De la prueba al triunfo: Primera parte

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De la prueba al triunfo

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Santiago 1:1–12 RVR60
1 Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo, a las doce tribus que están en la dispersión: Salud. 2 Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas,3 sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia.4 Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna. 5 Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. 6 Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. 7 No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor. 8 El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos. 9 El hermano que es de humilde condición, gloríese en su exaltación; 10 pero el que es rico, en su humillación; porque él pasará como la flor de la hierba. 11 Porque cuando sale el sol con calor abrasador, la hierba se seca, su flor se cae, y perece su hermosa apariencia; así también se marchitará el rico en todas sus empresas. 12 Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman.
A fin de probar la autenticidad de un diamante, a menudo los joyeros lo ponen en agua clara, lo que hace que el verdadero diamante resplandezca con una brillantez especial. Una piedra de imitación, por otra parte, casi no resplandecerá. Cuando se ponen las dos una al lado de la otra, hasta un ojo no adiestrado puede fácilmente notar la diferencia.
De igual manera, aun el mundo puede a menudo observar las notables diferencias entre los cristianos genuinos y los que simplemente profesan la fe en Cristo.
Como ocurre con las joyas, hay una notable diferencia en su brillantez, en especial cuando las personas pasan por tiempos difíciles.
Muchos tienen gran confianza en su fe hasta que es sometida a pruebas difíciles por las adversidades y los desengaños. La forma en la que una persona enfrenta la prueba revelará si su fe está viva o muerta, si es genuina o una imitación, si es o no una fe salvadora.
En la parábola del sembrador, Jesús explicó que[la semilla que cayó] sobre la piedra son los que habiendo oído, reciben la palabra con gozo; pero éstos no tienen raíces; creen por algún tiempo, y en el tiempo de la prueba se apartan”, y que “la que cayó en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia” (Lc. 8:13, 15).
Todo el que vive en este mundo sufre en alguna medida las pruebas. Esa es la consecuencia de la caída, el resultado lógico de una naturaleza humana pecaminosa y de un mundo y una sociedad corrompidos por la iniquidad.
El amigo de Job, Elifaz, comprendía bien esa verdad al decir:Como las chispas se levantan para volar por el aire, así el hombre nace para la aflicción” (Job 5:7).
Al responderle a otro amigo, Job mismo dijo: “El hombre nacido de mujer, corto de días, y hastiado de sinsabores” (Job 14:1).
David clamó al Señor:No te alejes de mí, porque la angustia está cerca” (Sal. 22:11).
Salomón escribió en tono menospreciativo:Aborrecí, por tanto, la vida, porque la obra que se hace debajo del sol me era fastidiosa; por cuanto todo es vanidad y aflicción de espíritu…. Porque todos [los días del hombre] no son sino dolores, y sus trabajos molestias; aun de noche su corazón no reposa” (Ec. 2:17, 23).
Los hijos de Dios NO están exentos de pruebas.
Vendrán pruebas incluso relacionadas con las mejores cosas que Él nos da:
En el matrimonio y la vida familiar (el mejor regalo que Él ha dado para la felicidad terrenal), las pruebas son inevitables (1 Co. 7:2828 Mas también si te casas, no pecas; y si la doncella se casa, no peca; pero los tales tendrán aflicción de la carne, y yo os la quisiera evitar.” ).
Jesús les aseguró a sus discípulos que “en el mundo tendréis aflicción” (Jn. 16:33).
Aunque Él fue sin pecado, sintió dolor y lloró cuando vio a María y a los amigos de su hermano Lázaro afligidos por su muerte (Jn. 11:33).
Se afligió por la traición de Judas (Jn. 13:21) y estuvo “muy triste, hasta la muerte” ante la realidad de que tendría que llevar sobre sí el pecado del mundo (Mt. 26:38; cp. Jn. 12:27).
Pablo dio testimonio de que había sido “atribulado en todo” (2 Co. 4:8); y en grado diferente y por varios motivos, esta es la experiencia de cada uno. Aguardamos problemas ocasionales en nuestro trabajo, escuela, sociedad, aun en nuestra familia y en nuestra iglesia. Sabemos que no podemos escapar a la crítica, a la frustración, a la decepción, al dolor físico, a la angustia afectiva, a la enfermedad, a las heridas y al final a la muerte.
Pablo le recordó a Timoteo que “todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Ti. 3:12).
Como se ha dicho en la Introducción, el principal énfasis de Santiago en el texto en estudio y en toda la carta, es que si es genuina la fe de una persona, se probará a sí misma durante los tiempos de aflicción, cualquiera que sea el carácter o el origen del problema.
Por esa razón, esta epístola es de mucho valor para los incrédulos, así como para los creyentes. Esto es verdad en especial para los incrédulos, que se consideran cristianos y necesitan reconocer que la fe que es confiable solo cuando las cosas están bien, no es una fe salvadora y no vale nada.
Vale, en realidad, menos que nada, porque engaña a los que confían en ella. No solo los decepcionará cuando más necesiten ayuda, sino algo inmensurablemente peor, los llevará a pensar que van rumbo al cielo cuando, en realidad, van rumbo al infierno.
Santiago muestra que, cuando la fe no es más que una profesión vacía o un simple sentimiento sin que se fundamente en convicciones firmes e inteligentes de la verdad divina, la consumirá el fuego de la prueba.
Pero donde hay fe verdadera, la aflicción conduce de forma natural a una reflexión más profunda de la verdadera condición en que nos hallamos que otras circunstancias, y por eso libra al corazón de decepción y de un falso concepto de rectitud. La fuente de debilidad nos lleva a una fervorosa lucha con Dios en oración; y la experiencia de la gracia sustentadora que obtenemos así, fortalece y estimula la esperanza.
Las Escrituras mencionan al menos ocho propósitos para que el Señor permitiera las pruebas en la vida de su pueblo.
En primer lugar, es probar la fortaleza de nuestra fe.
En muchos sentidos el Señor nos ayuda a tomar un inventario espiritual, al traer pruebas a nuestra vida para demostrarnos la fortaleza o debilidad de nuestra fe.
Una persona que se vuelve resentida, amargada y que muestra compasión de sí misma cuando se enfrenta a los problemas, deja al descubierto de forma clara una fe débil.
Por otra parte, una persona que se vuelve más y más al Señor en la medida que se intensifica la prueba y pide su ayuda para llevar la carga, demuestra también de forma clara, una fe robusta.
Dios le dijo a Moisés: “He aquí yo os haré llover pan del cielo; y el pueblo saldrá, y recogerá diariamente la porción de un día, para que yo lo pruebe si anda en mi ley, o no” (Éx. 16:4; cp. Dt. 13:3-4).
Habacuc, al meditar en la devastadora advertencia de Dios que Él estaba enviando a los caldeos para conquistar y prácticamente diezmar a su pueblo, dijo lo siguiente:Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación” (Hab. 3:17-18).
Después de poner en duda la sabiduría y la justicia de Dios al permitir que sufriera tales increíblemente terribles aflicciones, Job le confesó a su Señor:De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:5-6).
En segundo lugar, se nos dan las pruebas para hacernos humildes, para recordarnos que no dejemos que nuestra confianza en el Señor se vuelva arrogancia y autosatisfacción espiritual.
Cuanto mayores son nuestras bendiciones, tanto más nos tentará Satanás para que las veamos como nuestros propios logros y no como obra del Señor o como nuestro merecido derecho, y que nos sintamos orgullosos en vez de humildes. Pablo da testimonio de que, para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca sobremanera” (2 Co. 12:7).
En tercer lugar, Dios permite que suframos pruebas a fin de librarnos de nuestra dependencia de las cosas terrenales.
Cuanto más bienes materiales y conocimiento, experiencia y reconocimiento terrenal acumulamos, tanto más tentados nos sentimos a confiar en eso en vez de confiar en el Señor.
Esas cosas pueden incluir educación, éxito laboral, personas importantes a las que conocemos, honores que podamos haber recibido y muchos otros tipos de beneficios terrenales que muchas veces no son malos en sí, sino que pueden fácilmente convertirse en el centro de nuestra atención y el fundamento de nuestra confianza.
En una ocasión en la que una gran multitud siguió a Jesús y a los discípulos a un monte, Jesús le preguntó a Felipe: “¿De dónde compraremos pan para que coman éstos? Pero esto decía para probarle; porque él sabía lo que había de hacer” (Jn. 6:5-6). Felipe falló en la prueba al responderle: “Doscientos denarios de pan no bastarían para que cada uno de ellos tomase un poco” (Juan 6:7 ). En vez de confiar en que el Señor proveería, Felipe vio solamente los recursos materiales que poseían, los que obviamente estaban muy lejos de suplir la necesidad que tenían.
EJEMPLO EN MOISES
Moisés se había criado en la casa de Faraón, había crecido como príncipe de Egipto, adiestrado con la más alta educación egipcia y había alcanzado la cima de la sociedad egipcia y del éxito personal. Luego, después de cuarenta años en Madián como pastor (Éx. 2:11-25), el Señor lo llamó para que sacara a su pueblo de Egipto. Y, aunque se resistió y se opuso al principio, la obediencia al Señor y el interés por la difícil situación del pueblo escogido por el Señor, con el tiempo se volvieron su devoción. El escritor de Hebreos nos dice: “Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón” (He. 11:24-26).
Un cuarto propósito de las pruebas es llamarnos a la esperanza eterna y celestial.
Cuanto más duras sean nuestras pruebas y cuanto más tiempo duren, tanto más anhelamos estar con el Señor.
Aunque Pablo sabía que su ministerio no había terminado, y que era importante que continuara su trabajo en la tierra por el nombre de Cristo, por causa de la iglesia, su anhelo personal, no obstante, era “partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor” (Fil. 1:21-2421 Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. 22 Mas si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger. 23 Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor; 24 pero quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros.” ).
En su carta a la iglesia de Roma, dio este testimonio:
Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no solo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo. Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos (Ro. 8:18-25; cp. Ro. 5:3-4).
Después de recordarles a los creyentes sin experiencia de Corinto las aflicciones, las persecuciones, los peligros y las traiciones que había sufrido, Pablo escribió las alentadoras palabras:el que resucitó al Señor Jesús, a nosotros también nos resucitará con Jesús, y nos presentará juntamente con vosotros…. Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Co. 4:14, 16-18).
Un quinto propósito de las pruebas es revelar lo que realmente amamos.
La disposición de Abraham a sacrificar a su hijo Isaac no solo probó su fe, como se analiza más adelante en este capítulo, sino también su amor supremo al Señor. Nada ni nadie debe ser para nosotros más querido que el Señor.
En Deuteronomio, el Señor le dijo a su pueblo:Ahora, pues, Israel, ¿qué pide Jehová tu Dios de ti, sino que temas a Jehová tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma” (Deuteronomio 10:12 ; cp. 13:3).
Dijo Jesús, que es el primero y el más importante de los mandamientos (Mt. 22:38).
En sexto lugar, se nos dan las pruebas para enseñarnos a valorar las bendiciones de Dios.
Nuestra razón nos dice que valoremos el mundo y las cosas del mundo, y nuestros sentidos nos dicen que valoremos el placer y la comodidad.
Pero a través de las pruebas, la fe nos dice que valoremos las cosas espirituales de Dios con las que nos ha bendecido abundantemente, entre ellas su Palabra, su cuidado, su provisión, su fortaleza, y, por supuesto, su salvación.
Todos los héroes de la fe en Hebreos 11 rechazaron el mundo por los dones de Dios, y así debemos hacer nosotros al poner “los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (He. 12:2).
En séptimo lugar, el Señor usa las pruebas para desarrollar en sus santos fuerza perdurable para servicios mayores.
El puritano Thomas Manton observó que mientras todo está en calma y con comodidad, vivimos por los sentidos y no por la fe. Pero nunca se conoce el valor de un soldado en tiempos de paz.
Pablo confesó:Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Co. 12:10).
El escritor de Hebreos se refiere a los hombres y mujeres de Diosque por fe conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos, evitaron filo de espada, sacaron fuerzas de debilidad” (He. 11:3334; cp. Isaías 41:10).
En octavo y último lugar, el Señor usa las pruebas para capacitarnos para ayudar mejor a otros en sus pruebas.
Jesús le dijo a Pedro:Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos” (Lc. 22:31-32).
Los sufrimientos de Pedro no fueron solo para fortalecer su fe para un mayor servicio, sino también a fin de prepararlo para que fortaleciera a los demás.
Puede decirse eso de los sufrimientos y las pruebas de todo creyente, y puede decirse de nuestro Señor en su encarnación.Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” (He. 2:18; cp. Hebreos 4:15).
Pablo resume este principio en su mensaje a los corintios:
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda también por el mismo Cristo nuestra consolación. Pero si somos atribulados, es para vuestra consolación y salvación; o si somos consolados, es para vuestra consolación y salvación, la cual se opera en el sufrir las mismas aflicciones que nosotros también padecemos (2 Co. 1:3-6).
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