Un alma honestamente derramada
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La vida está compuesta de personas normales, comunes y corrientes, con altas y bajas, fortalezas y debilidades, éxitos y fracasos, como tú y yo. Mira a tu alrededor, considera las personas con las que te cruzas cada día, aquellos con los que tienes más o menos contactos, todos tienen sus motivos de alegría y sus luchas, sus virtudes y sus defectos.
Algo que le tenemos que reconocer a la Biblia, la Palabra de Dios, es la profunda honestidad en cuanto a sus personajes. En ningún momento nos presenta personajes intocables, ni superhéroes ni superheroínas. Todas las personas de las que nos habla la Biblia eran gente normal, sin superpoderes, que acertaban y fallaban como cada uno de nosotros.
Esto nos tiene que hacer reflexionar en cuanto a las personas que se relacionan con Dios y en quienes Dios obra. La Biblia nos habla de Dios, quien procura que las personas se conecten con Él, que enfrenten con Él sus situaciones, que le sirvan y le honren con sus vidas. Pero, a diferencia de lo que muchas veces se ha considerado, esas personas que se conectan auténticamente con Dios no lo hacen porque sean diferentes, excelentes, destacables por su carencia de defectos, merecedores del acceso a una relación especial con Dios. Los que caminaron con Dios y están registrados en la Biblia, así como todos los que le han servido a lo largo de la historia, han sido personas con el mismo caudal de virtudes y defectos que todos los demás. Como tú y yo.
Consideremos esta antigua historia en la que veremos el brazo extendido de Dios hacia una persona, una comunidad y una familia que necesitaban de su intervención.
1 Hubo un varón de Ramataim de Zofim, del monte de Efraín, que se llamaba Elcana hijo de Jeroham, hijo de Eliú, hijo de Tohu, hijo de Zuf, efrateo. 2 Y tenía él dos mujeres; el nombre de una era Ana, y el de la otra, Penina. Y Penina tenía hijos, mas Ana no los tenía.
1 En la sierra de Efraín había un hombre zufita de Ramatayin. Su nombre era Elcaná hijo de Jeroán, hijo de Eliú, hijo de Tohu, hijo de Zuf, efraimita. 2 Elcaná tenía dos esposas. Una de ellas se llamaba Ana, y la otra, Penina. Ésta tenía hijos, pero Ana no tenía ninguno.
1 Había un hombre llamado Elcana que vivía en Ramá, en la región de Zuf ubicada en la zona montañosa de Efraín. Era hijo de Jeroham, hijo de Eliú, hijo de Tohu, hijo de Zuf, de la tribu de Efraín. 2 Elcana tenía dos esposas: Ana y Penina. Penina tenía hijos, pero Ana no.
1 Había un hombre de Ramataim de Zofim, de la región montañosa de Efraín, que se llamaba Elcana, hijo de Jeroham, hijo de Eliú, hijo de Tohu, hijo de Zuf, el efrateo.
2 Elcana tenía dos mujeres: el nombre de una era Ana y el de la otra Penina. Penina tenía hijos, pero Ana no los tenía.
Empezamos hablando de una familia disfuncional. Sí, hablamos de un hombre con dos esposas. La Palabra habla honestamente de él, mencionándolo por nombre, citando su procedencia y relaciones familiares.
¿Es esto algo extraño? Bueno, lo que nos puede parecer extraño es que un hombre tenga dos mujeres, que ambas lo sepan y lo toleren. Nos puede parecer diferente que las señoras convivan bajo el mismo techo con su esposo, ambas llamándolo así. Pero esto ha sido “normal” y generalizado en muchas culturas en diferentes partes del mundo, aunque ese no fuera el plan de Dios para nuestras relaciones.
¿Qué situación se destaca en esta situación? Penina tenía hijos, y Ana no los tenía. En aquel tiempo, y en muchas épocas, culturas y lugares, la maternidad dignificaba a las mujeres, les concedía valor. Se consideraba que una mujer que no tenía hijos no había sido bendecida, que había “algo malo” que le impedía traer hijos al mundo.
Esta familia nos representa a todos nosotros, con nuestras virtudes y defectos. Lo que ellos vivieron lo podemos llegar a vivir nosotros. El mismo Dios que intervino en sus vidas, quiere y puede intervenir en las nuestras.
Dejemos que Dios nos visite, como lo hizo con ellos, que vanga a redimirnos en nuestra profunda necesidad.
Aunque a nosotros, con una formación cultural occidental, nos puede parecer fuera de lugar, el padre de familia, Elcana, era una persona que buscaba a Dios y quería agradarle.
¿Puede ocurrir que las personas llenas de defectos busquen a Dios? Sí, y entre ellas estamos tú y yo. No importa cuál sea nuestra condición. Ya no importa cuáles hayan sido nuestros errores en el pasado: tenemos que buscar a Dios.
Cuando buscamos a Dios, cuando honesta y directamente expresamos nuestra necesidad de la presencia y la obra de Dios en nuestras vidas, Él viene a nuestro encuentro y hace lo que nosotros ni si quiera habíamos sido capaces de imaginarnos.
Más allá de eso, Dios va a llegar a mostrarnos que aún había permitido nuestros errores y nuestras situaciones límite para darse a conocer, para revelarse, para hacernos participar en su plan eterno.
Nosotros sufrimos nuestros problemas. No los buscamos, no nos damos cuenta de que nos estamos metiendo en ellos, no los disfrutamos. Pero a veces, Dios los permite porque tiene un plan, más allá de lo que somos capaces de entender o imaginar.
Veamos de qué manera se empieza a manifestar la obra de Dios en la vida de esta familia.
3 Y todos los años aquel varón subía de su ciudad para adorar y para ofrecer sacrificios a Jehová de los ejércitos en Silo, donde estaban dos hijos de Elí, Ofni y Finees, sacerdotes de Jehová. 4 Y cuando llegaba el día en que Elcana ofrecía sacrificio, daba a Penina su mujer, a todos sus hijos y a todas sus hijas, a cada uno su parte. 5 Pero a Ana daba una parte escogida; porque amaba a Ana, aunque Jehová no le había concedido tener hijos.
3 Cada año Elcaná salía de su pueblo para adorar al Señor Todopoderoso y ofrecerle sacrificios en Siló, donde Ofni y Finés, los dos hijos de Elí, oficiaban como sacerdotes del Señor. 4 Cuando llegaba el día de ofrecer su sacrificio, Elcaná solía darles a Penina y a todos sus hijos e hijas la porción que les correspondía. 5 Pero a Ana le daba una porción especial, pues la amaba a pesar de que el Señor la había hecho estéril.
3 Cada año Elcana viajaba a la ciudad de Silo para adorar al Señor de los Ejércitos Celestiales y ofrecerle sacrificios en el tabernáculo. Los sacerdotes del Señor en ese tiempo eran los dos hijos de Elí: Ofni y Finees. 4 Cuando Elcana presentaba su sacrificio, les daba porciones de esa carne a Penina y a cada uno de sus hijos. 5 Sin embargo, a Ana, aunque la amaba, sólo le daba una porción selecta porque el Señor no le había dado hijos.
3 Todos los años aquel hombre subía de su ciudad para adorar y ofrecer sacrificio al Señor de los ejércitos en Silo. Allí los dos hijos de Elí, Ofni y Finees, eran sacerdotes del Señor.
4 Cuando llegaba el día en que Elcana ofrecía sacrificio, daba porciones a Penina su mujer y a todos sus hijos e hijas;
5 pero a Ana le daba una doble porción, pues él amaba a Ana, aunque el Señor no le había dado hijos.
Elcana iba a la iglesia con su familia. Este relato nos revela solamente un aspecto de la vida espiritual de Elcana, Penina y Ana. Iban todos los años al lugar donde se adoraba a Dios, en la localidad de Silo. Elcana era un ejemplo para nosotros en este sentido, mostrándose como el líder espiritual de su hogar, dirigiendo a su familia a buscar y adorar a Dios. No se nos habla de su vida de oración diaria o semanal, pero sí tenemos el registro de que buscaba a Dios y animaba a toda su familia a hacerlo. El culto a Dios estaba vinculado con banquetes que se compartían en la presencia de Dios, y Elcana se preocupaba de que no les faltara su parte en el banquete a ninguno de los miembros de su familia.
Lo que se señala de una manera particular aquí es que Elcana tenía una consideración especial para Ana, a quien amaba, aunque Jehová no le había concedido tener hijos.
Aquel hombre era conciente de que su esposa podría ser discriminada por su condición de estéril, y procuraba honrarla, que supiera que era amada a pesar de su situación.
En la vida hay oportunidades en las que podemos ser discriminados. ¿Por qué? Por nuestra procedencia, por el color de nuestra piel, por nuestras ideas, por nuestra situación económica… ¡por tantas cosas! Casi todos nosotros nos hemos sentido segregados por algo. Los altos por ser altos, los bajos por ser bajos, los ricos por ser ricos, los pobres por ser pobres. Somos diferentes. Sí, una mujer se puede sentir mal por no ser mamá.
¿Qué es lo que te hace sentir mal a ti? ¿Qué es lo que te acarrea tristeza? ¿Qué es lo que te lleva al límite de lo que puedes tolerar? Identifícate con Ana al considerar su situación.
Una vez más, ¿qué es lo que te lleva al límite de tus fuerzas? ¿Qué es eso que te pesa tanto que ya no puedes tolerar? ¿Qué dispara el dolor más profundo en tu corazón?
A veces podemos tener problemas de salud o económicos que nos llenan de preocupación, angustia y tristeza. Pero observa cómo nuestras relaciones pueden llegar a llevarnos al límite de nuestras energías. ¿Te ha pasado? ¿Ha habido o hay alguna persona que te ha llenado de amargura, que te ha sacado de tus casillas, que no solamente te ha hecho enojar sino que te ha producido una profunda tristeza?
Eso pueden hacer las personas.
¿Sabes de dónde procede eso en muchas ocasiones? De nuestra facultad para competir unos con los otros.
¿Compites con otros? ¿Otros compiten contigo? ¿Procuras verte mejor que otros? ¿Intentas mostrarte más inteligente, más independiente, más “cool” que otros?
Todos hemos caído y a veces caemos en esta situación de competencia. Es algo que debemos evitar, pero no podemos obligar a los demás a no hacerlo.
¿Qué pasaba en aquella ocasión?
6 Y su rival la irritaba, enojándola y entristeciéndola, porque Jehová no le había concedido tener hijos. 7 Así hacía cada año; cuando subía a la casa de Jehová, la irritaba así; por lo cual Ana lloraba, y no comía. 8 Y Elcana su marido le dijo: Ana, ¿por qué lloras? ¿por qué no comes? ¿y por qué está afligido tu corazón? ¿No te soy yo mejor que diez hijos?
6 Penina, su rival, solía atormentarla para que se enojara, ya que el Señor la había hecho estéril.
7 Cada año, cuando iban a la casa del Señor, sucedía lo mismo: Penina la atormentaba, hasta que Ana se ponía a llorar y ni comer quería. 8 Entonces Elcaná, su esposo, le decía: «Ana, ¿por qué lloras? ¿Por qué no comes? ¿Por qué estás resentida? ¿Acaso no soy para ti mejor que diez hijos?»
6 De manera que Penina se mofaba y se reía de Ana porque el Señor no le había permitido tener hijos. 7 Año tras año sucedía lo mismo, Penina se burlaba de Ana mientras iban al tabernáculo. En cada ocasión, Ana terminaba llorando y ni siquiera quería comer.
8 «¿Por qué lloras, Ana? —le preguntaba Elcana—. ¿Por qué no comes? ¿Por qué estás desanimada? ¿Sólo por no tener hijos? Me tienes a mí, ¿acaso no es mejor que tener diez hijos?».
6 Su rival, Penina, la provocaba amargamente para irritarla, porque el Señor no le había dado hijos.
7 Esto sucedía año tras año; siempre que ella subía a la casa del Señor, Penina la provocaba, por lo que Ana lloraba y no comía.
8 Entonces Elcana su marido le dijo: «Ana, ¿por qué lloras y no comes? ¿Por qué está triste tu corazón? ¿No soy yo para ti mejor que diez hijos?».
Observa de qué manera se presenta a Penina en el versículo 6: “su rival”, hablando desde el punto de vista de Ana.
Estamos hablando de competencia. Es esa situación en la que una persona se considera (o se quiere mostrar) mejor que la otra. Penina quería mostrarse mejor o superior a Ana, simplemente porque ella tenía hijos y la otra no.
¿No se produce esta situación entre hermanos? Sí, y entre primos, entre cuñados, en las diferentes relaciones que tenemos en la vida.
¿Tienes rivales?
¿Qué hacía la rival de Ana?
...la irritaba, enojándola y entristeciéndola...
Hay razones por las que tú también te puedes sentir así. ¿Qué es lo que a ti te pone mal? Identifícate con Ana, porque Dios puede obrar en ti como lo hizo con ella.
La razón por la que Penina provocaba a Ana era el hecho de que ella no tenía hijos, la menospreciaba por su situación. La hacía sentir inferior.
Observa también que aquí se atribuye a Dios el hecho de que ella no era mamá, Jehová no le había concedido tener hijos. No había sido su decisión. No había elegido que eso sucediera. Pero era menospreciada por ello.
¡Qué injusticia!
Justamente, eso es lo que muchas veces experimentamos en la vida, la injusticia. Todos pasamos por tratos injustos a lo largo de nuestra vida.
Es interesante que este menosprecio hacia Ana se manifestaba especialmente cuando la familia iba a adorar a Dios: “Tú no tienes hijos, y yo sí”.
¿Qué hacía Ana?
...lloraba, y no comía.
¿Qué es lo que te hace llorar a ti? ¿Qué es lo que te quita el apetito?
No estás solo. Otras personas han pasado situaciones semejantes, experimentando ese mismo tipo de dolor profundo, del corazón.
Elcana veía que Ana no estaba bien, notaba su quebrantamiento, la veía llorar.
Ana, ¿por qué lloras? ¿por qué no comes? ¿y por qué está afligido tu corazón? ¿No te soy yo mejor que diez hijos?
La intención de Elcana podía ser muy buena, pero aquellas consideradas palabras no llenaban el vacío que estaba produciendo el menosprecio de Penina.
Señor Elcana: por muy buen esposo que usted sea, no llena el vacío en la vida de la señora que no ha podido ser mamá.
Hay ocasiones en las que las buenas intenciones y el aliento de otros no llenan el vacío que deja el dolor del corazón.
¿Qué tenemos que hacer cuando eso nos ocurre?
En la vida hay cosas que son tremendamente íntimas, personales, que uno esconde en su corazón y experimenta a solas.
Sí, compartimos muchas de nuestras buenas y malas experiencias con otros, pero hay cosas que tenemos que enfrentar a solas, por nuestra cuenta.
En esta historia, la Palabra nos lleva a la consideración de un momento muy personal y profundo en la vida de Ana.
A diferencia de muchos pasajes del Antiguo Testamento, aquí no se relata la visita de un ángel, una enérgica manifestación de la gracia y el poder de Dios en un inmenso portento que sacuda los montes y seque los ríos.
¿Qué fue lo que sucedió?
9 Y se levantó Ana después que hubo comido y bebido en Silo; y mientras el sacerdote Elí estaba sentado en una silla junto a un pilar del templo de Jehová, 10 ella con amargura de alma oró a Jehová, y lloró abundantemente. 11 E hizo voto, diciendo: Jehová de los ejércitos, si te dignares mirar a la aflicción de tu sierva, y te acordares de mí, y no te olvidares de tu sierva, sino que dieres a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Jehová todos los días de su vida, y no pasará navaja sobre su cabeza.
9 Una vez, estando en Siló, Ana se levantó después de la comida. Y a la vista del sacerdote Elí, que estaba sentado en su silla junto a la puerta del santuario del Señor, 10 con gran angustia comenzó a orar al Señor y a llorar desconsoladamente. 11 Entonces hizo este voto: «Señor Todopoderoso, si te dignas mirar la desdicha de esta sierva tuya, y si en vez de olvidarme te acuerdas de mí y me concedes un hijo varón, yo te lo entregaré para toda su vida, y nunca se le cortará el cabello.»
9 Una vez, después de comer lo que fue ofrecido como sacrificio en Silo, Ana se levantó y fue a orar. El sacerdote Elí estaba sentado en su lugar de costumbre junto a la entrada del tabernáculo. 10 Ana, con una profunda angustia, lloraba amargamente mientras oraba al Señor 11 e hizo el siguiente voto: «Oh Señor de los Ejércitos Celestiales, si miras mi dolor y contestas mi oración y me das un hijo, entonces te lo devolveré. Él será tuyo durante toda su vida, y como señal de que fue dedicado al Señor, nunca se le cortará el cabello».
9 Pero Ana se levantó después de haber comido y bebido estando en Silo, y mientras el sacerdote Elí estaba sentado en la silla junto al poste de la puerta del templo del Señor,
10 ella, muy angustiada, oraba al Señor y lloraba amargamente.
11 Entonces hizo voto y dijo: «Oh Señor de los ejércitos, si te dignas mirar la aflicción de Tu sierva, te acuerdas de mí y no te olvidas de Tu sierva, sino que das un hijo a Tu sierva, yo lo dedicaré al Señor por todos los días de su vida y nunca pasará navaja sobre su cabeza».
Aquella mujer no aguantaba más. Su dolor era extremo. Podía haber reaccionado violentamente contra quien la agredía y rechazaba, pero no lo hizo.
¿Qué hizo?
Se levantó (sola, por su cuenta) y fue a aquel lugar donde identificaba la presencia de Dios.
Le fue a entregar a Dios su dolor.
6 Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo; 7 echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros.
Este es el ejemplo del que debemos aprender. A Dios le importa, realmente, lo que nos sucede. Él conoce lo que nos duele, pero quiere que lleguemos delante de Él con nuestra necesidad.
En una situación totalmente diferente, más bien relacionada con sus propios errores y pecados, David dijo esto:
17 Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado;
Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.
No, Dios no desprecia un corazón quebrantado.
Nosotros solemos destacar las experiencia en las que nuestro corazón está entero, pleno, rebosando alegría. Sin embargo tenemos que valorar esas otras situaciones en las que llevamos el espíritu quebrantado. Dios valora más que le llevemos nuestro corazón destrozado que todas nuestras ofrendas o buenas acciones.
Eso fue lo que pasó en aquella ocasión en que Ana le trajo a Dios su corazón hecho trizas.
A Ana no le importó que hubiera alguien más cerca, y por más que fuera el sacerdote, no fue a orar con él ni a pedirle su bendición o su oración. Ana (y nosotros) necesitó encontrarse personalmente con Dios.
¿Qué pasó en aquella ocasión? ¿Tembló la tierra? ¿Cayó fuego del cielo sobre Penina?
No. Hubo mucho llanto, brotando de un corazón amargado.
Pero hubo más. Aquella mujer quebrantada le hizo a Dios un pedido muy específico y una promesa muy comprometida.
Considera las palabras de su oración:
Jehová de los ejércitos, si te dignares mirar a la aflicción de tu sierva, y te acordares de mí, y no te olvidares de tu sierva, sino que dieres a tu sierva un hijo varón,...
¿Qué esperaba o pedía Ana que Dios hiciera?
Que Dios la mirara.
Que Dios viera lo que le estaba pasando. ¿Cómo te sientes al saber que Dios está viendo lo que has estado viviendo?
Que Dios se acordara de ella, que la tuviera presente.
Que Dios no se olvidara de ella (una reafirmación de lo anterior). ¿Le pedirías a Dios que te tenga presente? ¿Consideras que Él lo haría?
Que le diera, específicamente, un hijo varón.
¿Qué ofrecía Ana?
...yo lo dedicaré a Jehová todos los días de su vida, y no pasará navaja sobre su cabeza.
Ana ofreció a dedicar a su hijo, entregárselo a Dios.
¿Le importaría a Ana su hijo? Sí, sería lo máximo para ella ser mamá. Sin embargo, con tal de experimentar la respuesta de Dios se lo ofreció a Dios, diciéndole “Será tuyo”.
Las mamás hacen estas cosas.
¿Le entregarías a Dios--en serio--lo que más te importa? ¿Le confiarías a Dios lo que es de mayor valor para ti?
Así es como se trata con Dios, trayéndole el corazón sin censuras, sin límites, sin escalas.
A Dios le puedes ofrecer lo que tienes. A Dios le puedes hacer promesas. El propio Dios estará presente en el momento de tu oración y la inspirará.
Resulta interesante notar que, en muchas ocasiones, recibir está asociado con dar. Son muchos los momentos en que Dios nos da para que demos, nos prospera para que ayudemos, no bendice generosamente para que levantemos al caído, para que seamos sus instrumentos, su fuente de provisión en este mundo en que abunda la injusticia.
Dios busca corazones dispuestos a dar, aún de lo que más nos importa.
A todos nos ha sucedido alguna vez: hemos sido malinterpretados. Las personas nos ven actuar, pero no conocen lo que llena nuestro corazón cuando lo hacemos. Es normal, entonces, que puedan existir interpretaciones equivocadas acerca de lo que uno hace, cómo lo hace, o por qué lo hace.
Entonces, ¿qué es lo importante? Lo importante es que tú y Dios sepan exactamente lo que haces y por qué lo haces.
No debemos depender de la opinión (acertada o equivocada) de los que nos rodean y observan.
Considera lo que pasó en aquella ocasión:
12 Mientras ella oraba largamente delante de Jehová, Elí estaba observando la boca de ella. 13 Pero Ana hablaba en su corazón, y solamente se movían sus labios, y su voz no se oía; y Elí la tuvo por ebria. 14 Entonces le dijo Elí: ¿Hasta cuándo estarás ebria? Digiere tu vino. 15 Y Ana le respondió diciendo: No, señor mío; yo soy una mujer atribulada de espíritu; no he bebido vino ni sidra, sino que he derramado mi alma delante de Jehová. 16 No tengas a tu sierva por una mujer impía; porque por la magnitud de mis congojas y de mi aflicción he hablado hasta ahora. 17 Elí respondió y dijo: Ve en paz, y el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho. 18 Y ella dijo: Halle tu sierva gracia delante de tus ojos. Y se fue la mujer por su camino, y comió, y no estuvo más triste.
12 Como Ana estuvo orando largo rato ante el Señor, Elí se fijó en su boca. 13 Sus labios se movían pero, debido a que Ana oraba en voz baja, no se podía oír su voz. Elí pensó que estaba borracha, 14 así que le dijo:
—¿Hasta cuándo te va a durar la borrachera? ¡Deja ya el vino!
15 —No, mi señor; no he bebido ni vino ni cerveza. Soy sólo una mujer angustiada que ha venido a desahogarse delante del Señor. 16 No me tome usted por una mala mujer. He pasado este tiempo orando debido a mi angustia y aflicción.
17 —Vete en paz—respondió Elí—. Que el Dios de Israel te conceda lo que le has pedido.
18 —Gracias. Ojalá favorezca usted siempre a esta sierva suya.
Con esto, Ana se despidió y se fue a comer. Desde ese momento, su semblante cambió.
12 Mientras Ana oraba al Señor, Elí la observaba 13 y la veía mover los labios. Pero como no oía ningún sonido, pensó que estaba ebria.
14 —¿Tienes que venir borracha? —le reclamó—. ¡Abandona el vino!
15 —¡Oh no, Señor! —respondió ella—. No he bebido vino ni nada más fuerte. Pero como estoy muy desanimada, derramaba ante el Señor lo que hay en mi corazón. 16 ¡No piense que soy una mujer perversa! Pues he estado orando debido a mi gran angustia y a mi profundo dolor.
17 —En ese caso —le dijo Elí—, ¡ve en paz! Que el Dios de Israel te conceda lo que le has pedido.
18 —¡Oh, muchas gracias! —exclamó ella.
Así que se fue, comenzó a comer de nuevo y ya no estuvo triste.
12 Mientras ella continuaba en oración delante del Señor, Elí le estaba observando la boca.
13 Pero Ana hablaba en su corazón, solo sus labios se movían y su voz no se oía. Elí, pues, pensó que estaba ebria.
14 Entonces Elí le dijo: «¿Hasta cuándo estarás embriagada? Echa de ti tu vino».
15 Pero Ana respondió: «No, señor mío, soy una mujer angustiada en espíritu. No he bebido vino ni licor, sino que he derramado mi alma delante del Señor.
16 »No tenga a su sierva por mujer indigna. Hasta ahora he estado orando a causa de mi gran congoja y aflicción».
17 «Ve en paz», le respondió Elí, «y que el Dios de Israel te conceda la petición que le has hecho».
18 «Halle su sierva gracia ante sus ojos», le dijo ella. Entonces la mujer se puso en camino, comió y ya no estaba triste su semblante.
Ana había estado expresando su angustia, descargando su enojo, comunicándole a Dios su frustración y desesperación por la situación que vivía. Le había hecho promesas mientras le pedía que interviniera poderosamente en su vida. Pero todo eso lo había hecho “para adentro”, en una voz prácticamente inaudible, en esa voz que solamente el Padre escucha.
Y allí había un testigo, el sacerdote Elí, que había estado todo el tiempo sentado junto a uno de los postes del templo.
A Elí le pareció diferente el comportamiento de Ana. Se había echado al suelo, había llorado, había emitido sonidos ininteligibles, movía los labios pero no se escuchaba una comunicación clara. ¿Estaría ebria? Bueno, esa era una posibilidad. En la experiencia del sacerdote habrían habido personas que habían venido a adorar y luego comer y beber en aquel mismo lugar, y que se habrían presentado ebrios.
En aquel caso, Elí prejuzgó lo que estaba viendo, y le indicó a la señora que si estaba ebria que se fuera.
Pero entonces Ana respondió con total coherencia, pidiendo no ser malinterpretada.
Considera cómo se describió: una mujer atribulada de espíritu.
¿Te has sentido así? ¿Has llegado ante Dios con tu corazón cargado y atravesado por la angustia?
Ahora presta atención a la manera en que Ana definió lo que acababa de hacer:
...he derramado mi alma delante de Jehová.
Derramó su alma… Abrió su corazón, expuso su alma, puso al descubierto lo más profundo de su ser.
¿Lo has hecho tú?
¿Te das cuenta de que la mayoría de nuestras comunicaciones son limitadas y superficiales, sin dar a entender lo que llevamos en lo más profundo de nosotros?
Pero ante Dios necesitamos llegar a expresarlo todo, a traer nuestro auténtico grito desesperado, a expresar la más auténtica versión de nuestra persona.
Dios quiere escuchar tu verdad.
No es porque no la conozca, sino porque tú necesitas expresarla en su presencia.
Dios se deleitó en escuchar a Ana, en recibir su corazón entero como una ofrenda.
¿Has hecho esto?
...por la multitud de mis congojas y de mi aflicción he hablado hasta ahora.
Delante de Dios no necesitamos fingir, aunque muchas veces lo hacemos ante los demás. Ante la presencia del Padre celestial tenemos que desnudar las profundidades de nuestro ser, expresando lo que a nadie le hemos dicho, lo que probablemente nadie comprendería o aceptaría.
Cuando el sacerdote Elí escuchó aquello supo que se había equivocado. Entendió que era cierto, que aquella mujer había tenido un encuentro auténtico con Dios y le había expresado su necesidad.
Otra vez, Ana no le había pedido al sacerdote que orara por ella, sino que ella misma le expresó a Dios su necesidad. Dios quiere escuchar tu voz, porque te ha dado acceso a su preciosa y poderosa presencia en el nombre de Jesús. Sí, hacemos bien cuando intercedemos unos por los otros, pero no permitas que eso substituya alguna vez la comunicación directa con Dios. Él quiere escuchar tu voz, que tú mismo le entregues tu carga y tu necesidad.
Ve en paz, y el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho.
¡Qué bendición escuchar esas palabras! El corazón de Ana debía gritar: “¡Amén! ¡Que así sea!”.
Respondió:
Halle tu sierva gracia delante de tus ojos.
En realidad no era la gracia del sacerdote la que Ana había buscado, sino la de Dios, y esa recibiría.
Pero, ¿qué ocurrió inmediatamente después? ¡Algo había cambiado!
Y se fue la mujer por su camino, y comió, y no estuvo más triste.
Volvió a su familia, se volvió a encontrar con Elcana, con Penina y sus hijos (y tal vez con aquel desprecio). Pero todo había cambiado en su interior.
Le había vuelto el apetito.
La tristeza se había ido.
¿Había cambiado algo en la práctica? ¿Ya era mamá? ¿Estaba esperando un bebé?
No. Todavía “no había pasado nada”. Pero sí había pasado. Así es como funciona la fe. La fe implica tener aquello que creemos que Dios va a hacer. Y al alejarse del templo, Ana lo había hecho creyendo que Dios la había escuchado y que iba a obrar en su vida. La fe era la substancia de lo que más adelante recibiría.
Eso es lo que Dios nos quiere enseñar. Así como cambió el sentir de Ana, Dios también quiere cambiar el nuestro, cuando llegamos ante su presencia con un corazón quebrantado y genuino, expresando lo que realmente llena todo nuestro interior.
Dios ya conoce tu tristeza, pero quiere que tú la expreses ante Él. ¡Cuánto nos perdemos por no ir directamente al Padre a entregarle las pesadas cargas que agobian nuestro corazón!
El resto del pasaje nos relata que esta mujer cumplió con su palabra, literalmente. Cuando el niño tenía aproximadamente dos años, lo llevó al templo, le recordó al sacerdote el evento de su oración ante Dios y lo entregó, para que sirviera a Dios toda su vida. Aquel niño, Samuel, fue el último juez de Israel y quién ungió sus primeros dos reyes.
Dios utilizó la necesidad de Ana para levantar un hombre que le serviría fielmente y le honraría con todo su ser.
Dios también quiere utilizar nuestra necesidad hoy en día, transformándola en servicio, en ofrenda, en acciones que le honren por la obediencia.
Que las respuestas de Dios a nuestras oraciones se traduzcan en actos comprometidos de obediencia, como sucedió en el caso de Ana. No debemos orar y esperar recibir para luego actuar como si nada hubiera acontecido.
Cuando Dios nos da generosamente, debemos también dar generosamente. Cuando Dios obra poderosamente, debemos responder en obediencia y servicio a Él.
Seamos fieles, porque Dios nos ama y obra poderosamente en nuestras vidas.