PROBEMOS LOS ESPIRITUS

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Fue William Shakespeare, en su famosa obra El mercader de Venecia, el
que acuñó la frase: «Todo lo que brilla no es oro». Dos siglos y medio más
tarde, durante la fiebre del oro de California a finales de la década de
1840, los aventureros cazadores de tesoros experimentaron la verdad de esa declaración
de primera mano. En su búsqueda de metales preciosos, los buscadores de
oro pronto descubrieron que no valía la pena mantener todo lo que brillaba. Las
fisuras de las rocas y los lechos de las corrientes de agua podían estar llenos de
manchas doradas y, sin embargo, ser carentes de valor alguno. El brillo falso de
la pirita de hierro, un mineral común, rápidamente se ganó el apodo de «oro de
los tontos». Y cualquier buscador de oro respetable tenía que ser capaz de diferenciar
entre la brillante mercancía que solo parecía ser real y la que era auténtica.
Al igual que los ríos y las montañas de California del siglo diecinueve, el paisaje
cristiano contemporáneo está lleno de oro de los tontos. Hay mucho que
reluce, pero es espiritualmente inútil. En el capítulo anterior, el pasaje de 1 Juan
4.1–8 nos indicó cinco preguntas que los cristianos pueden hacerse al evaluar un
movimiento espiritual: (1) ¿Exalta al verdadero Cristo? (2) ¿Se opone a lo mundano?
(3) ¿Lleva a las personas hacia las Escrituras? (4) ¿Exalta la verdad? (5) ¿Produce
amor a Dios y a los demás? Después de haber mirado la primera de estas cinco,
ahora estamos listos para considerar las cuatro restantes.
La segunda prueba: ¿se opone a lo mundano?
Pregúntele al carismático promedio qué influencia del Espíritu Santo ve en su vida
y es muy probable que consiga una de varias respuestas. El clásico pentecostal
posiblemente recalcará el hablar en lenguas, ser derribado por el Espíritu o alguna
otra manifestación imaginaria de dones milagrosos. La corriente carismática probablemente
refleje la enseñanza de los teleevangelistas populares, apuntando a
una forma de sanidad por fe o a la esperanza de una ganancia financiera. Los que
están en una u otra categoría podrían decir que ha tenido un extraordinario
encuentro con Dios, como una visión reveladora, una palabra profética, una sensación
de hormigueo por el poder sobrenatural. En base a estos criterios, se identifican
a sí mismos como cristianos llenos del Espíritu. Sin embargo, ¿qué es lo que
quieren decir con ese calificativo?
Dentro de un contexto carismático, casi cualquier experiencia subjetiva se
interpreta como evidencia de la participación del Espíritu. Los carismáticos pueden
pensar que están siendo llenos del Espíritu cuando pronuncian sílabas sin
sentido (y a menudo repetitivas), caen de espaldas en un trance, hablan palabras
falibles de las llamadas profecías, experimentan una sensación de energía emocional
electrizante, o donan dinero a sus predicadores favoritos del evangelio de la
prosperidad, que hablan de salud y riquezas. No obstante, nada de esto es una
indicación de la presencia del Espíritu Santo. Un espíritu puede estar obrando en
este tipo de fenómenos, pero no es el Espíritu de Dios.
A pesar de lo que comúnmente se enfatiza en los círculos carismáticos, la
verdadera prueba de la influencia del Espíritu Santo en la vida de una persona no
es la prosperidad material, el emocionalismo sin sentido o los supuestos milagros.
Más bien, es la santificación: el crecimiento del creyente en madurez espiritual,
santidad práctica y semejanza a Cristo mediante el poder y la guía del Espíritu
Santo (cuando él aplica la verdad bíblica a los corazones de sus santos). Una verdadera
obra del Espíritu convence al corazón de pecado, combate los deseos mundanos
y cultiva el fruto espiritual en las vidas del pueblo de Dios.
En Romanos 8.5–11, el apóstol Pablo divide a todas las personas en dos categorías
fundamentales: los que andan conforme a la carne y los que andan según el
Espíritu. Las personas que viven según la carne persiguen los placeres pasajeros de
este mundo (Romanos 8.5; cp. 1 Juan 2.16–17). Se caracterizan por una mente
carnal que «no pueden agradar a Dios» (Romanos 8.8). La maldad de sus corazones
se manifiesta en malos comportamientos, incluso el pecado sexual, la idolatría,
la arrogancia y las obras de la carne, como aparecen en Gálatas 5.19–21.
Por el contrario, las que viven por el Espíritu ponen su mente en las cosas de
arriba, donde está Cristo (Colosenses 3.1–2). La alegría de ellas se encuentra en el
servicio al Señor, y su amor por él se evidencia en su obediencia a Cristo (cp. Juan
14.15). Tales personas son guiadas por el Espíritu y como resultado el fruto del
Espíritu se manifiesta en sus vidas (Romanos 8.14; Gálatas 5.22–23). Cuando el
Espíritu Santo está obrando, las actividades pecaminosas, pasiones y prioridades
son cambiadas al «hacer morir las obras de la carne» (Romanos 8.13) en los creyentes.
El ministerio del Espíritu es totalmente opuesto a los deseos mundanos de
la carne. Como Pablo explica en Gálatas 5.16–17: «Andad en el Espíritu, y no
satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu,
y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí».
El apóstol Juan, en el contexto de las pruebas de los espíritus, se hizo eco de
esas mismas verdades bíblicas. Al hablar de los falsos profetas, Juan escribió: «Hijitos,
vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en
vosotros, que el que está en el mundo. Ellos son del mundo; por eso hablan del
mundo, y el mundo los oye» (1 Juan 4.4–5). Los falsos maestros se caracterizan
por su asociación con el mundo, una referencia al sistema espiritual del mal, dominado
por Satanás, que se opone a Dios y busca los deseos temporales (cp. Efesios
2.1–3; 1 Juan 5.19). Al principio de su epístola, Juan denunció lo mundano con
estas palabras: «No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno
ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo,
los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no
proviene del Padre, sino del mundo» (1 Juan 2.15–16; cp. Santiago 4.4).
Cuando un movimiento se caracteriza por las prioridades mundanas y la búsqueda
de lo carnal, surgen graves señales de alerta sobre las fuerzas espirituales
detrás de él. Por otro lado, como destacó Jonathan Edwards, «cuando el espíritu
que está actuando opera en contra de los intereses del reino de Satanás, que trata
de fomentar y establecer el pecado, y apreciar los deseos mundanos de los hombres,
esta acción contra el diablo es una señal segura de que se trata de un espíritu
verdadero y no de uno falso».1
En otras palabras, una verdadera obra del Espíritu
Santo no tienta a las personas con búsquedas vacías o deseos de la carne, sino que
promueve la santidad personal y la entereza frente a los deseos mundanos.
Sin embargo, los recursos más visibles y evidentes de la teología carismática
contemporánea apelan sin descanso a los valores francamente mundanos. La atracción
principal es el cumplimiento de los deseos carnales. Desde los teleevangelistas
hasta los sanadores por fe, pasando por los predicadores de la prosperidad, las
celebridades carismáticas presentan descaradamente los deseos de este mundo
como si fueran el verdadero fin de toda religión. Sus reclamos estridentes y sus
llamativos estilos de vida están en claro contraste con la norma bíblica para los
líderes de la iglesia (1 Timoteo 3.1–7; Tito 1.5–9).
Cuando se compara con Cristo y los apóstoles, el verdadero carácter del teleevangelista
carismático promedio queda expuesto de inmediato. El estilo de vida llamativo
y autoindulgente de los teleevangelistas no se parecen en nada al del «Hijo del Hombre
[que] no [tenía] dónde recostar la cabeza» (Lucas 9.58). La obsesión de ellos por el dinero
y la forma en que envuelven a sus oyentes (muchos de los cuales viven en la pobreza)
contrastan fuertemente con el ejemplo de Jesús, que no vino «para ser servido, sino para
servir, y para dar su vida en rescate por muchos» (Mateo 20.28). La forma en que
comercializan los milagros y buscan la publicidad es el polo opuesto al estilo de Jesús.
Con frecuencia Jesucristo instruyó a las personas que había sanado a que «a nadie dijesen
lo que había sucedido» (Lucas 8.56; Mateo 8.4; Marcos 7.36). Por encima de todo,
la reputación de mal gusto y los fracasos morales graves, tan comunes entre los charlatanes
carismáticos, nada tienen que ver con Jesús, que es «santo, inocente, sin mancha,
apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos» (Hebreos 7.26).
Dentro del paradigma carismático, los frutos genuinos del Espíritu (como la humildad,
la paciencia, la paz y el compromiso sacrificial con el señorío de Cristo) a menudo
son ocultados, sustituidos por una obsesión perversa con la salud física, la riqueza material
y la felicidad temporal. Ese énfasis en la teología de la prosperidad explica el fenomenal
crecimiento del movimiento carismático en las últimas décadas, al prometer a los
pecadores no regenerados las cosas que sus corazones desean, y luego bautizar estos
deseos carnales con un lenguaje cristiano como si representaran las buenas nuevas de
Jesucristo. Aunque casi nueve de cada diez pentecostales viven en la pobreza, el evangelio
de la prosperidad sigue atrayendo gente al movimiento. El más necesitado de la cultura
es el más fácil de estafar por parte del predicador de la prosperidad:
Más del noventa por ciento de los pentecostales y carismáticos de Nigeria,
Sudáfrica, la India y Filipinas cree que «Dios les concederá prosperidad material
a todos los creyentes que tengan suficiente fe». Y en todos los países, muchos más
pentecostales que el resto de los cristianos creen esto [...] Con un mensaje tan
grandioso como este no es de extrañar que la gente se les sume. El evangelio de
la prosperidad es una versión divinamente garantizada del sueño estadounidense:
una casa, un trabajo y dinero en el banco. Y el éxito global del evangelio de
la prosperidad está en la exportación de ese sueño estadounidense.
El mensaje de la prosperidad llama sin vergüenza a las personas a poner sus
esperanzas en los placeres pasajeros de este mundo. En vez de denunciar los malos
deseos, glorifica los estilos de vida mundanos, alimenta la codicia pecaminosa y
hace tontas promesas a la gente desesperada: «Esté bien con el Señor y él le dará
un trabajo bien remunerado, una bonita casa y un coche nuevo». El evangelio de
la prosperidad es más reprobable moralmente que un casino de Las Vegas, ya que
se hace pasar por religión y viene en el nombre de Cristo. No obstante, al igual que
los casinos, atrae a sus víctimas con el espectáculo relumbrante y la atracción de la
riqueza instantánea. Después de devorar su último centavo, como una máquina
tragamonedas espiritual, se les envía a casa en peor situación que cuando llegaron.
La naturaleza subjetiva y mística de la teología carismática es una incubadora
ideal para la teología de la prosperidad, ya que les permite a los estafadores espirituales
declararse profetas, afirmar poseer una unción divina, y pretender que
hablan con la autoridad de Dios con el fin de escapar al escrutinio bíblico, mientras
despluman a la gente y trafican con doctrinas aberrantes. Tal como Philip
Jenkins explica: «En el peor de los casos, el evangelio de la prosperidad le permite
al clero corrupto salirse con la suya en lo que respecta a casi cualquier cosa. No
solo pueden obligar a los fieles a pagar sus obligaciones mediante un tipo de terrorismo
bíblico, sino que el sistema de creencias les permite excusar la negligencia».5
Esta corrupción flagrante ha caricaturizado, estereotipado y manchado la reputación
de la cristiandad estadounidense en general. Como resultado de ello, el testimonio
de la iglesia se ha visto gravemente obstaculizado, ya que la gente que
piensa rechaza al cristianismo no por el verdadero mensaje del evangelio, sino por
la cara extraña que este muestra en los medios carismáticos.
Es cierto, las irregularidades financieras y los fracasos morales pueden surgir de
vez en cuando incluso en las más sólidas de las iglesias. No obstante, uno pensaría
que tales escándalos deberían ocurrir con menos frecuencia, no más a menudo, entre
los que afirman haber alcanzado los niveles más altos de espiritualidad. Ahí está la
raíz del problema. Al definir la «espiritualidad» en términos de señales, prodigios y
experiencias espectaculares, y al permitir que el craso materialismo del evangelio de
la prosperidad prospere dentro de sus fronteras, el movimiento carismático ha dejado
a un lado el camino del verdadero crecimiento espiritual. Las normas falsas de
espiritualidad no pueden sujetar la carne.
El fundador del pentecostalismo, Charles Parham (a quien conocimos en el
capítulo 2), no era de ninguna manera el único destacado carismático cuyos fracasos
morales fueron notorios. Las sendas de la historia pentecostal y carismática
están pavimentadas con escándalos.
En mayo de 1926, Aimee Semple McPherson, una profetisa famosa y fundadora
de la Iglesia Internacional del Evangelio Cuadrangular, desapareció mientras nadaba
en una playa de Los Ángeles. Su repentina desaparición fue noticia de primera plana
en todos los periódicos de Estados Unidos en ese momento. Sus seguidores lloraron
su pérdida, pensando que se había ahogado. Sin embargo, «volvió a aparecer dos
semanas más tarde, alegando que había sido secuestrada y encarcelada en México, se
había liberado, cruzó el desierto a pie y osadamente evadió a sus secuestradores. Los
investigadores encontraron vacíos en la historia casi de inmediato, sobre todo cuando
la evidencia hallada en Carmel, más arriba en la costa de California, mostró que
había estado disfrutando en un nido de amor con un ingeniero de su propia estación
de radio». A pesar de que nunca fue encarcelada, sus historias inventadas de secuestro
y fuga, «sazonadas por el motivo de la aventura sexual, hicieron de ella el hazmerreír
de todos. Después de algo más de un año de escrutinio de la prensa y la
investigación jurídica, Aimee Semple McPherson se convirtió en aquello de lo que
una figura pública nunca puede recuperarse: un objeto de escarnio público».
En la década de 1970 y 1980, el evangelista pentecostal Lonnie Frisbee se
convirtió en uno de los rostros más visibles del Movimiento de Jesús. El autoproclamado
profeta —cuya vida apareció en la película nominada a los premios
Emmy: Frisbee: The Life and Death of a Hippie Preacher [Frisbee: vida y muerte de
un predicador hippie]— fue un pionero y una figura destacada en el Movimiento
de Jesús a finales de la década de 1960 y principios de la década de 1970. Más
tarde participó con John Wimber en el Movimiento de Señales y Maravillas.
También desempeñó un papel importante (junto a Chuck Smith y luego Wimber)
en el desarrollo temprano tanto de Calvary Chapel como de movimiento Vineyard.
El ministerio de Frisbee terminó en desgracia cuando se hizo ampliamente
conocido que había sido homosexual practicante desde hacía años.
En realidad, el estilo de vida privada de Frisbee había sido un secreto a voces
desde hacía muchos años en la comunidad carismática de la costa oeste de los
Estados Unidos. Él se involucraba en la promiscuidad total en la noche del sábado
y luego predicaba el domingo en la mañana. Cuando finalmente se hizo imposible
mantener el libertinaje de Frisbee en secreto, John Wimber «comenzó a preocuparse
de que el Vineyard Movement se podría debilitar significativamente», yapartó a Frisbee
del ministerio público en dicho movimiento. Frisbee al final contrajo SIDA y murió
en el año 1993.
En 1983, Neville Johnson, un importante pastor de las Asambleas de Dios en
Nueva Zelanda, renunció debido a una conducta inmoral. Llevando su teología
carismática a un grado delirante, Johnson afirmó que había recibido una revelación
especial de Dios que indicaba que su esposa pronto moriría y sería libre para
volver a casarse. Como resultado de ello, Johnson afirmó que se le había concedido
la gracia especial de permitirle participar en relaciones fuera del matrimonio.
En 1986, el ministro de sanidad por fe Peter Popoff fue desmentido por la televisión
nacional. El mago e investigador paranormal James Randi descubrió que el
autoproclamado profeta estaba usando un auricular inalámbrico casi invisible para
obtener información «reveladora» de las personas en el auditorio. «La esposa de
Popoff, mezclada entre el público y de manera casual, hablaba con varios participantes.
Luego, utilizando un transmisor de radio portátil le indicaba a su marido (que
llevaba unos auriculares minúsculos) lo que debía decir. Popoff entonces anunciaba
a miles de fieles emocionados el nombre específico, la enfermedad y la dirección de
un participante real». Randi usó un escáner digital para captar las comunicaciones
secretas de la esposa de Popoff con su marido. Luego expuso el fraude en el Tonight
Show with Johnny Carson. Al año, Popoff tuvo que declararse en quiebra.
No obstante, a pesar de la exigencia bíblica de que los ministros sean irreprochables,
el fracaso moral y ético en el mundo carismático no necesariamente
significa la descalificación para el ministerio público. En estos círculos, la amonestación
por un escándalo como ese sorprendentemente tiene una corta vida.
Peter Popoff nunca salió del ministerio público. Resistió la crisis financiera. En
1998, el Washington Post informaba que había «renovado la imagen de sí mismo
para un público afroamericano» y estaba «logrando una recuperación vigorosa».
Hoy, más de veinticinco años después de ser expuesto como un fraude en
la televisión nacional en vivo (y a pesar de una serie de problemas menos
conocidos, pero similares), los ministerios Peter Popoff parecen estar prosperando
de nuevo. Su página web presenta testimonios de ganancias inesperadas y
sanidades milagrosas.14 En el 2007, la organización recaudó veintitrés millones
de dólares, con Popoff vendiendo paquetes de «Agua milagrosa de primavera»
en su programa de televisión nocturno.
En 1986 y 1987, Jimmy Swaggart fue noticia en los Estados Unidos cuando
expuso públicamente las relaciones adúlteras de dos compañeros teleevangelistas,
Marvin Gorman y Jim Bakker. La evidencia mostró que Jim Bakker, en particular,
le había pagado a una secretaria de la iglesia doscientos sesenta y cinco mil dólares
para lograr su silencio acerca de sus citas ilícitas. Bakker fue enviado posteriormente
a la cárcel cuando se hizo evidente que había estafado a los donantes del ministerio la
suma de ciento cincuenta y ocho millones de dólares. En un extraño giro de la ironía,
poco después de desacreditar a Gorman y Bakker, el propio Swaggart fue descubierto
visitando a una prostituta. La lloriqueada confesión de Swaggart se convirtió en uno
de los momentos más representativos de la televisión en la década de 1980. Con el
rostro bañado en lágrimas y temblándole la barbilla, declaró: «He pecado contra ti,
mi Señor, y te pido que tu sangre preciosa lave y limpie toda mancha hasta que esté
en el mar del olvido de Dios, para que no sea recordada contra mí nunca más».
Sin embargo, esto no le hizo alejarse del ministerio público. Luego, en 1991,
Swaggart fue capturado por la patrulla de caminos de California mientras conducía
por el lado equivocado de la carretera y de nuevo en compañía de una prostituta.
Esta vez le dijo a quienes lo apoyaban: «El Señor me dijo que no me
preocupara», e indicó que Dios le había dado instrucciones de no renunciar a su
púlpito.17 Hoy, tanto Swaggart como Bakker todavía son teleevangelistas carismáticos
a tiempo completo, y no carecen de seguidores entusiastas.
En 1991, el profeta de Kansas City, Bob Jones, fue desacreditado en público porque
supuestamente utilizaba su «unción profética» para convencer a las mujeres de que se
desvistieran.18 Ese mismo año, ABC News investigó el ministerio de Robert Tilton que
en ese momento estaba recaudando más de ochenta millones de dólares al año. La investigación
encontró que su ministerio botaba las peticiones de oración que recibía sin leerlas,
abriendo los sobres solo el tiempo necesario para sacar el dinero que tenían dentro.
En el año 2000, el obispo Clarence McClendon se volvió a casar tan solo siete días
después de divorciarse de su mujer de dieciséis años, en medio de las sospechas de que
había engendrado un hijo fuera del matrimonio. Como pastor de una megaiglesia
pentecostal en Los Ángeles, McClendon era un destacado miembro de la Comunión
Internacional de Iglesias Carismáticas. A pesar del escándalo, se negó a renunciar o
dejar su púlpito por un tiempo. En una declaración en relación con el divorcio, él dijo:
«Yo tengo un llamado a predicar, no a estar casado [...] Eso no afecta mi ministerio».20
A principios del año 2002, el pastor pentecostal con sede en California, Roberts
Liardon, sorprendió a sus seguidores cuando admitió haber tenido una relación homosexual
con el ministro de jóvenes de su iglesia, John Carette. Increíblemente, Liardon
estaba de vuelta en el ministerio a tiempo completo en un corto plazo después del
incidente. En el 2004, Enoc Lonnie Ford, un antiguo empleado de Trinity Broadcasting
Network, amenazó con publicar un manuscrito que detallaba su supuesta relación
homosexual con Paul Crouch, la cual tuvo lugar en la década de 1990. El
periódico Los Angeles Times informó que Crouch le había pagado previamente cuatrocientos
veinticinco mil dólares a Ford para que no hiciera pública la historia.
En el 2005, el famoso profeta carismático Paul Cain admitió que había
«luchado en dos áreas particulares, la homosexualidad y el alcoholismo, por un
período prolongado de tiempo». Ese mismo año se presentó una demanda contra
Earl Paulk, fundador del International Charismatic Bible Ministries. Una mujer
casada de la iglesia de Paulk lo acusó de inducirla a tener una relación de catorce
años con él. Según la mujer, Paulk dijo que los que están espiritualmente exaltados
pueden tener relaciones sexuales fuera del matrimonio sin cometer adulterio, él
calificó estas relaciones ilícitas como «relaciones del reino».
En el 2006, Ted Haggard, quien fue pastor de la iglesia carismática evangélica
New Life Church en Colorado Springs, renunció después de que quedó claro
que él le había pagado a una amistad homosexual por favores sexuales y drogas
durante un período de tres años. Al ser entrevistado por la revista GQ en febrero
de 2011, Haggard explicó: «Creo que, probablemente, si tuviera veintiún años de
edad en esta sociedad, me gustaría identificarme como bisexual».25 En el 2010,
Ted comenzó una nueva iglesia en Colorado.
En el 2008, el obispo pentecostal Thomas Wesley Weeks III admitió haber agredido
físicamente a su esposa, la «profetisa» carismática Juanita Bynum, quien dijo que
su marido la agarró por el cuello, la empujó al suelo y la pisoteó en el estacionamiento
de un hotel. Él se declaró culpable y fue sentenciado a tres años en probatoria. La
misma Bynum más tarde confesó que ella luchaba con sus deseos homosexuales y se
había involucrado en relaciones ilícitas con varias mujeres durante algunos años.28
También en el 2008, el sanador por fe Todd Bentley confesó tener una relación ilícita
con una de sus empleadas principales. Tras divorciarse de su esposa, Bentley se casó
con la miembro del personal con la que había estado relacionándose de forma inapropiada.
Ese mismo año apareció la noticia de que el evangelista pentecostal australiano
Michael Guglielmucci había fingido luchar contra el cáncer, en parte para disimular
todos los síntomas de estrés relacionados con su adicción de por vida a la pornografía. En
un intento de convencer al mundo de que tenía cáncer, Guglielmucci se afeitó la cabeza,
usó un tanque de oxígeno y creó falsos correos electrónicos para hacer creer que eran de
los médicos. También escribió una canción de éxito titulada «Sanador», acerca de cómo
el Señor lo estaba ayudando a hacerle frente a su enfermedad.
En el 2009, el senador republicano Chuck Grassley abrió una investigación oficial
sobre las finanzas de los ministerios de Kenneth Copeland, Creflo Dollar, Benny
Hinn, Eddie Long, Joyce Meyer y Paula White. La investigación se inició debido a
los lujosos estilos de vida de estos prominentes teleevangelistas. Sin embargo, la
sospecha de irregularidades financieras no es la única fuente de escándalo en estos
ministerios. En el año 2010, varias demandas fueron presentadas contra Eddie Long,
basadas en el hecho de que buscó relaciones homosexuales con adolescentes de su
congregación a cambio de dinero y otros beneficios. Y en el 2011, Creflo Dollar fue
arrestado bajo cargos de tratar de asfixiar a su hija de quince años de edad.
Las fotografías publicadas en una edición del 2010 de la revista National Enquirer
muestran a los teleevangelistas divorciados Benny Hinn y Paula White tomados de la
mano, dejando un hotel en Roma. «El artículo, que se publicó el 23 de julio, señaló
que los dos pasaron tres noches en un hotel de cinco estrellas reservado por Hinn con
un nombre falso». Rápidamente circularon los rumores de que los dos estaban teniendo
una aventura, aunque ambas partes negaron las acusaciones. En cambio, insistieron
en que habían venido a Roma para hacer donaciones de dinero al Vaticano, como si de
alguna manera pudieran hacer que el escándalo pareciera menos obsceno. Dos años
más tarde, en el 2012, Hinn anunció que él y su esposa, Suzanne, se casarían de nuevo,
con el patriarca Jack Hayford realizando la ceremonia. Suzanne había pedido el divorcio
en febrero del 2010, alegando diferencias irreconciliables. Más tarde Benny afirmó
que su separación estaba relacionada con la adicción a los medicamentos de su esposa.36
Los ejemplos mencionados antes representan solo un puñado de los muchos
escándalos nacionales e internacionales que continuamente afectan al movimiento
carismático. No obstante, proporcionan pruebas suficientes de lo que la revista Time llama
«el magnetismo desde hace mucho tiempo entre los famosos predicadores pentecostales
y el escándalo».38 Al comentar sobre incidentes similares, J. Lee Grady, un
editor de la revista Charisma, se ve obligado a admitir: «No albergo ninguna venganza
contra estas personas, pero no tengo ningún problema en decir que son los equivalentes
modernos de Nadab y Abiú. Son rufianes espirituales. Están jugando con fuego
extraño. No tienen nada que hacer en el ministerio, y ellos responderán ante Dios por
el daño que han causado».
Grady tiene razón para alarmarse, pero él no ve estos escándalos como algo
más que un problema periférico. En realidad, son los síntomas de errores sistémicos.
Escándalos como estos impregnan la historia carismática. Trácelos hasta su
fuente y descubrirá que tienen sus raíces en la mala doctrina. En pocas palabras,
los fracasos morales y espirituales, como los que hemos narrado en este capítulo,
son la consecuencia inevitable de una pneumatología podrida, es decir, la falsa
enseñanza sobre el Espíritu Santo.
Es imposible pasar por alto la continuidad que se evidencia a través de esta
larga lista de escándalos: no importa la gravedad de la infracción o cuán profunda
sea la indignación pública, los pastores descalificados en el movimiento carismático
suelen ser restaurados lo antes posible a sus púlpitos tronos, a veces en solo
cuestión de semanas (e incluso en ocasiones, en el peor de los casos, se les permite
continuar sin interrupción en lo absoluto). Esto se debe en gran parte a la forma
en que se les enseña a las congregaciones carismáticas a ver a sus líderes como
almas trascendentes que tienen conexiones elevadas con Dios personalmente y por
lo tanto no están sujetos a rendirle cuentas a otra persona a nivel local.
Tal como el profesor de teología Chad Brand explica: «Debido a que se considera
que esta persona tiene poder carismático o unción, su fracaso [...] es a menudo
fácilmente perdonado y pasado por alto».40 Después de señalar el divorcio de John
Hagee en 1975, el de Richard Roberts (hijo de Oral Roberts) en 1979, y el de Paula
y Randy White en el año 2007, agrega: «Si bien estos divorcios han tenido consecuencias
para sus ministerios, en todos los casos el ministerio solo floreció después.
En la mayoría de las otras tradiciones evangélicas, el impacto de los divorcios ha sido
sentido de un modo más profundo por los ministerios en cuestión».
La ironía es ineludible: el movimiento que pretende estar más en sintonía con
el Espíritu Santo es al mismo tiempo el menos preocupado por la santidad personal
y la pureza en un nivel para el que las Escrituras establecen el más alto estándar: los
requisitos para los que predican y enseñan. Y debido a que el pueblo no se eleva más
alto que sus líderes, la asamblea está llena de la misma clase de pecados.
Una verdadera obra del Espíritu produce santidad en la vida de las personas.
Cuando los dirigentes de un movimiento se ven afectados continuamente por el
escándalo y la corrupción, esto pone en tela de juicio las fuerzas espirituales detrás
de ese movimiento. El Espíritu Santo está involucrado de forma activa en la santificación
de su pueblo, dándole el poder para luchar contra la carne, mientras crece
en la semejanza a Cristo. Los deseos carnales sin límites, por el contrario, son
característicos de los falsos maestros (2 Pedro 2.10, 19).
La tercera prueba: ¿lleva a las personas hacia las Escrituras?
Un tercer rasgo distintivo de una verdadera obra del Espíritu Santo es que se dirige
a las personas hacia la Palabra de Dios. Como Jonathan Edwards explicó: «Ese
espíritu que opera de una manera tal que provoca en los hombres una más profunda
consideración de las Sagradas Escrituras, y los establece más en su verdad y
deidad, es sin duda el Espíritu de Dios». Edwards obtuvo este principio de 1 Juan
4.6, donde el apóstol Juan les dijo a sus lectores: «Nosotros somos de Dios; el que
conoce a Dios, nos oye; el que no es de Dios, no nos oye. En esto conocemos el
espíritu de verdad y el espíritu de error». Una verdadera obra del Espíritu lleva a
los creyentes a someterse a la enseñanza apostólica (es decir, el Nuevo Testamento)
y por extensión a toda la Biblia. Él los guía a un mayor aprecio y amor por las
Escrituras. Al contrario, los falsos profetas menosprecian la Palabra de Dios, añaden
sus propias ideas y tuercen su significado (cp. 2 Pedro 3.16).
La Biblia revela una relación inseparable entre el Espíritu Santo y las Escrituras
que él inspiró (2 Pedro 1.20–21). Los profetas del Antiguo Testamento fueron
inspirados por el Espíritu para predecir la venida del Señor Jesucristo (1 Pedro
1.10–11; cp. Hechos 1.16; 3.18). Los apóstoles fueron igualmente inspirados por él
para componer los evangelios bíblicos y escribir las epístolas del Nuevo Testamento
(Juan 14.25–26; 15.26). Hablando de la revelación que el Espíritu Santo les
daría a los apóstoles, el Señor les explicó: «Aún tengo muchas cosas que deciros,
pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él
os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará
todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. El me glorificará;
porque tomará de lo mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es
mío; por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará saber» (Juan 16.12–15). Como
el Señor dejó claro, el Espíritu Santo no hablaría por su propia cuenta, sino les
revelaría a ellos las palabras de Cristo. Esa promesa se cumplió en la escritura del
Nuevo Testamento.
La Biblia es el libro del Espíritu Santo, él lo inspiró y autenticó. Este es el
principal instrumento que él usa para convencer al mundo de pecado (Juan
16.8–11; Hechos 2.37), guiar a los pecadores al Salvador (Juan 5.39; 1 Juan
5.6), y conformar a los creyentes a la imagen de su Señor (2 Corintios 3.18; 1
Pedro 2.2). Por lo tanto, las Escrituras se describen como «la espada del Espíritu».
Para los creyentes, esa espada significa el poder del Espíritu que los defiende
de la tentación (Efesios 6.17); para los no creyentes, es un instrumento de
precisión que el Espíritu Santo utiliza para penetrar en los corazones llenos de
incredulidad (Hebreos 4.12). Una comparación de Efesios 5.18 con Colosenses
3.16 demuestra que el mandamiento «sed llenos del Espíritu» es paralelo a la
orden de «dejar que la palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros», ya
que ambos producen el mismo resultado (cp. Efesios 5.18—6.9; Colosenses
3.16—4.1).
Tal como un comentarista explica: «No es posible que la Palabra de Dios
more en los creyentes a menos que estén llenos del Espíritu y, por el contrario,
los cristianos no pueden ser llenados con el Espíritu si la Palabra de Cristo no
está morando en ellos». Ser lleno del Espíritu comienza con estar saturado de
las Escrituras; cuando los creyentes se someten a la Palabra de Cristo, al mismo
tiempo están bajo la influencia santificadora del Espíritu Santo. Es el Espíritu
el que ilumina sus corazones, de modo que a medida que crecen en su conocimiento
del Señor Jesús, su amor por el Salvador se profundiza (cp. 1 Corintios
2.12–16).
El Espíritu Santo nunca disuade a las personas de la lectura, el estudio y la
aplicación de las Sagradas Escrituras, el libro que él inspiró, faculta e ilumina para
salvación y santificación. Sin embargo, el movimiento carismático moderno abre
una brecha entre la Biblia y su Autor divino, respaldando experiencias no bíblicas
y defendiendo revelaciones ajenas a la Biblia, como si el Espíritu Santo hablara por
su propia cuenta o funcionara en la iglesia de hoy de una manera contraria a la
verdad de su Palabra. Después de haber inventado su propia versión del Espíritu,
los carismáticos esperan que él hable y actúe de maneras novedosas que son ajenas
a las Escrituras. Como resultado, la revelación bíblica es flagrantemente degradada,
rebajada y disminuida.
La implicación sorprendente en muchos círculos carismáticos es que un estudio
serio de la Palabra de Dios limita o frustra la obra del Espíritu.44 Sin embargo,
nada podría estar más lejos de la verdad. Si se consulta el texto, este no pasa por
alto al Espíritu Santo, sino que lo honra (cp. Hechos 17.11). Escudriñar las Escrituras
con el fin de discernir su significado exacto es escuchar directamente al
Espíritu Santo, ya que él es el que inspiró cada palabra.
En vez de infundir una mayor apreciación de las Escrituras inspiradas por el
Espíritu, las cuales Dios exalta tan alto como su propio nombre (Salmo 138.2), el
movimiento carismático dirige a las personas a buscar la revelación divina en lugares
fuera de la Biblia. Las ramificaciones de esta premisa defectuosa son desastrosas,
ya que destruyen la doctrina de la suficiencia de las Escrituras e ignoran
efectivamente el cierre del canon. El autoproclamado apóstol y arquitecto de la
Tercera Ola, Peter Wagner, ofrece solo un ejemplo de los que de forma presuntuosa
cuestionan la unicidad singular de la revelación bíblica al insistir en que la
revelación divina aún se está dando hoy en día. Peter Wagner escribe:
Algunos se oponen a la idea de que Dios se comunica directamente con nosotros,
pensando que todo lo que Dios ha querido revelar lo mostró en la Biblia.
Sin embargo, esto no puede ser cierto, porque no hay nada en la Biblia que diga
que contiene sesenta y seis libros. En realidad, a Dios le tomó unos doscientos
años revelarle a la iglesia qué escritos se debían incluir en la Biblia y cuáles no.
Eso es una revelación extrabíblica. Aun así, los católicos y los protestantes todavía
no están de acuerdo sobre el número de libros. Más allá de eso, creo que la
oración es de dos vías, le hablamos a Dios y esperamos que él nos hable a nosotros.
Podemos escuchar la voz de Dios. Él también les revela cosas nuevas a los
profetas como hemos visto.
Ese tipo de reflexión expone lo peligroso que el pensamiento carismático puede
ser cuando algo tan fundamental como el canon cerrado de las Escrituras se cuestiona
abiertamente, e incluso se niega de forma implícita. No es de extrañar que el propio
Wagner haya desarrollado su carrera como proveedor de múltiples herejías, cayendo
cada vez más bajo mientras se aleja más y más del ancla de la revelación bíblica.
El autor carismático Jack Deere va tan lejos como para catalogar la suficiencia
de las Escrituras como una doctrina demoníaca. En sus palabras:
Con el fin de cumplir con el propósito más alto de Dios para nuestras vidas,
tenemos que ser capaces de escuchar su voz tanto en la Palabra escrita como en la
palabra recién hablada desde el cielo [...] Satanás entiende la importancia estratégica
de que los cristianos oigan la voz de Dios, por lo que ha lanzado varios ataques
contra nosotros en esta área. Uno de sus ataques más exitosos ha sido el
desarrollo de una doctrina que enseña que Dios ya no nos habla sino mediante la
Palabra escrita. En última instancia, esta doctrina es demoníaca, incluso [a pesar
de que] los teólogos cristianos hayan sido usados para perfeccionarla.
Deere insiste en que los cristianos deben buscar la revelación divina más allá
de las páginas de las Escrituras. Sin embargo, admite que las profecías de los profetas
carismáticos están llenas de errores, y reconoce que es casi imposible interpretar
los mensajes extrabíblicos con cierto grado de confianza. Deere incluso
reconoce: «Es posible confundir nuestros propios pensamientos con la revelación
de Dios». Como veremos en el capítulo seis, las revelaciones imaginarias y «profecías»
inexactas son muy abundantes en el movimiento carismático.
A pesar del error grave y el daño potencial que están haciendo estas supuestas
nuevas «revelaciones», algunas iglesias carismáticas siguen considerando la profecía
moderna como más importante que la Biblia. Como señala un autor: «Las
iglesias que apelan a las nuevas revelaciones que a menudo se valoran más que la
misma Biblia incluyen la Church of the Living Word, fundada por John Robert
Stevens, y la United House of Prayer for All People. Stevens enseña que la Biblia
es obsoleta y necesita ser complementada con las profecías inspiradas por el Espíritu
en nuestro tiempo».49 Por supuesto, la mayoría de las iglesias no llegan a ese
extremo. No obstante, estos ejemplos representan el final lógico de la insistencia
carismática en que Dios está dando nueva revelación para la iglesia hoy. Si el Espíritu
aún estuviera ofreciendo revelación divina, ¿por qué no habríamos de recogerla
y agregar esas palabras a nuestra Biblia?
La realidad es que el movimiento carismático moderno se llama falsamente a
sí mismo evangélico aunque socava la autoridad y la suficiencia de las Escrituras.
No es ni ortodoxo ni verdaderamente evangélico elevar experiencias espirituales,
incluso revelaciones imaginarias de Dios, por encima de la Biblia. Hablando de su
propia experiencia como testigo ocular de la transfiguración, el apóstol Pedro dio
esta revelación:
Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor
Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros
propios ojos su majestad. Pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria, le
fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: Este es mi Hijo amado,
en el cual tengo complacencia. Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo,
cuando estábamos con él en el monte santo. Tenemos también la palabra profética
más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que
alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana
salga en vuestros corazones (2 Pedro 1.16–19).
En la transfiguración, Pedro fue testigo de un espectáculo sobrenatural sin
precedentes. Tuvo una verdadera y divina experiencia celestial. Aun así, el
apóstol sabía que las Escrituras («la palabra profética») son «más seguras» que
incluso las experiencias más sublimes. El punto de Pedro es precisamente el
tema que muchos carismáticos no pueden entender. La experiencia humana es
subjetiva y falible; solo la Palabra de Dios es infalible y sin error, ya que su autor
es perfecto.
Al igual que Pedro, el apóstol Pablo también experimentó algo increíble. Fue
llevado al cielo, «arrebatado al paraíso», para encontrar lo que consistía en «palabras
inefables que no le es dado al hombre expresar» (2 Corintios 12.4). A diferencia
de aquellos que hoy narran cuentos fantásticos sobre el más allá, e incluso
hacen una carrera dando conferencias y hablando de lo que supuestamente vieron
en el cielo, Pablo dijo que hacer alarde de su experiencia no era conveniente (v. 1)
o espiritualmente beneficioso. ¿Por qué? Porque esa experiencia verdadera no
podía ser verificada o repetida. Si Pablo iba a presumir, sería de la verdad del evangelio
y la maravilla de su propia salvación (Gálatas 6.14). De hecho, para evitar
que hiciera demasiado alarde de tales visiones y revelaciones reales, Pablo afirma
que el Señor le dio un «aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me
abofetee, para que no me enaltezca sobremanera» (v. 7). En lugar de jactarse de sus
experiencias trascendentales, Pablo fue llamado a predicar la Palabra de Dios (2
Timoteo 4.2), ya que el evangelio bíblico es «poder de Dios para salvación a todo
aquel que cree» (Romanos 1.16).
¿Quién es la fuente y el poder detrás de la revelación bíblica? Si miramos atrás
al relato de Pedro sobre la transfiguración, veremos que solo dos versículos más
adelante se contesta esta pregunta: «Porque nunca la profecía fue traída por voluntad
humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por
el Espíritu Santo» (2 Pedro 1.21). Cuando nos sometemos a la Palabra de Dios
como nuestra autoridad, nos sometemos al Espíritu mismo, ya que él inspiró cada
palabra que ella contiene. Ninguna verdadera obra del Espíritu contradice, devalúa
o añade nueva revelación a las Escrituras (cp. Apocalipsis 22.17–19). Al contrario,
elevará la verdad bíblica en los corazones y las mentes de los creyentes.
La cuarta prueba: ¿exalta la verdad?
Una cuarta y estrechamente relacionada prueba que debe ser aplicada a cualquier
supuesta obra del Espíritu Santo es la siguiente: ¿la obra destaca la verdad espiritual
y la claridad doctrinal, o crea confusión y promueve el error?
En 1 Juan 4.6, el apóstol escribió simplemente: «Conocemos el espíritu de
verdad y el espíritu de error». El Espíritu Santo, que se define por la verdad, ofrece
un marcado contraste con los falsos espíritus del engaño que se caracterizan por el
error y la falsedad. Cuando un movimiento espiritual es conocido por defender la
sana teología, denunciar las falsas enseñanzas y detestar la unidad superficial,
estos son indicios de que se trata de una obra genuina del Espíritu Santo.50 Por el
contrario, los creyentes deben tener cuidado de cualquier sistema religioso que
hace caso omiso de la sana doctrina, propaga la mentira o felizmente respalda el
compromiso ecuménico.
La triste realidad es que la verdad bíblica nunca ha sido el sello distintivo del
movimiento carismático, en el que la experiencia espiritual se eleva continuamente
por encima de la sana doctrina. Como el teólogo Frederick Dale Bruner explica: «Los
deseos del pentecostalismo, en resumen, deben entenderse como el cristianismo
empírico, con su experiencia culminando en el bautismo de los creyentes en el Espíritu
Santo evidenciado, como en Pentecostés, por hablar en otras lenguas [...] Es
importante tener en cuenta que no es la doctrina, sino la experiencia del Espíritu
Santo, lo que los pentecostales afirman repetidamente».
Un ejemplo de esto se ve en la historia del pentecostalismo, un movimiento
que hizo del hablar en lenguas el centro de su teología (basado en una visión distorsionada
del bautismo del Espíritu). Como vimos en el capítulo 2, cuando los
pentecostales originales estudiaron el texto de las Escrituras, se convencieron de
que las lenguas en la Biblia eran auténticos idiomas extranjeros. Sin embargo, ¿qué
sucedió cuando se hizo evidente que la versión moderna del «don» no consistía en
verdaderos idiomas? Si las Escrituras hubieran sido su máxima autoridad, habrían
abandonado la práctica del todo, reconociendo el hecho de que lo que estaban
haciendo no coincidía con el precedente bíblico. Por el contrario, cambiaron radicalmente
su interpretación del Nuevo Testamento, manipulando el texto con el
fin de justificar y mantener una falsificación. De modo que la clara enseñanza de
las Escrituras acerca de las lenguas fue torcida con el fin de redefinir las lenguas
como galimatías sin sentido y hacerlas así coincidir con el fenómeno moderno.
A nivel práctico, las iglesias pentecostales elevan regularmente la experiencia
por sobre la verdad. Prácticas no bíblicas como la de ser derribado o muerto por el
Espíritu se promueven, no porque tengan apoyo bíblico, sino porque hacen que la
gente se sienta bien. Las mujeres pueden ser pastores de la iglesia, no porque el
Nuevo Testamento lo permita (1 Timoteo 2.12), sino porque el liderazgo femenino
ha sido siempre una señal distintiva del movimiento carismático. Se animan las
formas de culto sin sentido y fuera de control, no porque la Biblia las condone (1
Corintios 14.33), sino porque el fervor emocional es necesario para conjurar el
éxtasis. Muchos otros ejemplos podrían darse, y todos ilustran el hecho de que en
el pentecostalismo la experiencia espiritual triunfa de manera constante sobre la
autoridad bíblica.
Tal como ya hemos visto, el Movimiento de Renovación Carismática, que apareció
en la década de 1960, está plagado del mismo problema, y un punto que resulta tal vez
el más claramente visto es la disposición del movimiento a pasar por alto importantes
diferencias doctrinales en aras de una unidad superficial que se basa en nada más que
compartir experiencias.52 El ejemplo más notorio de este inclusivismo impulsado por la
experiencia, como se señaló anteriormente, fue la aceptación de los carismáticos
católicos por parte del movimiento carismático en general. Como resultado, muchos
carismáticos han puesto a un lado los distintivos históricos de la doctrina protestante (o
los han considerado insignificantes) simplemente porque sus contrapartes católicas han
hablado en lenguas o adoptado otros aspectos de la experiencia carismática. Hoy hay
incluso carismáticos mormones. Sin importar qué otra cosa enseñan, si han tenido esa
experiencia, son incluidos dentro del movimiento.
Una encuesta informal de la televisión carismática ilustra aun más el hecho de
que para muchos carismáticos la experiencia personal triunfa sobre la verdad proposicional.
He estado esperando durante muchos años escuchar a un presentador
carismático de la televisión interrumpir a un invitado y decirle: «Eso no es cierto.
Eso no está en la Palabra de Dios. No vamos a aceptar eso. No se puede comprobar
a partir de las Escrituras». No obstante, ese tipo de confrontación nunca sucede, no
importa lo que se diga. Puede tratarse de la afirmación teológica más extraña o la
mala interpretación más absurda de las Escrituras, donde el texto es arrancado de
su contexto, por lo que su significado está irremediablemente distorsionado, sin
embargo, nadie se detiene y dice: «Un momento, eso es herejía. Eso no es cierto».
La ausencia de discernimiento doctrinal y responsabilidad teológica dentro de los
círculos carismáticos ha llevado a algunos observadores a expresar serias preocupaciones:
«El movimiento carismático en su conjunto aún no ha integrado las grandes verdades
doctrinales de las Escrituras a la vida de su gente. En su gran énfasis en la
experiencia con el Espíritu Santo, el valor del estudio diligente de la teología a menudo
se descuida».54 Eso es decir poco. Doctrinalmente, el movimiento carismático refleja el
período de los jueces, el tiempo en la historia de Israel en el que «cada uno hacía lo que
bien le parecía» (Jueces 21.25). Como resultado, es casi imposible definir el movimiento
carismático desde el punto de vista doctrinal excepto por sus errores. El mismo se
resiste a la categorización teológica, ya que tiene una amplia y creciente gama de puntos
de vista, cada uno de los cuales está sometido a la intuición personal o la imaginación.
Incluso los autores carismáticos reconocen que una queja común en contra de
ellos es que «cuando se experimenta algo por primera vez, se apresuran a ver las
Escrituras después del hecho para lograr una justificación de lo que les ha sucedido».55
Uno de estos autores lo dice de esta manera: «No tome el control, no se
resista, no analice, simplemente entréguese a su amor. Se puede analizar la experiencia
más tarde, pero ahora solo deje que suceda».56 No obstante, es completamente
al revés. Debemos comenzar con la Palabra de Dios, lo que permite una
correcta interpretación del texto para gobernar nuestras experiencias. Una verdadera
obra del Espíritu se nutre de la sana doctrina. Promueve la verdad bíblica, no la
descarta o la ve como una amenaza. Una vez que se le permite a la experiencia ser
la prueba de fuego de la verdad, el subjetivismo se convierte en algo dominante y ni
la doctrina ni la práctica se definen por la norma divina de las Escrituras.
Los carismáticos minimizan la doctrina por la misma razón que degradan la
Biblia: piensan que alguna preocupación por lo eterno y la verdad objetiva sofoca la
obra del Espíritu. Ellos prevén el ministerio del Espíritu como algo que fluye libre,
infinitamente maleable, tan subjetivo como para desafiar la definición. Los credos, las
confesiones de fe y la teología sistemática son vistos como un estrecho confinamiento,
sin ser lo bastante flexibles como para que el Espíritu obre dentro de ellos. Reconociendo
esta tendencia en los círculos carismáticos, un autor escribió: «Un estudiante de la
universidad una vez me advirtió acerca de la “doctrina peligrosa de los demonios”, su
descripción de la teología sistemática. Él explicó: “El Señor nos ha dado el Espíritu
Santo para interpretar las Escrituras. Enseñar doctrina es el intento de Satanás de usar
nuestra mente para entender la Biblia en lugar de confiar en el Espíritu Santo”».57
Esta es una declaración sorprendente. En realidad, la única cosa que la buena
teología liquida es el error, por lo que la sana doctrina es el mayor antídoto contra
las desviaciones carismáticas. Recuerde, el Espíritu Santo es el Espíritu de verdad
(Juan 16.13). Cualquier obra suya exaltará la verdad bíblica y la sana doctrina en
los corazones y las mentes de su pueblo.
La quinta prueba: ¿produce amor a Dios y a los demás?
Jonathan Edwards expresó una quinta y última prueba con el fin de evaluar cualquier
movimiento espiritual: una verdadera obra del Espíritu hace que las personas
amen más a Dios y a los demás. Edwards señaló este principio de 1 Juan
4.7–8, donde el apóstol Juan escribió: «Amados, amémonos unos a otros; porque
el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El
que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor». Un fruto principal del
Espíritu es el amor (Gálatas 5.21), y donde existe el verdadero amor, hay evidencia
de la obra genuina del Espíritu.
Una verdadera obra del Espíritu produce un amor a Dios que se expresa en la
adoración y la alabanza de una mente sobria. Esa es la definición de la adoración
bíblica. La adoración es una expresión de amor a Dios y, por lo tanto, debido a su
propia naturaleza involucra las pasiones del alma. La mayoría de los cristianos
entiende esto al menos de forma rudimentaria.
Sin embargo, muchos parecen pensar que no estamos en verdad adorando hasta que
el intelecto humano está desactivado. He escuchado a predicadores carismáticos instando
a la gente a suspender sus facultades racionales porque el Espíritu supuestamente no
puede funcionar si estamos pensando demasiado. Este es un concepto no bíblico por
completo. En el culto auténtico, los pensamientos y sentimientos van juntos, en conjunción
con todas nuestras facultades humanas, centrándose en Dios en la adoración pura.
Este principio está implícito en el primero y más grande mandamiento: «Amarás al Señor
tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente» (Mateo 22.37).
El tipo de alabanza que el Padre busca no es una cacofonía caótica sin sentido.
La adoración no es mera locura y sentimientos. «Dios es Espíritu; y los que le adoran,
en espíritu y en verdad es necesario que adoren» (Juan 4.24). Dios ama «la
verdad en lo íntimo» (Salmo 51.6). Por lo tanto, la verdadera adoración (como la
auténtica santificación) no puede pasar por alto la mente, sino que tiene que ver con
la renovación de la mente (Romanos 12.1–2; cp. Efesios 4.23–24). Como dijo Jonathan
Edwards, el culto verdadero y bíblico debe llevar a la gente «a los pensamientos
elevados y la exaltación del Ser divino y sus gloriosas perfecciones [y esto] obra
en ellos una admiración y un gran sentido de la gloria de Jesucristo».58 El efecto es
que nos convertimos en nuevas personas por completo, renovadas «hasta el conocimiento
pleno» (Colosenses 3.10). Las Escrituras no saben nada de algún tipo de
espiritualidad que pasa por alto el intelecto y opera solo en los sentimientos.
No obstante, los cultos carismáticos a menudo se caracterizan por el desorden
y el caos, que no honran al Señor (1 Corintios 14.33). En las palabras de un profesor
de teología pentecostal: «Me gusta llamarle al culto carismático “adoración
de todo el cuerpo”, una adoración de corazón y mente, alma y fuerza. Nos volvemos
locos cuando pensamos en todo lo que Dios ha hecho por nosotros y con
nosotros. Aun más locos que con nuestro equipo de baloncesto».59 Sintonice TBN
o cualquier cadena de televisión carismática y no pasará mucho tiempo sin que vea
ejemplos de fenómenos irracionales y extáticos: desde hablar galimatías hasta caerse
en un trance que hace reír sin control o incluso ladrar como perros.
Con demasiada frecuencia los carismáticos adoran y oran sin usar sus mentes.
Se les dice cosas como: «Encuentra un lugar tranquilo. Vacía tu mente. Escucha
tu respiración, concéntrate en una palabra, un ejemplo sería “Señor”, u otra
manera de enfocarte es escuchar música suave y espiritual en silencio, dejando
que el Espíritu Santo te hable».61 Ellos asocian la llenura del Espíritu con la posesión
sin sentido. En palabras de una mujer pentecostal: «Siempre me avergonzaba
cuando el Espíritu Santo me movía. Creía que la gente podría pensar que estaba
loca. Fue una experiencia muy fuerte. Era como si hubiera perdido totalmente el
control de mi cuerpo y algo se hubiera hecho cargo de él, y no pude hacer nada
para detenerlo».
Uno de los ejemplos más vivos del culto carismático caótico ocurrió durante
la Bendición de Toronto de mediados de la década de 1990. La profesora de sociología
Margaret M. Poloma describe su propia experiencia en un culto celebrado en
el Toronto Airport Christian Fellowship en 1995:
Los estallidos de risas continuaron cobrando impulso. [El evangelista Byron]
Mote proclamó: «Dios está preparando una gran fiesta». Luego buscó el primer
capítulo de Lucas, pareciendo comenzar un sermón sobre María, la madre de
Jesús. Como la gente seguía riendo por todo el auditorio, el discurso de Mote
fue pasado por alto [...] Se sentó tratando de ganar compostura, como un borracho
que trata de no caerse de la silla. Él pronto cayó al suelo «embriagado en el
Espíritu», mientras la gente se reía y aplaudía. Jan Mote luego trató de tomar el
lugar de su marido como orador de la reunión, volviendo a un pasaje de
Cantares: «¡Que me bese con los besos de su boca!». Aunque Jan Mote también
estaba luchando para conservar su compostura (teniendo que sentarse en un
punto porque sus «rodillas estaban débiles»), habló sobre cómo la risa estaba
sensibilizando a la gente para recibir el amor de Dios. Los de la congregación
que no estaban espiritualmente borrachos, tirados en el suelo o riendo sin control,
la siguieron luego en el canto: «Mi Jesús, te amo».
Ese tipo de comportamiento extraño va en contra de la adoración bíblica. Es
una burla a lo que es santo y trata a Dios con la falta de respeto de la ebriedad. Aunque
la Bendición de Toronto ha disminuido en importancia desde el comienzo del
nuevo milenio, constituye un ejemplo de los comportamientos irracionales que
pueden surgir cuando se anima la emotividad desenfrenada en la adoración. Payasadas
similares caracterizaron a los primeros pentecostales del avivamiento de la Calle
Azusa. Incluso Charles Parham, fundador del pentecostalismo, se echó hacia atrás
con horror ante algunas de las cosas que vio allí: «Los servicios de oración irracionales
y extraños en muchas de estas reuniones fanáticas, donde el contacto de los
cuerpos en movimiento es tan cierto y condenatorio como en el salón de baile, conducen
al amor libre, la afinidad necia y el apareamiento del alma».
Peter Masters, pastor del Metropolitan Tabernacle de Londres, explica que la
emotividad desenfrenada y la pérdida de control racional son un componente
clave de la adoración carismática:
Los carismáticos afirman que al mantener el control racional sobre nuestras mentes
y acciones nos oponemos y apagamos la obra del Espíritu Santo. Ellos dicen que los
creyentes deben estar preparados para ceder el control racional, a fin de que puedan
estar sensibles a la actividad divina directa, tanto en la adoración como en el servicio
cristiano. John Wimber observa con preocupación que «el miedo a perder el
control es una amenaza para los cristianos más occidentales». Él insiste en que debemos
superar nuestros miedos, ya que el control racional se debe perder para que se
produzca el hablar en lenguas, para que se sientan crecientes sensaciones de éxtasis
en la adoración, para que los mensajes de Dios sean recibidos directamente en la
mente, y para que ocurran sucesos milagrosos tales como las sanidades.
Sin embargo, perder el control en la adoración es un error grave y trágico. Se
trata de un enfoque de la adoración soberbio, egoísta e impío, porque refleja el
descuido negligente o un rotundo rechazo a adorar en espíritu y verdad, de la
forma en que Dios ha dicho que debemos adorar (Juan 4.24).
Entonces, ¿cómo debemos evaluar las prácticas de adoración que fomentan la
pérdida del control racional? He aquí una respuesta convincente: «La idea de
vaciar la mente es extraña al pensamiento cristiano. Tiene mucho más en común
con las prácticas paganas como la meditación trascendental, los rituales místicos,
la hipnosis y otros procedimientos de vaciado de la mente que a menudo abren la
puerta a las influencias demoníacas. Una persona que está dispuesta a tener una
experiencia espiritual que no pasa por la mente puede estar sensibilizándose a sí
misma a entidades espirituales de las que ella no quiere saber nada [...] Cuando
uno busca un camino corto a la espiritualidad, sumergiéndose en experiencias
místicas o milagrosas, puede llegar a ser vulnerable al engaño satánico».
El misticismo del culto carismático solo se agrava cuando se alía con el materialismo
de la teología de la prosperidad. Como ya hemos visto, las personalidades más influyentes
en el movimiento carismático tratan a Dios como si fuera un Papá Noel cósmico
que concede alegremente todos sus deseos materiales. Otros tratan el Espíritu Santo
como si fuera una fuerza, una chispa de electricidad y poder espiritual que produce un
murmullo extático. En cualquier caso, los adeptos carismáticos son adiestrados para
acercarse a Dios de tal manera que obtengan de él lo que quieran. Como un autor explica:
«El evangelio de la prosperidad es el materialismo insensible con un disfraz religioso.
Escoge versículos de la Biblia selectivamente para adaptarlos a la teoría que les da nombre
y la cual afirman, pero esto no es amar a Dios. Quieren usar a Dios para fines
egoístas e infantiles».69 Por el contrario, el verdadero amor a Dios se expresa en una vida
de obediencia desinteresada y servicio sacrificial a él (Romanos 12.1).
Además de producir un mayor amor a Dios, una verdadera obra del Espíritu
también infunde en los creyentes un sincero amor y sacrificio por los demás. Tal
amor «se goza de la verdad» (1 Corintios 13.6), lo que significa que no tolera la
falsa enseñanza por el bien de la unidad superficial. Por otra parte, intenta edificar
a otros en el cuerpo de Cristo. Sin duda este es el punto de Pablo en la discusión
de los dones espirituales en 1 Corintios 12—14: los dones eran para ser utilizados
dentro de la iglesia con el fin de edificar a otros creyentes. Su declaración en
1 Corintios 12.7 hace explícito este punto: «Pero a cada uno le es dada la manifestación
del Espíritu para provecho» de todos. Esta idea se repite en 1 Corintios
13.5, donde Pablo explica que el verdadero amor «no busca lo suyo».
Sin embargo, los carismáticos han convertido esto en su estandarte, alegando
que ciertos dones (en particular, el don de lenguas) se deben utilizar para la autoedificación.
70 Este fue el mismo problema que Pablo trataba de corregir cuando les
escribió: el uso egoísta y orgulloso de los dones espirituales por parte de los corintios.
Hoy, el movimiento carismático ha convertido el error de Corinto en un
distintivo de su movimiento. No obstante, tal egocentrismo trae consecuencias
devastadoras: «Sería imposible calcular el daño irreparable causado al pensar que
los dones espirituales se dan para la autoedificación y se pueden utilizar para edificarnos
a nosotros mismos. Sin duda esto es antibíblico. Los dones se dan no para
la edificación propia, sino para la de los demás».
Para empeorar las cosas, este enfoque centrado en uno mismo de los dones
espirituales a menudo se combina con las exigencias egoístas del evangelio de la
prosperidad. De la misma manera que la teología de la prosperidad sustituye la
verdadera adoración por una lista de deseos, también sustituye el amor genuino
hacia los demás por un deseo egoísta de ganancia material.
Es cierto, los carismáticos afirman que su movimiento está marcado por el
amor genuino hacia los demás. No obstante, Jonathan Edwards advirtió que es
una forma falsa de amor la que se encuentra a menudo en los grupos aberrantes.
Sus palabras de advertencia parecen especialmente aplicables al movimiento carismático
moderno:
De hecho, existe una falsificación del amor que a menudo aparece entre los que
son guiados por un espíritu de engaño. Es común en los entusiastas más irracionales
un tipo de unión y afecto que se muestra de los unos hacia los otros, el cual
surge del amor propio, ocasionado por estar de acuerdo en aquellas cosas en las que
en gran medida se diferencian de todos los demás, y por las cuales son objeto de la
burla del resto de la humanidad; esto naturalmente va a causarles mucho más
aprecio a lo que observan en sí mismos, esas peculiaridades que los hacen objeto
del desprecio de los demás, así como los antiguos gnósticos y los fanáticos irracionales
que aparecieron en el comienzo de la Reforma se jactaban del gran amor de
los unos por los otros: una secta de ellos en particular, que se hace llamar la Familia
del Amor. Sin embargo, esto es otra cosa distinta al amor cristiano que acabo de
describir, es solo el funcionamiento de un amor propio natural, sin ninguna verdadera
benevolencia, nada más que la unión y la amistad que puede tenerse entre
sí una compañía de piratas que está en guerra con todo el resto del mundo.
Los «entusiastas más irracionales» y los «fanáticos irracionales» del movimiento
carismático contemporáneo sin duda se habrían encontrado con la desaprobación
de Edwards. La falange fanática de la Reforma, en particular, comparte una
serie de características en común con los carismáticos modernos, incluso varias
experiencias de éxtasis y la insistencia en que estaban recibiendo nueva revelación
del Espíritu Santo. Al oponerse a ellos por sus puntos de vista no bíblicos, Martín
Lutero se refirió sarcásticamente a estas radicales teológicas como las que se había
«tragado el Espíritu Santo con plumas y todo».
Por supuesto, Jonathan Edwards no es la autoridad final para evaluar los
méritos de un determinado ministerio o movimiento espiritual. La Biblia sola es
la norma con la que se deben medir todas las cosas. No obstante, si tenemos en
cuenta lo que dicen las Escrituras sobre el lugar esencial de la verdad en el culto
que honra a Dios y comparamos esa norma con la naturaleza caótica y sin restricciones
del culto carismático, o si colocamos la definición de las Escrituras del
amor al lado del énfasis egoísta inherente a la teología carismática, se plantean
serios interrogantes. Los carismáticos pueden comparar su movimiento al Gran
Despertar de los días de Edwards.74 Sin embargo, cuando se aplican las pruebas de
1 Juan 4, las diferencias se hacen inmediatamente evidentes.
¿Tesoro espiritual u oro de los tontos?
Cuando Jonathan Edwards aplicó las pruebas de 1 Juan 4.1–8 al Gran Despertar
en la primera mitad del siglo dieciocho, llegó a la conclusión de que si bien hubo
algunos excesos y expresiones carnales, el Espíritu de Dios estaba realmente en
acción en el avivamiento: se predicó al verdadero Cristo, se enfrentó la mundanalidad
y el pecado, se proclamaron las Escrituras, se exaltó la verdad del evangelio,
y un sincero amor por Dios y los demás se demostró como resultado.
El movimiento carismático moderno demuestra lo contrario. La verdad acerca
de Cristo se distorsiona, el enfoque a menudo se aleja de la persona y la obra del Señor
Jesús y se coloca en su lugar en el supuesto poder y la bendición del Espíritu Santo.
Los predicadores de la prosperidad (que constituyen el segmento más influyente y de
mayor crecimiento del movimiento) promueven la mundanalidad abiertamente, aunque
los escándalos del liderazgo se han convertido en una mancha demasiado frecuente
en los que dicen estar «llenos del Espíritu». En lugar de honrar las Escrituras
inspiradas por el Espíritu, los carismáticos tratan la Biblia como insuficiente, buscando
una nueva revelación «personalizada» como suplemento. Esto trae como resultado
que la verdad bíblica es minimizada, se aplaude el ecumenismo indiscriminado y la
sana doctrina se ridiculiza como «muerta» y «divisiva». El amor de Dios debe manifestarse
en la adoración con una mente sobria y la sincera obediencia. El amor por los
demás debe responder con un servicio desinteresado y un deseo de edificar a otros.
Sin embargo, el movimiento carismático, tanto en la búsqueda de los dones
espirituales como en su incorporación de la teología de la prosperidad, se acerca a
Dios de una manera inherentemente orientada hacia sí mismo.
¿Qué vamos a concluir basándonos en las pruebas bíblicas? La respuesta parece
evidente. En muchos casos, el movimiento carismático se halla dominado por
los falsos maestros que están abogando de forma activa por un falso evangelio.
Esto es especialmente verdad en lo que respecta al desenfrenado movimiento de la
Palabra de Fe y el evangelio de la prosperidad que promueve. El Nuevo Testamento
advierte repetidas veces contra aquellos que introducen errores en la iglesia en
busca de ganancias deshonestas; ningún ejemplo moderno encaja en estos versículos
con más exactitud que los populares sanadores por fe, los predicadores de la
prosperidad y los teleevangelistas que conforman el rostro de los medios de comunicación
carismáticos. Los verdaderos creyentes deben evitar estos fraudes espirituales
a toda costa. Como el apóstol Juan advirtió en 2 Juan 7–11:
Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan que
Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y el anticristo.
Mirad por vosotros mismos, para que no perdáis el fruto de vuestro trabajo, sino
que recibáis galardón completo. Cualquiera que se extravía, y no persevera en la
doctrina de Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése
sí tiene al Padre y al Hijo. Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no
lo recibáis en casa, ni le digáis: ¡Bienvenido! Porque el que le dice: ¡Bienvenido!
participa en sus malas obras.
Yo creo que hay personas sinceras en el movimiento carismático que, a pesar
de la corrupción sistémica y la confusión, han llegado a comprender las verdades
necesarias del evangelio. Aceptan la expiación sustitutiva, la verdadera naturaleza
de Cristo, la naturaleza trinitaria de Dios, el arrepentimiento bíblico y la autoridad
única de la Biblia. Ellas reconocen que la salvación no es asunto de salud y
riquezas, y realmente desean ser rescatadas del pecado, la muerte espiritual y el
infierno eterno. Sin embargo, siguen siendo confundidos por el ministerio del
Espíritu Santo y la naturaleza de los dones espirituales.
El resultado es que están jugando con fuego extraño. Al exponerse continuamente
a la falsa enseñanza y la falsa espiritualidad del movimiento carismático, se
han colocado a sí mismos (y a cualquier persona bajo su cuidado espiritual) en
peligro eterno. Para los verdaderos creyentes, el movimiento carismático representa
una enorme piedra de tropiezo en lo que concierne al verdadero crecimiento
espiritual, el ministerio y el hecho de ser útiles. Sus enseñanzas erróneas sobre el
Espíritu Santo y las Escrituras inspiradas por el Espíritu perpetúan la inmadurez,
la debilidad espiritual y una interminable lucha con el pecado.
Existe un paralelismo entre los cristianos que están atrapados en el movimiento
carismático moderno y los verdaderos creyentes que formaron parte de la
iglesia de Corinto en el primer siglo. La iglesia en Corinto se caracterizaba por las
concesiones morales, los deseos carnales y la confusión acerca de los dones espirituales.
Sin embargo, por contradictorio que pueda parecer, su congregación se
componía de muchos creyentes verdaderos. Obviamente, el Espíritu Santo no era
responsable de los errores que se habían infiltrado en la congregación de Corinto.
Del mismo modo, él no es la fuente de la confusión carismática contemporánea
dentro de la iglesia evangélica. Para los verdaderos creyentes de Corinto, el Espíritu
Santo continuó obrando en sus vidas a pesar de sus notorios errores.75 Lo mismo
sigue siendo cierto hoy, aunque esto no niega la gravedad de la corrupción.
La búsqueda carismática de la revelación extrabíblica, las experiencias extáticas,
la dirección subjetiva, la emotividad desenfrenada y la prosperidad material
representan un peligro enorme. De la misma manera que un niño debe evitar los
fósforos, los creyentes deben permanecer lejos del fuego extraño de la adoración y
la práctica carismáticas inaceptables. En el mejor de los casos, esto representa la
confusión de Corinto que Pablo corrigió. En el peor, se trata de las herejías destructoras
de los falsos maestros. Acerca de esos charlatanes las Escrituras dicen:
«Porque por ahí andan muchos, de los cuales os dije muchas veces, y aun ahora lo
digo llorando, que son enemigos de la cruz de Cristo; el fin de los cuales será perdición,
cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su verguenza; que solo piensan en
lo terrenal» (Filipenses 3.18-19).
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