El conocimiento del Dios Santo
Alguien ha dicho que “el estudio apropiado de la humanidad es el hombre”. Yo no voy a oponerme a esa idea, pero creo que es igualmente cierto que el estudio apropiado de los elegidos de Dios, es el propio Dios. El estudio apropiado del cristiano es la Deidad. La ciencia más elevada, la especulación más sutil, la filosofía más poderosa que puedan jamás atraer la atención de un hijo de Dios, es el nombre, la naturaleza, la Persona, la obra, los hechos y la existencia de ese grandioso Dios, a quien el cristiano llama Padre.
En la contemplación de la Divinidad hay algo extraordinariamente beneficioso para la mente. Es un tema tan amplio que todos nuestros pensamientos se pierden en su inmensidad; tan profundo, que nuestro orgullo se ahoga en su infinitud. Nosotros podemos abarcar y enfrentar otros temas; en ellos sentimos una especie de autosatisfacción y proseguimos con nuestro camino pensando: “he aquí que yo soy sabio”. Pero cuando nos aproximamos a esta ciencia de las ciencias y encontramos que nuestra plomada no puede medir su profundidad y que nuestro ojo de águila no puede ver su altura, nos alejamos pensando que el hombre vano quisiera ser sabio, pero que es como un burrito salvaje y entonces exclama solemnemente: “soy de ayer y no sé nada”. Ningún tema de contemplación tenderá a humillar la mente en mayor medida que los pensamientos de Dios
Pero si el tema humilla la mente, también la expande. Aquel que piensa en Dios con frecuencia, tendrá una mente más grande que el hombre que simplemente camina con pesadez alrededor de este globo estrecho. Quizás se trate de un biólogo que hace alarde de su habilidad para hacer la disección de un escarabajo, estudiar la anatomía de una mosca o clasificar a los insectos y a los animales en grupos que tienen nombres casi imposibles de pronunciar. Puede ser un geólogo, capaz de disertar sobre el megaterio y el plesiosauro y todos los demás tipos de animales en extinción. Él puede pensar que independientemente de cuál sea su ciencia, su mente se ve ennoblecida y engrandecida. Me atrevo a decir que así es, pero después de todo, el estudio más excelente para ensanchar el alma es la ciencia de Cristo, y Cristo crucificado, y el conocimiento de la Deidad en la gloriosa Trinidad.
Nada hay que pueda desarrollar tanto el intelecto, nada hay que engrandezca tanto el alma del hombre como la investigación devota, sincera y continua del grandioso tema de la Deidad. Y mientras humilla y ensancha, este tema es eminentemente consolador. ¡Oh, en la contemplación de Cristo hay un ungüento para cada herida! ¡En la meditación sobre el Padre, hay descanso para cada aflicción y en la influencia del Espíritu Santo hay un bálsamo para cada llaga! ¿Quieres liberarte de tus penas? ¿Quieres ahogar tus preocupaciones? Entonces, ve y lánzate a lo más profundo del mar de la Deidad; piérdete en su inmensidad, y saldrás de allí como cuando te levantas de un lecho de descanso, renovado y lleno de vigor.
No conozco nada que pueda consolar tanto al alma, que calme las crecientes olas de dolor y tristeza, que hable de tanta paz a los vientos de las pruebas, como una devota reflexión sobre el tema de la Deidad