La grandeza de la pequeñez

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Filipenses 2:1–11 RVR60
1 Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo, si algún consuelo de amor, si alguna comunión del Espíritu, si algún afecto entrañable, si alguna misericordia, 2 completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa. 3 Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; 4 no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros. 5 Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, 6 el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, 7 sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; 8 y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. 9 Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, 10 para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; 11 y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.
Filipenses 2:1–11 NVI
1 Por tanto, si sienten algún estímulo en su unión con Cristo, algún consuelo en su amor, algún compañerismo en el Espíritu, algún afecto entrañable, 2 llénenme de alegría teniendo un mismo parecer, un mismo amor, unidos en alma y pensamiento. 3 No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos. 4 Cada uno debe velar no sólo por sus propios intereses sino también por los intereses de los demás. 5 La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, 6 quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. 7 Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. 8 Y al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! 9 Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, 10 para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, 11 y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.
Filipenses 2:1–11 NTV
1 ¿Hay algún estímulo en pertenecer a Cristo? ¿Existe algún consuelo en su amor? ¿Tenemos en conjunto alguna comunión en el Espíritu? ¿Tienen ustedes un corazón tierno y compasivo? 2 Entonces, háganme verdaderamente feliz poniéndose de acuerdo de todo corazón entre ustedes, amándose unos a otros y trabajando juntos con un mismo pensamiento y un mismo propósito. 3 No sean egoístas; no traten de impresionar a nadie. Sean humildes, es decir, considerando a los demás como mejores que ustedes. 4 No se ocupen sólo de sus propios intereses, sino también procuren interesarse en los demás. 5 Tengan la misma actitud que tuvo Cristo Jesús. 6 Aunque era Dios, no consideró que el ser igual a Dios fuera algo a lo cual aferrarse. 7 En cambio, renunció a sus privilegios divinos; adoptó la humilde posición de un esclavo y nació como un ser humano. Cuando apareció en forma de hombre, 8 se humilló a sí mismo en obediencia a Dios y murió en una cruz como morían los criminales. 9 Por lo tanto, Dios lo elevó al lugar de máximo honor y le dio el nombre que está por encima de todos los demás nombres 10 para que, ante el nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, 11 y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor para la gloria de Dios Padre.
Filipenses 2:1–11 NBLA
1 Por tanto, si hay algún estímulo en Cristo, si hay algún consuelo de amor, si hay alguna comunión del Espíritu, si algún afecto y compasión, 2 hagan completo mi gozo, siendo del mismo sentir, conservando el mismo amor, unidos en espíritu, dedicados a un mismo propósito. 3 No hagan nada por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo, 4 no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás. 5 Haya, pues, en ustedes esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, 6 el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, 7 sino que se despojó a Sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. 8 Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. 9 Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le confirió el nombre que es sobre todo nombre, 10 para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, 11 y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
¿Qué diferencia hace Jesús en la vida de una persona?
¿Qué cambios experimenta alguien que decide recibir a Jesús como su Salvador y dedicarle su devoción y su vida?
¿Creíste en Jesús? ¿Qué ha cambiado para ti?
Varias personas responderán a estas preguntas diciendo que mucho ha cambiado, muchas cosas.
Te cambia el carácter.
Te cambia la manera de relacionarte con los demás.
Te cambia la manera de tomar decisiones.
Te cambia el comportamiento.
Te cambia la manera de enfrentar las circunstancias adversas.
Y la lista podría continuar.
Pablo, escribiéndole a los filipenses, les menciona algunas de las cosas que habrían cambiado en sus vidas:
Filipenses 2:1 RVR60
1 Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo, si algún consuelo de amor, si alguna comunión del Espíritu, si algún afecto entrañable, si alguna misericordia,
...alguna consolación en Cristo...
¿Existe algún consuelo por tener a Cristo Jesús en tu vida? Esta afirmación--en condicional--señala la diferencia que hace tener una relación con Jesús, ser capaces de comunicarnos con Él y experimentar su presencia en nuestras vidas. El término “consolación” tieme la misma raíz que se usa en otros pasajes para referirse al Espíritu Santo como el Consolador (Juan 14:16, παράκλησις). Vivir con Jesús, caminar con Él, invocar su Nombre sabiendo que está con nosotros, hace toda la diferencia en la vida del que cree. No es lo mismo enfrentar la vida con Jesús que sin Él. Hay consolación en Cristo, una fortaleza sobrenatural que adquiere nuestra alma que se relaciona con nuestro Salvador. ¿Hay alguna consolación en Cristo? ¡Por cierto que sí, la hay!
...algún consuelo de amor...
¿Has recibido alguna palabra de aliento motivada por el amor? Todos sabemos el impacto que producen en nosotros esas renovadoras expresiones de ánimo provenientes de personas que sabemos que nos aman. ¿Puedes reconocer quiénes son tus mayores simpatizantes, tus fans más importantes en esta vida? Es como si practicaras un deporte y esas personas estuvieran allí, en las tribunas, gritándote, alentándote, animándote a seguir adelante, celebrando tus aciertos y animándote a levantarte y seguir adelante luego de tus caídas o fracasos. Cuando creemos en Jesús recibimos el mayor aliento de todos, mayor del que cualquier persona en esta vida nos podría aportar. Es el consuelo de su amor. Para los que creen en Jesús, ¿hay consuelo de amor? ¡Vaya si lo hay!
...alguna comunión del Espíritu...
¿Te has sentido alentado alguna vez por la armonía con quienes te apoyaron? Armonía, sí, eso que a veces parece ser tan difícil de conseguir, pero que existe y es fuente de fortaleza. En Cristo Jesús, para los que creemos en Él, hay comunión del Espíritu. El término comunión es κοινωνία, ese que es usado en el Nuevo Testamento para referirse a la relación profunda que se produce entre Dios y sus hijos, y entre los discípulos de Jesús. Para los que creemos en Jesús hay una comunión del Espíritu, un compañerismo renovador con el propio Espíritu de Dios, que nos sostiene, nos renueva, nos fortalece, nos dirige con sabiduría de Dios. ¿Hay comunión del Espíritu para los que creen en Jesús? ¡Por supuesto que la hay!
...algún afecto entrañable...
¿Qué siente la persona que cree en Jesús? ¿Es alcanzada por algún sentimiento que le sacude por dentro, llegando hasta lo más profundo de su ser? ¿Qué te sucede, qué sientes, cuando te relacionas con tu Señor y Salvador, el Todopoderoso? Sí, nuestra relación con Jesús no es solamente una serie de declaraciones intelectuales, una serie de pensamientos. En Jesús nos sentimos amados, fortalecidos, tocados por nuestro Creador y Dueño. Al creer en Jesús y al relacionarnos con Él somos alcanzados por un amor que no hay en este mundo, por un sentimiento que va más allá de lo que ninguna persona, cosa o experiencia en este mundo nos puede otorgar. ¿Hay algún afecto entrañable para los que creen en Jesús? ¡Sin duda que lo hay!
...alguna misericordia...
¿Has recibido alguna vez un buen trato que no merecías? ¿Has sido alcanzado por un privilegio que habías perdido? Entonces, has sido tratado con misericordia. La misericordia es la expresión del amor de Dios que más se expresa en el Antiguo Testamento, y de la que Jesús es la máxima expresión. Ni tú ni yo mereceríamos el cuidado, la provisión o las respuestas de Dios, y sin embargo, por haber creído en Jesús, por haberlo aceptado como nuestro Salvador y Señor, el Padre nos recibe como hijos y nos hace herederos de sus maravillosas promesas. Eso no es justicia. Lo justo hubiera sido nuestra condenación. Sin embargo Dios dejó caer el peso del castigo por el pecado sobre Jesús en la cruz del Calvario y, a los que creímos en Él, nos cubrió con su misericordia. Cada beneficio que recibes de Dios es misericordia. No es lástima, sino misericordia. ¡No menosprecies lo que has recibido y estás recibiendo de parte de Dios. ¿Hemos recibido de Dios alguna misericordia? ¡Por cierto que sí!
Ríndete ante Dios en gratitud ahora mismo. Si has recibido y estás recibiendo lo que Dios te ofrece en Cristo Jesús, tu corazón tiene que saltar de alegría y prorrumpir en un exaltado canto de alabanza a Dios.
¡Gracias, Dios bueno!
¿Estás recibiendo las bendiciones de Dios? ¿Te encuentras en Cristo, siendo objeto del cumplimiento de las preciosas promesas de Dios?
¡Qué bueno! Esto ya es motivo para celebrar. Le damos gracias a Dios por la consolación en Cristo, el consuelo de amor, la comunión del Espíritu, el afecto entrañable, la misericordia, y todo lo demás que Él nos da.
¿Se puede pedir más?
Filipenses 2:2 RVR60
2 completad mi gozo, sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo una misma cosa.
Pablo ya se sentía dichoso que aquellos que habían escuchado el mensaje del evangelio estuvieran disfrutando de esa manera de la gracia de Dios en sus vidas, y lo celebraba. Pero en esta ocasión tiene que pedirles algo más.
Ya que tienen todo eso, ya que en Jesús han encontrado las interminables riquezas de la gracia de Dios, ...
...completad mi gozo...
Aquí la tienes: una mención más del gozo en la carta a los Filipenses. Pero en este caso, el apóstol les pide a sus lectores un aporte más, una añadidura al gozo que ya le están dando.
Era cierto, Pablo amaba a aquellos cristianos y se deleitaba en el hecho de que habían perseverado y crecían en su relación con Dios, habiendo ya pasado varios años desde que habían escuchado el evangelio. ¡Qué bendición!
Pero tenía que pedirles algo más. Les diría algo así como: “Me daría todavía mucha más alegría si...”.
Y entonces, ¿qué les pide?
Allí lo tienes:
...sintiendo lo mismo...
...teniendo el mismo amor...
...unánimes...
...sintiendo una misma cosa...
¿Te parecen redundantes estas frases? Pues sí, lo son. Representan la expresión de un llamado que Jesús nos dejó e insistió al respecto. Este llamado se encuentra reiterado una y otra vez a lo largo de el Nuevo Testamento.
Somos diferentes. Provenimos de diferentes lugares, hemos recibido diferente educación (de la formal, en centros de enseñanza, y de la que se recibe en el hogar y la comunidad), hemos tenido diferentes experiencias que han moldeado nuestra manera de actuar, expresarnos y relacionarnos. Sin embargo, los que estamos en Cristo somos llamados a una unidad imposible en términos humanos.
¿Qué sucede cuando los cristianos aceptan el reto de experimentar la unidad en Cristo?
Puede ocurrir algo como lo que pasó en aquella ocasión:
Hechos de los Apóstoles 2:1–4 RVR60
1 Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. 2 Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; 3 y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. 4 Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.
El punto de partida de la obra de Dios en la iglesia (sin la presencia física de Jesús) se produjo cuando ocurrió el milagro de que los discípulos del Maestro estuvieron unánimes.
Cuando los cristianos renunciamos a nuestro egoísmo y nos disponemos a experimentar el milagro de la comunión en Cristo, abrimos la puerta al cumplimiento del plan de Dios en nuestras vidas como comunidad y nos disponemos a que Dios haga lo imposible en nosotros y que la comunidad que nos rodea reciba el poderoso impacto del amor de Dios.
¿Por qué le habla Pablo a los filipenses de esta manera?
Porque tenían problemas en sus relaciones. Pablo había recibido las noticias de ellos, de que estaban experimentando a Dios, que estaban perseverando, que Dios les estaba dando consuelo y misericordia. Pero así como nosotros no estaban unánimes.
¿Qué podía impedir la unanimidad en aquellos cristianos? ¿Qué es lo que la impide hoy en día?
Vivimos en un mundo en que estamos en contínua competencia. Queremos ser mejores que los demás, más lindos, más inteligentes, más fuertes, más… Simplemente más.
Nos comparamos unos con los otros, nos medimos y procuramos salir ganadores en una competencia invisible que nadie anuncia pero que es real.
Esa es, justamente, la estrategia de nuestro enemigo espiritual contra la iglesia. Nada le quita a la iglesia su efectividad como la falta de unidad. Y nada potencia a la iglesia a su máxima expresión como la unanimidad.
¿Recuerdas esto?
Juan 13:34–35 RVR60
34 Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.35 En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.
¿Y esto?
Juan 17:20–21 RVR60
20 Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, 21 para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.
Nuestra unidad, nuestra unanimidad, nuestra renuncia a la competencia y el egoísmo, es la clave para el cumplimiento del plan de Dios en nuestras vidas y nuestra iglesia hasta que Cristo regrese.
¿Cómo tiene que manifestarse eso en nuestras relaciones?
Los cristianos cantamos muchas veces expresándole a Dios nuestra alabanza, reconociéndole en toda su Majestad y dándole gloria y honor.
Pero, ¿podemos hacer algo más que cantar para honrarle?
Sí, claro, lo sabemos: tenemos que andar en obediencia.
Pero vivimos en un ambiente hostil, el ambiente del mundo, en el que todas las relaciones se desarrollan sobre la base del egoísmo y la competencia.
No tiene que ser así en la iglesia de Jesucristo.
Filipenses 2:3–4 RVR60
3 Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; 4 no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros.
Para obedecer a nuestro Señor y dar fruto para Él, tenemos que:
No hacer nada por contienda. Eso significa renunciar a competir con los demás por ser el mejor. Significa dejar de basarnos en las apariencias (porque todos sabemos lo limitados que somos). El término que aquí se traduce “contienda” es ἐρῑθεία, que significa “trabajar por un salario”. Cuando obramos por contienda lo que estamos haciendo es buscar nuestro propio beneficio por encima de otros. ¡Debemos renunciar a eso! ¿Qué sería lo contrario de “hacer por contienda”? Obrar de buen corazón, sin segundas intenciones, sin procurar demostrar nada, sin competir contra los demás.
No hacer nada por vanagloria. A veces podríamos argumentar: “Pero yo no hago nada “por vanagloria”, para verme bien”. ¿Será cierto eso? A veces, probablemente sin proponérnoslo, podemos caer en anunciar nuestras buenas obras con la intención de ser reconocidos y recompensados. ¡Cuidado! ¡Esa es, justamente, la trampa del diablo! A veces podemos llegar a “escuchar” casi perceptiblemente esa voz que nos dice: “Oye, tú mereces más reconocimiento; tú estás haciendo más y mejor que … (ponle un nombre) y mereces mayor crédito, más visibilidad”. Si haces algo para recibir los aplausos o los buenos comentarios de los demás “ya recibiste tu recompensa”, y no es mucha. Al revés, “hazte invisible”, haz tu obra sin esperar nada a cambio, y no te alteres si el reconocimiento lo recibe otro. Tú sabes QUIÉN te está viendo por encima de todos los demás, y Él no se olvida ni pasa por alto tu buen servicio. Renuncia a los aplausos, a la vanagloria.
Actuar con humildad. Aquí es donde Pablo nos muestra el camino correcto. Primero nos dijo lo que teníamos que evitar (contienda y vanagloria) y ahora nos anuncia lo que sí debemos hacer. Somos llamados a ser humildes. En el pasaje que sigue se nos va a proporcionar el mayor ejemplo de humildad de toda la eternidad, y se nos va a llamar a seguir su ejemplo. Aquí se nos coloca a la humildad como antónimo de la contienda y la vanagloria. No te anuncies, no te exaltes, no busques el reconocimiento. Sé humilde.
Obrar estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo. Tal vez nos resulte un poco difícil asumir o comprender esta enseñanza. ¿Está diciendo aquí la Palabra que los otros son superiores a nosotros? No. Está diciendo que debemos estimarlos, valorarlos, considerarlos en el trato, como si fueran superiores. Los discípulos de Jesús somos llamados a asumir la posición de siervos, en primer lugar a nuestro Señor y Salvador, pero también ante las personas con las que tratamos. Tenemos que seugir el ejemplo de nuestro Salvador.
Mateo 20:25–28 RVR60
25 Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. 26 Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, 27 y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; 28 como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.
Aún entre el grupo de los doce existieron estos roces de competencia. Juan y Jacobo (representados por su madre) querían posiciones de privilegio. Jesús utilizó la ocasión para enseñar este principio tan importante en el funcionamiento del Reino de Dios. Los más importantes no son los que se ven importantes, sino los que sirven. ¿Entiendes que Dios te está llamando a la humildad, a ser la mano invisible que ayuda y bendice sin esperar recompensas ni reconocimientos?
Servir no mirando cada uno por lo suyo propio, sino también por lo de los otros. Nadie tiene que enseñarnos a procurar nuestro propio bienestar. Aprendemos solos. Buscamos las mejores posiciones, los mayores beneficios, el bienestar personal. Aquí no dice que no te cuides o que no accedas a lo bueno si puedes. Aquí se nos anima a que esa no sea nuestra única motivación. ¿Buscas lo bueno para ti? Bueno, entonces levanta la vista, mira a tu alrededor, considera a los que están cerca, en contacto contigo, y procura obtener lo mejor también para ellos. No seas el centro de tu universo. Hay vida más allá de tu ombligo. Las personas que te rodean tienen necesidades. A veces son necesidades materiales, y justamente Dios ha puesto en nuestra mano los medios para ayudar. Pero también hay ocasiones en las que los otros solamente necesitan una sonrisa, un abrazo, un gesto amable, una palabra de perdón y restauración. Tú mismo has estado en esa situación en otras ocasiones y Dios ha provisto la cobertura que necesitabas, muchas veces utilizando a otras personas para bendecirte y fortalecerte. Así como tú has recibido, extiende la mano para dar. Mira alrededor, a los otros, y sé la mano de ayuda que ellos necesitan.
Ya basta de competencia y egoísmo. Los discípulos de Jesús, que viven en el Reino de Dios, actúan con humildad, consideración y actitud de servicio.
Filipenses 2:5–11 RVR60
5 Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, 6 el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, 7 sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; 8 y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. 9 Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, 10 para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; 11 y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.
¿Cómo se hace para vivir en humildad en un mundo donde la competencia y el egoísmo son moneda corriente?
Se hace siguiendo el ejemplo de nuestro Salvador y Señor, imitando su actitud y servicio.
Este pasaje es un llamado a tener la actitud que lo motivó a Jesús a encarnarse y entregarse a la muerte por nosotros.
Que esta sea tu oración:
Señor, ayúdame, quiero tener tu actitud de humildad y servicio, quiero imitarte y obrar como tú cuando te despojaste de tu gloria para venir a entregarte hasta la muerte para salvarme.
Sabemos que Jesús es nuestro máximo ejemplo. Sin embargo, muchas veces nos escudamos bajo la excusa de que “nosotros no somos como Jesús”, o que “Jesús actuó así porque es el Hijo de Dios”.
Justamente. Los que creemos en Cristo Jesús somos también hijos de Dios, conforme a la declaración de la Palabra (Juan 1:12).
Así que somos llamados a asumir la misma actitud que tuvo Jesús al venir a salvarnos.
Tienes que parecerte a Jesús, no al mundo.
Tienes que imitar a tu Salvador, no a los que consideres “grandes” o “exitosos” en este mundo.

HUMILLACIÓN

¿Qué tenemos que imitar de Él? Aquí se nos describe lo que hizo:
1. Jesús siempre ocupó el lugar de máximo privilegio y autoridad en el ámbito espiritual.
...siendo en forma de Dios...
¿Observaste cómo lo dice aquí? Dice que la posición de Jesús, desde siempre, fue la de “siendo en forma de Dios”. Esta es una traducción literal de lo que dice el original. Podríamos asegurar que lo que dice este pasaje es simplemente que Jesús es Dios, ni más ni menos. Nuestro Salvador no es una entidad espiritual de segunda clase. El que nos vino a salvar es Dios mismo.
Jesús siempre ocupó ese lugar en el que se hace todo lo que dice, sin cuestionamientos. La posicion de Jesús es la de recibir continuamente toda la adoración. Es Dios.
Jesús “no necesitaba” hacer nada para demostrar que Él es Dios.
Pero, ¿qué hizo, siendo que ostentaba esa posición de tanto privilegio y autoridad?
2. Jesús no se aferró a su posición.
Podría haberse aferrado a su posición, haberse quedado en su trono. Sin embargo no lo hizo.
Muchas de las autoridades humanas en esta tierra se aferran a sus posiciones, y no quieren desprenderse de ellas a ningún precio. ¿Hace falta que mencione algunos presidentes?
Sin embargo el Hijo de Dios no se quedó allá en la gloria, porque nos amó y no se conformó con dejarnos entregados a la consecuencia de nuestros pecados. Se propuso ofrecernos el Camino de salvación, aún si eso requería salirse de su posición.
No se aferró a su distancia de todos los demás, y lo hizo por amor a ti.
3. Jesús se despojó a sí mismo.
Jesús podría haber descendido envuelto en su gloria, su brillo, su resplandor, tal como lo hizo en la cumbre del Monte Horeb cuando le entregó la Ley a Moisés.
Podría haber brillado como en el monte de la transfiguración, donde los discípulos contemplaron su gloria.
Pero no lo hizo.
Se quitó su manto.
Se despojó de su gloriosa apariencia.
Se hizo vulnerable.
Se expuso a ser menospreciado, siendo que merecía toda la gloria, toda la honra y toda la alabanza.
Y lo hizo por ti.
4. Jesús tomó forma de siervo, hecho semejante a los hombres .
Sí, Jesús fue el Undercover Boss de la historia de la humanidad.
El Creador, el Dueño, el Señor, asumió forma humana, y al hacerlo, sin perder su autoridad, se presentó como si fuera uno más, uno de los que tienen que servirle.
Ya hemos mencionado que anunció que no vino para ser servido.
Mateo 20:28 RVR60
28 como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.
Jesús fue parte de una familia humilde, de trabajadores. No fue enviado como el hijo de ningún rey o autoridad terrenal para llenarse de privilegios.
Tal vez una de las máximas expresiones de su humillación tuvo lugar aquella noche:
Juan 13:3–5 RVR60
3 sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios, y a Dios iba, 4 se levantó de la cena, y se quitó su manto, y tomando una toalla, se la ciñó. 5 Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido.
¿Necesitabas, mi Señor, hacer aquello? ¡No! ¡Mil veces no! ¡Cómo ibas a inclinarte como esclavo para lavarle los pies a tus frágiles discípulos!
Sin embargo lo hizo.
Se despojó.
Fue siervo, el siervo, el esclavo más esclavo de toda la historia.
¿Era justo? Por supuesto que no.
Pero Jesús lo hizo por amor a mí y a ti.
El Maestro ya estaba descendiendo de posición cuando asumió forma humana, y le sumó su actitud constante de siervo.
¿Te lo imaginas ante el sumo sacerdote y los que se burlaban de él durante su juicio? ¿Consideras su actitud ante Poncio Pilato, que esgrimía una posición de autoridad que decidía entre la vida y la muerte de los demás?
Jesús asumió la posición del siervo. Y lo hizo por amor a ti.
5. Jesús estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
No, no era esa la posición que le correspondía al Maestro. De ninguna manera.
Jesús no solamente se humilló al hacerse hombre. Experimentó nuestra máxima derrota, ante nuestro peor enemigo.
Tu Salvador se identificó tanto contigo, que no solamente experimentó hambre, sed, cansancio, hastío, sino que también fue a la muerte.
Se humilló a sí mismo. Descendió. Se despojó. Se rebajó.
El Señor y Dueño de todo lo que existe se hizo obediente.
Su posición es la de dar órdenes, no la de obedecer. Él dice y se hace, como cuando dijo “Sea la luz” y la luz fue hecha.
Pero por amor a ti y a mí, Jesús se hizo obediente.
¿Cómo de obediente fue el Señor?
Hasta la muerte, y muerte de cruz.
¿Recuerdas aquella oración de Jesús en el huerto?
Mateo 26:39 RVR60
39 Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú.
Sí, el Amo supremo se hizo obediente, por amor a nosotros. Y lo hizo hasta la muerte, y muerte de cruz.
¿No habría alcanzado alguna otra muerte, menos violenta, menos dolorosa?
Jesús ocupó el lugar de los condenados, de los culpables de los peores delitos, para que no quedara humano que no pudiera refugiarse en Él y recibir su perdón, por oscuros y desagradables que sean sus pecados.
Nadie lo hizo como Él.
Nadie nos amó como Él.
Una canción de adoración brota en mi corazón al considerar seriamente lo que Jesús hizo por nosotros.

EXALTACIÓN

¿Vió Dios lo que hacía su Hijo?
¿Qué hizo ante semejante demostración de obediencia y amor?
¡Lo exaltó!
Las palabras contenidas en este pasaje me llenan de asombro, pensando en especial en la actitud que muchas personas tienen hacia Jesús en este tiempo, a nuestro alrededor.
¡Necesitamos advertirles!
¿Qué hizo Dios?
...le exaltó hasta lo sumo....
Al que se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, el Padre le exaltó hasta lo sumo. El Padre no exaltó al que se promovió o procuró destacar su posición y autoridad. Puso en el lugar de mayor autoridad al que descendió hasta la situación de mayor vulnerabilidad y humillación. Jesús lo había anunciado al sumo sacerdote durante el juicio injusto al que le sujetaron:
Mateo 26:62–64 RVR60
62 Y levantándose el sumo sacerdote, le dijo: ¿No respondes nada? ¿Qué testifican éstos contra ti? 63 Mas Jesús callaba. Entonces el sumo sacerdote le dijo: Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios. 64 Jesús le dijo: Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo.
Jesús lo sabía. Y lo anunció. Y no le creyeron.
Pablo oraba por los efesios para que Dios les revelara:
Efesios 1:19–23 RVR60
19 y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza,20 la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales,21 sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero;22 y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia,23 la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.
...le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.
Llegará el día en el que todas las personas, los que ahora lo reconocen y reciben y los que no, lo quieran o no, doblarán su rodilla delante del Rey de reyes y Señor de señores, el Señor Jesucristo, el que recibió el Nombre sobre todo nombre.
Los que creemos en Jesús tenemos el privilegio de exaltarlo y anunciarlo ahora, cuando todavía la mayoría no ve su autoridad y poder.
Él se humilló más que nadie en toda la historia y fue exaltado más que nadie en la eternidad.
Lo hizo por amor a nosotros para traernos su salvación.
Y somos llamados a seguir su ejemplo, convirtiéndonos en siervos que se humillan y se despojan. Porque...
Lucas 14:11 RVR60
11 Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido.
1 Pedro 5:6–7 RVR60
6 Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; 7 echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.
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