De la prueba al triunfo: Segunda parte
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4 Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna.
5 Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. 6 Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. 7 No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor. 8 El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos.
9 El hermano que es de humilde condición, gloríese en su exaltación; 10 pero el que es rico, en su humillación; porque él pasará como la flor de la hierba. 11 Porque cuando sale el sol con calor abrasador, la hierba se seca, su flor se cae, y perece su hermosa apariencia; así también se marchitará el rico en todas sus empresas.
12 Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman.
Reconociendo que las pruebas son un medio esencial que Dios emplea para perfeccionar el carácter cristiano, Santiago ofrece cinco recursos clave para poder resistir en medio de las pruebas.
El último capítulo analizó las primeras dos, una actitud gozosa y una mente conocedora. En este capítulo analizaremos las otras tres.
UNA VOLUNTAD DÓCIL
Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna. (Santiago 1:4)
Un tercer recurso para resistir en medio de las pruebas es una voluntad dócil. Esta es la única forma de salir de ellas. El Señor NO promete ninguna salida adicional, solo que Él siempre velará por sus hijos cuando estén en medio de las pruebas, para que no sufran daños espirituales.
Pero Dios NO puede hacer su obra completa en nosotros y por medio de nosotros si no somos dóciles. Cuando aprendemos a regocijarnos en nuestras pruebas y llegamos a comprender que nuestro misericordioso Padre celestial las usa, no para dañarnos, sino para fortalecernos y perfeccionarnos, nos sentimos motivados a aceptarlas como algo beneficioso.
David dio testimonio en la oración: “Jehová, no se ha envanecido mi corazón, ni mis ojos se enaltecieron; ni anduve en grandezas, ni en cosas demasiado sublimes para mí. En verdad que me he comportado y he acallado mi alma como un niño destetado de su madre; como un niño destetado está mi alma” (Sal. 131:1-2). David había crecido y madurado a través de los problemas y aflicciones que había soportado, desde que mamaba, por decirlo así, hasta que lo destetaron. Pero él siguió viviendo en intimidad con el Señor, así como el niño destetado sigue aferrado a su mamá.
Perfectos se traduce de teleios, que NO tiene la connotación de perfección moral o espiritual o de pureza, sino más bien de lo que está totalmente desarrollado. Más adelante en esta carta Santiago reconoce con toda claridad que “....todos ofendemos muchas veces....” (Santiago 3:2; cp. 1 Jn. 1:10).
Por lo tanto, sería mejor traducir la palabra como “maduro”, aludiendo a la madurez espiritual que tiene su cumplimiento en la semejanza a Cristo y que es la meta de la paciencia y la perseverancia.
Pablo expresa de una manera hermosa el concepto de la madurez espiritual en su carta a los creyentes en Galacia, a quienes describe como “hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros” (Gá. 4:19, cursivas añadidas).
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Santiago 1:4 “4 Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna.”
Cabales traduce una forma de holoklēros, que denota el concepto de estar completo, entero. El prefijo holo es el término del que proviene la palabra hológrafo, una descripción tridimensional y de 360 grados de un objeto. Para no dejar lugar a una mala interpretación,
Santiago añade sin que os falte cosa alguna, reforzando la comprensión de este asunto.
Ese es el resultado final de las pruebas: perfección (madures), plenitud, no carecer de nada que sea espiritualmente importante y de valor. (1 P. 5:10 “10 Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca.”).
Esaú. No se interesaba por las cosas de Dios, se contentaba con satisfacer solamente sus apetitos físicos. Era tan inmoral e impío, que “por una sola comida vendió su primogenitura” (He. 12:16 “16 no sea que haya algún fornicario, o profano, como Esaú, que por una sola comida vendió su primogenitura.” ).
Pero David escribe con certeza:
Guarda silencio ante Jehová, y espera en él. No te alteres con motivo del que prospera en su camino, por el hombre que hace maldades. Deja la ira, y desecha el enojo; no te excites en manera alguna a hacer lo malo. Porque los malignos serán destruidos, pero los que esperan en Jehová, ellos heredarán la tierra. Pues de aquí a poco no existirá el malo; observarás su lugar, y no estará allí. Pero los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz (Sal. 37:7-11).
Aparte de la prueba excepcional que Jesús sufrió en la cruz, quizá la prueba más severa que haya afrontado hombre alguno fue la de Abraham cuando Dios le dijo que ofreciera a su hijo Isaac. El Señor le ordenó: “Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré” (Gn. 22:2). Abraham tenía varias razones para estar totalmente desconcertado por el mandato de Dios. No solo era Isaac su muy amado hijo, sino que era su único hijo con Sara, y por tanto el hijo de la promesa de Dios, por medio del cual “[serían benditas] todas las familias de la tierra” (Gn. 12:3; cp. 17:1-8, 19-21; 18:10-14).
Desde la perspectiva humana, la muerte de Isaac impediría que se cumpliera la promesa y, por lo tanto, anularía el pacto. No solo eso, sino que el sacrificio humano era una costumbre pagana, la antítesis de todo lo que Abraham sabía del santo y justo Dios a quien servía. Y, como para añadir mayor crueldad, Abraham iba a matar a Isaac con su propia mano, aunque la ley de Dios lo prohibía. Cada aspecto de la petición de Dios era inconcebible. Si alguna vez el Señor le ordenó a uno de sus santos hacer algo en lo que se justificara alguna discusión o por lo menos una cuidadosa explicación, fue en esta oportunidad. Pero Abraham no discutió ni pidió explicación alguna. Como se ha observado, no hay otro ejemplo de sumisión voluntaria al Señor, salvo la de Jesús a su Padre, que sobrepase al de Abraham en esa oportunidad.
Sin titubeo, resentimientos ni dudas, Abraham hizo los preparativos necesarios y comenzó el viaje al amanecer del día siguiente. Siguió cumpliendo las órdenes del Señor hasta el momento en el que Dios intervino diciendo: “No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único” (Gn. 22:12). Aunque antes le había dicho a Isaac: “Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío” (v. 8), Abraham estuvo a punto de hundir el cuchillo en el corazón de Isaac cuando no vio animal alguno por ahí. El escritor de Hebreos nos dice que Abraham pensó que “Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir” (He. 11:19).
Pero cualquiera que haya sido la comprensión humana que haya tenido Abraham, tenemos el propio testimonio de Dios de que “por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido las promesas ofrecía su unigénito” (v. 17, cursivas añadidas). Abraham no contaba con que hubiera alguna salida; contó solamente con la justicia, la fidelidad y el poder de Dios para levantar a los muertos, lo cual creía que Dios haría para cumplir su pacto (vea He. 11:17-19).
Y gracias a la fe incondicional y sin reserva por la que Abraham estuvo dispuesto a sacrificar a su hijo, Dios lo contó por justicia (Gn. 15:6; Ro. 4:3; Gá. 3:6). No hay que maravillarse entonces de que se convirtiera en “padre de todos los creyentes” (Ro. 4:11; cp. el v. 16; Gá. 3:7), y que “los de la fe son bendecidos con el creyente Abraham” (Gá. 3:9).
Aunque nunca seremos probados en la forma o con la crudeza con la que fue probado Abraham, no obstante podemos estar seguros de que afrontaremos pruebas.
Nuestro Señor nos asegura que “en el mundo [tendremos] aflicción” (Jn. 16:33 “33 Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.” ),
UN CORAZÓN CREYENTE
5 Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. 6 Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. 7 No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor. 8 El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos.
Un cuarto recurso para resistir en medio de las pruebas es un corazón creyente, una frase amplia que resume esos cuatro versículos.
El primer requisito para tal fe es una comprensión piadosa. Sobre todo cuando van a pasar por pruebas, los creyentes necesitan una medida especial de comprensión para ayudarles a enfrentarlas, y esta necesidad debe impulsarlos a [pedir] a Dios que les dé esa comprensión y sabiduría.
La fe fuerte y sana no se basa en las emociones, sino en el conocimiento y la comprensión de las promesas de la verdad de Dios, que es la sabiduría espiritual.
Cuando los creyentes afrontamos tiempos de prueba, sea física, emocional, moral o espiritual, tenemos mucha necesidad de la sabiduría de Dios. En tales momentos uno debiera recordar las palabras de Salomón: “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas. No seas sabio en tu propia opinión; teme a Jehová, y apártate del mal” (Pr. 3:5-7).
Él sigue diciendo de la sabiduría divina que “sus caminos son caminos deleitosos, y todas sus veredas paz” (Proverbios 3: 17 ).
Más adelante, en la Epístola de Santiago, se describirá la sabiduría celestial de Dios como: (Santiago 3:17 “17 Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía.” ).
En la última respuesta de Job a sus amigos y presuntos consejeros, que le habían dado tantos consejos insensatos, él comenta:
Job 28:12-22
12 Mas ¿dónde se hallará la sabiduría?
¿Dónde está el lugar de la inteligencia?
13 No conoce su valor el hombre,
Ni se halla en la tierra de los vivientes.
14 El abismo dice: No está en mí;
Y el mar dijo: Ni conmigo.
15 No se dará por oro,
Ni su precio será a peso de plata.
16 No puede ser apreciada con oro de Ofir,
Ni con ónice precioso, ni con zafiro.
17 El oro no se le igualará, ni el diamante,
Ni se cambiará por alhajas de oro fino.
18 No se hará mención de coral ni de perlas;
La sabiduría es mejor que las piedras preciosas.
19 No se igualará con ella topacio de Etiopía;
No se podrá apreciar con oro fino.
20 ¿De dónde, pues, vendrá la sabiduría?
¿Y dónde está el lugar de la inteligencia?
21 Porque encubierta está a los ojos de todo viviente,
Y a toda ave del cielo es oculta.
22 El Abadón y la muerte dijeron:
Su fama hemos oído con nuestros oídos.
Entonces, después de descontar todas estas falsas e inútiles fuentes de sabiduría, Job sencillamente dice: “Dios entiende el camino de ella, y conoce su lugar” (Job 28:23).
Dios, y solamente Dios, es la fuente de la sabiduría. Fue esa verdad la que hizo que Pablo le pidiera a Dios que diera a los creyentes espíritu de sabiduría y de revelación en su conocimiento (Ef. 1:17-18 “17 para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él,18 alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos,” ) y conocimiento (Col. 1:9-10 “9 Por lo cual también nosotros, desde el día que lo oímos, no cesamos de orar por vosotros, y de pedir que seáis llenos del conocimiento de su voluntad en toda sabiduría e inteligencia espiritual, 10 para que andéis como es digno del Señor, agradándole en todo, llevando fruto en toda buena obra, y creciendo en el conocimiento de Dios;” ). Eso es también lo que quiere decir Santiago.
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No hace falta mencionar que las pruebas deben enriquecer nuestra vida de oración, cuando nos volvemos al Señor en busca de dirección, fortaleza, paciencia y sabiduría.
Y cuando le [pedimos] a Dios, nuestro Padre celestial, su sabiduría, Santiago nos asegura que, lejos de ser mezquino al dar ese don misericordioso a sus hijos, Él da a todos abundantemente y sin reproche. Es el deseo amoroso del Señor impartir conocimiento divino en abundancia a sus santos fieles. Esa es sin duda una de las más hermosas y alentadoras promesas en toda la Biblia.
Pídala traduce un verbo imperativo del griego. Santiago no está dando un consejo personal, sino una orden divina y por lo tanto, nuestro clamor al Señor por sabiduría no es una opción. Es un mandato.
Y si un creyente sometido a prueba no se acerca al Señor y desarrolla una vida de oración más profunda, es probable que el Señor mantenga la prueba o incluso la intensifique, hasta que su hijo acuda al trono de la gracia, hasta que haga “estar atento [su] oído a la sabiduría”e incline su “corazón a la prudencia” (Pr. 2:2). Y “si clamares a la inteligencia”, continúa Salomón, “si como a la plata la buscares, y la escudriñares como a tesoros, entonces entenderás el temor de Jehová, y hallarás el conocimiento de Dios” (vv. 3-5; cp. Job 28:12-23; Mt. 13:44-46).
Aunque Dios tiene sabiduría en abundancia (Ro. 11:33) y está infinitamente más dispuesto a impartir su sabiduría que nosotros a pedirla, no obstante Él espera que se lo pidamos.
No es algo que el Señor imprimirá en un corazón o una mente no dispuesta. “Yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis. Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón” (Jer. 29:11-13).
Jesús nos pide que le roguemos, prometiendo que “todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo” (Jn. 14:13). A fin de ratificar la promesa, repite: “Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré” (Juan 14:14).
Abundantemente traduce haplōs, que denota el concepto de sinceridad de corazón, de hacer algo incondicionalmente, sin regateos.
La única condición es que le pidamos. Cuando sencillamente acudimos a Dios en nuestras pruebas, pidiéndole ayuda y sabiduría, de inmediato y con firmeza, nos las da abundantemente. Esa generosidad divina se expresa en la hermosa promesa de Jesús:
Mateo 7:7-11 “7 Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. 8 Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. 9 ¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? 10 ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? 11 Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?”
Reproche Pero el Señor nunca lanzará el mínimo reproche sobre un hijo suyo que acude en busca de sabiduría en tiempo de aflicción y prueba. Él no nos recordará cuán indignos somos, por obvio que sea. Ni nos regañará por no haberlo pedido antes, comprendiendo plenamente que “el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil” (Mr. 14:38). Sin titubeo alguno, renuencias o reservas, nos dará su divina sabiduría con generosa abundancia. Él nos dirá, en efecto, lo que le dijo a su pueblo Israel por medio del salmista: “Yo soy Jehová tu Dios, que te hice subir de la tierra de Egipto; abre tu boca, y yo la llenaré” (Sal. 81:10).
Santiago entonces cambia del Padre deseoso al hijo que espera, poniendo en claro que el Señor requiere que le pidamos correctamente, con fe, no dudando nada (cp. el v. 8). En otras palabras, debe ser una solicitud respaldada por una verdadera confianza en el carácter, el propósito y las promesas de Dios.
Algunos cristianos sencillamente dudan que Dios les dé lo que necesitan, y justifican su duda de muchas maneras. Creen que no lo merecen, lo que es cierto; sin embargo, como se ha señalado, es irrelevante. O pudieran pensar que sus necesidades no merecen la atención de Dios, lo cual también es verdad pero irrelevante, porque, en su inmensurable gracia y amor, Él decide soberanamente tomar gran interés en cosas que, en el gran plan general, parecen del todo insignificantes. Otros cristianos tienden a disputar con Dios, preguntándole en primer lugar por qué permite que la calamidad toque a sus puertas o por qué no les proporciona una salida.
Una petición que no considera lo que Dios ha dicho en su Palabra, que duda de su capacidad o su fidelidad, es arrogante y sin valor y es una afrenta.
“Sin fe es imposible agradar a Dios”, nos recuerda el escritor de Hebreos, “porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan” (He. 11:6).
Como aconseja Pablo, debemos orar “levantando manos santas, sin ira ni contienda” (1 Ti. 2:8).
Reforzando estas palabras de Jesús, Pablo nos asegura que “mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Fil. 4:19).
Sin embargo, el creyente que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. Su petición no es en realidad una petición, porque necia y despectivamente no cree que Dios la atenderá.
Entre otras cosas, tal persona es considerablemente inmadura, como un niño, echado “de una parte a otra”por las olas.
Trágicamente, esta inmadurez conduce a un peligro aun mayor de ser (Ef. 4:14 “14 para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error,” ). Cuando no hay confianza en Dios, el único rumbo es ir de mal en peor.
6 Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. 7 No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor.
Tal persona no puede esperar que recibirá cosa alguna del Señor. Es como el antiguo Israel, a quien Elías reprendió diciéndole: “¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él” (1 R. 18:21). Se vuelve un laodiceo, un cristiano falso que no es “frío ni caliente”, a quien el Señor “[vomitará] de [su] boca” (Ap. 3:16).
8 El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos.
Digámoslo de una manera sencilla: es un hombre de doble ánimo… inconstante en todos sus caminos. Aunque afirma ser creyente, su conducta muestra que es un incrédulo. Cuando pasa por una prueba dura, acude a los recursos humanos en vez de confiar en que el Señor lo ayudará y le dará la solución. O se vuelve amargado y resentido y no busca ayuda alguna. No abandona a Dios, pero actúa como si Dios no existiera, no se interesara o no pudiera librarlo del problema. Conoce algo de la Palabra de Dios y del amor, de la gracia y de la provisión de Dios; pero se niega a aprovecharse de esos recursos divinos.
Como señala Santiago más adelante en la carta, el problema de esa persona, por supuesto, es el pecado. Él aconseja: “Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros. Pecadores, limpiad las manos; y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones” (Santiago 4:8). Allí se les llama “pecadores”a los de “doble ánimo”, y es un término empleado solamente para los incrédulos (vea los comentarios sobre 4:8).
Sin que importe cómo se considere a sí misma, la persona de doble ánimo está tratando de servir a dos dioses, que, como dice el Señor, es imposible. “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro” (Mt. 6:24).
En su clásica alegoría, El progreso del peregrino, Juan Bunyan llama a tal hombre Señor Doscaras. Esto es tan imposible espiritualmente como lo es físicamente. “[Un] amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Stg. 4:4); y, por el contrario, alguien que es de veras amigo de Dios es enemigo del mundo. “Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Dt. 6:5, cursivas añadidas). No hay otra manera de amarlo, confiar en Él y servirle verdaderamente.