LA NATURALEZA DE DIOS

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El acercamiento al estudio de la naturaleza de Dios debe ser humilde y reverente.

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Introducción

El acercamiento al estudio de la naturaleza de Dios debe ser humilde y reverente. ¿Quién puede definir la naturaleza y la esencia del Dios infinito? No sólo son sus caminos “inescrutables” (Rom. 11:33), su naturaleza y ser sobrepasan nuestra comprensión. Sin embargo, Dios nos ha revelado lo necesario de su naturaleza esencial para poder servirle y adorarle. Es especialmente importante entender la naturaleza de Dios, como está revelada en la Biblia, porque muchos conceptos diferentes de deidad son sostenidos por aquellos que rechazan al Dios de las Escrituras.
La Biblia no nos da una sola definición comprensible de Dios; si “los cielos de los cielos no te pueden contener” (I R. 8:27), ¿cómo puede una oración o un párrafo de palabras humanas definir su ser? La siguiente es una definición teológica, que sirve tan bien como cualquier otra: “Dios es un Espíritu, Infinito, Eterno, e Invariable en su ser, sabiduría, poder, santidad, justicia, bondad y verdad.”
Varias declaraciones sobre Dios en la Escritura definen aspectos de su naturaleza, tales como: “Dios es Espíritu” (Jn. 4:8), “Dios es luz” (I Jn. 1:5), “Dios es amor” (I Jn. 4:8), y “Dios es fuego consumidor” (Heb. 12:29). En esta sección enfocaremos nuestra atención sobre cuatro aspectos de la naturaleza divina.

A. DIOS ES ESPÍRITU.

La declaración de que Dios es Espíritu, significa que no puede ser limitado a un cuerpo físico, ni a dimensiones de espacio y tiempo. Él es el Invisible, Eterno Dios: “A Dios nadie lo vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Jn. 1:18). Porque Dios es Espíritu, Él puede decir, “y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt. 28:20); “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt. 18:20); y “No te desampararé, ni te dejaré” (Heb. 13:5). Jesús indicó que el hombre debe ser “nacido del espíritu” para poder entrar en el reino de Dios, a fin de tener comunión con Dios quien es Espíritu (Jn. 15).
A veces Él es representado apareciendo en forma humana (Ver Génesis capítulos 17, 18, 19; Jos. 5:13–15). Aunque Dios es en esencia Espíritu, El que hizo todos los seres y cosas puede, para sus sabios fines, asumir cualquier forma que se adecue a su propósito.
Hay un número de casos donde Dios se apareció en forma visible; un ejemplo de esto es su aparición a Abraham para asegurarle el hijo prometido, a través de cuya descendencia, todas las naciones serían bendecidas. Estas apariciones se llaman “teofanías.” Ellas sin embargo, no contradicen la naturaleza espiritual de Dios. ¡Qué maravilloso es que Dios el Hijo tomara forma humana sobre sí mismo a fin de convertirse en nuestro redentor, sumo sacerdote y rey eterno! “Felipe le dijo, Señor, muéstranos al Padre, y nos basta. Jesús le dijo … El que me ha visto a mí, ha visto al Padre …” (Jn. 14:8, 9). Después de la resurrección, Jesús tuvo un cuerpo espiritual que no estaba sujeto a limitaciones físicas (Jn. 20:19–29)

B. DIOS ES PERFECTO.

Jesús le dijo a sus discípulos, “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mt. 5:48). Es prácticamente imposible pensar en el Creador, quien es al mismo tiempo justo y amoroso, santo y misericordioso, eterno juez y Padre de nuestro Señor Jesucristo, como algo menos que perfecto. Las Escrituras lo afirman, declarándolo un ser perfecto.

C. DIOS ES PERSONAL.

Un ser personal es uno que es consciente de sí mismo, que posee intelecto, sentimientos y voluntad.
El Dios de la Sagrada Escritura es un Dios personal, trascendente, el cual se mantiene aparte del universo como su creador; pero quien, al mismo tiempo, es un Dios que reside dentro de su creación preservándola y cuidándola como un Padre celestial.
La personalidad de Dios es revelada en su trato con Moisés, cuando declaró su nombre: “Y respondió Dios a Moisés: Yo soy el que soy. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: Yo soy me envió a vosotros” (Ex. 3:14).
Jehová Dios, es Él que fue, quien es, y que será eternamente. El habla y entra en un pacto como un ser inteligente, contesta las indagaciones de Moisés como uno que responde ante la ansiedad humana, y comparte su preocupación con él. Él escoge a un hombre para llevar a cabo su voluntad de dirigir a Israel como una nación testigo entre las naciones. Él declara que ha oído los gemidos de su pueblo en Egipto, cuya angustia le importa. Este es un Dios personal.
En el Nuevo Testamento, el Hijo de Dios (que era una persona) dijo, “Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo…” (Jn. 5:26). Esto nos enseña que el Padre es el mismo tipo de persona que el Hijo al cual Él dio su vida. El hombre como criatura de Dios tiene intelecto, emociones, y voluntad, y es capaz de contemplar inteligentemente a Dios y su universo como una persona racional, pero esto no lo hace superior a Dios en capacidades. Dios tiene una personalidad divina, que va mucho más allá de la de sus criaturas, pero si Él hizo al hombre para comulgar con Él y para que éste le alabe, ciertamente lo dotó con características semejantes a las de su naturaleza cuando lo hizo a su propia imagen.

D. DIOS ES UNO.

La ley de Dios dada sobre el Sinaí comienza con la declaración: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es” (Dt. 6:4). No hay nada de mayor condenación en la Escritura que la adoración de otros dioses: “No andaréis en pos de dioses ajenos, de los dioses de los pueblos que están en vuestros contornos …” (Dt. 6:14). Las naciones adoraban a muchos dioses que correspondían a las fuerzas de la naturaleza, dioses que eran la creación de su propia imaginacion, que eran representados por imágenes e ídolos.
Estas naciones idólatras eran una espina continua en el costado de Israel. La caída de Israel fue su constante coqueteo con estas deidades de la naturaleza. Cuando Acab, el rey de Israel había abierto la puerta a la adoración de Baal, un dios natural falso, Elías desafió espectacularmente a los profetas de Baal y Asera a una competencia con Jehová, el Dios vivo. (I R. 18:21–40). Entonces él oró, “Respóndeme Jehová … que conozca este pueblo que tú, oh Jehová, eres el Dios…” (I R. 18:37). Cuando Jehová, no las falsas deidades, contestó con fuego, el pueblo, unánime gritó “¡Jehová es el Dios!” (I R. 18:39).
Para el hombre de Dios era importante ponerle un alto a la catastrófica inclinación hacia el politeísmo. La Biblia, entonces, llama inflexiblemente a la adoración de un verdadero Dios. El profeta Isaías hizo sonar el mismo llamado de trompeta: “Así dice Jehová Rey de Israel, … Yo soy el primero, y yo soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios” (Is. 44:6). Proclamando la misma gran verdad, nuestro Salvador dijo en oración al Padre, “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero …” (Jn. 17:3). El apóstol Pablo alaba a los tesalonicenses porque “Os convertísteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero” (I Tes. 1:9).

Conclusión

Este es el Dios a quien servimos. Aleluya!
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