Creciendo En El Desarrollo De Los Dones
CRECIENDO EN EL DESARROLLO DE LOS DONES
“Cada uno tiene su propio don de Dios”
(1ª de Corintios 7:7)
INTRODUCCIÓN
El tema que me ha tocado en suerte es “Creciendo en el desarrollo de los dones”. Alguno podría pensar “pero primeramente para que algo crezca hay que tenerlo”. Y es verdad pero en este caso de los dones partimos con ventaja ya que como dice el apóstol Pablo en 1ª de Corintios 7:7: “Cada uno tiene su propio don de Dios”. En efecto todos los que aquí estamos, y también los que no están tienen su propio “DON”, y nuestro desafío como personas y como cristianos es que ese don o dones se desarrollen, crezcan. Dios ya ha hecho su parte dándonos unos dones y ahora nosotros tenemos la responsabilidad de hacer la nuestra y es que se desarrollen. De este desarrollo dependerá nuestro éxito o fracaso tanto en la vida natural como en la vida espiritual y es mas no solo el nuestro sino también en cierta medida el de aquellas personas puestas bajo nuestra responsabilidad: familia, amigos, compañeros de trabajo, hermanos en la fe y nuestra propia congregación en tanto como parte del Cuerpo de Cristo que es.
DEFINICION
Voy a empezar definiendo que es un “Don”. El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española nos da tres acepciones. En la primera nos dice que “Don” es “una dadiva, presente o regalo”. Es decir es algo que no es adquirido, comprado por nosotros, sino que es un regalo que alguien nos da.
La segunda acepción nos aclara algo acerca de quién nos da ese regalo: “Cualquiera de los bienes naturales o sobrenaturales que consideramos recibidos por Dios”. Por tanto todo don ya sea natural como por ejemplo para la pintura o para la música o sobrenatural como hacer milagros o profetizar provienen de Dios, El es el que los da.
Una tercera acepción define el “Don” como: “Gracia especial o habilidad para hacer algo”. Yo tengo algo que me permite ejercitarlo con mayor facilidad que otros y que si lo ejercito las posibilidades de hacerlo bien son muy altas, más que aquellos otros que han tenido que aprenderlo.
Por tanto y concretando: el don, o los dones, de cada uno de nosotros es un regalo, que procede de Dios y que nos permite realizar algo con mayor facilidad y virtud que otros.
En esta definición hemos hablado de dones naturales y dones sobrenaturales. Los dones naturales son aquellas habilidades con las cuales uno ha nacido y los dones sobrenaturales o espirituales son habilidades especiales otorgadas por Dios a una persona cuando se convierte en seguidor de Jesucristo. No son por tanto capacidades naturales o talentos innatos en una persona, aunque por supuesto Dios las tiene presentes, esas capacidades naturales, cuando otorga un determinado don espiritual, ya que Dios busca la mayor efectividad del don que otorga. Dios quiere que todo cristiano sea el mejor testigo de la salvación obrada por Cristo en la cruz.
Por tanto los dones naturales pueden ser poseídos tanto por cristianos como por no cristianos, pero los dones sobrenaturales o espirituales sólo pueden ser poseídos por los cristianos.
Así como tenemos claro que existen dones naturales, personas que poseen ciertas cualidades innatas para hacer algo , también tenemos que tener claro que los dones espirituales existen y por ello Pablo así nos lo recuerda en 1ª de Corintios 12:1: “ No quiero hermanos, que ignoréis acerca de los dones espirituales” En efecto existe el peligro de ignorar los dones espirituales. Hay tres formas de ignorarlos:
a) Hay cristianos que pueden sin mas ignorar que estos existen. Pueden desconocer que Dios dota a todos los creyentes con dones espirituales que lo facultan para servir y vivir en función de Cristo.
b) Hay cristianos que pueden saber que Dios dota a su pueblo de dones espirituales, pero puede que no sepan que “don” espiritual les ha dado a ellos. Puede que no sepan lo que Dios quiere que ellos hagan por Cristo y por su Iglesia.
c) Un cristiano puede saber cuales son sus dones espirituales, pero puede no saber como usarlos apropiadamente. Esto es precisamente lo que le pasaba a la Iglesia de Corinto. Muchos de los creyentes conocían sus dones espirituales pero los usaban incorrectamente, no como Dios quería que lo hicieran.
Para evitar esta ignorancia sólo hay dos soluciones. La primera es “estudiar”. Es cogerse la Biblia y aprender acerca de cuales son estos dones espirituales. Dones que ya desde las páginas del Antiguo Testamento fueron predichos por el profeta Joel (2:28-29) y confirmados en las páginas del Nuevo Testamento por Jesucristo a sus discípulos en diferentes pasajes (Mateo 13:11; Lc 12:11-12; Jn 14:12 y Hechos 1:8). Profecía y promesas que se cumplieron en el día de Pentecostés (Hechos 2:1-21,33) y que posteriormente Pablo enumera en diferentes listas, “Hay diversidad de dones” (1ª Corintios 12:4), que no pretenden ser exhaustivas en pasajes como Romanos 12:6-8; 1ª Corintios 12:4-11 y del 28-30 y en Efesios 4:7-12.
He dicho que existían dos soluciones para no ignorar acerca de los dones espirituales, la primera era estudiar la Palabra, como ya he dicho y la segunda buscar la guía del Espíritu Santo, es decir orar para que se nos muestren con la mayor claridad posible cuales son nuestros dones, para así dar cumplimiento a nuestro llamado en particular y así poder sentirnos realizados en nuestro ministerio.
Se han intentado hacer muchas clasificaciones de los dones espirituales sin mucho éxito, y aunque no es el objetivo de esta conferencia, una manera sencilla de clasificarlos es hacerlo en dos grupos, no voy a entrar en si alguno de estos dones siguen vigentes o no en la actualidad. En uno de estos grupos estarían los dones que habilitan a sus poseedores para el ministerio de la Palabra: evangelistas, misioneros, predicadores, profetas, maestros, intérpretes de lenguas. Y en el otro grupo los dones que podríamos llamar para el servicio practico como: la fe que habilita para hazañas especiales, sanidad, milagros, visitación, consejería, ayuda a los débiles, cuidado de los enfermos y necesitados, el don de misericordia, de administración, de presidir, de exhortación, entrega, guía espiritual, trabajo con jóvenes, con niños, con ancianos, expresión artística, con presos, con drogadictos etc.
Llegados a este punto que ya sabemos que son los dones, que estos existen y cuales son, nos preguntamos ¿Qué ocurre con ellos? ¿Cómo me llegan a mi?, pues muy sencillamente ya que al menos uno o varios de ellos son dados por el Espíritu Santo a cada persona cuando cree y se bautiza y así nos lo confirman varios pasajes de las Escrituras:
“Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia (don) conforme a la medida del don de Cristo” (Efesios 4:7).
“De manera que teniendo diferentes dones según la gracia que no es dada…” (Romanos 12:6).
“Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho” (1ª Corintios 12:7).
Estos versículos nos confirman:
1º) Que a cada uno no es dado un don conforme a la medida del don de Cristo. Todo creyente tiene un don, todos tenemos al menos un don. No hay ninguna excepción a esta regla. No se les da solamente a los instruidos o a los súper-espirituales. Cristo nos ha otorgado a cada creyente al menos un don espiritual, ya que todos somos necesarios dentro de la iglesia y del mundo. Cada creyente es miembro del Cuerpo de Cristo y ocupa su lugar. Somos en efecto un solo cuerpo y en ese cuerpo cada uno es un MIEMBRO en particular con mayúsculas. No hay un solo creyente que este excluido, y nadie tiene más condición de miembro que ningún otro creyente.
Y además junto con el don se nos da la gracia para utilizarlo, es decir se nos da el poder, la sabiduría, el valor, la fortaleza, la motivación, el amor, la preocupación, en una palabra toda la Gracia de Cristo. Lo que necesitamos para utilizar el don es lo que Cristo nos da, “de tal manera que nada nos falta en ningún don” (1ª Corintios 1:7). El mide exactamente la cantidad de gracia necesaria para el uso máximo del don. Resumiendo no solo nos da el don sino que nos provee de todo el equipo para llevar adelante nuestra tarea en la tierra.
2º) Que el don que cada uno recibimos es el que nos corresponde “según la gracia de Dios” (Rom.12:6), es decir cada uno recibimos un don de Dios, no es un talento natural. Por nosotros mismos nunca podríamos haber adquirido esta habilidad, sino que la recibimos según su gracia, ósea el que es apropiado a cada uno. Por lo tanto nadie tiene derecho a alardear de su don, ya que no nos pertenece.
Dios no da los dones ni a tontas ni a locas sino que nos da a cada uno el que no es más apropiado de acuerdo a su visión y a nuestras cualidades a fin de que llevemos de la mejor manera el desarrollo de nuestro ministerio para nuestra edificación y para la edificación del Cuerpo de Cristo, de su iglesia.
3º) Que el don que no es dado a cada uno es para provecho (1ª Cor.12:7), es decir para utilidad. Los creyentes estamos equipados con dones espirituales fundamentalmente para el beneficio de otros y no para nuestro beneficio.
Dios no nos da los dones para nuestra propia gratificación, ni para nuestro propio deleite u orgullo. Claro esta que también indirectamente recibimos provecho y beneficio del don que se nos ha dado, ya que al ponerlo al servicio de los demás estaremos sintiendo la satisfacción de que estamos haciendo lo que debemos hacer, lo que nos gusta hacer y todo ello también se traduce en un crecimiento personal.
1ª de Corintios 12:7 nos dice “que a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho”, es decir un don debe de ser manifiesto, su ejercicio se debe ver, debe de ser usado públicamente, ya que si los dones son para edificar a los demás, estos los deben de percibir, deben experimentarlos, deben de beneficiarse de esa habilidad que Dios nos ha dado para ayudarles a crecer. La iglesia debe experimentar como causa de su crecimiento el hecho de que cada uno de sus miembros está poniendo sus dones al servicio de cada uno de los otros miembros. Un don oculto no vale para nada. Ya puedes ser el que más amor tengas, el que más luz hayas recibido que si no lo pones al servicio de los demás son dones estériles, sin fruto, es como si no los tuvieras.
Volviendo al texto de 1ª de Corintios 12:4, ya vimos que “hay diversidad de dones”. ¿Pero esto significa que unos dones son más importantes que otros? No. También hay creyentes diferentes unos de otros ¿Y esto significa que haya unos creyentes más importantes que otros? No. Lo que hace mas importante a unos creyentes que otros no son sus dones, sino el compromiso que cada uno tenga en el desarrollo de los dones que Dios le ha dado y no en el don en si mismo.
En los dones, al igual que en los creyentes, hay unidad a pesar de la diversidad, ya que el “Espíritu es el mismo”. Con esta afirmación el apóstol dice deliberadamente que no hay razón para el orgullo, ni para la polémica, ni para la división por los dones espirituales que cada uno pueda tener por tres razones:
1º) En efecto hay diferentes dones, pero ninguno es más importante que otro, ni uno esta más bendecido que otro, pues todos provienen del mismo Espíritu y por tanto todo lo que él da goza de la misma autoridad ya que la fuente es la misma. El espíritu es el que decide que don le da a cada creyente, no lo decidimos nosotros. Él lo da gratuitamente, como él quiere y a quien quiere. Por tanto si él y sólo él es la fuente del don no hay nada en el don por lo cual nos podamos sentir orgullosos o más importantes que otros.
2º) Hay diferentes ministerios o formas de servicio, pero todos se hacen por la autoridad del mismo Señor. Es Jesús el que da al creyente el derecho y la autoridad para ministrar en Su nombre. Por consiguiente cuando el Señor le da al creyente el derecho de ministrar, de servir en Su nombre es una ocasión para la humildad y para el agradecimiento por habernos elegido para trabajar en Su obra, no para la presunción, ni para la súper-espiritualidad, ni para el servicio prepotente.
3º) Hay diferentes actividades y diferentes ministerios o dones pero es el mismo Dios el que obra y da poder para hacerlo todo. Nadie tiene un don más grande que otro. Es el mismo Dios el que prepara y faculta a cada creyente para realizar sus dones. Por lo tanto cada uno de nosotros, por muy importante o imprescindibles que nos creamos no tenemos derecho para presumir, ya que el poder o los meritos no son nuestros, sino una delegación de parte de Dios y por tanto siervos inútiles somos sin ese poder de Dios.
Resumiendo no existen dones más importantes unos que otros, sino creyentes con diferente grado de compromiso, ya que el don, la autoridad y el poder no son propios sino que proceden del mismo Espíritu, del mismo Señor y del mismo Dios y nosotros lo único que somos es sus administradores.
Por otro lado todos los creyentes no poseen todos los mismos dones, sino que como dice 1ª de Corintios 12:11. “Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu repartiendo cada uno en particular como él quiere”. El Espíritu es el que hace la diferencia no en la importancia del don, sino en el don que cada uno recibimos. Cada uno recibimos aquel don que supuestamente es el que mejor vamos a desarrollar, el que más nos conviene conforme a nuestras características y capacidades. El don en el cual nos vamos sentir más realizados, el don que va a complementar al resto de mis hermanos en la congregación en la cual Dios nos ha puesto.
Si todos no tenemos el mismo don, no todos podemos empeñarnos en ejercitar el mismo don. Por tanto no todos podemos empeñarnos en ser pastores, predicadores o maestros, y menciono estos, pues como son los que más se ven, parece que son los más codiciables, y sin embargo no son más que una parte de las muchas que integran el Cuerpo de Cristo. Cada miembro del cuerpo tiene su importancia y si un miembro no realiza su trabajo el cuerpo no funciona correctamente, por muy pequeña que nos parezca la función que realiza.
Sí todos fuéramos predicadores o pastores ¿Dónde estaría ese trabajo tan importante que muchos hermanos realizan calladamente y que parece que no se nota, pero que sin embargo hace que todo el cuerpo funcione armoniosamente? “Si todo el cuerpo fuese ojo ¿dónde estaría el oído?” (1ª Corintios 12:16). “Mas ahora Dios ha colocado a los miembros cada uno de ellos en el cuerpo como él quiso. Porque si todos fueran un solo miembro ¿dónde estaría el cuerpo? Pero ahora son muchos los miembros, pero el cuerpo es uno solo. Ni el ojo puede decir a la mano: No te necesito, ni tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros. (1ª Corintios 12:18-21).
En efecto hay diferentes dones, diferentes miembros en el cuerpo porque Dios así lo ha querido, ya que hay diferentes funciones que hacer, por ello no podemos todos tener los mismos dones, ni pensar que mi don es menos importante o que yo deba despreciar al que tiene otro don diferente al mío, sino que mi don tiene una función que desempeñar dentro de la iglesia distinta de la función que el otro don tiene encomendada hacer y que todos tenemos que ejercitar nuestro don, ya que si
yo no lo pongo a trabajar la iglesia se va a resentir, porque si el Espíritu me ha dado a mi ese don, es porque es necesario y porque nadie lo puede desempeñar mejor que yo, por tanto si mi don se queda sin desarrollar mi congregación sufrirá una disfunción. Habrá hermanos que verán esa disfunción e intentaran corregirla haciéndolo ellos, pero como no es su don el cuerpo no funcionara todo lo que bien que debería funcionar si lo hicieras tu que si es tu don. Lo que tú no hagas eso siempre repercutirá en el correcto funcionamiento de la congregación.
Los dones de los distintos miembros se complementan recíprocamente y contribuyen al perfeccionamiento del cuerpo.
Está bien que ambicionemos “los dones mejores” (1ª Corintios 12:31), pero a veces debemos ser realistas y humildes y ver cual es realmente mi don y ambicionar hacerlo lo mejor posible, poniendo en su desarrollo todas las potencias, todas las cualidades que Dios me ha dado. Para el desarrollo de una iglesia fuerte no podemos prescindir de ningún don, ni siquiera del tuyo aunque tu creas que no es importante.
No debemos por envidia o por cualquier otro motivo insano oponernos al don de nuestro hermano: “Si Dios, pues les concedió también el mismo don que a nosotros que hemos creído en el Señor Jesucristo ¿Quién era yo que pudiese estorbar a Dios?”(Hechos 11:7). Si Dios le ha dado a mi hermano un don, incluso el mismo que a mi ¿Quién soy yo para oponerme a ello? Ninguno de nosotros tenemos el monopolio de un don, ninguno de nosotros debemos ser piedra de tropiezo impidiendo que el hermano pueda desarrollar su don, sino que por el contrario debemos ayudarle a que desarrolle su don conforme “a la gracia que le es dada”.
Hay muchos líderes de iglesias que tienen miedo a que los dones se desarrollen pues ven amenazado su puesto. Cuando no hay nada más bonito que ver como los discípulos se van desarrollando e incluso llegan a superar al maestro. Lo cual debe de ser un motivo de orgullo, pues denota lo buen maestro que uno ha sido y lo buen administrador de los dones que Dios puso a su disposición: “Cada uno según el don que ha recibido minístrelo a otro como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (1ªPedro 4:10). Los dones no son para nosotros sino para los demás, incluso el del pastorado, el de la predicación o el de la enseñanza.
Pero no solo los líderes, sino también otros miembros a veces se sienten molestos porque un hermano tenga un determinado don. ¿No quedamos en que los dones los da Dios? Pues por algo será. ¿Quién eres tú para estorbarlo? ¿Te crees con derecho para enmendarle la plana a Dios? Deja y ayuda a que tu hermano desarrolle su don, seguro que tú también vas a salir beneficiado con ello.
No existe por otro lado una sola forma de desarrollar los dones, incluso tratándose de un mismo don cada persona lo puede utilizar de forma diferente: “Quisiera más bien que todos los hombres fuesen como yo, pero cada uno tiene su propio don de Dios uno a la verdad de un modo y otro de otro” (1ª Corintios 7:7). Puesto que cada uno somos distintos la forma en que ministramos los dones también puede ser distinta, ni mejor ni peor sino simplemente distinta. Dos personas pueden tener el mismo don, ejecutarlo de forma distinta y los dos ser eficientes en su servicio. Dos hermanos pueden tener el don de la visitación y uno puede llevar conformidad y el otro puede llevar desafío, pero ambas formas son positivas para el que la recibe. Por tanto respetemos a cada hermano en su propia personalidad y pensemos que mi forma de hacer las cosas no tiene porque ser la única buena, sino que las demás también pueden ser validas.
Como ya he dicho todos los cristianos tenemos un don espiritual que además es irrevocable: “Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Romanos 11:29). Cuando Dios nos da un don no es sólo para un rato, sino que va a permanecer en nosotros toda la vida. ¡Qué pena que algunos mueran con el don intacto! Si nos ponemos a pensar en los dones que tenemos y en lo poco que los aprovechamos nos llenaríamos de vergüenza. A veces no nos valoramos a nosotros mismos, a pesar de que Dios si nos ha valorado, pues hemos sido llamados por El para salvación y para ser colaboradores en Su obra, y a pesar de ello decimos “no soy nada”, y así me quedare quieto y no hare nada. Otras veces por falsa humildad, otras por el que dirán y otras porque no por vagancia, y no nos damos cuenta de que tenemos una gran responsabilidad delante de Dios y delante de la iglesia de desarrollar el don o los dones que Dios nos ha dado y que además se nos van a pedir cuentas por la parte que tuve que hacer y no hice.
A este respecto vamos analizar brevemente “LA PARÁBOLA DE LOS TALENTOS” en Mateo 25:14-30:
En esta parábola el Señor se fue a un país lejano, pero antes llamo a sus siervos y les confió sus bienes, bienes que debían ser cuidados, incrementados y mejorados durante su ausencia. A uno le dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno. Cada siervo recibió una cantidad distinta de dones conforme a su capacidad, ya que cada uno tiene una capacidad distinta, capacidad que Dios conoce de sobra, por lo tanto no podían decir: “a mí me ha dado algo con lo que no puedo” y por lo tanto cada uno tenía la misma oportunidad para ser fiel en el desarrollo de los talentos. Conforme a esa fidelidad es por la que vamos a ser juzgados y no por el don o número de dones que se nos haya asignado, como ya he dicho anteriormente.
Cada uno de ellos trató de diferentes formas los bienes de su señor. Dos de los siervos fueron responsables, muy responsables e inmediatamente, sin demora, salieron a trabajar. Rápidamente pusieron sus dones a trabajar. Fueron fieles y diligentes. El que recibió dos talentos trabajo y se esforzó tanto como el que recibió los cinco. No tenía tantos dones pero puso en su desarrollo la misma iniciativa, energía y esfuerzo.
Claro está que el resultado de su trabajo no podía ser otro que el del “éxito”. Cada uno gano lo que el señor le había dado. Sus dones dieron fruto en proporción a sus dones. El que recibió más, cinco talentos, produjo más, diez talentos. El que recibió menos, dos talentos, produjo menos, cuatro talentos. Pero ambos tuvieron el mismo éxito, duplicaron lo que su señor les había dado.
Uno de los siervos sin embargo fue irresponsable. ¿En qué consistió su irresponsabilidad? Simplemente en que no uso el don que su señor le había dado. Pero no fue porque no trabajo, sino porque no trabajo bien, ya que dedico su tiempo y su energía para hacer un hoyo y enterrar el don: lo oculto. Su tiempo y su energía debían de ser para su señor, pero tomo su vida y sus energías y la dedico a otra actividad que no fue la de desarrollar el talento que Dios le había dado. Se centro en las cosas del mundo y no en las de su señor. ¿A veces no nos sentimos identificados con esta actitud? Tenemos dones y los guardamos para nosotros. Seguimos siendo mundanos y queremos que el mundo nos sirva a nosotros, en vez de nosotros servirle a él. Una vez que nos convertimos se espera de nosotros trabajo inmediato. La persona con un talento es tan responsable de usar ese talento como la persona con muchos talentos: “Cada uno conforme a la medida en que ha recibido el don”.
Llego el día de rendir cuentas. El señor volvió, pero volvió para hacer cuentas con sus siervos, no con todo el mundo, ya que esta parábola esta hablando de sus siervos, de personas que profesan ser creyentes, de miembros de iglesia ( Mateo 25:19). Eran sus siervos ya que él con anterioridad los había comprado, por eso eran sus siervos y nosotros somos también sus siervos pues Él nos ha comprado con el precio de su sangre.
El señor vino para recompensar. La recompensa para aquellos que trabajaron bien, fue triple más trabajo: “Quitadle, pues, el talento, y dadlo al que tiene diez talentos. (Mateo 25:28), más talentos para hacer mejor su trabajo. Reconocimiento: “sobre mucho te pondré” (Mateo 25:23), les dio una posición de gobernadores, la responsabilidad de gobernar muchas cosas en el Reino de los Cielos y una satisfacción: “entra en el gozo de tu señor” (Mateo 25:23), les dio gozo, no cualquier gozo sino el gozo del Señor de haber hecho lo que tenían que hacer: “Aquí tienes, he ganado” le dijeron los siervos a Su señor, no por jactancia, sino por satisfacción. Habían sido el tipo de personas que él esperaba que fueran y habían hecho el trabajo que él quería que hicieran. Ambos fueron siervos buenos y fieles. Habían sido gratos para Dios tanto en su persona como en su trabajo.
El siervo que no hizo su trabajo también recibió su recompensa. Jesús se refirió a él como malvado y perezoso, sabía lo que tenía que hacer y sin embargo no lo hizo, no hizo nada con el don solo enterrarlo, ocultarlo. Por lo cual fue despojado de todo lo que tenía. Ya no tendría la responsabilidad y el glorioso privilegio de trabajar para el Señor de Señores. Ya no tendría nada que ver con el Señor, por eso fue echado a las tinieblas de afuera, fue arrojado de Su presencia, separado para siempre.
Dura fue la recompensa. ¿Creemos que no tenemos responsabilidad por los dones que hemos recibido? ¿Creemos que sólo debemos conservarlos y no desarrollarlos, hacerlos crecer?. Pero ya vemos que los pensamientos de Dios son distintos. Él nos ha dado valores para que los desarrollemos para los demás y para el crecimiento de Su iglesia. Somos responsables de ser fieles y diligentes con los dones que se nos han dado. El no hacer nada para Dios es uno de los grandes pecados de quienes profesan ser cristianos. El pecado de omisión es tan grave como el de comisión, y en este caso yo diría que más, ya que el que trabaja al menos trabaja y los errores que pueda cometer muchas veces son producto de su celo y de seguro que Dios tendrá con él mayor misericordia.
Nosotros ahora estamos en la situación de los siervos de esta parábola. El Señor está ausente, pero mientras dura Su ausencia se nos ha dado un trabajo que hacer y se nos ha provisto de las herramientas necesarias para poder llevarlo a cabo con éxito. Por tanto no tenemos excusa alguna para no trabajar. Si queremos agradar al Señor, si nos sentimos identificados con Él, tendremos que demostrarlo haciendo nuestro trabajo con fidelidad a los dones que se nos han dado y con la diligencia esperada de un siervo bueno.
La única manera que conozco de hacer que nuestros dones se desarrollen es TRABAJAR, TRABAJAR Y TRABAJAR. Todos hemos conocido a hermanos que no parecían nada y se han puesto a trabajar, a desarrollar su don y los hemos visto como han ido creciendo y mejorando en su servicio, como este ha ido siendo cada vez más eficiente y de mayor bendición para los hermanos y para la edificación de la obra de Dios en general, hasta llegar a convertirse en verdaderos puntales de la iglesia. Nos hemos sorprendido al ver como Dios iba bendiciendo su ministerio con más fuerzas, con más cualidades para servir más y mejor y como a través de ellos el gozo del Señor ha ido penetrando en la vida de los que por ellos han sido ministrados.
CONCLUSION
Voy a terminar pero quiero dejar en el pensamiento de cada uno de vosotros tres ideas básicas:
1) “¡Gracias a Dios por su don inefable!” (2ª Corintios 9:15). Si, demos gracias a Dios por el don que cada uno hemos recibido. Gracias pues de todos los dones que hay es el que más nos conviene. Gracias por permitirnos que a través de nuestros dones podamos servirle a Él y a los demás de la mejor manera. Gracias por permitirnos con nuestro don colaborar con él en la obra de redención del mundo. Gracias porqué desarrollando nuestro don es cuando verdaderamente nos sentimos realizados espiritualmente y nuestra vida cobra sentido.
2) “…que avives el fuego del don de Dios que esta en ti” (2ª Timoteo 1:6). Sí el don de Dios está en ti y al igual que el fuego sólo se puede avivar echando más leña, nuestro don sólo se puede avivar si le echamos más y más servicio. Sólo sirviendo conforme a la gracia que nos ha sido dado crecerá nuestro don, creceremos nosotros, crecerán otros, crecerá la iglesia y Cristo crecerá en el mundo.
3) “No descuides el don que hay en ti” (1ª Timoteo 4:14ª). No te conformes a este mundo, no te amoldes a la apatía de tu iglesia. Ten valor para romper. No te conformes con ser mediocre pudiendo ser excelente. Tienes dentro de ti un don de valor incalculable, no lo descuides. Dios te ha dado lo necesario para pulirlo, para darle la forma adecuada, para trabajarlo con la mayor efectividad. Merece la pena dar el cien por cien de nosotros sabiendo que el trabajo para el Señor nunca es en vano y que al final de nuestra obra oiremos una voz dulce, tierna, compresiva, la voz de nuestro amado Padre diciéndonos “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor” (Mateo 25:21).
Torrevieja, 2 de Septiembre de 2009