La dicha del alma sanada

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Todos queremos ser personas bienaventuradas, que nos vaya bien, y la búsqueda de la felicidad parece estar escrita en nuestra piel. Para nosotros es normal procurar estar bien, en paz, disfrutar, alegrarnos.
¿Eres una persona feliz?
¿Has encontrado el bienestar que tu alma necesita?
¿Dónde, o de qué manera, ha llegado a ti ese bienestar?
¿Hasta qué punto depende tu bienestar de factores externos, cosas que pasan, que las cosas estén en orden en tu vida?
Porque resulta ser que la vida está llena de altibajos, situaciones incómodas y desagradables, relaciones que se rompen, la salud que se complica, la economía que se quiebra y mucho más.
¿Hay algo que pueda traer una paz profunda que nos renueve y nos conceda la fortaleza que necesitamos para enfrentar los diferentes desafíos que la vida nos presenta?
Para empezar, necesitamos aprender a reconocer cuáles son los factores que nos otorgan verdadera paz y bendición. Muchas veces asociamos la felicidad y la alegría como factores inestables.
Lo que tenemos.
Las experiencias placenteras (pasajeras).
La opinión de otros acerca de nosotros.
Las apariencias.
Ninguno de esos son factores realmente determinantes de nuestra paz profunda, de la sanidad y el valor que nuestra alma necesita.
Consideremos hoy un factor muy profundo que sí hace una diferencia en cuanto a cómo nos sentimos y cómo enfrentamos la vida.
Salmo 32:1–2 RVR60
1 Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. 2 Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, Y en cuyo espíritu no hay engaño.
Salmo 32:1–2 NVI
1 Dichoso aquel a quien se le perdonan sus transgresiones, a quien se le borran sus pecados. 2 Dichoso aquel a quien el Señor no toma en cuenta su maldad y en cuyo espíritu no hay engaño.
Salmo 32:1–2 NTV
1 ¡Oh, qué alegría para aquellos a quienes se les perdona la desobediencia, a quienes se les cubre su pecado! 2 Sí, ¡qué alegría para aquellos a quienes el Señor les borró la culpa de su cuenta, los que llevan una vida de total transparencia!
Salmo 32:1–2 NBLA
1 ¡Cuán bienaventurado es aquel cuya transgresión es perdonada, Cuyo pecado es cubierto! 2 ¡Cuán bienaventurado es el hombre a quien el Señor no culpa de iniquidad, Y en cuyo espíritu no hay engaño!
Este sí es un factor determinante de nuestro sentir más profundo.
Son muchos los que saben que no existe bien más preciado que una conciencia tranquila. ¿La tienes?
¿Por qué dudaríamos al respecto? ¿Qué desafío puede existir a nuestra capacidad de tener una conciencia tranquila?
En realidad no seré yo quien te convenza de que tu conciencia necesita una limpieza, pero al mismo tiempo es algo de lo que tenemos que hablar.
Recordemos lo que dice la Palabra del Señor:
Romanos 3:10–18 RVR60
10 Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; 11 No hay quien entienda, No hay quien busque a Dios. 12 Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno. 13 Sepulcro abierto es su garganta; Con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios; 14 Su boca está llena de maldición y de amargura. 15 Sus pies se apresuran para derramar sangre; 16 Quebranto y desventura hay en sus caminos; 17 Y no conocieron camino de paz. 18 No hay temor de Dios delante de sus ojos.
Romanos 3:23 RVR60
23 por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios,
Todos. No hay siquiera uno que se salga de esta clasificación. Eso te incluye, y me incluye. Todos hemos fallado, eso lo sabemos, y muchas veces lo repetimos.
Sin embargo, no dejamos de compararnos con otros y acusamos a los demás de ser peores que yo, “porque los demás no sabes que yo tuve que hacerlo”. ¿Tuviste que? ¿En serio? ¿Nunca has sido impulsado por tus deseos egoístas? ¿No has procurado obtener ventaja de las circunstancias en desmérito de otros? ¿Nunca has mentido?
Es por eso que necesitamos volver a considerar la poderosa declaración que encontramos en estas palabras.
El autor del salmo, David, sabía perfectamente de lo que hablaba. No escribió esto como producto de un arrebato emocional que lo inspiró, sino por haber pasado por la poderosa experiencia del perdón. David había fallado, sabiendo que Dios le amaba, sabiendo que Dios le había colocado en una posición de mucho privilegio que nunca hubiera podido imaginar siquiera. Sabía que había procedido muy mal.
En estos dos versículos hay cuatro palabras para referirse a nuestras malas acciones:
transgresión
pecado
iniquidad
engaño
La Palabra del Señor, entonces, celebra la dicha que representa el hecho, no de no haberse equivocado nunca, no de jamás haber fallado (porque eso no es posible en nuestra condición caída), sino de haber reconocido la desobediencia y el mal accionar y haber sido perdonado.
Necesitamos abandonar la actitud que genera afirmaciones como estas:
“Yo nunca he hecho nada malo”.
“Yo no soy una mala persona”.
“No me arrepiento de nada en esta vida”.
¿En serio? La Palabra de Dios nos invita a vestirnos con un manto de humildad y reconocer que hemos fallado ante Dios. La dicha proviene del perdón que recibimos de Dios.
8Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. (Romanos 5:8)
Jesús no murió en aquella cruz porque nosotros mereciéramos el perdón de Dios. El perdón es algo que no se merece, sino algo que se recibe por gracia.
En lo más profundo de nuestro ser, por más que muchas veces queramos alejar el pensamiento que pone en evidencia nuestra culpa, nuestra alma clama por la necesidad de perdón, y ese perdón se encuentra solamente en Jesús, el autor de nuestra salvación.
Fuimos amados, aun en medio de nuestra miseria. Fuimos sorprendidos por la gracia de Dios en medio de nuestros peores fracasos. Hicimos las cosas a nuestra manera y todo salió mal, ofendimos a Dios, herimos a quienes nos amaban, incumplimos nuestras promesas, agredimos a quienes nada nos hicieron. Pero Dios no nos quiso dejar en nuestra triste condición y envió a su Hijo para que en Él fuéramos perdonados.
En este pasaje, “aquel” eres tú (soy yo). ¿Qué le sucede a “aquel”?
Tu transgresión es perdonada. ¿Has recibido el perdón de Dios por la fe en Cristo Jesús?
Tu pecado es cubierto. Dios no ignora tu pecado, pero lo cubre con la sangre de Jesús para perdonarte. ¿Has experimentado la cobertura de Dios sobre la vergüenza de tu pecado?
Dios no te culpa de iniquidad. Justamente el Juez eterno ante quien toda alma se presentará y rendirá cuentas, Él decidió perdonar a los que estén en Cristo Jesús? ¿Estás tú en Cristo? ¿Ha sido quitada tu culpa al recaer sobre Jesús, quien murió por ti?
No hay engaño en tu espíritu. ¿Es esto cierto para ti? La solución, la sanidad, no viene por ocultar o ignorar la situación de bancarrota espiritual en la que nos encontramos, sino por aceptar el perdón que Jesús obtuvo para nosotros en la cruz. ¿Has hecho a un lado el engaño?
Si esta es tu experiencia, cuéntate entre los dichosos, entre los felices, porque la poderosa paz de Dios está llenando tu corazón con ese gozo indescriptible que solo experimentan los que son considerados libres de culpa delante de Dios.
Las cosas no suceden nomás “porque sí”. Muchas de las cosas deseables para nuestras vidas tienen que ser motivadas por nuestras propias decisiones, por acciones sabias conforme a la voluntad de Dios.
A veces quisiéramos que lo que Dios nos da simplemnente lo recibamos, que “venga” a nuestras vidas sin nuestra intervención. Dios no solamente ha decidido obrar en nuestras vidas, sino que también ha decidido obrar con nosotros.
Dios quiere perdonarnos. Nos quiere junto a Él, en comunión con Él, llamándole Padre y dando fruto para su honra y gloria. Nosotros sabemos que Él podría hacerlo solo, por su cuenta, sin necesidad que nosotros intervengamos, pero ha decidido hacerlo con nosotros. ¿Necesita Dios que oremos a Él para hacer su obra, para obrar conforme a su soberana voluntad? No, para nada. Sin embargo ha decidido obrar con nosotros, y por eso nos concede conocerle y deleitarnos en Él al orar y ver sus poderosísimas respuestas a nuestras oraciones.
De la misma manera, Él no nos perdona simplemente porque quiere, sin nuestra intervención. Su perdón llega a nuestras vidas con una importante cuota de nuestra intervención: la confesión.
¿Estamos diciendo que es necesario confesar nuestros pecados para recibir el perdón de Dios? Sí, lo estamos diciendo. Es parte del proceso, parte de la obra que Dios hace en nuestras vidas.
¿No puede hacerlo Dios sin ese paso? Dios puede hacer lo que quiere y como quiere, pero eligió perdonar a los que voluntariamente se exponen con toda honestidad y un corazón genuinamente quebrantado bajo su amorosa mirada.
David había comenzado su salmo anunciando la dicha de las personas que son perdonadas, a quienes Dios no inculpa de pecado. Pero entonces incluye su propio testimonio.
Salmo 32:3–5 RVR60
3 Mientras callé, se envejecieron mis huesos En mi gemir todo el día. 4 Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; Se volvió mi verdor en sequedades de verano. Selah 5 Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; Y tú perdonaste la maldad de mi pecado. Selah
Salmo 32:3–5 NVI
3 Mientras guardé silencio, mis huesos se fueron consumiendo por mi gemir de todo el día. 4 Mi fuerza se fue debilitando como al calor del verano, porque día y noche tu mano pesaba sobre mí. Selah 5 Pero te confesé mi pecado, y no te oculté mi maldad. Me dije: «Voy a confesar mis transgresiones al Señor», y tú perdonaste mi maldad y mi pecado. Selah
Salmo 32:3–5 NTV
3 Mientras me negué a confesar mi pecado, mi cuerpo se consumió, y gemía todo el día. 4 Día y noche tu mano de disciplina pesaba sobre mí; mi fuerza se evaporó como agua al calor del verano. Interludio 5 Finalmente te confesé todos mis pecados y ya no intenté ocultar mi culpa. Me dije: «Le confesaré mis rebeliones al Señor», ¡y tú me perdonaste! Toda mi culpa desapareció. Interludio
Salmo 32:3–5 NBLA
3 Mientras callé mi pecado, mi cuerpo se consumió Con mi gemir durante todo el día. 4 Porque día y noche Tu mano pesaba sobre mí; Mi vitalidad se desvanecía con el calor del verano. (Selah) 5 Te manifesté mi pecado, Y no encubrí mi iniquidad. Dije: «Confesaré mis transgresiones al Señor»; Y Tú perdonaste la culpa de mi pecado. (Selah)
La Palabra del Señor nos enseña de qué manera el propio Padre tomó la iniciativa para que esto sucediera.
2º Samuel 12:1–7 RVR60
1 Jehová envió a Natán a David; y viniendo a él, le dijo: Había dos hombres en una ciudad, el uno rico, y el otro pobre. 2 El rico tenía numerosas ovejas y vacas; 3 pero el pobre no tenía más que una sola corderita, que él había comprado y criado, y que había crecido con él y con sus hijos juntamente, comiendo de su bocado y bebiendo de su vaso, y durmiendo en su seno; y la tenía como a una hija. 4 Y vino uno de camino al hombre rico; y éste no quiso tomar de sus ovejas y de sus vacas, para guisar para el caminante que había venido a él, sino que tomó la oveja de aquel hombre pobre, y la preparó para aquel que había venido a él. 5 Entonces se encendió el furor de David en gran manera contra aquel hombre, y dijo a Natán: Vive Jehová, que el que tal hizo es digno de muerte. 6 Y debe pagar la cordera con cuatro tantos, porque hizo tal cosa, y no tuvo misericordia. 7 Entonces dijo Natán a David: Tú eres aquel hombre. Así ha dicho Jehová, Dios de Israel: Yo te ungí por rey sobre Israel, y te libré de la mano de Saúl,
2º Samuel 12:13 RVR60
13 Entonces dijo David a Natán: Pequé contra Jehová. Y Natán dijo a David: También Jehová ha remitido tu pecado; no morirás.
David ya estaba hablando en este salmo acerca de la dicha de la persona que no tiene engaño.
Ahora, ¿quién es esa persona? ¿Existe la persona que no tiene engaño, que carece de zonas oscuras, no reveladas, desconocidas para los demás? ¿Te das cuenta de que hay aspectos--momentos, experiencias, situaciones, decisiones--de tu propia vida que te avergonzaría que otros conocieran?
Ahora, además de reconocer la dicha de no tener engaño, de no cuidar solo las apariencias, habla de lo que le sucedió antes, mientras mantuvo sus pecados en secreto.
¿Qué le sucedió? David lo describe como un envejecimiento de sus huesos, como una enfermedad, como algo que le carcomía por dentro.
La culpa operaba dentro de aquel hombre y lo sumergía en un desgastante estado de angustia: gemía todo el día.
Sí, actuaba como si nada hubiera ocurrido, aunque había adulterado, había mentido y había hecho matar a un hombre que solamente era fiel y arriesgaba su vida por él. Durante el período en que no fue confrontado con su culpabilidad se sintió envejecer, no podía dejar de gemir, no era para nada feliz. Es más, durante ese tiempo sentía que Dios se le oponía, y que sus mejores experiencias carecían del deleite que se suponía le traerían (“se volvió mi verdor en sequedades de verano”).
La confesión de David tuvo que ver con la intervención del profeta Natán, a quien Dios envió a ministrarle. Sin embargo, el rey habla de su confesión ante Él, ante Dios. Si, Dios lo confrontó, pero él era el rey, y podía fácilmente haber eludido la responsabilidad una vez más, y aquel profeta podría haber pagado su atrevimiento con la muerte. Sin embargo David habla de su intencionalidad al reconocer su pecado: “Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: ‘Confesaré mis transgresiones a Jehová’”.
Dios nos quiere llevar hacia allí. Dios quiere conducirnos al punto en el que reconocemos nuestra culpa y confesamos nuestros pecados, nuestras malas actitudes, nuestras palabras ofensivas, nuestras acciones contrarias a la voluntad de Dios. Ya no esperes que tus pecados sean confesados “porque sí”, sin tu intervención, sin acción de tu parte. No es que le estemos pagando a Dios con nuestra confesión para que nos perdone, porque el sacrificio de Jesús es suficiente, pagó todo lo que debíamos. Pero para recibir ese perdón por el que Jesús pagó, tenemos que ponernos a la luz.
1 Juan 1:5–10 RVR60
5 Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él.6 Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad;7 pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado.8 Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.9 Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.10 Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros.
La maravilla de la obra de Dios en nosotros tiene que ver con esto. En el mundo se vive como si solo importaran las apariencias, como si solamente “lo que se vé” fuera importante. Si permanece en las sombras, parece no contar. No es así delante de Dios.
¿Cómo se opera la confesión? A veces puede ser que necesitemos contar con un hermano, una hermana en la fe, alguien con quien hablar de las áreas oscuras de nuestras vidas, sacar todo a la luz, descomprimir lo que estaba oculto, para encontrar sanidad ante Dios. ¿Es vergonzoso? Sí, lo es, pero es necesario para nuestra sanidad.
Muchas veces alcanza con hablar con Dios al respecto. Pero esto tiene que ser real, una conversación auténtica y honesta con nuestro Creador y Señor de nuestras vidas, llamándole por su nombre a nuestras peores acciones y decisiones.
¿El resultado? Sanidad. Ni más ni menos. Nada se compara con la experiencia de liberación que el acto de confesión otorga a las vidas de aquellos que la practican.
Deja que Dios te sane, que te perdone, que te restaure, que te devuelva el gozo y la paz de su Espíritu.
Confiesa.
Si desenlazáramos este tramo del Salmo 32 y habláramos de él aparte del resto, esta sería una linda declaración de que Dios escucha la oración y responde.
Pero no debemos olvidarnos que estas afirmaciones son parte del testimonio de David acerca de lo experimentado antes, durante y despues de la confesión de sus pecados.
Salmo 32:6–7 RVR60
6 Por esto orará a ti todo santo en el tiempo en que puedas ser hallado; Ciertamente en la inundación de muchas aguas no llegarán éstas a él. 7 Tú eres mi refugio; me guardarás de la angustia; Con cánticos de liberación me rodearás. Selah
Salmo 32:6–7 NVI
6 Por eso los fieles te invocan en momentos de angustia; caudalosas aguas podrán desbordarse, pero a ellos no los alcanzarán. 7 Tú eres mi refugio; tú me protegerás del peligro y me rodearás con cánticos de liberación. Selah
Salmo 32:6–7 NTV
6 Por lo tanto, que todos los justos oren a ti, mientras aún haya tiempo, para que no se ahoguen en las desbordantes aguas del juicio. 7 Pues tú eres mi escondite; me proteges de las dificultades y me rodeas con canciones de victoria. Interludio
Salmo 32:6–7 NBLA
6 Por eso, que todo santo ore a Ti en el tiempo en que puedas ser hallado; Ciertamente, en la inundación de muchas aguas, no llegarán estas a él. 7 Tú eres mi escondedero; de la angustia me preservarás; Con cánticos de liberación me rodearás. (Selah)
Empieza diciendo “Por esto”, lo que enlaza estas palabras con la experiencia de la confesión y el perdón de Dios.
¿Qué hacemos los hijos de Dios? Recurrimos a nuestro Padre, nos conectamos con Él, lo llamamos, lo reconocemos como agente activo en todas nuestras experiencias. Los santos, como se les denomina aquí a los que buscan a Dios y se encuentran con Él en Cristo Jesús, oran a Dios, en el tiempo en que puede ser hallado (hoy).
¿Qué pasa cuando los hijos de Dios oramos al Rey?
Ciertamente en la inundación de muchas aguas no llegarán estas a él...
¿Por qué? Porque Dios escucha, responde, interviene, pone su mano y saca a flote a los que le buscan con un corazón sincero.
Seamos prácticos y sinceros: hay situaciones en las que realmente, de diferentes maneras, necesitamos un refugio. ¿Por qué? Porque las situaciones que nos afectan podrían hacernos daño, nos lastiman, nos amenazan.
Entonces, ¿puedes orar a Dios sabiendo que te va a responder? Por favor, no te conformes con pedirle a otros que oren por ti. Ora a Dios, búscale personalmente, y permite que Él sea tu refugio.
No esperes poder refugiarte en el dinero (que tantas veces no alcanza), en los amigos poderosos que tengas, en la posición que ostentes.
Dios es el que puede motivarte a cantar desde lo más profundo de tu corazón.
Pero para eso tienes que estar en comunión con Él. Las personas que están en comunión con Dios son los que se ponen a la luz, los que no tienen nada para esconder, los que exponen sus vidas ante su mirada.
¿Qué tiene Dios para decirnos? Los cristianos nos reunimos todas las semanas con la intención de adorar a Dios y escuchar su voz. Reconocemos nuestra necesidad de recibir la Palabra de nuestro Señor y Salvador.
Dios quiere hablarte, quiere comunicarse contigo, quiere tocar tu corazón con su revelación.
Escucha con atención y humildad estas palabras de nuestro buen Dios:
Salmo 32:8–9 RVR60
8 Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; Sobre ti fijaré mis ojos. 9 No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento, Que han de ser sujetados con cabestro y con freno, Porque si no, no se acercan a ti.
Salmo 32:8–9 NVI
8 El Señor dice: «Yo te instruiré, yo te mostraré el camino que debes seguir; yo te daré consejos y velaré por ti. 9 No seas como el mulo o el caballo, que no tienen discernimiento, y cuyo brío hay que domar con brida y freno, para acercarlos a ti.»
Salmo 32:8–9 NTV
8 El Señor dice: «Te guiaré por el mejor sendero para tu vida; te aconsejaré y velaré por ti. 9 No seas como el mulo o el caballo, que no tienen entendimiento, que necesitan un freno y una brida para mantenerse controlados».
Salmo 32:8–9 NBLA
8 Yo te haré saber y te enseñaré el camino en que debes andar; Te aconsejaré con Mis ojos puestos en ti. 9 No seas como el caballo o como el mulo, que no tienen entendimiento; Cuyos arreos incluyen brida y freno para sujetarlos, Porque si no, no se acercan a ti.
A veces nos creemos tan inteligentes, tan conocedores y capaces… aunque en realidad no lo somos. Sí, no podemos negar que Dios nos creó inteligentes, capaces, llenos de virtudes.
Pero todavía necesitamos este anuncio de Dios. Necesitamos que Dios nos haga entender. No es lo mismo llegar a nuestras propias conclusiones que Dios nos haga entender.
Necesitamos llegar al Padre con humildad a decirle que no entendemos, que nuestra capacidad de entendimiento es limitada, que no sabemos qué es lo mejor, aunque nos hizo inteligentes.
Necesitamos la ayuda de Dios para conocer cuáles son los caminos en los que debemos andar.
¿Estás listo para que Dios te revele su voluntad para tu vida? ¡Es lo que quiere hacer!
¿Sientes la manera en que los ojos de Dios están puestos sobre ti? ¡Dios te está mirando, puede ver con detalle cada una de las cosas que te suceden!
Pero, ¿cuál sería el problema? Dios nos lo advierte.
A veces podemos ser “tercos como una mula”. Dios mismo nos advierte:
No seáis como el caballo, o como el mulo, sin entendimiento,
Que han de ser sujetados con cabestro y con freno,
Porque si no, no se acercan a ti.
Nosotros diríamos directamente: “¡No seas bruto!”.
A veces podemos ser brutos, actuar como carentes de entendimiento.
Dios nos llama la atención para que nos dejemos enseñar por Él.
Una característica personal que los hijos de Dios necesitamos buscar es la flexibilidad, la capacidad de ser enseñados.
Disponte a dejar que Dios te enseñe. Él no esconde su enseñanza de los que están dispuestos a escucharle.
Dios no quiere limitarse a enseñarte teoría general. Quiere aplicar su Palabra a tu vida y que veas en qué áreas específicas y situaciones específicas tienes que dejarte dirigir por su Espíritu.
Ya no seas terco. Deja que Dios te enseñe.
Cada persona tiene que tomar sus propias decisiones. Los demás no pueden escoger por uno. Tenemos que decidir lo que hacer con nuestras vidas.
Hablando en específico, cada uno de nosotros tiene que elegir si ser justo o impío.
Salmo 32:10–11 RVR60
10 Muchos dolores habrá para el impío; Mas al que espera en Jehová, le rodea la misericordia. 11 Alegraos en Jehová y gozaos, justos; Y cantad con júbilo todos vosotros los rectos de corazón.
Salmo 32:10–11 NVI
10 Muchas son las calamidades de los malvados, pero el gran amor del Señor envuelve a los que en él confían. 11 ¡Alégrense, ustedes los justos; regocíjense en el Señor! ¡canten todos ustedes, los rectos de corazón!
Salmo 32:10–11 NTV
10 Muchos son los dolores de los malvados, pero el amor inagotable rodea a los que confían en el Señor. 11 ¡Así que alégrense mucho en el Señor y estén contentos, ustedes los que le obedecen! ¡Griten de alegría, ustedes de corazón puro!
Salmo 32:10–11 NBLA
10 Muchos son los dolores del impío, Pero al que confía en el Señor, la misericordia lo rodeará. 11 Alégrense en el Señor y regocíjense, justos; Den voces de júbilo todos ustedes, los rectos de corazón.
¿Vas a ser impío o de los que esperan en Dios?
La decisión parece ser bastante fácil, a juzgar por los resultados: ¿dolores o la misericordia de Dios?
Eres invitado a alegrarte en Dios, a celebrar con alegría genuina porque Él está obrando en tu vida.
¿Quiere eso decir que vas a tener mucho dinero? No necesariamente.
¿Quiere eso decir que ya no vamos a tener problemas? Seguramente no quiere decir eso.
Pero el gozo, la alegría que encontramos en Dios al caminar con Él con un corazón limpio no puede compararse con ninguna otra experiencia que podamos vivir.
Quiero vivir rodeado por la misericordia de Dios. ¿Y tú?
Que la alegría de Dios llene tu vida y puedas caminar con Él, con un corazón limpio, por haberte puesto a su luz ante la cruz del Calvario.
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