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