Una espada ajena
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Creo que todos apreciamos la paz y los momentos pacíficos que podemos compartir con otros en calma. Pero al mismo tiempo, la vida está llena de momentos en los que la agresividad y las situaciones incómodas nos alcanzan. Ya sea por cuestiones personales o por situaciones que se presentan, una y otra vez tenemos que estar listos para enfrentar, confrontar, defendernos y tomar terreno.
No, no es nuestra intención hacerle daño a otras personas. Somos gente de paz, y queremos permanecer así. Es más, del propio Jesús hemos aprendido que los bienaventurados, los dichosos, son los pacificadores, los que son capaces de establecer lazos de paz y reconciliación con los demás. Sin embargo, debemos estar listos ante las amenazas y agresiones del ambiente espiritual que nos rodea, y por eso Dios nos capacitó entregándonos sus armas.
Hemos repasado una a una las armas espirituales con las que Dios nos dotó, sabiendo que atravesamos el valle hostil de esta vida, en el que somos el blanco de los ataques de nuestros enemigos espirituales. Así que debemos estar atentos, entrenados y listos para enfrentar todo tipo de situaciones adversas, y para ello debemos esgrimir las armas que hemos recibido de nuestro General.
Y en este caso, tomemos esta eficaz arma de Dios, la espada del Espíritu.
17 Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios;
17 Tomen el casco de la salvación y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios.
17 Pónganse la salvación como casco y tomen la espada del Espíritu, la cual es la palabra de Dios.
17 Tomen también el casco de la salvación, y la espada del Espíritu que es la palabra de Dios.
...y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios,...
I. La espada
I. La espada
Cuando describíamos, hasta ahora, las otras armas espirituales que se nos han confiado, hablábamos mayormente de lo que podríamos llamar “armas defensivas”. Sin embargo esta, la espada del Espíritu, tiene una característica distintiva como arma ofensiva, con la que podemos avanzar en terreno enemigo.
¿Por qué necesitaríamos un arma espiritual que pudiera compararse con una espada? ¿No somos los cristianos personas pacíficas, no inclinadas a la guerra, sanadores, restauradores y reconciliadores? Hemos sido llamados a amar a todos a nuestro alrededor, incluyendo a nuestros enemigos. A pesar de eso, debemos recordar que los hijos de Dios estamos en terreno hostil.
11 Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros. 12 Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliese. 13 Pero ahora voy a ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos. 14 Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. 15 No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. 16 No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. 17 Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. 18 Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. 19 Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.
Así oraba el Maestro por nosotros, sí, por ti y por mí, la noche en que estaba por ser arrestado, enjuiciado y llevado a la cruz. La condición espiritual de toda aquella situación--y la nuestra--quedó claramente expuesta en sus palabras. Los hijos de Dios, los discípulos de Jesús, los que le hemos recibido como nuestro Salvador y Señor, no somos de este mundo, como tampoco lo es nuestro Señor y Salvador. Y queda claro que el mundo nos aborreció (Juan 17:14). No nos gusta ser aborrecidos; preferiríamos ser amados, apreciados, reconocidos, aceptados, pero Jesús revela que el mundo en que vivimos (y al que no pertenecemos) nos rechaza. ¿Por qué? Porque este mundo está bajo el control de aquel que se opone a Dios y sus planes.
19 Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno.
Dada esta incómoda situación, debemos estar preparados, y para eso Dios nos otorgó sus armas, incluyendo la espada.
Me cuesta pensar en los resultados del uso de una espada. Implica hacerle daño al enemigo y avanzar en su contra.
II. La espada del Espíritu
II. La espada del Espíritu
Los hijos de Dios llevamos puestas y utilizamos armas que no son nuestras. Estas armas no son parte de nuestro equipo original, y nos han sido otorgadas al recibir a Jesús como nuestro Salvador y Señor.
La espada no es nuestra, sino del Espíritu. Aquí, cuando dice el Espíritu se refiere al Espíritu Santo de Dios (el propio Dios operando en cada área de nuestra vida).
Empieza a analizar e internalizar esta verdad: Dios ha puesto en tus manos un arma que no es tuya sino suya, del Espíritu. Es algo mucho más poderoso que tú mismo. No está limitada por lo que te limita a ti, sino que tiene el alcance de todo aquello a lo que accede el propio Dios.
¿Qué ha hecho Dios con su espada?
Con ella creó el universo. Todo lo que conocemos respondió a la expresión de la voz de Dios, su Palabra pronunciada, su espada. Las montañas, los mares, las estrellas y todo lo demás son el resultado del fulgurante paso de la espada de Dios.
Con ella enseñó (y enseña) su voluntad. Desde la antigüedad, Dios enseñó su Ley, indicándole a los seres humanos cuáles son sus reglas y sus propósitos para ellos.
Con ella le señaló a su pueblo, a sus hijos, el camino por donde debían andar, a lo largo de toda la historia.
Con ella defendió a sus hijos y puso en fuga a sus enemigos.
Pero sigue siendo la espada de Dios, la espada del Espíritu. Es una herramienta espiritual que nos ha sido concedida.
El arma de Dios no debe ser utilizada para nuestros propios intereses egoístas, sino para vivir conforme a la voluntad de Dios y para llevar adelante sus proyectos, sus planes.
Este mismo concepto se aplica a todo lo que hemos recibido de Dios. No podemos pensar en utilizar los dones espirituales, recibidos generosamente de Dios, para nuestro propio beneficio. No te atribuyas la gloria por lo que sea hecho por tu intermedio, utilizando los dones de Dios.
III. La espada del Espíritu, que es la palabra de Dios
III. La espada del Espíritu, que es la palabra de Dios
Con esto se completa el concepto de esta arma recibida de Dios. Es la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios.
A los discípulos de Jesús, a los hijos de Dios, se nos ha concedido la utilización y el ejercicio de la Palabra de Dios.
Esto no es algo simple o superficial. ¡Es algo tremendamente grande!
Todo el mundo lo sabe: los cristianos esgrimimos la Palabra de Dios. Somos los que muchas veces decimos “la Biblia dice”. ¿Está mal eso? ¡No! Al contrario, es parte de nuestra responsabilidad en este mundo oscuro que carece del conocimiento de la voluntad de Dios.
La Palabra de Dios es la explicación de por qué hacemos lo que hacemos, cuándo lo hacemos y cómo lo hacemos. De la Palabra de Dios aprendemos los pasos que dar, los valores que nos definen, nuestro estilo de vida, nuestra manera de relacionarnos, nuestra actitud en la vida.
Hay una característica bastante particular de las espadas: no las puedes usar sin entrenamiento.
Si pretendes utilizar una espada sin haber sido entrenado, sin haberte familiarizado con su uso, puedes terminar lastimándote, hiriendo a quien no deberías o destruyendo lo que no corresponde.
El uso de la espada requiere entrenamiento.
15 Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad.
El uso de la espada de Dios implica aprender a hacer un buen uso de ella.
¿Cómo calificarías tu destreza en el uso de la espada de Dios?
¿Sabes buscar los libros de la Biblia?
¿Conoces las divisiones principales de la Biblia?
¿Has aprendido cuáles son los estilos literarios que puedes encontrar en la Biblia?
¿Dedicas tiempo regular durante la semana para profundizar y estudiar la Palabra del Señor?
No lo tomes livianamente. Estas son preguntas importantes. Procura profundizar en tu conocimiento y en el uso de la Palabra de Dios.
Cuando uno aprende a utilizar una herramienta afilada, debe conocer personalmente su filo.
12 Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. 13 Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta.
Analicemos por un momento la manera en que estos versículos definen la Palabra de Dios.
Los que creemos en Jesús tenemos acceso a privilegios y experiencias a los que los que no tienen a Cristo en sus vidas no pueden acceder. Realmente, la fe en Jesús hace la diferencia en gran medida en la vida de cualquier persona que cree.
¿Eres diferente a los demás? ¿En qué sentidos?
Uno de los aspectos claves en que la vida del discípulo de Jesús es diferente a la de cualquier persona sin Cristo consiste en el acceso a la revelación de Dios. Los hijos de Dios acceden a información privilegiada, reciben todo un paquete de revelación y sabiduría que las personas sin Jesús no conocen.
¿Reconoces esta diferencia en tu vida?
No se trata nada más de que “tengas una religión diferente”. No es solamente un cambio ideológico de acuerdo al que te colocas a favor de ciertas propuestas filosóficas y en contra de otras. Es algo mucho más fuerte, mucho más poderoso.
12 Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. 13 Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta.
El autor de la carta a los Hebreos hace esta referencia mientras procura explicar lo que diferencia a los hijos de Dios de los que no lo son, y mientras establece la diferencia entre los que acceden al reposo de Dios y los que no lo hacen.
Al llegar a este punto, su intención es señalar el respeto que se merece la Palabra de Dios. En cuanto a las enseñanzas, leyes, valores y revelaciones de Dios no hay áreas grises: es sí o es no, se obedece o se desobedece, te sometes o te rebelas.
Hoy en día hemos caído (y seguimos cayendo, cada vez más) en el uso de las verdades subjetivas o relativas. Lo que es cierto para ti puede no ser cierto para mí, así que será mejor que te olvides de “tratar de imponerme tus ideas”, porque son tuyas, no mías.
No es eso lo que enseña la Palabra de Dios, y por eso aquí es presentada como digna de respeto. De acuerdo a la revelación de Dios, los principios de Dios, sus enseñanzas y mandamientos son aplicables a todos los humanos, sin discriminación, sin excepciones. Las verdades de Dios son objetivas. Lo que vale para uno, vale para todos, sin distinción.
Con la intención, entonces, de señalar el respeto y el acatamiento que se merece la Palabra de Dios, el autor la define y la describe de esta manera.
La Palabra de Dios está viva. ¿Qué quiere decir esto? En este caso, optaremos por explicarlo por medio del contraste. ¿Qué es lo opuesto a la vida? La muerte, claro. Si algo no está vivo, está muerto. La mayoría de lo que uno puede leer está muerto. Los libros y las publicaciones en general tienen la capacidad de informar, pero nada más. Sí, existen relatos e historias que podrían tener la capacidad de mover de una u otra manera nuestras emociones, hacernos reír o llorar, pero nada más. Sin embargo, la Palabra de Dios está viva. La Palabra de Dios toma determinaciones, ejerce influencia, cambia realidades, despierta milagros. ¿Sabes cuál es una de las claves en esto? El mismo término griego que aquí es utilizado para referirse a la Palabra de Dios en este pasaje es utilizado para referirse al Hijo de Dios en su revelación en la persona de Jesús (Juan 1).
1 En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.
La Palabra de Dios es la revelación de Dios, la manera en que Él se da a conocer. Jesús es exactamente lo mismo, es Dios presentándose en persona para que todo el que crea en el Hijo le conozca personalmente.
8 Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo.9 Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad,10 y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad.
¿No te recuerda esto aquella conversación en la que Jesús afirmó que el que le vió a Él ha visto al Padre (Juan 14)? Considera como esto te afecta personalmente. ¿Cómo podríamos ser negligentes en cuanto a acceder a algo tan poderoso y diferente como la propia revelación de Dios, viva y poderosa?
La Palabra de Dios es eficaz. Consideramos que algo es eficaz cuando logra cumplir con su cometido, que produce un resultado. Algo ineficaz sería una cosa que no produce ningún cambio, que no introduce una variación. Pero la Palabra de Dios sí que produce cambios. Hay un antes y después de la Palabra de Dios. Asaf, en Salmos 73, vive en la tortura emocional porque los injustos prosperan mientras él y otros santos padecen, hasta que entra en la presencia de Dios y recibe una revelación, recibe la Palabra. La Palabra produjo un cambio, un efecto en su vida, fue eficaz. El término utilizado aquí para referirse a la eficacia de la Palabra es la raíz de la palabra “energía” en español. Esto señala que las personas no tendrían que seguir siendo las mismas luego de exponerse a la Palabra de Dios. ¿Es ese tu caso? ¿En qué sentidos te ha cambiado o te está transformando lo que Dios te dice? Puedes abrir tu Bibia, leer una de sus historias, meditar en uno de sus versículos, y algo va a cambiar en ti, en tus circunstancias, en tu comportamiento, tu manera de orar o relacionarte con otros. Tiene que haber un cambio, porque la Palabra no nos deja sin transformaciones.
10 Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra, y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, 11 así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié.
La Palabra de Dios es más cortante que toda espada de dos filos. ¿Cortante? ¿Comparada con una espada? Es exactamente así que es presentada en Efesios 6:17 como una de las armas con las que Dios viste a sus hijos para el conflicto espiritual. ¿La Palabra de Dios corta? Sí, lo hace. ¿Has sido cortado/a por la Palabra de Dios? A veces, escuchar o leer la Palabra de Dios duele. No resultaría extraño que una lectura de la Palabra o un mensaje de la Palabra escuchado dé exactamente en el clavo en lo referente a aspectos de nuestras vidas con los que Dios está tratando. Esta referencia implica que la Palabra de Dios no se queda en la superficie de nuestras vidas, sino que va a la raíz, se dirige a las razones para nuestros valores o conceptos básicos. La Palabra penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. A lo largo de nuestras vidas, nuestras experiencias van moldeándonos y determinando nuestras reacciones, nuestros pensamientos, nuestra forma de trato y mucho más. La Palabra tiene la capacidad de restaurar, sanar, cambiar esos conceptos adquiridos para cambiarnos, para que nos parezcamos más a Dios y a lo que Él se propuso para nosotros desde el principio.
Resulta tremendamente interesante cómo el versículo 13 complementa lo expresado en el anterior. La Palabra no solamente comunica y cambia a las personas que se exponen a ella, sino que también VE. La Palabra de Dios te ve, pero no solamente ve lo que todos ven, sino que su vista percibe lo que nadie más ve.
Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta.
Aquí volvemos a conectarnos con el concepto de que Dios está hablando de sí mismo en la persona del Verbo, el logos, ante cuya mirada nada permanece oculto. Es el conocimiento al que se refiere David en Salmos 139:
1 Oh Jehová, tú me has examinado y conocido.
2 Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme;
Has entendido desde lejos mis pensamientos.
3 Has escudriñado mi andar y mi reposo,
Y todos mis caminos te son conocidos.
4 Pues aún no está la palabra en mi lengua,
Y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda.
5 Detrás y delante me rodeaste,
Y sobre mí pusiste tu mano.
6 Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí;
Alto es, no lo puedo comprender.
Entonces, estás siendo expuesto a la Palabra de Dios. ¿Percibes como penetra en todo tu ser llegándo hasta lo más profundo de ti, renovando tus pensamientos, tus emociones, alcanzando tus recuerdos y sanando tus heridas más profundas?
La Palabra no solamente merece tu respeto, sino que debes tener hambre y sed de ella, debes buscarla y procurar ser renovado por ella todos los días.
No permitas que pase un día de tu vida sin que la Palabra te lleve a una nueva experiencia en la presencia de Dios.
Dios ha puesto en nuestras manos la poderosa arma de su Palabra. Podemos abrir nuestras bocas y pronunciar la Palabra, la podemos recordar y apoyarnos en ella para nuestras decisiones, y cada persona a nuestro alrededor puede ser afectada por ella.
Pero tenemos que utilizarla con destreza y delicadeza, porque podríamos llegar a ser instrumentos de derrota si la utilizamos mal.
No pongas en vergüenza la Palabra de Dios. Al contrario, deja que Dios te utilice para bendecir, aplicándola primeramente a tu propia vida antes de medir a los demás con respecto a ella.